“But when they came to Jesus and saw that he was already dead, they did not break his legs, but one soldier thrust his lance into his side, and immediately blood and water flowed out.” (Jn. 19: 33-34)
The scene is a gruesome one. Crucifixions were not meant to be pretty. The crucified man’s side has been pierced with a lance to reach his heart and make sure he is dead. The Roman soldier knows not that as his lance penetrates the flesh of Christ’s side he is collaborating in the great mystery of our redemption. For it is through the tearing open of Christ’s most Sacred Heart that all His blood is poured out and His total gift of self is fulfilled. The piercing of Christ’s side is simply the manifestation of something that had already occurred, just as his crucifixion was the manifestation of His self-sacrifice which had already taken place in the Last Supper. Christ’s heart had already been opened wide in His agony in the garden of Gethsemane.
It was during His agony, when the weight of all the sins of mankind was thrown upon Him; when all the wickedness and malice of humanity passed before His eyes; when He saw how despite His supreme act of love for us we would still reject Him; it was then that His heart was broken. It was then that He endured the supreme pain of the lover whose love is rejected, whose heart is shattered by the scorn of his beloved. So He rose, amidst the darkness of the night, nay, amidst the darkness of His sorrow and sought consolation in His friends, in those who had sworn they would follow Him even unto death. But they were sleeping. The wound in His heart grew as He saw His followers of all ages sleeping when He comes to them in need. It grew as He witnessed all of them (all of us) choosing so many other things over Him. He endured the grief of the lover who sees his beloved prefer someone else over himself.
Then Judas and the mob came and He was handed over with a kiss which was intended to be a sign of love. The wound was widened by the mockery that this act represented. It was a mockery of true love, of His love. It was widened even more when He looked beyond time and saw the people of all ages using the signs of love to deny it. He saw men and women using what was meant to be used for love for their own benefit and out of pure selfishness. He saw the sadness, the bitterness, the brokenness of all who have been used through the signs of love and to whom love has lost all meaning. His wound grew as He took on their pain. And so, He gave us a new sign of love. It was the Cross. The cross which He bore and to which He was nailed; the cross on which the enemies of Rome were killed and humiliated; the cross which symbolized death then became the new sign of love. The sign that was to purify all other signs was the sign of sacrificial love which He embraced and kissed and held on to. The sign on which He died for us.
The piercing of His side simply made visible the invisible reality of Christ’s broken heart. His heart was broken and shattered so He could pour out every single drop of His blood for us. Through that open heart He was able to empty Himself completely and love us to the end.
Saint Augustine said that through the wound on His side, Christ had opened us the doors of His heart. It is no coincidence that as the lance cut through the flesh of Christ, the veil of the temple was torn in two. The true Holy of Holies, the place where God resides and where He wishes us to reside in, that is, the heart of Christ, was now accessible to all.
“Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.” (Juan 19: 33-34)
La escena es una que causa horror. Las crucifixiones no buscaban ser agradables. El costado del crucificado ha sido atravesado por una lanza con la intención de perforar el corazón y asegurarse de que está muerto. El soldado romano no sabe que al penetrar la carne del costado de Cristo está colaborando con el gran misterio de nuestra redención. Es a través de la violenta apertura del Sagrado Corazón de Jesús que toda su sangre es derramada y su entrega total es concluida. La perforación del costado de Cristo es simplemente una manifestación visible de algo que ya había ocurrido, así como la crucifixión es una manifestación de su sacrificio que ya ha ocurrido en la Última Cena. El corazón de Cristo ya había sido abierto en su agonía en el Monte de los Olivos.
Fue durante su agonía, cuando todo el peso de los pecados de la humanidad fue arrojada sobre Él; cuando la malicia y perversión de la raza humana se mostró ante sus ojos; cuando vio cómo a pesar de su supremo acto de amor por nosotros sería rechazado; fue ahí cuando su corazón se rompió. Fue ahí cuando soportó el dolor del amante cuyo amor es rechazado, cuyo corazón es destrozado por el desprecio de su amada. Se levantó en medio de la oscuridad de la noche, no, de la oscuridad de su propia pena y buscó consuelo en sus amigos, en aquellos que habían jurado seguirlo hasta la muerte. Pero estaban durmiendo. La herida de su corazón creció al ver a sus seguidores de todas las épocas durmiendo cuando Él viene a ellos en su necesidad. Creció cuando presenció a todos ellos (todos nosotros) prefiriendo otras cosas por encima de Él. Soportó el dolor del amante que ve a su amada preferir a alguien sobre él.
Luego llegaron Judas y la muchedumbre y fue entregado con un beso, con lo que pretendía ser una muestra de amor. Su herida se ensanchó con la burla de este acto. Era una burla del amor verdadero, de Su amor. Se ensanchó cuando miró más allá del tiempo y vio a la gente de todas las épocas usando los signos del amor para negarlo. Vio a hombres y mujeres usando aquello que debía ser un signo de amor para su propio beneficio, por egoísmo. Vio la tristeza, la amargura, el quebranto de todos aquellos que han sido utilizados a través de estos signos y para quienes el amor ha perdido todo significado. Su herida creció cuando tomó sobre sí todo este dolor. Y así nos dio un nuevo signo del amor. Nos dio la Cruz. La cruz que Él cargó y a la cual fue clavado; la cruz en la que los enemigos de Roma eran ejecutados y humillados; la cruz, que era un símbolo de la muerte se volvió entonces un signo de amor. Ese signo, que serviría para purificar todos los demás, era el signo del amor sacrificial que Él abrazó, besó y al cual se aferró. El signo en el cual murió por nosotros.
La perforación de Su costado simplemente hizo visible la realidad invisible del corazón roto de Cristo. Su corazón fue roto y destrozado para que Él pudiera derramar hasta la última gota de su sangre por nosotros. A través de ese corazón abierto, Él pudo vaciarse completamente y amarnos hasta el final.
San Agustín dijo que a través de la herida de su costado, Cristo nos había abierto las puertas de su corazón. No es coincidencia que cuando la lanza cortaba a través de la carne de Cristo, el velo del templo se desgarraba. El verdadero Santo de los Santos, el lugar en que Dios reside y en el que quiere que nosotros también residamos, es decir, el corazón de Cristo, estaba ahora accesible para todos.
Cristo Crucificado. Bartolomé Esteban Murillo. |