miércoles, 30 de junio de 2010

Humanae vitae explicada (parte 4) / Humanae Vitae explained (part 4)

El propósito de Humanae Vitae es declarar si los anticonceptivos artificiales son moralmente aceptables o no. Busca afirmar la postura oficial de la Iglesia Católica respecto a ellos. Esa postura es bastante clara:

“[...] debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas.

Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.”

La pregunta que surge naturalmente es: ¿por qué? ¿Por qué la Iglesia tiene una perspectiva tan negativa sobre la regulación artificial de la natalidad? La explicación es simple ya que la clave está en que el amor conyugal debe ser un don total de uno mismo. Ambos esposos deben entregarse totalmente el uno al otro. Este don total de uno mismo incluye, obviamente, sus capacidades reproductivas. Cuando uno de los cónyuges le niega esta capacidad a su pareja, el don deja de ser un don total. Este amor se vuelve incompleto.

Mucha gente argumenta que existen parejas infértiles y que, si lo dicho es cierto, entonces su amor también estaría incompleto. Pablo VI responde diciendo que este no es el caso. Su amor sigue teniendo la capacidad de ser una entrega total pues la infertilidad no significa que uno de los cónyuges esté quedándose con algo. Simplemente no tienen fecundidad alguna para entregar al otro. De forma similar, la planificación natural de la familia se basa en este principio. Durante los periodos en que una mujer es infértil, no tiene esa fertilidad para dársela a su esposo. La inmoralidad de los anticonceptivos artificiales reside en el hecho de que son una negación del don total de uno mismo. En consecuencia, el acto conyugal se vuelve moralmente inaceptable pues uno de los esposos se está quedando con una parte de sí mismo, haciendo que el acto se vuelva egoísta y, por tanto, contrario al significado mismo del amor. Un acto sexual fuera del contexto del amor es inmoral pues se presta a hacer del otro un objeto. El acto mismo queda reducido a algo indigno de la dignidad humana.

Dado que el amor es una decisión, es decir, un acto de la voluntad guiada por la luz de la razón, éste trae consigo una responsabilidad. A esto es a lo que se refiere Pablo VI cuando habla de paternidad responsable. La paternidad responsable en este sentido es totalmente diferente al término, contradictorio en sí mismo, que utilizan los defensores de los anticonceptivos. Es ridículo que aquellos que presionan por remover toda consecuencia del acto sexual hablen de responsabilidad, sobre todo porque responsabilidad significa aceptar las consecuencias de tus actos. Pablo VI, por otro lado, ofrece una explicación coherente y racional de lo que es la paternidad responsable. Empieza con el reconocimiento, tanto por el hombre como por la mujer, de sus deberes hacia Dios, hacia ellos mismos, hacia sus familias y hacia la sociedad. También implica reconocer el hecho de que existen muchas realidades externas a nosotros que no debemos alterar caprichosamente, particularmente si pertenecen al orden natural. Una vez que se ha reconocido esto, es posible hablar de paternidad responsable. La paternidad responsable consiste en usar nuestra voluntad y nuestra razón no para hacer todo lo que deseemos sino para hacer lo que es bueno. Deben usarse para elevar a la humanidad, no para denigrarla. Por tanto, paternidad responsable significa que tanto la razón como la voluntad deben controlar nuestras emociones e instintos de forma que la sexualidad se ponga al servicio del amor. El amor es lo opuesto del egoísmo, por ello, se deben aceptar nuevos nacimientos aún cuando representen un sacrificio para los padres. Una pareja sólo puede decidir no tener más hijos cuando existan razones serias para hacerlo. Motivos egoístas, como querer mantener un cierto nivel de vida, no son razones serias. Un aspecto de la paternidad responsable que frecuentemente se deja de lado es la responsabilidad social que la pareja adquiere. Las consecuencias de ignorar esto se han vuelto evidentes en nuestros días. Los niños son necesarios para mantener el orden social. Sin ellos, la población envejece hasta el punto de volverse imposible de sostener. Tal es el caso de muchos países europeos. Los padres tienen la obligación social de darle vida a nuevos individuos de tal forma que la sociedad pueda ser preservada. Hacer lo contrario es auto-destructivo. Pablo VI anuncia, de forma profética, las formas en que los anticonceptivos artificiales pueden causar esta destrucción. Ese es el próximo tema a cubrir.



The purpose of Humanae Vitae is to declare whether artificial contraceptives are morally acceptable or not. It seeks to declare the official stance of the Catholic Church with respect to them. That stance is quite clear:

“We are obliged once more to declare that the direct interruption of the generative process already begun and, above all, all direct abortion, even for therapeutic reasons, are to be absolutely excluded as lawful means of regulating the number of children. Equally to be condemned, as the magisterium of the Church has affirmed on many occasions, is direct sterilization, whether of the man or of the woman, whether permanent or temporary.

Similarly excluded is any action which either before, at the moment of, or after sexual intercourse, is specifically intended to prevent procreation—whether as an end or as a means.”

The question that naturally arises is: why? Why does the Church have such a negative view on artificial contraception? The explanation is simple and the key to it is that spousal love is meant to be a total gift of self. Both spouses are meant to give themselves completely to each other. This total gift of self includes, obviously, their reproductive capacities. When one of the spouses denies this capacity to his or her partner, then it ceases to be a total gift of self. This love is then incomplete, crippled.

Many people will argue that there are infertile couples and that if what has been said is true, then their love would be incomplete as well. Paul VI responds by saying that this is not the case. Their love can still be a total gift of self because being infertile does not necessarily mean that they are holding something back. They simply do not have their own fecundity to give away. In a similar fashion, natural family planning is based on this principle. During the periods in which a woman is infertile, she has no fecundity to give away so she is not denying it to her husband. The immorality of using artificial contraception lies in the fact that it is a negation of the total gift of self. In consequence, the conjugal act itself becomes morally unacceptable because one of the spouses (or both) is withholding a part of his or herself, making the act a selfish act and, therefore, one contrary to the very meaning of love. A sexual act outside of the context of love is an immoral act because it lends itself to the objectification of the other. It is then reduced to something unworthy of the dignity of Man.

Given that love is a choice, that is, an act of the will guided by the light of reason, it implies a responsibility. This is what Paul VI refers to as Responsible Parenthood. Responsible Parenthood in this sense is completely different from the self contradicting term that defenders of contraception use. It is ridiculous that those who are pushing to remove all consequences from the sexual act should talk about responsibility, especially when being responsible means accepting the consequences of one’s actions. Paul VI, on the other hand, proposes a coherent and rational explanation of Responsible Parenthood. It begins with the recognition, by both husband and wife, of their duties toward God, themselves, their families and human society. It also implies recognizing the fact that there are many things which are external to us and which we should not capriciously try to alter, particularly if they belong to the natural order. Once this recognition has taken place we can truly talk about Responsible Parenthood. Responsible Parenthood consists in using our reason and will not for whatever we desire but for what is good. They should be used to elevate mankind, not to degrade it. Hence, Responsible Parenthood means that both reason and will should be used to control emotions and instincts in order that sexuality be placed at the service of love. Love is the opposite of selfishness, therefore, offspring should be welcomed even when it requires great sacrifices from the parents. A couple can only lawfully decide to not have more children when there are serious reasons for doing so. Selfish motives, such as maintaining a certain standard of living, are clearly not serious reasons. One aspect of Responsible Parenthood that is often overlooked is the social responsibility that a couple acquires when they decide to marry. The consequences of overlooking this have become evident in our days. Children are necessary to maintain the social order. Without them, the population ages to a point where it becomes unsustainable. Such is the case of many European countries. Parents have a social duty to bring forth new individuals so that society can be preserved. Doing the opposite is self-destructive. Paul VI prophetically announces the ways in which artificial contraceptives can bring about this destruction. That shall be the next topic that we will cover.

lunes, 14 de junio de 2010

Humanae Vitae explicada (parte 3) / Humanae Vitae explained (part 3)

La última vez terminé con una pregunta: si la mayoría de las personas encuentran a la sexualidad sin el aspecto unitivo repulsiva, ¿por qué no consideran al sexo sin el aspecto procreador igualmente despreciable? Intentar eliminar el componente procreador de la sexualidad no es algo nuevo (hay menciones de ello en el Antiguo Testamento) pero sólo ha sido en nuestros días en que se ha convertido en algo “normal” y ampliamente aceptado. Aún hoy en día, esto sólo es cierto entre las sociedades occidentales u occidentalizadas. Esto nos lleva a otra pregunta: ¿cómo hemos llegado a este punto?

Pablo VI responde estas preguntas cuando habla de los cambios que han ocurrido en nuestra civilización. Se refiere no tanto a las causas de esta nueva mentalidad sino a las justificaciones que el hombre moderno usa para defender su visión distorsionada de la sexualidad. No entra en un análisis profundo de éstas pues ese no es el propósito de Humanae Vitae. Sin embargo, nosotros debemos estudiar estas cuestiones más a fondo para poder entender mejor las enseñanzas del Magisterio. Lo que queda claro es que Pablo VI considera que el materialismo y el individualismo son los principales responsables de este desorden en lo referente a la sexualidad. La “revolución de los anticonceptivos” es consecuencia directa de estas ideologías.

Como he dicho anteriormente, una sociedad materialista e individualista es una sociedad en la que no puede existir el amor. Si no existen los valores espirituales (que son universales) entonces la noción de amor sacrificial no tiene ningún significado. ¡El amor matrimonial debe ser precisamente un amor sacrificial! El don de uno mismo no tiene sentido en una cultura que enseña que la “realización personal” consiste en la acumulación de bienes materiales y de placeres sensuales pues otras personas representan un obstáculo para esta mal llamada realización. La idea misma de “don” es incompatible con esta cultura. Como se puede ver, estas ideologías destruyen el núcleo mismo de un entendimiento correcto y verdadero del amor y, en consecuencia, de la sexualidad. Desafortunadamente, pocas personas valoran este razonamiento pues es filosófico y hoy en día los únicos resultados válidos son los de la “ciencia”, aunque yo no sé qué sea lo que eso signifique.

El nuevo rol de la ciencia y la tecnología en la sociedad es algo que Pablo VI considera de vital importancia en este debate. Lo que él llama los “progresos estupendos [del hombre] en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global” es básicamente la creencia de que si tenemos la capacidad técnica de hacer algo, es moralmente correcto hacerlo. Esto es evidentemente falso. El hecho de que podamos prevenir la concepción de modo artificial no significa que esté bien hacerlo, especialmente cuando implica destruir la sexualidad humana y, por tanto, atentar contra la dignidad humana.

Los argumentos económicos a favor del control de la natalidad son igualmente falaces. “Es obvio”, nos dicen, “que una población más grande representa menos recursos para todos”. Después proceden a demostrar cómo todas las variables per capita decrecen cuando la población crece y todo lo demás permanece constante. Dado que esto se basa en “modelos científicos” debe ser cierto. Nunca se detienen a pensar que en el mundo real ninguna variable permanece constante y que existe una fuerte correlación entre la cantidad de bienes producidos y consumidos y la cantidad de personas que hay para producirlos y consumirlos. Una disminución en la población provocará una disminución en la producción y en el consumo. Si esta caída en la población se da a una tasa mayor que el incremento en la productividad y consumo individuales, entonces los bienes se volverán escasos a pesar de que la población se redujo. La debilidad de este razonamiento económico me hace sospechar que se trata más bien de una excusa disfrazada de argumento científico.

Sin embargo, el individualismo tiene una influencia más sutil sobre los conceptos modernos de sexualidad, amor y la relación entre los sexos. Pablo VI lo sugiere cuando dice: “Se asiste también a un cambio, tanto en el modo de considerar la personalidad de la mujer y su puesto en la sociedad, como en el valor que hay que atribuir al amor conyugal dentro del matrimonio y en el aprecio que se debe dar al significado de los actos conyugales en relación con este amor”. Todas estas nociones han sido cambiadas por el individualismo y por lo que llamo la “ideología de la tensión”. El individualismo conduce, por su misma naturaleza, a una serie de tensiones: tensión entre el individuo y el Estado; tensión entre el individuo y la sociedad; tensión entre individuos. Estas tensiones se pueden mantener estables por un tiempo pero inevitablemente conducirán a un conflicto. Esto se ha vuelto particularmente visible en las relaciones entre hombres y mujeres. Hombres y mujeres ya no son vistos como colaboradores (del latín, collaborare: laborar con) trabajando en forma complementaria, sino como rivales. De esto se sigue que para que una mujer pueda competir con un hombre, debe remover todos los “obstáculos” que se lo impiden. El más obvio es la maternidad. El daño que esto hace a las mujeres es más grande de lo que creemos y en ocasiones parece que la única que se preocupa por ello es la Iglesia Católica. La ideología de la tensión ha ido más allá y ha introducido conflictos en las relaciones entre padres e hijos. Los hijos ahora son vistos como un obstáculo para mantener un cierto nivel de vida. Un niño puede ser considerado como “no deseado”. Esto refleja el nivel de corrupción que estas tensiones han causado. Una vez más llegamos a la conclusión de que el individualismo es incompatible con el sacrificio, el cual es esencial para que el amor exista.

Hasta qué grado el individualismo, el materialismo y su hijo bastardo el relativismo continuarán distorsionando nuestra visión de la sexualidad es algo que Pablo VI sólo menciona de pasada. Ello lo cubriré en otra ocasión.



Last time I ended with a question: if most people find sexuality without the unitive aspect repulsive, why do they not find sex without the procreative aspect equally despicable? Trying to remove procreation from sex is not something new (for example, there are accounts of it in the Old Testament) but it is until our times that it has become something “normal” and widely accepted. Even now, this only occurs among Western or westernized societies. This leads us to another question: how is it that we have come to this point?

Paul VI answers these questions when he talks about the many changes that have taken place in our civilization. He is referring not so much to the causes of this new mentality but to the justifications that modern man uses to defend this distorted view of sexuality. He does not go into an in-depth analysis of these because that is not the purpose of Humanae Vitae. However, we should delve deeper in all these matters in order to better understand the teachings of the Pope. It is clear that he believes that Materialism and Individualism are the main culprits of this mess in the understanding of sexuality. The “contraception revolution” is a direct consequence of these ideologies.

As I have said before, a materialistic and individualistic society is one where love cannot exist. If there are no spiritual values (which are universal) then the notion of sacrificial love has no meaning. But sacrificial love is exactly what married love is meant to be! The gift of self makes no sense in a culture that teaches that “fulfillment” consists in the accumulation of material goods and sensuous pleasures because other people represent an obstacle for this so-called fulfillment. The very idea of “gift” is incompatible with it. As can be seen, these ideologies destroy the very core of a correct understanding of love and, as a consequence, of sex. Unfortunately, few people value this reasoning because it is philosophical in nature, and nowadays the only valid results are those of “science”, whatever that means.

The new role of science and technology in society is something Paul VI considers of vital importance in this debate. What he calls “man's stupendous progress in the domination and rational organization of the forces of nature to the point that he [man] is endeavoring to extend this control over every aspect of his own life” is basically the belief that if we have the technical capability of doing something, it is morally right to do it. This is evidently false. The fact that we can artificially prevent conception from taking place does not mean that it is correct to do so, especially if it implies destroying human sexuality and, hence, attempting against human dignity.

The economical arguments in favor of birth control are equally fallacious. “It is obvious”, they say, “that a larger population represents fewer resources for everyone”. They then proceed to show how all per capita variables will decrease when the population increases and everything else remains constant. Since this is based on “scientific models” and research, then it must be true. They never stop and think that in reality no variable remains constant and that there is a strong correlation between the amount of goods produced and consumed and the amount of people around to produce and consume them. A decrease in population will cause a decrease in production and consumption, and, if this population fall occurs at a faster rate than the increase in productivity and consumption per person, then goods will become scarce even when the population was reduced. The weakness of this economical reasoning makes me wonder if it is not only being used as an excuse disguised as a scientific argument.

However, Individualism has a more subtle influence on the modern concepts of sexuality, love and the relationship between the sexes. Paul VI hints at it when he says “Also noteworthy is a new understanding of the dignity of woman and her place in society, of the value of conjugal love in marriage and the relationship of conjugal acts to this love.” All these notions have been changed by Individualism and what I call the “ideology of tension”. Individualism leads, by its very nature, to tensions: tensions between the individual and the State, between the individual and society and between individuals. These tensions can remain balanced for a while but they will unavoidably end in conflict. This is something that has become particularly clear in the relationship between men and women. Women and men are no longer seen as collaborators (from Latin collaborare, to labor with) working in a complementary fashion, but as rivals. It follows that if women have to compete with men, they need to remove all “obstacles” that hold them back. The most obvious one is maternity. The damage this does to women is greater than we think and the Catholic Church seems at times to be the only one to care about this! The ideology of tension goes even further and introduces conflict in the relationship between parents and children. Children are now seen as an obstacle to maintaining a certain standard of living. Now a child can be called “unwanted”. That reflects the level of corruption that these tensions have caused. Once again, we come to the conclusion that Individualism is incompatible with sacrifice, which is essential for love to exist.

To what degree Individualism, Materialism and their bastard child Relativism will continue to distort our views on sexuality is something that Paul VI only mentions very briefly and which I will cover on some other occasion.