viernes, 30 de enero de 2009

Liberalismo cristiano

Históricamente, liberalismo y cristianismo se han entendido como ideologías contrapuestas. Sin embargo, si tomamos la palabra liberalismo con su significado original de ser una defensa de la libertad, entonces nos encontramos con que el cristianismo católico es la más liberal de todas las doctrinas, religiones o ideologías.

Según enseña la doctrina católica, todo el drama humano gira en torno a la libertad. Desde el libro del Génesis nos enseña que Dios creó el mundo sin ninguna necesidad de hacerlo, es decir, lo creó libremente. Después, creó al hombre a imagen y semejanza suya: libre. Esto no lo afirma explícitamente la Biblia, pero se deduce a partir del castigo que recibe el ser humano al desobedecer a Dios. Sólo una acción libre puede implicar una culpa y, por ende, un castigo.

Con la expulsión del paraíso, nos encontramos nuevamente con una decisión libre de Dios: redimir a la humanidad. Esta decisión divina sólo puede ser correspondida por una decisión libre del hombre como lo es el acto de fe. Así, descubrimos que el acto de fe de Abraham (arquetipo de todo acto de fe, primer paso de la salvación de cada uno) fue un acto enteramente libre.

La historia de la salvación está llena de este tipo de momentos en que Dios libremente se acerca al hombre y éste, libremente lo acepta o lo rechaza. Esto tiene todo el sentido del mundo si entendemos la historia de la salvación como la entiende el catolicismo: como una relación amorosa entre Dios y el ser humano. El amor es, por definición, un acto libre. Un acto en el que libremente se opta por el otro. No se puede forzar a otro a amar. Por ello Dios, según el catolicismo, decide crear al hombre libre, para que éste pueda amarlo.

Ahora bien, existen dos conceptos que por lo general son despreciados porque supuestamente se han utilizado para “oprimir” al hombre. Sin embargo, en la raíz misma de estas ideas está la libertad humana, con todo su significado (y todo su peso). Estos dos conceptos son el de pecado y el de infierno. Procederé a explicar cómo estos dos conceptos no tienen sentido si no implican la libertad humana.

El pecado es, en esencia, preferir un bien inferior por encima de uno superior, preferir un bien perecedero por encima del bien eterno que es Dios. El hecho de que sea una preferencia implica que es un acto libre. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica en su punto 1860: “El pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal”. En pocas palabras: no puede haber pecado si no hay un acto libre del que lo comete.

En contraposición nos encontramos la postura posmoderna que niega la existencia del pecado. Esta postura tiene su raíz (como casi todos los males de nuestra época) en el relativismo. Si todo vale lo mismo, entonces no tiene sentido hablar de elegir algo inferior por encima de algo superior y, por tanto, no tiene sentido hablar de pecado. Pero, a su vez, pierde todo sentido hablar de libertad. Si todo tiene el mismo valor, da lo mismo qué elijamos y, por tanto, no tiene sentido elegir. Entonces, podemos concluir que la enseñanza católica del pecado defiende la libertad, mientras que la enseñanza posmoderna de que no existe, la niega.

El caso del infierno es similar. El infierno está para demostrarnos que Dios ha decidido (libremente, por cierto) respetar la libertad humana hasta sus últimas consecuencias. Ha decidido respetarla tanto que incluso ha aceptado perder a aquél que ha decidido libremente rechazarlo. Esta decisión se toma en el momento más decisivo de la vida de una persona: su muerte. Es en el momento en que la persona pasa de la temporalidad de la materia a la eternidad del espíritu en el que decide si opta por Dios o no, si opta por el Bien superior o por un bien inferior. Todas las decisiones que tomó en su vida influirán (pero no necesariamente definirán) en esta decisión final. Una vida recta seguramente concluirá (con la ayuda de la Gracia divina) en una decisión acertada. Una vida en la que el pecado ha alejado la Gracia probablemente terminará con una decisión errada (aunque, insisto, no necesariamente). En pocas palabras, la muerte representa el momento supremo de la libertad humana. Es el instante en que el hombre toma su última y definitiva decisión (libre por cierto).

Así pues, el infierno representa el respeto tan absoluto que tiene el Dios del catolicismo a la libertad de los hombres. Ahora, se puede argumentar que a Dios le daría lo mismo que un individuo se salvara o se perdiera, dado que eso no afectaría su Gloria. Pero, dado que aquí estoy explicando la postura católica, es necesario entender la perdición de una persona desde el punto de vista del Dios católico. Ese Dios que (libremente) se hizo hombre (es decir, se hizo menos) para sufrir la muerte más ignominiosa imaginable por salvar a los hombres no puede ser un Dios al que no le importe la perdición ni siquiera del más insignificante de los hombres. Con ello se entiende por qué la libertad ocupa un lugar central en la religión católica.

Creo que con esta breve explicación queda muy claro que el catolicismo es una religión que defiende y exalta la libertad (que no el libertinaje). Muchos se preguntarán por qué la religión católica prohíbe tantas cosas si en realidad es tan “liberal”. De eso hablaré en otra ocasión, así como de la importancia de educar en la libertad.

viernes, 23 de enero de 2009

El primer tropiezo de Obama

Lleva poco menos de dos días en el poder y ya cometió un gran error. Hoy, el flamante presidente de los Estados Unidos, Barack Obama firmó una orden ejecutiva revirtiendo un reglamento que prohibía el uso de dinero americano para financiar a organizaciones abortistas internacionales.

Me resulta extraño que mientras el gobierno americano tiene un déficit nunca antes visto, mientras que su economía se encuentra en una fuerte recesión, mientras que existen infinidad de problemas internos, el presidente decide darle dinero a organizaciones que realizan su “trabajo” fuera de ese país. Me pregunto qué pensarán los ciudadanos americanos de que su dinero, en vez de usarse para reactivar su economía, se esté usando para fomentar el aborto en otros países. Yo estaría muy enojado.

Encuentro todavía más curioso aún que los mismos que criticaron a Bush por su intervencionismo en otros países ahora defiendan el intervencionismo de Obama. Quizá alguno me reclame diciendo que no es lo mismo una guerra injusta que fomentar el aborto. Yo le respondería que estoy completamente de acuerdo: en una guerra existe la posibilidad de defensa, en el aborto no.

Comparemos la cantidad de muertes provocadas por Bush y su infame guerra y las que ha provocado el aborto sólo en Estados Unidos. Según algunas estimaciones realizadas por grupos opuestos a la guerra (y por tanto, muy probablemente exageradas), ha habido alrededor de 700 mil muertos (entre militares y civiles) tanto en Irak como en Afganistán. Del lado abortista, tenemos 1.3 millones de muertos sólo en el último año. Por tanto, si Obama mantiene su postura a favor del aborto, en menos de un año será responsable de más muertes que Bush. Eso sólo si tomamos en cuenta los abortos que se dan en Estados Unidos. Con su nueva orden ejecutiva, habría que contar los abortos que se presenten en otros países del mundo y que fueron pagados con dólares provenientes de los impuestos de los ciudadanos estadounidenses.

Que no nos quieran ver la cara diciendo que el aborto es parte de una política de salud pública. Un embarazo no es una enfermedad. Es la consecuencia natural de una relación sexual. No se puede comparar un embarazo con el SIDA por ejemplo. Claro que para Obama, esto no es así. Recordemos que en su campaña declaró que no estaba de acuerdo con que sus hijas fueran “castigadas por cometer un error”. Mejor debería enseñarles que lo natural es que después de una relación sexual haya un embarazo y que la sexualidad no es un juego. Eso lo ha sabido la humanidad desde siempre.

Ahora bien, ¿por qué ese interés de fomentar el aborto en otros países? Creo que Castillo Peraza tenía toda la razón al afirmar: “Los poderosos de la tierra son proabortistas por razón de poder”. Es más fácil (y más barato) para el gobierno de Estados Unidos fomentar la matanza de pobres en los países subdesarrollados que ayudarlos a salir de su miseria. En el caso de nuestro país, prefieren asegurarse de que cada vez haya menos mexicanos que luego quieran cruzarse, que trabajar conjuntamente con nuestro gobierno para lograr un auténtico crecimiento económico con el cual la emigración desaparecería. Chesterton señala en Eugenics and Other Evils (Eugenesia y otros males) que los grandes capitalistas que apoyaban a la eugenesia (que en su época eran el equivalente a los abortistas de hoy en día) lo hacían no por caridad con los más necesitados o buscando el bien de la humanidad, sino porque era la forma más fácil de “limpiar” el desastre que ellos mismos ocasionaron al oprimir a los más pobres. Me parece que el movimiento abortista internacional actúa igual. Dicen buscar el bien de las familias más pobres (porque para qué traer niños al mundo si sólo van a sufrir) pero en lugar de buscar formas de que superen su pobreza (como crear un sistema económico más justo por ejemplo) prefieren matarlos. Claro que para no parecer inhumanos no se refieren al bebé como bebé, sino como el “producto” (como si una persona fuera comparable con una cosa) y así, el aborto, en lugar de ser un asesinato pasa a ser algo tan trivial como tirar la basura.

Otro aspecto de la política proabortista de Obama que me resulta curioso tiene que ver con su afirmación de que busca reducir el número de abortos. Esa es una muy buena intención, pero no sé cómo busca reducirlos fomentándolos. Eso es una contradicción. Además, ya está demostrado que en todos los países donde se legaliza (o como los abortistas dirían: se “despenaliza”) el aborto, el número de éstos aumenta.

Afortunadamente, no todo está mal del otro lado del Río Bravo. Ayer, 22 de enero, en el trigésimo sexto aniversario del juicio Roe vs. Wade, con el cual se legalizó el aborto en Estados Unidos, se llevó a cabo la Marcha por la Vida (March for Life) en la que participaron miles de estadounidenses defensores de la vida. Esta marcha se viene realizando año con año y cada vez cobra mayor fuerza (aunque los medios no digan nada al respecto).

El movimiento pro-vida estadounidense tiene mucho que enseñarnos, sobre todo por la experiencia de tantos años de lucha que tienen. Es interesante, además, que dos de las personas que más influyeron en la legalización del aborto en aquél país, el Dr. Bernard Nathanson (médico que practicó infinidad de abortos, incluyendo el de su propio hijo) y Norma L. McCorvey (mejor conocida como Jane Roe, de donde se tomó el nombre del juicio antes mencionado) son ahora de los más importantes activistas defensores de la vida. Creo que habiendo vivido tan de cerca el aborto tienen mucho que decirnos sobre la realidad de esta terrible práctica que, desde 1973 ha cobrado la vida de más de 50 millones de estadounidenses (más que todas las guerras en las que han participado juntas).

Todo mundo esperaba que Obama actuara de forma distinta a su predecesor. Sin embargo, este primer paso sólo demuestra que es igual de asesino (o más) que George W. Bush.

miércoles, 21 de enero de 2009

Cobardía

En el corto pero revelador libro Sin Raíces, (Without Roots: The West, Relativism, Christianity, Islam) se lleva a cabo un diálogo entre el filósofo y político ateo Marcello Pera y el entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Este diálogo pretende demostrar cómo, gracias al relativismo y al abandono de las ideas que le dieron origen, Europa (y en general Occidente) ha perdido sus raíces (de ahí el título) y, por tanto, no sabe hacia dónde va.

Pera menciona que uno de los rasgos esenciales y únicos de Occidente es su capacidad de autocrítica. Sin embargo, denuncia que esta autocrítica ha llegado al extremo de convertirse en un sentimiento de culpa. Así, los supuestos aspectos negativos de nuestra civilización han, en apariencia, superado a los grandes logros y aportaciones que hemos hecho a la humanidad. Por lo mismo, y a pesar de que para el relativismo todas las formas de pensamiento y todas las creencias valen lo mismo (en teoría), los valores occidentales son despreciados y vistos con desagrado. Como ejemplo de esto, afirma Ratzinger: “cualquiera que deshonre la fe de Israel, su imagen de Dios o sus grandes figuras está obligado a pagar una multa. Lo mismo sucede para cualquiera que deshonre al Corán y las convicciones del Islam. Pero cuando se trata de Jesucristo y de lo que es sagrado para los cristianos, en cambio, la libertad de expresión se vuelve el bien supremo.” Esto demuestra que ese sentimiento de culpa se ha convertido en un sentimiento de odio de Occidente hacia sí mismo, sentimiento por demás patológico.

En el caso particular de México, este sentimiento de auto-desprecio es muy patente entre los católicos. Nos han dicho tantas veces que la sumisión de nuestro pueblo se debe a la opresión de la Iglesia, que la corrupción y la ignorancia son producto de tantos años de complicidad entre las autoridades eclesiásticas y las civiles, que tanto derramamiento de sangre se ha debido al “fanatismo” de los católicos que ya hasta nos la creemos. Nos avergonzamos tanto de nuestro pasado (o más bien, de la imagen negativa que nos han pintado de nuestro pasado) que preferimos fingir que somos algo distinto.

Parece ser que el miedo a la opinión de la sociedad ha llegado a tener más peso que el mandato de Cristo de ser “sal de la tierra” y “fermento en la masa”. Este sentimiento de miedo nos ha llevado a una parálisis cultural y social que la ha hecho mucho daño a nuestro país. Ya hablaba de ello Carlos Castillo Peraza en su artículo Conservadores y Pieles Rojas (Vuelta, num. 92, julio de 1984) respecto a las élites católicas. Definía el complejo de pieles rojas como la actitud de que “en la reservación nos ponemos las plumas y los mocasines, danzamos e invocamos al Gran Espíritu. Luego, derrotados por la modernidad liberal, nos disfrazamos de blancos para vivir tranquilos, sin temor a la burla y al adjetivo”, es decir, en nuestras casas somos muy creyentes, pero en la calle dejamos de serlo. Somos católicos hasta donde termina nuestra casa y empieza la vía pública.

Gracias a esa cobardía que no ha sabido defender nuestras raíces, resulta que ahora es bien visto arreglar tu casa siguiendo las enseñanzas del Feng Shui, pero colocar un crucifijo o una imagen religiosa no por no parecer “intolerante”. Puedes leer los horóscopos y regir tu vida por los astros sin problema alguno, pero pedirle un “milagrito” a la Virgen de Guadalupe o a algún santo no es más que superstición. Practicar yoga es una excelente manera de relajarte y de “estar en armonía contigo mismo” (¿qué significa eso?), pero irte de retiro es algo propio de un fanático. Repetir mantras como un ejercicio de meditación es una muestra de que eres una persona en contacto con su lado espiritual, pero repetir Aves Marías al rezar el rosario sólo demuestra que eres un “mocho” que cree que la religión sólo son los rituales.

Marcello Pera sostiene que a Occidente le ha sido declarada la guerra. Lo mismo podemos decir respecto al Cristianismo y, en consecuencia, a nuestra cultura mexicana, tan profundamente cristiana. Desgraciadamente, parece que los occidentales (y muchos católicos) preferiremos morir como cobardes encerrados en nuestros propios temores. Huimos de la idea de combatir como nuestros antepasados lo hicieron en las Cruzadas. Ni nos pasa por la cabeza morir dando testimonio de la Verdad como lo hicieron los mártires cristianos en el Coliseo romano. Para nuestra generación, parece que la mejor opción es dejarse morir sin pena ni gloria, morir en la más absoluta mediocridad.

¿Qué podemos hacer para dejar atrás esa cobardía y luchar por el futuro de nuestra cultura y nuestra civilización? Siguiendo a Castillo Peraza, debemos superar el complejo de pieles rojas. Debemos pues, constituir “minorías creativas” (como señala Ratzinger) que salgan a transformar la cultura desde adentro. Minorías preparadas que no tengan miedo a debatir y a defender lo que consideran que es lo verdadero. Estas minorías se convertirán en los liderazgos sociales y culturales que se necesitan para ir transformando (a través de su ejemplo) la forma de pensar de la sociedad. Sólo a través de una verdadera lucha cultural podremos triunfar. El padre Cantalamessa dejó muy en claro que la pretensión de imponer el pensamiento cristiano a través de leyes está condenada al fracaso. En cambio, si se transforma a la sociedad en su misma estructura, las leyes que existen se irán transformando para adecuarse a esa nueva realidad social. Esto no es nuevo ya que así fue como el Cristianismo llegó a triunfar sobre el paganismo romano.

Al igual que con Occidente en general, México está perdiendo sus raíces. Cada vez tenemos una sociedad más consumista, más hedonista, más carente de valores trascendentes. Hemos abandonado todos aquellos valores y principios que nos hacían mexicanos, que nos daban una razón de ser. El “México siempre fiel” parece estar dejando de ser fiel. Los católicos estamos llamados a defender nuestra cultura y nuestras tradiciones. No podemos seguir siendo cobardes. El futuro de nuestra cultura mexicana, el futuro de nuestra civilización occidental, depende de nuestra respuesta.

domingo, 18 de enero de 2009

Defendiendo a la familia

Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen.
G.K. Chesterton

Manteniendo el espíritu propuesto por el Padre Cantalamessa de no dedicar tiempo de más a refutar los errores ajenos, sino de enfocarlo a exponer la Verdad, concluyó el Congreso Teológico-Pastoral del VI Encuentro Mundial de las Familias. Fue con este espíritu que el Congreso se enfocó a explicar por qué el modelo de familia tradicional (tan atacado hoy en día) no sólo es una buena, sino la mejor opción para la sociedad.

En este sentido, la exposición de la Profra. María Sophia Aguirre dejó muy en claro que las familias unidas son lo mejor para los niños en todos los aspectos: psicológicos, espirituales, sociales, académicos e incluso económicos. Además, mostró con datos duros que las diferencias entre las familias unidas y las demás son bastante significativas, por lo que no queda duda alguna en sus afirmaciones a favor de la unidad familiar.

Esto tiene todo el sentido del mundo. Si los niños pueden desarrollarse en un ambiente de apoyo mutuo y de respeto, con disciplina cuando ésta es necesaria, con padres responsables que los educan, es claro y evidente que tienen una mayor probabilidad de vivir mejor. No significa que en otras situaciones sea imposible para los niños desarrollarse plenamente o que una familia unida signifique automáticamente que todos los hijos tendrán éxito en sus vidas. Sin embargo, una familia unida facilita las cosas.

Ahora bien, si el deber de un gobierno es gestionar el bien común y un elemento vital para lograr el bien común es la unidad de las familias (como se demostró en la exposición de la profesora), entonces es un deber del gobierno fomentar la unión familiar. Esta es la premisa en la que se ha basado la Iglesia para pedir el apoyo gubernamental al modelo de familia tradicional (que más que modelo tradicional es el único modelo).

¿Acaso esto deja “desprotegidas” a las “demás formas” de familias como ha dicho más de un periodista y más de un político de la izquierda? ¿Acaso la Iglesia está discriminando a esos “modelos alternos” de familia? Para nada. En primer lugar porque no existen “modelos alternos” de familia (cosa que discutiré en otra ocasión) y en segundo lugar porque lo único que se pide es que se apoye aquello que es más benéfico para la sociedad.

El Estado tiene el deber de ayudar, según el principio de subsidiariedad, a aquellas personas que se encuentran en alguna situación familiar adversa (tal como las madres solteras, las viudas o los huérfanos). La Iglesia nunca ha dicho que no se les debe ayudar. Al contrario, a lo largo de la historia, ésta se ha caracterizado por mantener orfanatorios, asilos y otras instituciones encargadas de velar por aquellos que han perdido a sus familias. La sociedad en general debe trabajar para que se presenten el menor número de casos como éstos.

Por otro lado, como ya señalé más arriba, el Estado debe proteger y motivar a que se mantenga la unidad de las familias, ya que esto es lo mejor para los propios ciudadanos y el Estado existe precisamente para velar por los ciudadanos. Por eso resulta ilógico que se aprueben leyes y políticas públicas que atentan contra la unión familiar. Un ejemplo de esto es la reciente aprobación de legislación en materia de divorcio, con lo cual este rompimiento se vuelve un mero trámite más. El divorcio no se debe incentivar o facilitar, ya que con eso se trivializa el matrimonio. El problema de fondo es que generalmente, estos matrimonios “triviales” dan lugar al nacimiento de hijos que después tienen que sufrir el rompimiento de sus padres. Es decir, lo más grave del divorcio (además de la experiencia dolorosa para la pareja) es que los hijos quedan en medio.

Ese es el punto principal al que quiero llegar. ¿A quiénes debemos darle prioridad en las políticas públicas familiares? ¿A los adultos o a los niños? Recordemos que el Estado debe proteger ante todo a los más débiles de la sociedad. Por ende, los legisladores deben tener en la mira precisamente a los más desprotegidos a la hora de elaborar leyes sobre las familias: a los niños. Deben ser protegidos porque son personas con la misma dignidad que los adultos. No son un bien al que tienen derecho los padres.

Esto nos lleva a otro punto polémico pero que debe ser tratado. El problema de las madres solteras y de las parejas homosexuales.

Toda mujer tiene derecho a la maternidad, pero al igual que cualquier otro derecho implica una obligación. Esta obligación consiste en vivir una maternidad responsable, en la que vele primero por el bien de su hijo. En la actualidad, muchas mujeres viven este derecho como si fuera igual al derecho a tener una mascota. Este derecho lo ejercen no pensando en el bien de su hijo sino en su derecho a desarrollarse como mujeres (sea lo que sea que eso significa…). Por lo mismo, se creen con el derecho a tener un hijo sin preocuparse porque su hijo tenga un padre. Esto no es así. Todo niño tiene derecho a una familia íntegra y el gobierno debe trabajar porque ello sea así. El caso en que una mujer queda embarazada y es abandonada por su pareja (caso que ocurre con frecuencia) es distinto. En estas situaciones, el gobierno y la sociedad en general debe estar ahí para apoyar a la madre y a su hijo. Sin embargo, las mujeres deben actuar con mucha prudencia (y los hombres deben ser hombres y actuar con responsabilidad) para evitar que esto suceda, ya que no es lo mejor para sus hijos.

El caso de las parejas homosexuales es algo parecida. Los defensores de los supuestos derechos de los homosexuales arguyen que éstos tienen el derecho a adoptar niños. Esto no lo hacen pensando en el bien de los niños (por más que lo digan) sino como un derecho que los coloque al mismo nivel que las parejas heterosexuales. Por tanto, ven a los hijos no como fines en sí mismos (como personas), sino como medios de “igualación” social. Para ellos sólo son un escalón más en su escalada social.

Podemos concluir pues, que la responsabilidad de los gobernantes ante las familias es la de fomentar su unión y su estructura “tradicional”. No porque lo diga la Iglesia o porque se quiera discriminar a las otras formas de organización, sino porque es lo mejor para los niños. Éstos, al ser los miembros más débiles de la sociedad, son los que deben de ser el centro y la prioridad de las políticas públicas familiares.

miércoles, 14 de enero de 2009

Revalorando el matrimonio

Hoy se inauguró el VI Encuentro Mundial de las Familias, convocado por su Santidad Benedicto XVI y organizado por el Consejo Pontificio para la Familia junto con el Episcopado Mexicano. La conferencia inaugural estuvo a cargo del predicador de la Casa Pontificia, el Padre Raniero Cantalamessa y se tituló “Las relaciones y los valores familiares según la Biblia”.

En la parte final de su conferencia, cuando se refería a lo que la Biblia nos puede dejar hoy, el Padre Cantalamessa explicó algunos de los errores más comunes que cometemos: “[…]pasar todo el tiempo rebatiendo las teorías contrarias, acabando por darles más importancia de la que merecen. Ya Pseudo-Dionisio el Areopagita observaba cómo la proposición de la propia verdad es siempre más eficaz que la confutación de los errores ajenos.”

Precisamente el día de hoy se evitó caer en este error. A lo largo de las conferencias, más que rechazar las propuestas modernas de redefinición del matrimonio y de la familia, se realizó una exposición clara y concisa de la Verdad acerca del ideal cristiano de familia. Tal fue la profundidad, y a la vez la sencillez, con que se habló del tema que no me queda la menor duda de su veracidad. Mi explicación de las enseñanzas del Encuentro seguirá la línea de pensamiento de Cantalamessa y haré un uso muy intensivo de sus palabras, ya que es mucho más elocuente que yo.

En una primera instancia, Cantalamessa sugiere que redescubramos, como sucedió en el Concilio Vaticano II, el sentido auténtico del matrimonio. Junto con los valores importantísimos de la procreación y educación de los hijos debe estar el mutuo amor y la ayuda entre cónyuges. Es sólo a través de la entrega mutua, es decir, del convertirse en un don para el otro, que los esposos pueden realizarse plenamente. Esta capacidad de “expresar amor”, como señala Juan Pablo II, está plasmada en el mismo cuerpo humano, en su misma sexualidad. Cantalamessa señala que Benedicto XVI ha ido todavía más allá con su encíclica Deus caritas est, al hacer evidente la estrecha relación entre el eros (en términos llanos, la atracción física o sexual) y matrimonio. Ahora bien, se acusa con frecuencia a la Iglesia de considerar al sexo como pecado. Esta imagen negativa sin duda alguna fue influenciada por algunos de los grandes pensadores cristianos, como San Agustín. Sin embargo, una lectura cuidadosa de los Evangelios (y principalmente de las palabras de Jesús) nos muestra una nueva perspectiva de la sexualidad humana. Una sexualidad completamente contracorriente de lo que la sociedad actual exige, pero la única sexualidad que se puede vivir a plenitud.

Esta nueva perspectiva sobre la sexualidad consiste en entenderla desde un punto de vista trinitario. Así, la unión conyugal trasciende el plano físico o natural para ser una imagen del amor que existe dentro de la misma Trinidad. Cantalamessa habla de que el amor entre Dios Padre y Dios Hijo, más que dar lugar a una persona en singular, da lugar a una persona en plural, a un “nosotros”: el Espíritu Santo. Así, el matrimonio cristiano se da entre un “yo” y un “tú” de los que surge un “nosotros”. En Dios este amor y esta entrega son tan perfectos que Tres personas se vuelven literalmente Un solo ser. En la pareja, el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y convertirse en “una sola carne”. De esta forma, se revela y se entiende por qué Dios creó al hombre varón y mujer. Creó los sexos para que el hombre pudiera “salir del propio aislamiento y egoísmo, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.

Ahora bien, cuando esta unión carnal no se da del modo adecuado (según los planes divinos), nos deja insatisfechos. Cantalamessa recurre a un dicho de los antiguos para explicar esto: "Post coitum animal triste: como cualquier otro animal, el hombre después de la unión carnal está triste”. Y, para dejarlo bien claro, recuerda las palabras del poeta pagano Lucrecio (palabras que seguro sonrojarán a más de uno): “Se estrechan ávidamente al cuerpo y mezclan la saliva boca a boca, y jadean, apretando los labios con los dientes; pero en vano; porque no pueden arrancar nada, ni penetrar y perderse en el otro cuerpo con todo el cuerpo”. ¿Qué nos dice la sociedad actual que hagamos para llenar este vacío? “En lugar de modificar la calidad del acto, se aumenta su cantidad, pasando de un partner a otro”, nos contesta Cantalamessa.

¿Cuál es, entonces, el fin real de la unión sexual? “[…] que, a través de este éxtasis y fusión de amor, el hombre y la mujer se elevaran al deseo y tuvieran una cierta pregustación del amor infinito; recordaran de dónde venían y a dónde se dirigían”. Para Cantalamessa (fuertemente influido por la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II), el acto sexual tiene un valor religioso. El matrimonio debe ser un sacramento no sólo recibido sino vivido.

Por ello plantea proponerle a parejas de futuros esposos cristianos la altísima meta de vivir el matrimonio de acuerdo con el plan original de Dios, de estar a la altura del proyecto divino de amor entre el hombre y la mujer.
Concluyo de la misma manera en que el Padre Cantalamessa concluyó, con las palabras del poeta Claudel:

Se trata de un diálogo entre la protagonista femenina del drama, que combate entre el miedo y el deseo de rendirse al amor, y su ángel custodio:

- Entonces, ¿está permitido este amor de las criaturas, una hacia otra? ¿Dios no tiene celos?
- ¿Cómo podría estar celoso de lo que ha hecho Él mismo?
- Pero el hombre, en brazos de la mujer, olvida a Dios...
- ¿Se le olvida estando con Él y siendo asociados al misterio de su creación?

domingo, 11 de enero de 2009

Tocando fondo

La Compañía de Jesús, mejor conocida como la orden jesuita, nació como la punta de lanza en la reacción Católica contra el Protestantismo. Los jesuitas se encargaron de dirigir la Contrarreforma y fueron tan eficaces en su labor que pronto se convirtieron en la orden más influyente dentro de la Iglesia Católica. Se volvieron tan influyentes que esa influencia empezó a representar un problema para los gobiernos, dado que los jesuitas hacían un voto adicional de obediencia y fidelidad al Papa. Dado que en esa época no existía una separación clara entre Iglesia y Estado, esta fidelidad a un “soberano extranjero” fue motivo suficiente para que los jesuitas fueran expulsados de muchos países (como de España por la dinastía Borbón).

La gran influencia que tenían los jesuitas se debió ante todo a que educaban a las élites intelectuales. Todavía a principios del siglo XX dirigían los movimientos de estudiantes católicos. Los inspiraban a estudiar y a luchar por una sociedad más justa y equitativa. Desgraciadamente, llegó un momento en que los jesuitas perdieron la brújula y se dejaron seducir por filosofías negativas, como el marxismo, y dieron al traste con todo lo que habían logrado anteriormente.

Hoy tuve la oportunidad de leer en el periódico Reforma un ejemplo de cómo esta orden ha perdido el rumbo. En la sección cultural, en un artículo titulado “La moral de la Iglesia ha caducado.-Maza”, Enrique Maza, sacerdote jesuita, habla acerca de lo que él considera que son los problemas de la Iglesia Católica a la que dice pertenecer. Sin embargo, una lectura cuidadosa de sus palabras nos demuestra que está muy lejos de ser católico.

En el referido artículo, nos encontramos con varios puntos muy preocupantes. Maza acusa a la Iglesia de no predicar la Biblia, sino su propia doctrina (acusación que la Iglesia ha recibido de parte de los protestantes desde la Reforma), pero, a la vez, hace una serie de afirmaciones que son totalmente opuestas con las enseñanzas de Jesús descritas en la Biblia.

De entrada, queda por demás claro que Maza piensa “según el siglo”, es decir, según la mentalidad actual que una y otra vez ha mostrado estar errada. Con ello contradice a Cristo quien afirma que debemos estar en el mundo sin ser del mundo (Juan 15: 18). Sus palabras reflejan una concepción relativista para la cual la Verdad no existe (ya que cada quien puede tener su propia “verdad”), cosa que también va contra las propias palabras de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús afirma que “la Verdad os hará libres” (Juan 8: 32). Si la Verdad no existe, entonces ¿cómo nos hará libres? Maza se pregunta si el Papa es más que Jesús cuando sus palabras parecen mostrar que él es el que se cree más que Jesús (ya que se atreve a contradecirlo).

Después afirma que: "Es gente que le pide a Dios todo y espera de Dios todo. Pero no es cierto. Nosotros somos los responsables de nuestra vida, de nuestros deseos y ambiciones, de nuestra pequeñez o grandeza. Nosotros. Soy yo quien tengo que confrontar mi vida, mis acciones y mis palabras con lo que Jesús dice y fue". A lo cual yo le contesto: ¿No fue Cristo mismo quien nos dio la suprema lección de que debemos pedir y esperar todo de Dios? ¿Acaso no fue Cristo quien dijo que debíamos esperar todo de Dios al extremo de “vivir como las flores del campo y como las aves del cielo que no se preocupan por comida o vestido” (Lucas 12: 22-34)? ¿Acaso no fue Jesús el que les enseño a sus discípulos a orar pidiendo al Padre el “pan nuestro de cada día” (Mateo 6:11)? ¿No fue ese Jesús el que nos dijo que oráramos y pidiéramos sin desanimarnos (Lucas 18: 1-7), o que en el Monte de los Olivos rindió su voluntad completamente a Dios Padre (Mateo 26: 36-45)? ¿No era Jesús el que esperaba a que los enfermos se acercaran a Él y le pidieran ser curados? ¿Cómo pues nos dice Maza que no debemos esperar todo de Dios cuando Jesús ha enseñado lo contrario?

Continúa Maza respondiendo a la pregunta de si el sexo es pecado: “No, pecado es forzar a alguien. Si el sexo hace daño, está mal, pero en la medida en que sea una manera bella de expresar el amor, me parece maravilloso". Con lo cual estoy parcialmente de acuerdo. El sexo, si se da en el momento y en las condiciones adecuadas no es pecado. Es algo extraordinario, es una imagen (aunque imperfecta) del amor perfecto de la Trinidad, como enseñaba Juan Pablo II. Sin embargo, para Maza lo único que lo hace malo es si se fuerza a alguien. ¿Qué tal cuando se hace libremente pero con el mero fin de utilizar a la otra persona como un medio para obtener placer? ¿No está eso mal? Parece que para el jesuita no. Además, ya que se considera defensor de la Biblia, ¿no enseña ésta que el sexto mandamiento, escrito por Dios mismo, dice: “No fornicarás” (Éxodo 20:14)? ¿Aún así se atreve a decir que la Iglesia es la que ha distorsionado la enseñanza bíblica?

En cuanto al aborto nos dice: “Se hacen unas bolas... pero yo digo, un feto no empieza a ser humano antes del sexto mes, porque no se han formado las células cerebrales. Y donde no hay cerebro, no hay ser humano”. Esta frase refleja un materialismo impresionante. Para Maza es el cerebro lo que nos hace humanos, no el alma. Con ello niega la enseñanza filosófica aristotélico-tomista según la cual la esencia del hombre (o sea, lo que lo hace hombre) es el alma. Además, así encontramos todavía otra contradicción a lo que enseña la Biblia, que claramente señala que el hombre empezó a ser hombre no cuando fue formado con polvo de la tierra, sino al recibir el “soplo de vida” (el alma) de parte de Dios (Génesis 2: 7). Otra afirmación suya que refleja su pensamiento materialista es la siguiente: “El propósito no es ir al cielo, sino obrar de tal manera que Dios reine en la tierra”. Esto es más parecido al ideal marxista que al ideal cristiano. Efectivamente buscamos implantar el reinado de Dios en la tierra, pero, como bien señala Santo Tomás de Aquino, tenemos como fin último la unión perfecta con Dios, lo cual sólo es alcanzable en el cielo. Por tanto, Maza niega las enseñanzas de uno de los más importantes Doctores de la Iglesia. Como si su trabajo periodístico en la revista Proceso y en el Excélsior le diera una mayor autoridad filosófica y teológica que la que obtuvo el Aquinate al escribir la Suma Teológica.

Por último, afirma que “Mi sacerdocio no ha consistido en decir rosarios, misas y confesar, rara vez hice esas cosas. Mi apostolado era otro; como Jesús, el supremo sacerdote, que se dedicó a recorrer Palestina hablando y tratando de convertir a los demás, denunciando a quienes explotaban al pueblo”. Extraño que se refiera a su vocación como sacerdocio, cuando Jesús mandó a sus apóstoles precisamente a hacer eso que Maza rara vez hizo. En la Última Cena Cristo dijo claramente: “Hagan esto en conmemoración mía” (Lucas 22: 19). Es decir, que repitiéramos con frecuencia la celebración Eucarística (la Misa). A lo largo de su vida pública, Jesús se dedicó no sólo a curar a los enfermos, sino, más importante aún, a perdonar sus pecados, mismo poder que les transmitió a sus apóstoles (la Confesión). Y, aunque el rosario no tiene un origen bíblico, va en plena concordancia con el amor que debemos tenerle a la Madre que Cristo mismo nos dio (Juan 19: 25-27). Por ello, se me hace incongruente que Maza se refiera a su vida como una vida de sacerdote católico.

Leer este artículo me causó una profunda tristeza, ya que nos muestra el grado al que ha decaído la Compañía de Jesús. He rezado, sobre todo pidiendo la intercesión de su fundador San Ignacio de Loyola, porque esta orden esté tocando fondo para pronto rebotar y regresar a ocupar el lugar que ha dejado abandonado.

miércoles, 7 de enero de 2009

Chesterton y la Verdad

Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.
G.K. Chesterton

Gilbert Keith Chesterton es uno de esos autores a los que lees una vez y que te cautivan para siempre. Su estilo mordaz y su humor netamente inglés hacen que su lectura arranque carcajadas a los lectores. Yo me he convertido en un admirador de todo su trabajo, desde su poesía hasta sus escritos apologéticos, desde su novela fantástica (la cual admiraba otro maestro de la literatura: Jorge Luis Borges) hasta sus biografías. Ahora bien, leer a Chesterton implica un cierto “peligro”, como bien lo afirma Dale Ahlquist en el prólogo de la nueva edición de The Catholic Church and Conversion. Representa un “peligro” para aquellos que no piensan igual que él, ya que sus argumentos son tan convincentes, que al final muchos terminan sucumbiendo ante ellos. Existen muchas personas que se han convertido al catolicismo a raíz de leer a este magnífico autor.

¿Qué hace que Chesterton haya influido tanto sobre la forma de pensar de otros? ¿Qué hace que hoy, casi cien años después de su muerte, siga siendo tan válido como cuando vivía? Lo que lo hace atractivo es que está plenamente convencido de que habla con la Verdad. Habla con tanta seguridad porque todas sus afirmaciones están enraizadas en la Verdad. Chesterton sabe que lo que dice es cierto y, por lo tanto, se siente con toda la seguridad de decirlo. Por lo mismo, puede compartir esa Verdad con sus lectores en un lenguaje sencillo, lleno de ejemplos y comentarios hilarantes.

Ahora bien, Chesterton es el ejemplo perfecto de un tomista. No sólo por la extraordinaria biografía (considerada la mejor) del “Buey Mudo” que escribió, sino por su técnica argumentativa. La filosofía tomista (aristotélica) sostiene que los primeros principios, es decir, aquellas verdades que son el fundamento de toda la Filosofía, son conocidos (en forma intuitiva) por todos los seres humanos. Este conocimiento intuitivo de los primeros principios es lo que llamamos Sentido Común. Chesterton hace un uso tan intensivo del sentido común que era conocido, tanto por sus admiradores como por sus oponentes, como el “Apóstol del Sentido Común”. Toda su obra consiste en hacer visible lo evidente, en demostrarnos que todos poseemos los medios para llegar a la Verdad. A la misma Verdad a la que él llegó después de muchos años de búsqueda.

Sucede pues, que cuando empiezas a leer a Chesterton, te sucede lo siguiente: primero lo aceptas en forma condescendiente, como un autor humorista; después empiezas a descubrir poco a poco la cantidad de verdades que dice y, cuando menos te lo esperas, te encuentras intentando huir de la atracción tan fuerte que ejerce su obra sobre ti. Estas fases son las mismas que Chesterton señala como fases de la conversión al catolicismo. Son las mismas porque son las fases por las que pasamos todos los que hemos hallado al fin la Verdad.

Por eso Chesterton es un autor “peligroso”. Porque al leerlo corremos el “peligro” de llegar a la Verdad.

martes, 6 de enero de 2009

El "aberrante" precio de la gasolina

Hace rato, el presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, César Duarte salió con la ocurrencia de declarar que el precio que pagamos en México por la gasolina es “aberrante”. Además, culpó al Ejecutivo Federal de “afectar a la economía” con estos precios tan “elevados”. Claramente el señor Duarte no tiene la menor idea (o si la tiene, se hace el loco con fines políticos) de cómo funciona la economía. Actualmente los precios de gasolina en otros países han bajado con la caída de los precios del petróleo, sin embargo, en México esto no importa ya que la gasolina tiene un precio fijo. Es decir, cuando el precio del petróleo subió y la gasolina en todos los demás países era carísima, en México costaba lo mismo que ahorita que los precios han caído mundialmente.

Ahora bien, en estos momentos, la gasolina en México está cara comparada con la gasolina en Estados Unidos, donde no existen demasiados impuestos sobre la misma. En cambio, en los países europeos se cobran impuestos muy elevados sobre la gasolina, de tal manera que ésta es mucho más cara allá que aquí. Claro, que si quiere gasolina barata, que vaya a Venezuela donde el gobierno la subsidia todavía más de lo que se subsidia aquí.

Por otro lado, el señor Duarte parece olvidar que la situación actual de la gasolina y el petróleo en México es consecuencia, en primer lugar, de 70 años de pésimos gobiernos emanados de su partido (el PRI) que desaprovecharon por completo el auge petrolero que tuvimos; y, en segundo lugar, a que su partido se opuso en los puntos más importantes a la reforma de PEMEX que presentó el presidente Calderón. Por tanto, las condiciones de ineficiencia en las que opera PEMEX y que afecta a todo el ciclo productivo de la gasolina se lo debemos a estos señores. No olvidemos también que el sindicato petrolero (uno de los mayores lastres que hay en este país) siempre ha sido una extensión del PRI. No hay mejor evidencia que el caso de los millones de pesos que se robaron de PEMEX para apoyar la candidatura de Francisco Labastida en el 2000. Creo que el señor Duarte mejor debería de callarse y evitar criticar situaciones que ellos han creado y para las cuales no han presentado UNA solución.

Esto es un ejemplo más del PRI queriendo presentarse como salvadores del país cuando a ellos les debemos la situación precaria del mismo. ¡No permitamos que regresen los dinosaurios (por muy jóvenes que sean) regresen al gobierno!

jueves, 1 de enero de 2009

Ante la crisis: sobriedad y solidaridad

El nuevo año inicia en medio de una crisis económica a nivel mundial. Miles de empleos se han perdido, grandes corporaciones están al borde de la quiebra e incluso los gobiernos más liberales, económicamente hablando, han tenido que intervenir. Ante esta difícil situación, la respuesta de la mayoría de los inversionistas, empresarios y consumidores ha sido una de pánico y desconfianza. Todo esto genera un círculo vicioso en que los inversionistas y empresarios retiran su dinero para “protegerlo” (sin importar que desprotejan a tantos trabajadores) y empeoran la situación. Resulta pues, que el motor principal del sistema económico liberal, el interés personal, es a su vez el agravante de esta crisis económica.

De todas las opiniones que he leído acerca de lo que nos espera en este año que comienza, la que más me ha gustado es la del Papa Benedicto XVI en su mensaje de Año Nuevo. Lo primero que nos dice es que debemos enfrentar la dura realidad económica sin miedo. Es decir, debemos reconocer la dificultad de la situación, pero no podemos perder la cabeza fría para enfrentarla. El pánico sólo empeora las cosas (como ya hemos visto en los últimos meses) y cuando se trata de la economía de miles de familias, debemos obrar con extrema precaución.

En segundo término, nos invita a “combatir la pobreza con pobreza”. Para ello hace una distinción entre la pobreza que ofende a la dignidad de las personas: la pobreza extrema en que viven millones de seres humanos; y la pobreza “elegida”: la pobreza evangélica. La pobreza evangélica mejor la podríamos entender como sobriedad. Es decir, vivir con lo necesario, evitar los gastos superfluos y el consumismo desenfrenado. ¿Cómo pueden haber personas que gastan miles o millones de dólares en lujos mientras tantos otros no tienen ni qué comer? En este sentido, existe otra pobreza que se vive sobre todo en los países y en las clases sociales más ricas: la miseria moral y espiritual. Esta pobreza que no se preocupa por los más necesitados y que es resultado de una ideología que sitúa al individuo como el valor supremo. La sobriedad a la que nos invita el Papa es una forma de solidaridad con aquellos que tienen menos que nosotros, es una invitación a compartir, aunque sea en forma muy light, su sufrimiento.

Por último, su Santidad nos propone “globalizar la solidaridad”. Para ello, nos reta abiertamente a revisar el sistema de desarrollo prevaleciente. Nos reta a realizar cambios que tengan un impacto en el largo plazo, no sólo soluciones temporales a la crisis económica actual. Estos cambios son necesarios para arreglar otras crisis (quizá más preocupantes), más allá de la económica, tales como la crisis moral, la crisis cultural y la crisis ecológica. Existe un estrecho vínculo entre todas ellas, de manera que podemos aprovechar el momento para arreglarlas.

Para ello, debemos romper el círculo vicioso del individualismo e iniciar un círculo virtuoso que realmente ofrezca una respuesta a la pobreza. La construcción de este círculo virtuoso, basado en la solidaridad y la sobriedad (o “pobreza elegida”) es a lo que estamos llamados en este año que inicia. Debemos ser sobrios en el consumo y en el gasto y ahorrativos en lo que podamos. Debemos ser solidarios con los que nos rodean. Creo que todos tenemos por lo menos una hora a la semana que podamos dedicar a los que más nos necesitan.

En lo económico, debemos buscar formas alternativas de organización. Las cooperativas han demostrado ser eficaces y además han beneficiado a miles de trabajadores alrededor del mundo. En una situación como la actual, sería muy benéfico que se crearan más cooperativas que no sólo estuvieran generando empleos, sino realmente mejorando el nivel de vida de los trabajadores y de sus comunidades. Las empresas tradicionales también deben buscar un giro más social. Se sabe que las empresas socialmente responsables son capaces de competir sin problemas contra empresas de corte tradicional. Es más, el trato digno a los trabajadores y la búsqueda de su mejoramiento personal tiene un impacto positivo en el avance y competitividad de las empresas. Por tanto, debemos buscar organizaciones económicas que fomenten la solidaridad y el trabajo en común, no sólo la competencia. Debemos crear empresas que se enfoquen no en generar riquezas sino comunidades de trabajo. Las utilidades llegarán como consecuencia lógica.

En fin, este año nuevo inicia con muchos retos y con mucho trabajo para todos…