lunes, 31 de mayo de 2010

Humanae Vitae explicada (parte 2) / Humanae Vitae explained (part 2)

Es necesario empezar un estudio de las enseñanzas de la Iglesia respecto a la sexualidad desmintiendo ciertos mitos que se han vuelto muy comunes entre la gente. La Iglesia no enseña, ni ha enseñado nunca, que la sexualidad y el cuerpo son algo malo.

Hay muchas razones por las que la Iglesia dice que el cuerpo es algo bueno. Sólo mencionaré dos que se relacionan con dos de las creencias más importantes del Cristianismo. La primera razón se deriva de la creencia en un Dios creador. Esto es, creemos que Dios creó el cuerpo “y vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Gen. 1: 31). Dios, siendo el Bien supremo, jamás crearía algo malo. Por tanto, el cuerpo es algo bueno, incluyendo las diferencias entre los sexos: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó” (Gen. 1: 27). No sólo eso sino que los bendijo diciendo: “sean fecundos y multiplíquense” (Gen. 1: 28), lo cual, claro está, es una bendición del acto conyugal por medio del cual los seres humanos se multiplican. La creencia en un Dios creador nos lleva a aceptar al cuerpo y la sexualidad como algo bueno.

El segundo dogma de la fe Católica que apunta hacia la bondad del cuerpo es el de la Encarnación. El cuerpo es bueno no sólo porque Dios lo creó sino porque Dios lo tomó para sí mismo: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1: 14). Al hacer eso, Dios elevó la dignidad del cuerpo humano a un nuevo nivel. G.K. Chesterton expresó esta idea diciendo: “Platón podrá despreciar la carne pero Dios no lo hizo”. El cuerpo que albergó a Dios mismo no puede ser de manera alguna malo. En forma similar, podemos concluir, a partir de la Encarnación, que el amor conyugal es algo bueno y deseado por Dios. Cristo realizó su primer milagro en una boda, de haber creído que eso era algo malo, no habría estado ahí, ni hubiera ayudado a que se llevara a buen término. Más aún, el acto conyugal es una imagen del amor de la Santísima Trinidad, ese amor que Dios encarnado vino a revelarnos. ¿Cómo podría alguien creer que esto es malo?

Por alguna razón que no comprendo, mucha gente ha llegado a la falaz conclusión de que porque la Iglesia enseña que el cuerpo y la sexualidad deben estar sometidos a la razón y a la voluntad (al alma), los está condenando. Que porque pide que tanto el cuerpo como la sexualidad sean tratados con respeto y reverencia, los está cubriendo con una luz negativa. Esto es un sinsentido. Son los demás los que le han quitado lo sagrado al sexo y quienes han perdido todo respeto hacia el cuerpo. Al hacer del placer sexual el valor supremo han destruido el auténtico valor supremo que es el amor.

Dado que esta visión de lo sagrado de la sexualidad se ha perdido, el entendimiento correcto de su naturaleza se ha perdido también. Pablo VI intenta corregir esto. El acto sexual tiene una naturaleza dual: unitiva y procreadora. Estos dos significados del acto sexual se derivan del hecho de que el sexo depende del amor y no al revés. El acto conyugal existe para manifestar el amor de los esposos, pero no es la totalidad de ese amor. Puesto que el amor es unitivo, el sexo cumple el propósito de unir al marido y a su mujer. Puesto que el amor es fructífero, el sexo sirve para la reproducción.

Existe una analogía útil entre la naturaleza dual del sexo y la naturaleza dual (alma-cuerpo) del ser humano. Separar estos dos aspectos tiene un efecto similar en ambos: los mata. Cuando el alma se separa del cuerpo, lo que queda es un cadáver. El negar artificialmente uno de los dos sentidos del sexo nos deja con un “cadáver” de lo que en algún momento fue el acto sexual. Igual que un cadáver, se empieza a pudrir. Cuando cuerpo y alma se separan, perdemos a la persona humana; cuando unión y procreación se separan, perdemos al amor. Al deshacernos de las partes, perdemos el todo. Muchos defensores de los anticonceptivos alegan que el sexo es algo más que sólo tener bebés. Eso es totalmente cierto, como Pablo VI nos lo recuerda constantemente. Sin embargo, al voluntariamente remover el aspecto procreador del acto sexual, no están logrando hacer del sexo algo más, de hecho, lo están haciendo mucho menos. Una vez que la procreación se ha removido, la unión se pierde y el amor también. El acto sexual se convierte en la simple satisfacción de un impulso. Deja de ser un acto humano para convertirse en una actividad animal. Ya no se hace como un acto libre de amor sino únicamente como un instinto. Cómo eso puede ser más que “sólo tener bebés” es algo que no puedo aprehender.

La idea del sexo sin el aspecto unitivo le parece repulsivo a mucha gente, en particular a las mujeres. ¿Por qué el sexo sin el aspecto procreador no se considera igualmente repulsivo? Eso lo discutiremos en otra ocasión.

It is best to begin a study of the Church's teachings on sexuality by dispelling certain myths that have become common among many people. The Church does not teach, nor has it ever taught, that sexuality and the body are bad.

There are many reasons for which the Church says that the body is good. I will only mention two that are directly related with some of the most important Catholic beliefs. The first reason is derived from the belief in a creative God. That is, we believe that God created the body, “and he found it very good” (Gen. 1:31). God, being the ultimate Good, would never create anything bad. Hence, the body is good, including the differences between the sexes: “God created man in his image; in the divine image he created him; male and female he created them” (Gen. 1:27). Not only that, but he blessed them by saying: “Be fertile and multiply” (Gen. 1:28) which, of course, is a blessing of the conjugal act, through which human beings multiply. The belief in a creative God leads us to accept the body and sexuality as something good.

The second fact of the Catholic faith that points towards the goodness of the body is the Incarnation. Not only is the body good because God created it, it is good because God Himself took it as His own: “And the Word became flesh and made his dwelling among us” (John 1:14). By doing so, God raised the dignity of the human body to a whole new level. G.K. Chesterton adequately phrased this idea: “Plato might despise the flesh; but God had not despised it”. The body that has housed God can in no way be evil. In a similar fashion, we can conclude from the Incarnation that conjugal love is good and blessed by God. Christ performed his first miracle at a wedding feast, had He thought it bad he would not have been there. Even more, the conjugal act is an image of the love of the Trinity which the Incarnate God came to reveal to us. How could anyone think it to be wrong?

For some reason that I do not comprehend, people have come to the conclusion that because the Catholic Church teaches that the body and sexuality must be subject to reason and to the will (to the soul), it is condemning them. That because it asks that the body and sexuality be treated with respect and solemnity, it is shedding a negative light on them. That is nonsense. It is the others who have taken the sacredness out of sex and who have lost all respect for the body. By making pleasure in sex the supreme value, they have undermined the authentic supreme value which is love.

Because this sacredness of sex has been lost, a correct understanding of its nature has been lost as well. Paul VI attempts to correct this. Sex has a twofold nature: it is unitive and procreative. These two meanings of sex come from the fact that sex depends on love and not the other way around. Sex is meant to be a manifestation of spousal love but it is not spousal love. Because love is unitive, sex serves the purpose of uniting husband and wife. Because love is fruitful, sex serves the purpose of reproduction.

There is a useful analogy between this dual nature of sex and the dual nature (body-soul) of human beings. Separating these aspects has similar effects on both: it kills them. When you take the soul out of the body, you are left with a corpse. Artificially denying one of these aspects of sex leaves us with a “corpse” of what used to be sex. And just like a corpse, it will rot. When body and soul are separated, you lose the person; when union and procreation are separated, you lose love. By getting rid of the parts, you lose the whole. Many defenders of contraception say that sex is much more than just having babies. They are absolutely right, as Paul VI constantly reminds us. However, by voluntarily removing the procreative aspect of sex, they are not making sex more than that, they are actually making it less. Once procreation is removed, union is lost as and love with it. Sex then becomes nothing more than the satisfaction of a physical urge. It ceases to be a human act and becomes an animal activity. It is not done as a free act of love but only as an instinct. How that can be more noble than “just having babies” is something I cannot grasp.

The idea of sex without the unitive aspect is repulsive to most people, particularly to women. Why is sex without the procreative aspect not seen as equally repulsive? We will discuss that on another occasion.

lunes, 24 de mayo de 2010

La universalidad de la Iglesia en el sentido lingüístico / The universality of the Church in the linguistic sense

Pentecostés es la fiesta por excelencia de la Universalidad de la Iglesia Católica. Pentecostés es la fiesta que se celebra cincuenta días después de la Pascua de Resurrección. En ella se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y con ello el inicio de su labor evangelizadora. Es el “cumpleaños” de la Iglesia. Digo que es la fiesta de la universalidad de la Iglesia porque, según se narra en la primera lectura de hoy (Hechos de los Apóstoles 2: 1-11) los apóstoles salieron de su encierro hablando de las maravillas de Dios en una multitud de idiomas.

Este pasaje de los Hechos de los Apóstoles se relaciona directamente con una de las primeras historias de la Biblia: la de la torre de Babel. Como se lee en el capítulo 11 del libro del Génesis, en su soberbia, los hombres se reúnen para edificar una torre que se alce hasta el cielo. Dios decide confundir sus lenguas de forma que ya no puedan entenderse unos a otros, con lo que se dispersan por el mundo. En Pentecostés, el efecto de Babel queda anulado. Sin embargo, esta anulación no se da como un regreso al estado original. En el plan divino no estaba revertir la cacofonía creada en Babel con la monótona melodía de una lengua única, sino con la polifonía de todas las lenguas de los hombres.

Esto puede parecer trivial pues rara vez pensamos en lo que el lenguaje realmente es. La educación utilitaria que hemos recibido nos ha llevado a creer que el lenguaje es únicamente una herramienta de comunicación. Como ahora todo está al servicio del dinero y de la economía, uno aprende otros idiomas para tener una “ventaja competitiva” sobre aquellos que nada más hablan uno. Al empobrecer el significado de un idioma, empobrecemos nuestra experiencia de aprenderlo. Así, las clases de idiomas que se imparten en la mayoría de las instituciones modernas están enfocadas en aprender a usar ese idioma, pero rara vez se enfocan en el idioma mismo o en los esquemas mentales que hay detrás de él.

En esto, como en casi todo, el mundo contemporáneo está equivocado. El lenguaje es más que una herramienta para comunicarte con otros. La unión entre lenguaje y pensamiento es tan fuerte que el idioma que uno habla determina en gran medida la forma en que uno piensa. Las palabras que uno usa para referirse a las cosas reflejan el concepto que tenemos de ellas. Por eso la insistencia de ciertos grupos en cambiar los términos con los que nos referimos a ciertas cosas, o a inducir ambigüedad (a través de la “redefinición”) en las palabras comúnes. Nuestras estructuras mentales están directamente relacionadas con nuestro idioma. Aquí es donde radica la dificultad de aprender una lengua foránea. Uno debe cambiar completamente su forma de pensar. No se trata simplemente de memorizar el vocabulario o de aprender una multitud de frases. Se trata de adentrarse y apropiarse de los procesos mentales de los que hablan ese idioma de forma nativa. Este vínculo lenguaje-pensamiento es tan intenso que en muchas ocasiones se llega a presentar como un obstáculo físico que le impide a uno emitir los sonidos necesarios para pronunciar ciertas palabras. Como el idioma está tan vinculado con la forma de pensar de la gente, éste llega a ser una ventana por la cual uno puede ver el interior del que lo habla. Por ello Cristo afirmó que lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella (Mt. 15:11).

¿Qué tiene que ver esto con Pentecostés y con la Universalidad de la Iglesia? Todo. Los apóstoles salen proclamando la gloria de Dios en los distintos idiomas que hablaban todos los que se encontraban en Jerusalén (partos, medos y elamitas, etc.). De esa forma, el mensaje que están comunicando puede permear hasta los más profundos rincones de las mentes de los que los escuchan. El mensaje salvífico penetra las estructuras mentales y le habla directa y personalmente a cada uno de los presentes. Este mensaje se vuelve así, un mensaje universal. El éxito de los trabajos misioneros de la Iglesia se debe en gran medida a este don de lenguas.

En forma semejante a aquél primer Pentecostés, mil quinientos años después, los frailes misioneros que evangelizaron América enfocaron sus primeros esfuerzos en aprender los idiomas de los nativos y en traducir los Evangelios y los catecismos a las lenguas aborígenes. Algo similar harían después los Padres Conciliares reunidos en el Concilio Vaticano II al pedir que la liturgia se tradujera y se celebrara en las lenguas vernáculas. El don de lenguas sigue presente, aunque en forma distinta.

Una de las cosas que más disfruto es ir a una Misa en otro idioma. Esta universalidad que nació en Pentecostés se vuelve algo tangible. Aún cuando los sonidos que pronuncia el sacerdote me son incomprensibles y, en muchas ocasiones, imposibles de replicar, sé qué es lo que está diciendo. Puesto que aprendí lo que se dice en mi propio idioma y estas palabras se han vuelto una parte de mí, ahora el sacrificio de la Misa es capaz de trascender el lenguaje. Al trascender el lenguaje no quiero decir que éste deja de importar. La liturgia se enriquece con la “personalidad” inherente al idioma en que se celebra, cada lenguaje le da un estilo distinto. Cada cultura, cada nación, cada etnia trae así una parte de sí misma y la pone ante el altar. Dios reúne a los hombres que se dispersaron por el mundo y cada uno trae consigo sus dones y sus riquezas para compartirlos con el resto de la Iglesia. Así, todas las lenguas, cada una con su tono y melodía distintas, se unen para formar la armonía del canto de los hombres que glorifican a Dios.



Pentecost is, par excellence, the feast of the universality of the Catholic Church. Pentecost is the feast that is celebrated fifty days after Easter. In it we commemorate the coming of the Holy Spirit upon the Apostles and the beginning of their evangelizing labors. It is the “birthday” of the Church. I say it is the feast of the universality of the Church because, as is told in today's first reading (Acts 2: 1-11), the Apostles came out of their hiding place speaking the wonders of God in a multitude of languages.

This passage from Acts is directly related to one of the first stories found in the Bible: that of the tower of Babel. It can be found in Genesis chapter 11, where one reads that, in their pride, men came together to build a tower that would climb all the way up to heaven. God confuses their languages so they can no longer understand each other and they are dispersed throughout the world. In Pentecost, the effect of Babel is annulled. However, this annulment does not present itself as a return to the original state. The Divine plan was not to revert the cacophony of Babel with the monotonous melody of a single language but to do it with the polyphony of all the tongues of Men.

This might seem trivial since we rarely think about what language really is. The utilitarian education we have received has led us to believe that language is only a tool for communicating with others. Since now everything must serve money and the Economy, one learns another language to have a “competitive advantage” over those who only speak one. By impoverishing the meaning of language, we also impoverish our learning experience of it. That is why modern language classes focus on learning how to use the language but not on the language itself nor on the mental schemes behind it.

In this, as in almost everything, the Modern world is wrong. Language is much more than a simple tool for communicating. The union between language and thought is so strong that the language one speaks determines to a great extent the way in which one thinks. The words we use to refer to things reflect the concept we have of them. That is why certain groups insist so much on changing the terms we use to address certain things or on inducing ambiguity (through “redefinition”) into our everyday words. Our mental structures are directly related with our language. This is where the difficulty of learning a foreign language lies. One must completely change one's way of thinking. It is not as simple as learning a vocabulary or memorizing many different phrases. It is about penetrating and embracing the mental processes that the native speakers have. This link between thought and language is so intense, that in many occasions it presents itself as a physical obstacle that impedes one from emitting the sounds necessary to pronounce certain words. Since language is so linked to the way people think, it becomes a “window” through which one can see the inside of those who speak it. That is why Christ said that what defiles man is not what comes into his mouth, but what comes out of it (Mt. 15:11).

What does this have to do with Pentecost and the universality of the Church? It has everything to do with it. The Apostles emerge proclaiming the glory of God in the languages of all those present in Jerusalem (Parthians, Medes, and Elamites, etc.). In that manner, the message that they are communicating can permeate into the deepest corners of their listener's minds. The salvific message penetrates the mental structures and speaks directly and personally to all those present. Hence, this message becomes universal. The success of the Church's missionary works has always depended heavily on this Gift of Tongues.

In a way similar to that first Pentecost, fifteen hundred years later, the missionaries that evangelized the New World focused their first efforts to learning the native tongues and in translating the Gospels and the cathecisms to the aboriginal languages. Something like it would be done by the Council Fathers gathered in the Second Vatican Council when they asked that the liturgy be translated and celebrated in the vernacular tongues. The Gift of Tongues is still present though in a different way.

One of the things I enjoy the most is attending a Mass in a foreign language. The universality that was born in Pentecost becomes something tangible. Even when the sounds that the priest produces are incomprehensible (and many times irreproducible) to me, I know what it is he is saying. Since I learned what is said in my own language, those words have become a part of me. The sacrifice of the Mass then becomes capable of transcending language. By this I do not mean that it no longer matters. The liturgy is enriched by the “personality” inherent to the language in which it is being celebrated, each one gives it a unique style. Every culture, every nation, every ethnic group brings a part of itself and places it before the altar. God reunites the men that were dispersed throughout the world and each one brings with him his own riches and gifts to share. That way, all languages, each one with its own tone and melody, unite to form the harmony of the song of all men that glorify God.


Pentecostés, El Greco / Pentecost, El Greco

lunes, 17 de mayo de 2010

"Humanae vitae" explicada (parte 1) / "Humanae vitae" explained (part 1)

Una de las enseñanzas de la Iglesia Católica que han sido más criticadas es la relacionada con la regulación artificial de la natalidad. La razón principal de que esto sea así es que la mayor parte de las personas desconocen las enseñanzas de la Iglesia respecto a la sexualidad y muchos de los que las conocen claramente no las entienden. Habría que agregar, además, que no solo se trata de ignorancia e incomprensión, sino de un rechazo abierto debido a la dificultad que representa vivirlas. Es erróneo suponer que debido a esa dificultad esas enseñanzas sean falsas. Yo me atrevería a decir que es debido precisamente a esa dificultad que son ciertas, dado que la experiencia no has enseñado que las soluciones fáciles generalmente son las soluciones equivocadas.

El hecho de que la semana pasada se hayan cumplido cincuenta años de la aprobación de la píldora anticonceptiva por las autoridades sanitarias de Estados Unidos hace que este sea un buen momento para reflexionar sobre los efectos que los anticonceptivos artificiales han tenido tanto sobre las mujeres, como sobre los hombres y la sociedad en general. Ya es tiempo de que superemos el sofisma de que la píldora ha incrementado el respeto a la dignidad de las mujeres. El razonamiento detrás de esa afirmación está errado y cualquiera que ejerza un poco de lógica podrá darse cuenta de ello. La utopía de libertad y equidad entre hombres y mujeres de la que los defensores de la píldora tan continuamente hablaban ha probado no ser más que una ilusión. Las enseñanzas de la Iglesia, a pesar de las críticas y los ataques que han recibido (incluso de parte de muchos católicos) han permanecido sin alteración alguna. Más importante aún: han demostrado ser verdaderas. Para poder entenderlas, uno debe primero entender el documento más importante escrito sobre el tema: la encíclica Humanae Vitae: Sobre la regulación artificial de la natalidad, de su Santidad Pablo VI.

Como preámbulo a su discusión sobre los anticonceptivos, Pablo VI habla de los cambios que han tenido lugar en nuestra civilización. Los clasifica en tres categorías: cambios de naturaleza económico-social, cambios filosófico-ideológicos y cambios tecnológicos. Todo esto le parecerá irrelevante a alguien que desconoce las enseñanzas de la Iglesia sobre la sexualidad. Esto es así porque mucha gente ha llegado a creer que la Iglesia enseña que el aspecto procreador del acto conyugal, en el cual pone énfasis constante, abarca la totalidad de su enseñanza sobre sexualidad. Muchas personas piensan que la Iglesia dice que la única finalidad del sexo es tener hijos. Creen que la Iglesia es de mente muy estrecha al respecto, cuando en realidad es de mente muy amplia. Los defensores de los anticonceptivos son los que son estrechos de mente pues reducen la sexualidad a un proceso biológico. Para Pablo VI, la sexualidad es mucho más que simple biología, o incluso más que una simple decisión personal. Es algo que involucra a la persona completa, como un ser espiritual, físico y social. Por tanto, la sexualidad y la procreación no se pueden partir en pedazos, deben ser vistas como un todo.

La estrechez de mente de los defensores de los anticonceptivos se vuelve más evidente aún cuando colocamos a la sexualidad en su lugar con respecto al amor, al matrimonio y a la familia. Como escribió el Arzobispo Fulton Sheen: “el amor incluye al sexo, pero el sexo no incluye al amor” (Fulton J. Sheen, Tres para casarse). Esto quiere decir que el sexo es sólo un aspecto del amor humano y no es el más importante. Para mentes adoctrinadas en las teorías de Freud, esto es inconcebible. Sin embargo, es cierto. Por ello, Pablo VI considera adecuado clarificar lo que entendemos por matrimonio y por acto conyugal. Estos significados han sido torcidos y ninguna discusión racional sobre anticonceptivos se puede dar si éstos no quedan claros para todos. La confusión y la ambigüedad son características de una razón débil mientras que definiciones precisas son necesarias para pensar correctamente.

Pablo VI afirma lo siguiente: la esencia del amor matrimonial es el don de uno mismo. Esto trae consigo muchas implicaciones. Primero, se trata de un amor plenamente humano, que se da entre dos personas que poseen no sólo un cuerpo, sino también un alma (o mente, o como quieras llamarla). No es una cuestión meramente física o biológica, también es espiritual. No depende de las emociones ni de los instintos (aunque nadie niega su importancia e influencia) sino del libre albedrío, de la voluntad. Esto tiene sentido pues un regalo debe ser dado libremente, de lo contrario, no es un regalo. De esa manera, el amor conyugal está hecho para sobrevivir las dificultades de la vida matrimonial y para ayudar al hombre y a la mujer a crecer como “una sola carne”. La segunda característica que podemos deducir es que este amor debe ser total. Un regalo se da completamente, no puedes dar únicamente una parte del regalo ni puedes pedir que te lo regresen una vez dado. Así, se sigue que los esposos deben compartir todo (¡incluyendo su fecundidad!). Muy relacionada con esta característica está la tercera: fidelidad. Una persona sólo puede entregarse completamente a una persona. Este es un límite impuesto por nuestra naturaleza material, por nuestro mismo cuerpo. Por último, este amor es fecundo. Una consecuencia natural del amor conyugal es la procreación. Así ha sido desde los primeros días en que el hombre caminó por esta Tierra.

Para Pablo VI, el sexo es algo inseparable del amor matrimonial. En consecuencia, la naturaleza del acto sexual y sus propiedades están determinadas por el matrimonio. Éstas deben ser igualmente estudiadas y entendidas y eso haré en la próxima ocasión.



One of the most criticized teachings of the Catholic Church is the one on artificial birth control. The main reason for this is that many people do not know the Church’s teachings on sexuality and many of those who do know it, clearly do not understand it. I would add that in many cases there is not only misunderstanding and ignorance but also an open rejection of these teachings simply because they are hard to live out. It is erroneous to assume that that difficulty renders them false. I would go as far as claiming that it is precisely this difficulty which proves them right, since experience has taught us that easy solutions are usually the wrong solutions.

The fact that this past week marked the 50th anniversary of the FDA approval of the birth control pill makes this a good time for us to reflect on the effects that artificial birth control has had not only on women, but also on men and on society in general. We can no longer believe the sophistry that the pill has brought with it an increased respect for the dignity of women. The reasoning behind that statement is flawed and anyone who exercises some basic logic will become aware of this. The utopia of freedom and equality between men and women that the proponents of birth control so insistently talked about has proven to be nothing but an illusion. The teachings of the Church, on the other hand, have remained unaltered despite all the criticisms and attacks they have suffered, even from many Catholics. And, most importantly, they have proven to be right. In order to understand them, one must first understand the most significant document on the matter: Pope Paul VI’s encyclical Humanae Vitae: On the artificial regulation of birth.

As a preamble to his discussion on artificial contraception, Paul VI talks about the many changes that have taken place in our civilization. He classifies these changes in three main categories: changes of a social and economical nature; changes of a philosophical or ideological nature; and changes of the technological order. To someone who does not know the teachings of the Church on sexuality, all this seems unrelated to the subject at hand. This happens because most people take the Church's stress on the procreative aspect of sex as if it were the complete teaching on sexuality. People really think that the Church teaches that the only purpose of sex is to have children. They believe the Church is very narrow on the subject, when it is actually very broad. It is the defenders of contraceptives who are narrow minded because they reduce sexuality to a biological process. For Paul VI, sexuality is something more than mere biology or even more than a simple personal choice. It is something that involves the entire human person, as a spiritual, physical and social being. Hence, the subject of sexuality and procreation cannot be compartmentalized, it must be seen as a whole.

The narrow mindedness of the proponents of contraception becomes more evident when we place sexuality in its proper place with respect to love, marriage and the family. As Archbishop Fulton Sheen wrote: “love includes sex, but sex does not include love” (Fulton J. Sheen, Three to get Married). That is, sex is only one aspect of human love and it is not the most important one. To minds indoctrinated in Freudianism, this seems outrageous. And yet, it is true. For that reason, Paul VI considers it appropriate to clarify the meaning of marriage and the conjugal act. These meanings have been corrupted and altered and no rational discussion on contraceptives can take place if they are not made clear and understandable to all. Confusion and ambiguity are characteristic of a weak reason while accurate definitions are needed to think correctly.

The essence of married love is the gift of self. This brings with it many implications. First of all, it is a love fully human, between two persons who possess not only a body, but also a soul. It is not simply a physical or biological thing, it is also spiritual. It does not depend on emotions or instincts (however important and influential they may be) but on the will. This makes sense since a gift must be given freely; otherwise it is not a gift. Therefore, married love is made to survive the difficulties of married life and to help husband and wife grow as “one flesh”. The second characteristic we can deduce is that this love must be total. A gift must be given away completely; you cannot give away parts of the gift nor can you take it back once you have given it away. Hence, husband and wife ought to share everything (including their fecundity!). Very related to this second characteristic we have the third one: fidelity. A person can give himself completely (physically and spiritually) to one person only. That is a limit imposed by our material nature, by our body itself. Lastly, it is a love that is fecund. A natural consequence of married love is the bearing of children. That is the way in which it has been since Man first roamed this Earth.

For Paul VI, sex is something inseparable from married love. In consequence, the nature of sex and its properties are determined by married love. These must also be studied and correctly understood. That I shall do next time.

domingo, 2 de mayo de 2010

Cristo desfigurado / Disfigured Christ

Jason es uno de los residentes de Faith Centre. No sé cuántos años tenga, aunque por su aspecto, diría que es un adolescente. No conozco su historia personal pues no puede hablar. Sólo trabajé con él por un rato en los dos días que estuve en Faith Centre pero esa experiencia fue para mi la más significativa de todo el viaje. Nuestro primer encuentro ocurrió de esta manera: entramos al área común para ayudar a los residentes a vestirse para ir a Misa y estábamos aterrorizados por el estado de muchos de los residentes. El grado de deformidades físicas y de discapacidad mental que poseen es algo que no habíamos visto jamás. Sólo lo había visto en la televisión o en los periódicos, donde no pasaba de ser algo lejano y ajeno a mí. Pero ahora era mi realidad. Veía a cada uno de los residentes, asustado por toda aquella gente que estaba caminando hacia nosotros con una corbata, una camisa o incluso unos pantalones y jalándonos del brazo para que los ayudáramos. Entonces vi a Jason. Las deformidades de todos los demás residentes se volvieron insignificantes porque la suya era la peor. No sé a ciencia cierta lo que tenga, pero supongo que es un tumor en la cara. Hay una gran masa que le crece debajo de la piel, transformando el lado izquierdo de su rostro en una gran protuberancia. Apenas puede abrir uno de sus ojos debido a ello. Su nariz ya no apunta hacia al frente, sino hacia un lado. Su boca forma un ángulo casi recto haciéndole imposible el hablar y muy difícil el comer. Hay momentos en que no parece humano.

Yo lo quería evitar. Lo encontraba repulsivo y, siendo honesto, me daba miedo siquiera mirarlo. Fue un gran alivio cuando alguien más lo ayudó a ponerse una camisa y una corbata. Estaba agradecido de que ese primer día no tuve que estar muy cerca de él y cada vez que se me acercaba intentaba mirar a otro lado. A pesar de ello, la imagen de su cara ya había quedado grabada en mi mente. Me sentía incapaz de ayudarlo, aún cuando me lo pidieran. Parecía ser más de lo que podría soportar. El hecho de que su cara, esa parte de nuestra anatomía que mejor comunica nuestra esencia humana, estuviera tan deformada, me impedía ver en él esa humanidad. Debido a ello, pensé que jamás podría servirlo. Creo que todos tuvimos sentimientos semejantes la primera vez que estuvimos ahí.

Al siguiente día me enviaron de vuelta a Faith Centre. Logré mantenerme alejado de Jason durante la mañana. A la hora de la comida, nos enviaron a darles de comer a algunos residentes que son incapaces de comer por sí solos. No me preocupé por Jason porque supuse que podía alimentarse él mismo. Mientras estaba ayudando a uno de los residentes, sentí que me jalaban del brazo, intentando atraer mi atención. Volteé y me encontré con Jesse, un residente que ayuda a los hermanos a organizar la casa. Trajo a Jason del brazo, lo sentó y me dijo que necesitaba que le dieran de comer. Por un instante dudé y no supe qué hacer. Quería huir de ahí. Lo único que me mantuvo ahí fue algo que los hermanos nos habían comentado la noche anterior. Nos habían dicho que lo único que los motivaba a seguir con su trabajo era saber que al servir a esta gente servían a Cristo mismo. Que podían “ver” a Cristo en todos los residentes. Este era, para mí, el momento de la verdad. El propósito de este viaje era precisamente servir a Cristo en los rechazados y aquí estaba mi oportunidad. Sin embargo, en esos instantes me preguntaba, ¿cómo puedes ver a Cristo en alguien que ni siquiera parece humano? ¿Cómo lo puedes encontrar en alguien que está tan deforme que parece un monstruo?

La respuesta la encontré en el corazón de la espiritualidad de los Misioneros de los Pobres: “Servicio alegre con Cristo en la Cruz”. Ahí estaba la respuesta: en la Cruz. Ahí es donde Cristo estuvo desfigurado al punto de no ser reconocible. De Él se dijo: “Así como muchos quedaron espantados al verlo, pues estaba tan desfigurado, que ya no parecía un ser humano” (Isaías 52: 14), y: “No tenía brillo ni belleza para que nos fijáramos en él, y su apariencia no era como para cautivarnos. Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara...” (Isaías 53: 2-3) Mientras el eco de estos versos se desvanecía de mi cabeza, la repulsión y el asco desaparecieron. Lo pude mirar a los ojos y sonreír. Y el me sonrió de regreso. Le di de comer y ni la deformidad de su lengua, ni los dientes desalineados, ni cualquier otro aspecto físico me importó más. A partir de ese momento, hubo una especie de conexión entre los dos. Después de la comida me estuvo acompañando de un lugar a otro.

A las tres, sonó la campana que indica el fin de la jornada de trabajo y que el camión vendría pronto a recogernos, por lo que me dirigí hacia la entrada. Jason caminó junto a mí, me tomó de la mano y se sentó a mi lado. Mientras esperábamos, se rió varias veces de las cosas que yo les decía a otros residentes. El sonido que salía de su boca era tan extraño que me tomó un rato reconocerlo como risa. Una vez que lo hice, me trajo a la memoria algo que había aprendido hace mucho tiempo: que cuando los teólogos y misioneros discutían si los nativos de América tenían un alma o no (y, por tanto, si eran seres humanos que no debían ser esclavizados) se determinó que sí la poseían pues se reían y la risa es algo exclusivo de los seres humanos. De la misma manera, la risa de Jason, por muy anormal que sonara, me demostró que él es tan humano como yo. Es tan humano como la gente más bella y “perfecta” (físicamente hablando). Hizo, además, algo que yo nunca podría hacer por él: quitó el velo que cubría mis ojos para que pudiera descubrir a Cristo.

Antes de salir de Faith Centre, le di un abrazo. Algo en sus ojos me decía que nuestra presencia ahí lo había hecho muy feliz. Tuve que contenerme para no llorar mientras me subía a la parte trasera del camión y en todo el trayecto de regreso al monasterio. Sé que los demás tuvieron experiencias semejantes. No me asignaron a Faith Centre otra vez, pero cada vez que íbamos a recoger gente, Jason corría a la puerta y me saludaba. 





Jason is a resident at Faith Centre. I do not know how old he is; though by the look of him I would say he is in his teens. I do not know his story either because he cannot speak. I only worked with him for a little while in the two days I was at Faith Centre but that experience was the most significant for me during the whole trip. Our first encounter occurred in this manner: we were walking into the common area to help dress the residents for Mass, shocked at the state in which many of the residents were. Their level of deformities and mental illness was something most of us had never seen. I had only seen it on a television screen or in pictures in a newspaper and where it seemed like something distant that had nothing to do with me. But now it was my reality. I was looking around at every single resident there, scared at all these people who were walking towards us holding out a tie, or a shirt or even some pants and pulling us by the arm to help them. Then I saw Jason. All the deformities other residents had became insignificant at the sight of his because his was the worst. I do not know exactly what he has but it seems to be a tumor on his face. There is a huge mass growing underneath his skin, turning the left side of his face into a huge protuberance. He can hardly open his eye because of it. His nose no longer points forward, but towards the right. His mouth is angled at the middle making it impossible for him to talk, and very difficult for him to eat. At moments he does not even look human.

I wanted to avoid him. He seemed repulsive to me and, to be honest, the very sight of him frightened me. I sighed in relief when someone else helped him put on a shirt and tie and I was glad that that first day I did not have to be very close to him. I would try to look away when he came near. Yet, the image of his face had already been embedded into my mind. I felt like I would be unable to help him with anything even if I was asked to. It seemed to be more than I could bear. The fact that his face, that part of our anatomy that better communicates our human essence, was so deformed, impeded me from “seeing” his humanity. Because of that, I thought I would be incapable of serving him. These kinds of feelings were common to all of us who were there for the first time.

The next day I was sent back to Faith Centre. I managed to stay away from Jason throughout the morning. At lunch, we were sent to feed some of the residents who are incapable of eating by themselves. I did not worry about Jason because he seemed capable of doing it without any help. As I was feeding a man, someone pulled my arm, trying to get my attention. I turned around to find that it was Jesse, one of the residents who helps keep the place in order. He pulled Jason next to him, sat him down and told me that he needed to be fed. I hesitated and did not know what to do. I wanted to run away. Only remembering what some of the brothers had told us about working with these people managed to keep me there. They had said that their daily motivation is the knowledge that by serving these people they are serving Christ Himself. They can “see” Christ in all the residents. This was the moment of truth. The whole purpose of me going on this trip was to love Christ in the rejected and here was my golden opportunity. But how can you see Christ in someone who does not even look like a man? How can you find Him in someone who is so deformed as to seem a monster in your eyes?

I found the answer at the very heart of the spirituality of the Missionaries of the Poor: “Joyful service with Christ on the Cross”. The answer was right there: on the Cross. That is where Christ was disfigured beyond recognition. It was said of Him: “Even as many were amazed at him – so marred was his look beyond that of man, and his appearance beyond that of mortals –“ (Isaiah 52: 14), and: “There was in him no stately bearing to make us look at him, nor appearance that would attract us to him. He was spurned and avoided by men, a man of suffering, accustomed to infirmity, one of those from whom men hide their faces…” (Isaiah 53: 2-3) As the echo of these verses faded away in my head, the repulsion and the disgust disappeared. I was then able to look him in the eyes and smile. And he smiled back. I fed him and not even the deformity of his tongue nor the missing teeth nor any physical aspect of him seemed to matter anymore. There was a connection between us from that moment on. He hung out with me after lunch and would follow me around.

At three, the bell rang, telling us that our work day was over and that the truck would come to pick us up soon, so I headed towards the gate. Jason walked with me, grabbed my hand and sat down at my side. While waiting, he laughed several times at stuff I said to other residents. The sound that came out of his mouth was so abnormal that at first I could not recognize it as laughter. Once I did, it reminded me of something I had learned of a long time ago: that when theologians and missionaries were discussing whether the natives of the newly discovered lands of America had a soul or not (hence, making them humans whom should not be enslaved), it was determined that they did because they could laugh and laughter is something exclusive to human beings. In the same way, Jason’s laughter, however strange it sounded as it came out, showed me that he is as human as I am. He is as human as the most beautiful and “perfect” (physically speaking) people. He also did something for me that I could never do for him: he took the veil off of my eyes so I could discover Christ.

Before walking out of Faith Centre, I gave him a hug. Something in his eyes told me that our presence there had made him extremely happy. I had to hold the tears back as I got onto the back of the truck and during the whole trip to the monastery. I was not sent back to Faith Centre, but every time we went there to pick people up, Jason would come up to the gate and wave at me. I would wave back.