viernes, 24 de diciembre de 2010

Un Canto de Navidad / A Christmas Carol

Por G.K. Chesterton

El niño Cristo yacía en el regazo de María,
su cabello era como una luz.
(Oh cansado, cansado estaba el mundo,
pero aquí todo está bien.)

El niño Cristo yacía en el pecho de María,
su cabello era como una estrella.
(Oh severos y astutos son los reyes,
pero aquí están los corazones verdaderos.)

El niño Cristo yacía en el corazón de María,
su cabello era como un fuego.
(Oh cansado, cansado está el mundo
pero aquí está el deseo del mundo.)

El niño Cristo estuvo en la rodilla de María,
su cabello era como una corona,
y todas las flores lo miraron hacia arriba.
Y todas las estrellas lo miraron hacia abajo.


By G.K. Chesterton

The Christ-child lay on Mary’s lap,
His hair was like a light.
(O weary, weary were the world,
But here is all aright.)

The Christ-child lay on Mary’s breast,
His hair was like a star.
(O stern and cunning are the kings,
But here the true hearts are.)

The Christ-child lay on Mary’s heart,
His hair was like a fire.
(O weary, weary is the world,
But here the world’s desire.)

The Christ-child stood at Mary’s knee,
His hair was like a crown,
And all the flowers looked up at him.
And all the stars looked down.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Madre de la Libertad / Mother of Freedom

La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe siempre ha sido un símbolo de la libertad para los mexicanos. Desde el momento de las apariciones, representó una liberación para los indígenas de sus rituales sangrientos y de sus dioses falsos. Después pasó a ser la bandera del ejército insurgente que peleó por la independencia. Durante las persecuciones de los años veinte, su imagen se convirtió en el estandarte de los que luchaban por la libertad religiosa. Muchos de los mártires que dieron su vida para que otros pudieran practicar su fe libremente, murieron con su dulce nombre en los labios.

Esto, sin embargo, parece una gran paradoja. El que la mujer que se refirió a sí misma como esclava; el que la muchacha israelita que entregó su voluntad completamente a la de Dios, pueda ser considerada la encarnación misma de la libertad es algo que les parece una contradicción a nuestros contemporáneos. Choca con las nociones modernas de libertad. Y la paradoja se vuelve aún más notoria dado que el hombre moderno está obsesionado con lo que cree que es libertad. Cree que la libertad es vivir sin restricciones. Lo que restrinja esa libertad se considera malo. Por eso se rechaza la religión, por eso se niega la moral. Sin embargo, esta obsesión no ha llevado al hombre actual a alcanzar una mayor libertad. Al contrario, mientras más la busca, mientras más obstáculos remueve, más se da cuenta de que no es libre. Se deshace continuamente de límites sin alcanzar jamás el estado de libertad absoluta que tanto anhela. La libertad parece ser elusiva; es una especie de objeto inalcanzable.

Esta libertad es inalcanzable porque no es libertad. Ni siquiera existe. Es una quimera. Como muchas de las ideas que nos han llegado de la Ilustración, este concepto de libertad está basado en una teoría que no tiene ningún sustento en la realidad. Es una libertad falsa porque no está enraizada en la Verdad. “Libertad sin Verdad no es libertad”, escribe Benedicto XVI y tiene razón. Este tipo de libertad no libera sino que esclaviza.

Entonces, ¿cómo es la libertad verdadera? Si dije que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es un símbolo de la libertad es porque la Virgen María vivió una vida auténticamente libre. Por tanto, conviene voltear hacia ella para ver cómo es la libertad real. Al mismo tiempo, nos permitirá ver las diferencias entre la libertad verdadera y aquello que nuestra cultura ha llegado a creer que es la libertad.

Lo primero que debemos notar es que la libertad de María es, en cierta forma, pasiva. Ella no la ha reclamado para sí misma, la ha recibido como un regalo de Dios. Le fue dada por Dios, no por hombre o institución alguna y, por ende, nadie se la puede quitar. La gran contradicción de la Ilustración fue que, mientras sostenían que el hombre era libre por naturaleza, ataron esa libertad a las estructuras políticas, sociales y económicas. De ahí se puede caer fácilmente en la idea de que la libertad es, en cierto sentido, “otorgada” por el gobierno o por la sociedad. El hombre es, entonces, solamente libre cuando las condiciones sociales “opresivas” han sido cambiadas. Es por eso que la libertad de la Ilustración es una libertad que se toma, a la fuerza si es necesario. No es coincidencia que esa época haya sido la época de las revoluciones, en la cual la violencia se usaba con frecuencia para obtener “más” libertad. La primera característica de la libertad auténtica es que es inherente a la naturaleza humana, no es dada ni por el gobierno ni por la sociedad. Aún cuando alguien sufre opresión injusta, puede ser libre, como lo demostraron San Juan de la Cruz (quien fue encerrado en un calabozo por miembros de su propia orden) y el Cardenal Van Thuan (aprisionado y encerrado en confinamiento solitario por 9 años por los comunistas vietnamitas).
La segunda cosa que debemos notar es que María es libre no mediante la imposición de su voluntad sobre otros sino por la sumisión de sí misma a la voluntad de Dios. Nuevamente vemos que es una libertad pasiva en que ella permite que Dios haga con ella lo que Él deseé: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1: 38). Para que sea libre, ella tuvo que reconocer la existencia de un orden externo y que no depende de ella. La voluntad de Dios, la Providencia de Dios y las leyes que Dios ha impuesto en el mundo no son límites que la hacen menos libre, son los medios que permiten que sea libre. Sólo sometiéndose a ellos se puede ser libre. Esto es totalmente opuesto a las nociones modernas de libertad. Una libertad que no tiene límites se disuelve y deja de existir. Los límites mismos son los que permiten que la libertad exista. Cuando los hombres fracasan en reconocer las limitaciones de su propia libertad, la pierden. María entendió esto a la perfección. Entonces, la segunda característica de la libertad verdadera es que tiene límites.

Lo último que hay que tomar en cuenta es que María no usó su libertad para servirse a sí misma, sino para servir a otros. La suya es la libertad del don de sí misma. Entender la libertad de esta forma trae consigo una implicación muy importante: requiere sacrificio. La decisión que ella tomó, el “sí” al plan de Dios, su fiat, lo dio aún sabiendo el sufrimiento que le traería: “y a ti, una espada te atravesará” (Lc. 2: 35). Esto está en claro contraste con la idea actual de libertad. La libertad se busca para el bien del individuo, aún cuando afecte el bien de los demás. Esto sólo puede conducir al conflicto. Está dispuesta a sacrificar a otros en nombre de la libertad, pero no está dispuesta a sacrificarse a sí misma. Cuando la libertad es egoísta, lleva a la supresión de la libertad de los otros. Al final, nadie es más libre. La libertad auténtica actúa de forma distinta. Puesto que buscar servir y no ser servida, se regocija en la libertad de los demás. Por su propia naturaleza tiende a la propagación. Por tanto, la última característica de la libertad auténtica es que debe ser usada para el bien de los demás, aún a costa del sacrificio personal.

“Libertad sin Verdad no es libertad.” “La Verdad os hará libres” (Jn. 8: 32). María, al decir “sí” permitió que la Verdad entrara en el mundo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14: 6). Al someter su voluntad a la del Logos, a la eterna fuente de Verdad, fue liberada. Al permitir que el Logos se encarnara en su vientre, ella abrió las puertas para nuestra liberación. Así como hace 200 años muchos siguieron su imagen para luchar por una libertad mal entendida, hoy debemos tomar su imagen para restaurar la libertad que ella realmente representa.



The image of Our Lady of Guadalupe has always been a symbol of freedom for the Mexican people. From the moment of the apparitions it freed the indigenous peoples from their bloody rituals and from their false gods. Later it was to be used as the banner of the insurgent army that fought for Mexican independence. During the persecutions of the 1920’s, her image became a symbol of the struggle for religious freedom. Many martyrs who gave their life so others could freely practice their faith died with her sweet name on their lips.

This is, however, a great paradox. It seems a contradiction to our contemporaries that the woman who referred to herself as a slave; that the Israelite peasant who surrendered her will completely to the will of God, could be considered the epitome of freedom. It somehow collides with the Modern notions of freedom. The paradox becomes even more noticeable because the men of our time are obsessed with what they believe to be freedom. They believe freedom is living without any restrictions. Anything that restricts that freedom is considered to be bad. That is why religion is rejected, that is why morality is denied. However, this obsession has not led Modern man to greater freedom. On the contrary, the more he seeks this freedom, the more “obstacles” to it that he removes, the more he becomes aware that he is not free. He keeps on getting rid of limits without ever reaching that state of absolute freedom that he so ardently desires. Freedom seems to be elusive; it is a sort of unobtainable thing.

This freedom is unreachable because it is not really freedom at all. It does not even exist. It is a chimera. As with many things that have come down to us from the Enlightenment, this concept of freedom is based on a theory that is not backed up by reality. It is a false freedom because it is not rooted in Truth. “Freedom without Truth is not freedom”, writes Pope Benedict XVI, and he is right. This type of freedom will not liberate, it will enslave.

But then, what is true freedom like? If I said that the image of Our Lady is a symbol of freedom it is because the Virgin Mary lived a truly free life. Hence, it is convenient to turn to her to see what true freedom looks like. At the same time, it will allow us to see the differences between true freedom and that which our culture has come to believe is freedom.

The first thing to notice is that the freedom of Mary is, in a way, passive. She has not claimed it for herself; she has received it as a gift from God. It was given by God, not by any man or institution and so, no one can take it away. The great contradiction of the Enlightenment was that, while claiming that man was free by nature, it tied that freedom to the political, economical and social environment. From there, one can easily fall into the belief that freedom is, in a sense, “given” by the government or by society. Man is only free when “oppressive” social conditions are changed. That is why the freedom of the Enlightenment is a freedom that is taken, by force if necessary. It is no coincidence that that time period was the age of revolutions, when violence was used more often than not to obtain “more” freedom. The first characteristic of true freedom is that is inherent to human nature, it is not given by the government or by society. Even when someone is being unjustly oppressed, he can remain free, as Saint John of the Cross (thrown into a dungeon by his own order) or Cardinal Van Thuan (who was imprisoned and in solitary confinement for 9 years in a Communist prison) have shown.

The second thing that we must notice is that Mary is free not by imposing her will upon others, but by submitting herself entirely to the will of God. Again, it is a passive freedom in that she allows God to do to her what He wills: “May it be done to me according to your word” (Lk. 1: 38). In order for her to be free, she had to recognize the order that exists in the world and that does not depend on her. God’s will, God’s providence and the laws God has imposed on the world are not limits that make her less free, they are the means that enable her to be free. Only by submitting to them can someone be truly free. This again goes against the modern notions of freedom. A freedom that has no limits dissolves and ceases to exist. The limits themselves are what allow freedom to exist. When men fail to recognize the limitations of their own freedom, they lose it. Mary understood this perfectly. Therefore, the second characteristic of true freedom is that it has limitations.

The last thing to take into account is that Mary did not use her freedom to serve herself, but to serve others. It is the freedom of the gift of self. This has an important implication: it requires sacrifice. The decision she made, the “yes” to God’s plan for her, her fiat, was given even with knowledge of the suffering she would have to endure: “and you yourself a sword will pierce” (Lk. 2: 35). This stands in stark contrast with the world’s idea of freedom. Freedom is sought for the good of the individual, even when that affects the good of others. This leads inevitably to conflict. It is willing to sacrifice others for the sake of freedom, but it is not willing to sacrifice itself. When freedom is egotistical it leads to the suppression of the freedom of others. In the end, no one is freer. Real freedom acts differently. Because it seeks to serve and not to be served, it rejoices in the freedom of others. By its very nature it tends to spread. So, the last characteristic of true freedom is that it ought to be used for the good of others, even at the cost of personal sacrifice.

“Freedom without Truth is not freedom.” “Truth shall set you free” (Jn. 8: 32). Mary, by saying “yes” allowed Truth to come into the world: “I am the Way, the Truth and the Life” (Jn. 14: 6). By submitting her will to that of the Logos, to the eternal source of all Truth, she was set free. By allowing the Logos to become incarnate in her womb, she opened the gates for our liberation. Just like 200 years ago many followed her image to fight for a misunderstood freedom, today we should use it to restore the freedom that she truly represents.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Christus vincit

En memoria de los mártires de la persecución religiosa a unos días de la fiesta de Cristo Rey y un día después de la fiesta del Beato Miguel Agustín Pro.

Recuerdo que, estando en la primaria, empecé a notar una tendencia en lo que me estaban enseñando de historia que incluso en aquél entonces me pareció extraña. Empecé a notar que lo que decían mis maestros, que lo que decían los libros de texto no coincidía con la realidad. Esta tendencia era aún más notoria cuando se trataba de cuestiones relacionadas con la Iglesia Católica. Cada vez que leía algún texto exaltando a la Reforma Protestante como liberadora de la humanidad, en contraste con la supuesta opresión impuesta por la Iglesia; cada vez que escuchaba a alguien acusar al católico español de asesino de indios mientras que el inglés puritano era alabado por su osadía en tierras extrañas, algo en mis entrañas se revolvía. En esos días no podía formular argumentos racionales contra aquellas mentiras pero muy adentro de mi ser sabía que algo no encajaba. No era más que una simple intuición, un presentimiento, una voz que gritaba: “¡eso no es cierto!”

El mejor ejemplo de esto es el mito de que el catolicismo nunca echó raíces en México. Según esta teoría, la labor evangelizadora de los españoles fue un fracaso, la conversión de los indios únicamente producto de la imposición. Mucha gente se ha creído esta mentira, aún cuando la historia misma se ha encargado de refutarla. El asumirla como cierta deja muchos aspectos de la realidad mexicana sin explicar. Quizá el más significativo sea el de la respuesta del pueblo ante la persecución religiosa de los años veinte. ¿Cómo pudo una religión que nunca echó raíces sobrevivir ataques como los que sufrió la Iglesia Católica mexicana? Y esto después de más de cien años de vejaciones, de educación antirreligiosa y de gobiernos anticlericales. ¿Cómo es que un pueblo a quien se le impuso esa religión a la fuerza, estuvo dispuesto a morir por ella? Al aceptar esa falsa teoría, las preguntas sin respuesta se multiplican. La realidad se queda sin explicación.

La historia oficial ha preferido mantener silencio, como si con ello pudiera ahogar la memoria de la gente. A mí siempre me pareció un sinsentido que un evento de tal magnitud se intentara ignorar. El único párrafo que aparecía en mis libros de historia hablaba de la rebelión de los “fanáticos” católicos como si hubiera sido algo sin importancia. Sin embargo, en mi casa las historias que escuchaba eran diferentes. Historias sobre mi abuela y sus hermanos escuchando Misa en secreto, sobre primeras comuniones y bautizos a escondidas, sobre sacerdotes disfrazados huyendo de casa en casa. ¡Qué gran sorpresa me llevé al descubrir que un pariente mío, torturado y asesinado por ser sacerdote, había de ser elevado a los altares! Las palabras escritas en las memorias de mi bisabuela acerca de la vida bajo la persecución, acerca de las matanzas y la violencia del gobierno contra los católicos, trajeron a la vida estos eventos, ignorados en el aula y sepultados bajo palabras muertas de historiadores cómplices. Si intentamos escuchar, o, más bien, si queremos escuchar, podemos oír las voces de los testigos presenciales, recogidas por Jean Meyer, rompiendo el silencio de la ignorancia: “Hacía ocho años que era fiel servidor del gobierno y hacía reinar el orden en mi región como Jefe de Acordada. Pero al César se le metió en la cabeza maltratar a mi Santa Madre la Iglesia, y comenzó a matar sacerdotes y católicos, a insultar a las monjas y a las mujeres que iban a Misa. Enviamos cartas, protestas, más cartas, súplicas, y le hablamos de la justicia y de Dios. Por eso se rieron más de nosotros y creyeron que les teníamos miedo, y aumentaron sus ataques porque consideraron viento nuestras peticiones. Por eso no nos quedó más remedio que quitarles sus carabinas y darles con ellas entre la quijada y las orejas...”

¿Quién podrá creer que la fe en Cristo nunca se asentó en estas tierras después de leer las palabras de simples campesinos quienes, sin embargo, entendían a la perfección que el reinado de Cristo no es de este mundo: “Nos estrangulan porque dicen que somos muy malos, porque somos tercos para defender el honor y la gloria de aquél que murió desnudo en la cruz más alta, entre dos ladrones; nos dicen que él fue el peor de los hombres porque no quiso someterse al príncipe de la Tierra...”?

¿Quién puede negar que aquellos que pronunciaron estas palabras habían asimilado a la perfección la idea profundamente cristiana de la Dignidad de la Persona Humana: “El gobierno nos quita todo: nuestro maíz, nuestro heno, nuestros animales y, como si no bastara, nos quiere hacer vivir como bestias, sin religión y sin Dios...”? ¡Esto sólo puede provenir de alguien que sentía que su fe católica era una parte de su mismo ser!

Estos sólo son algunos testimonios de los muchos que nos hablan de un pueblo sumergido en valores cristianos. Valores cristianos bien arraigados, presentes en el subconsciente colectivo. Son muchos los que hoy intentan desechar esos valores, los que intentan hacernos “vivir como bestias, sin religión y sin Dios”. La respuesta ya la proveyeron aquellos heroicos antepasados nuestros: “Esto no lo va a poder hacer, porque cada vez que se nos presente la ocasión gritaremos a todo pulmón: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”

 Fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro.  ¡Ruega por nosotros! / Blessed Miguel Agustín Pro's execution.  Pray for us!



In memory of the martyrs of the religious persecution, a few days after the Feast of Christ the King and one day after the memorial of Blessed Miguel Agustín Pro.

I remember that, while in elementary school, I began to notice a tendency in what I was being taught about history that even back then seemed strange. I started to realize that what my teachers said, that what I read in textbooks did not coincide with reality. This tendency was even more noticeable when it related to things concerning the Catholic Church. Every time I read some text presenting the Protestant Reformation as liberator of humanity, in opposition to the supposed oppression imposed by the Catholic Church; every time I heard someone accuse the Spanish Catholic of being a murderer of natives while the Protestant Englishman was praised for his daring in dealing with foreign peoples, something inside me would revolt. In those days I was incapable of formulating rational arguments against those lies but deep inside I knew that something did not quite fit. It was only an intuition, a hunch if you may, a voice that yelled: “that is not true!”

The best example of this is the myth that Catholicism never really took root in Mexico. According to this theory, the evangelizing efforts of the Spaniards were a failure, the conversion of the natives was only the product of imposition. Many people believe this lie, even when history itself has refuted it. Accepting it as true leaves so many aspects of Mexican reality unexplained. Perhaps the most significant one is the response of the people during the religious persecution of the 1920's. How could a religion that never took root survive the attacks that the Mexican Church had to endure? All of this after more than a hundred years of ill-treatment, anti-religious education and anticlerical governments. How is it that a people on whom such religion was imposed were so willing to die for it? When you accept this false theory the unanswered questions multiply. Reality remains without explanation.

Official history has preferred to remain silent, as if that were enough to drown the memory of the people. I always thought it was nonsense to try to ignore an event of such magnitude. The only paragraph that appeared in my history books talked of the rebellion of Catholic “fanatics” as if it had been another meaningless page in the long book of human affairs. However, in my house the stories I heard were completely different. Stories about my grandmother and her siblings going to Mass in secret, about first communions and baptisms in hiding, about disguised priests running from house to house. And what about the surprise of finding out that a relative of mine, tortured and killed for being a priest, was to be raised to the altars! The words written by my grandmother in her memoirs about life during the persecution, about the massacres and the violence of the government against its own people, brought the struggles of those times to life, unlike the dead words under which they were buried in the classroom. If we try to listen, or rather, if we want to listen, we can hear the voices of those who witnessed those times breaking the silence of ignorance (these were picked up by Jean Meyer, a French historian who has studied and written extensively about this period): “I had been a faithful servant of the government for eight years and had made order reign in my region as boss of “La Acordada”. But it got into Caesar's head to mistreat my Holy Mother the Church, and he began to kill priests and catholics, to insult nuns and the women who were going to Mass. We sent letters, protests, more letters, supplications, and we talked of justice and of God. Because of that they laughed at us and they thought we were scared of them and they increased their attacks because they considered our petitions to be nothing but wind. That is why we had no other choice but to take away their carbines and strike them with them between their jaw and their ears...”

Who can believe that faith in Christ was never established in these lands after reading the words of simple peasants who, nonetheless, perfectly understood the theological truth that Christ's kingdom is not of this world: “They hang us because they say we are very bad, because we are stubborn in defending the honor and glory of He who died naked in the tallest cross, between two thieves; they tell us that He was the worst of men because he did not want to submit to the prince of the Earth...”?

Who can deny that those who pronounced the following words had perfectly assimilated the deeply Christian idea of the Dignity of the Human person: “The government takes everything away from us: our corn, our hay, our animals and, as if that were not enough, it wants to make us live like beasts, without religion and without God...”? This can only come from someone who felt that his Catholic faith was a part of his very being!

These are only some testimonies among many which tell us of a people profoundly submerged in Christian values, of well-established Christian values, present in the collective subconscious. There are many who are trying to get rid of these values today, who are trying to make us “live like beasts, without religion and without God”. The answer to those people was already given by our heroic ancestors: “This they will not be able to do, because every time we have the chance, we will cry out with all our strength: long live Christ the King! Long live Our Lady of Guadalupe!”

 Fusilamiento del Padre Francisco Vera / Fr. Francisco Vera's execution

lunes, 1 de noviembre de 2010

Meditación sobre el Logos / Meditation on the Logos

Decir que el cristianismo es irracional es no saber nada acerca de él. En todo caso, sería más adecuado decir que ciertas verdades acerca de la fe cristiana trascienden la razón. Pero incluso eso es sólo una verdad a medias. Trascienden la razón desde el punto de vista de la razón humana. Esto es, están por encima de nuestra razón. Nosotros no podemos comprenderlas. Eso, sin embargo, no significa que estén más allá de toda razón. Dios mismo es la fuente suprema de Razón y las verdades de fe no le son incomprensibles. Esto parecerá una sorpresa para aquellos que han sido adoctrinados a creer que la razón humana es la única razón. Nuestra sociedad parece no estar al tanto de que creer eso es una de las cosas más irrazonables que se puedan creer.

Podemos ver esta carencia de razón en las actitudes contradictorias que los enemigos de la Fe han tenido contra ella. El cristianismo ha sido y sigue siendo acusado de no ser racional o de ser demasiado racional según le convenga a sus enemigos. Nada los satisface. Y sin embargo, la realidad es que el cristianismo es quizá la única religión que puede unir fe y razón. Sólo dentro del cristianismo se puede desarrollar la razón al máximo. Esto es así porque es la religión del Logos. Pero, ¿eso qué significa?

El evangelio según San Juan comienza de esta forma: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” “Palabra” es la traducción del latín Verbum, el cual, a su vez, es la traducción del griego Logos. Por tanto, Logos significa Palabra. Sin embargo, el término Logos significaba más de lo que el término “palabra” significa hoy en día. Para la mayoría de la gente de nuestro tiempo, una palabra es simplemente un instrumento de comunicación. Se le considera un arreglo arbitrario de sonidos al cual la sociedad le ha dado un significado. Una mente materialista no puede ver más allá de eso, probando una vez más que es el materialismo el que estrecha la mente, mientras que el cristianismo la amplía. La realidad es que las palabras son mucho más que simples medios de comunicación. Son signos de nuestra capacidad de raciocinio. La palabra nos permite comunicar a los demás esas cosas inmateriales que llamamos ideas. Las palabras son la encarnación de nuestras ideas. Por tanto, el término Logos apunta en la dirección de la racionalidad.

Ahora, Racionalidad sin Verdad no puede existir pues la razón requiere de un orden. No puede emerger del caos del relativismo. La Verdad, que va mano en mano con la realidad, es precisamente lo que nos provee de ese orden. En la medida en que algo posee existencia, esto es, en la medida en que algo es real, posee verdad. Usando el lenguaje de Aristóteles, podemos afirmar que la verdad de un ser es directamente proporcional a la actualidad del mismo. Cuando entramos al reino de los pensamientos y de las ideas, descubrimos que para que un pensamiento sea verdadero, debe corresponder con la realidad, de lo contrario es un pensamiento falso. En pocas palabras, la Verdad no depende de lo que pensemos o creamos, sino de la realidad misma. Un pensamiento falso será falso sin importar que creas con todo tu ser que es verdadero. Por tanto, si Logos apunta hacia la Racionalidad, también apunta hacia la Verdad y hacia la Existencia.

Aún hay más. La presencia de una razón implica una voluntad. Razón sin voluntad es inútil. La voluntad es lo que le permite a un ser racional actuar conforme a su razón. No es coincidencia, pues, que de la palabra latina verbum hayamos derivado el término “verbo”, el cual representa una acción. Dado que el Logos posee una voluntad, es capaz de actuar. Tanto razón como voluntad definen una personalidad. Sólo una persona puede poseer inteligencia y voluntad. Nuevamente, una mentalidad materialista cree que la personalidad sólo aplica a los seres humanos (y a veces creen que ni a ellos). La visión más amplia del cristianismo encuentra personalidad en otros seres como Dios o los ángeles. Pero ese no es el punto. Lo que importa es que el Logos no es únicamente una abstracción. El Logos es una persona. Esto significa que puede haber una relación con Él, y, sobre todo, que Él desea esa relación con nosotros.

Para los griegos, Logos se definía como el principio racional del universo. El cristianismo conservó ese significado pero también le añadió algo. Para los griegos el Logos era algo vago y más allá del entendimiento humano. Era el reconocimiento de algo infinitamente más allá de la humanidad. Este principio racional estaba más allá de nuestro alcance. Este es uno de los problemas al que nos enfrentamos hoy: si la Verdad existe, ¿es accesible a nosotros? En el cristianismo, el Logos, dada su personalidad, ha dejado de ser algo inalcanzable: “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.” Puesto que el Logos es una persona y tiene la capacidad de actuar, se ha inclinado hacia nosotros. Se ha puesto a nuestro alcance y nos ha revelado su propia naturaleza.

Dado el atributo de la simplicidad de Dios, el Logos, es decir, la razón de Dios, es Dios. Pero es la razón divina, no la razón humana la que es Dios. La razón humana encuentra su origen en la razón divina, pero son dos cosas distintas. Creer que la razón humana puede ser deificada fue el error de los filósofos de la Ilustración. Mientras el cristianismo siempre ha enseñado que el hombre fue creado a imagen de Dios, la Ilustración hizo a Dios a imagen del hombre. Nosotros no somos la Palabra, sino ecos de la Palabra. Somos imágenes suyas. Salimos de Ella y a Ella hemos de volver. Cuando este orden es cambiado, la razón humana es puesta en una posición que está más allá de sus capacidades y cae víctima de esta locura. Pronto, esta misma razón, que es la que nos distingue de los brutos, se vuelve contra sí misma. Sin el Logos, nuestra razón pierde su posición privilegiada dentro de la creación. Se convierte en el resultado de una larga serie de coincidencias, en algo que bien se pudo haber desarrollado en cualquier otra especie. Ahora es común escuchar a gente decir que los seres humanos no somos distintos a los demás animales. Algunos incluso buscan darles los mismos derechos que nosotros poseemos. Con la abolición de la razón, se ha abolido también la Dignidad de la Persona Humana. El reconocimiento de la dignidad inalienable de los seres humanos, dignidad que tiene su fundamento en el hecho de que somos imágenes del Logos, es rechazado e intercambiado por ideologías que ven a los seres humanos como objetos. El rechazo de esta dignidad, causado por el rechazo del Logos, es lo que tienen en común el comunismo, el nazismo, el capitalismo radical y todas las demás formas de pensamiento materialista. Cuando el orden del Logos desaparece, el relativismo toma su lugar, el cual puede ser usado para justificar cualquier forma de totalitarismo. Este caos no es benéfico para el desarrollo de la razón humana, es, más bien, perjudicial.

Dentro del cristianismo, la razón humana encuentra su lugar dentro del orden del mundo. Nuestra razón no es Dios, pero proviene de Él. Cuando ésta se somete a la razón divina, puede crecer y desarrollar su máximo potencial, pues, como ya dije, se vuelve más amplia. De lo contrario, se estrecha, se corrompe y puede fácilmente convertirse en un instrumento de opresión o de desesperanza. El orden del mundo testifica a favor de la existencia del Logos. Sin el Logos, el universo sólo puede ser una enorme contradicción. ¿Cómo puede un universo ordenado surgir de la nada? Sin un principio racional, el universo no puede ser entendido de forma racional. Sin el Logos, no podemos entender nuestra propia existencia y eso es algo que a todos nos debería de aterrar.

La civilización occidental siempre ha sido la civilización de la razón. Sin embargo, la unión entre la filosofía de Grecia y la sabiduría de Israel de la cual nació esta civilización sólo pudo ocurrir porque el Logos se hizo hombre. En el Logos está la raíz de Occidente y sólo regresando a Él que es “la Verdad, el Camino y la Vida” podremos salvarlo.



To say that Christianity is irrational is to know nothing about it. In any case, it would be more adequate to say that certain truths about the Christian faith are suprarational or that they transcend reason. But even that is only a partial truth. They are suprarational from the standpoint of human reason. That is, they are above our reason. We cannot comprehend them. That, however, does not mean that they are beyond all reason. God Himself is the ultimate source of Reason and the truths of faith are not incomprehensible to Him. This might come as a surprise to people who have been raised to believe that human reason is the only reason. Our society seems to be unaware that believing that is one of the most unreasonable things of all.

We can see this unreasonableness in the contradictory attitudes that the enemies of the Faith have had towards it. Christianity has been accused of not being rational but also of being too rational, depending on what is most convenient to its enemies. They seem to never be satisfied. The truth is that Christianity is perhaps the only religion that can unite faith and reason. Only in Christianity can reason be developed to its fullest. This is so because it is the religion of the Logos. But what does that mean?

The gospel of John starts thus: “In the beginning was the Word, and the Word was with God and the Word was God.” “Word” is a translation of the Latin Verbum which in turn is a translation of the Greek Logos. Hence, Logos means Word. However, the term “Logos” was meant to convey much more than what the term “Word” conveys to us today. For most of the people of our time, a word is simply an instrument for communication. It is considered an arbitrary arrangement of sounds to which society has attached a meaning. A materialistic mindset cannot see beyond that, proving, once more, that it is materialism that narrows one's mind, while Christianity broadens it. The reality is that words are much more than simple means of communication. They are a sign of our capacity to reason. A word allows us to communicate to others those immaterial things that are called ideas. Words are the incarnation of our ideas. Therefore, the term Logos points us in the direction of rationality.

Now, rationality without Truth cannot exist, for rationality requires order and order cannot emerge from the chaos of Relativism. Truth, which goes hand in hand with reality, is precisely what provides this order. In the degree in which something possesses fullness of being, that is, in the degree in which it is real, it possesses truth. Using the language of Aristotle, we could say that truth is directly proportional to the actuality of a being. When we move into the realm of thoughts, we discover that for a thought to be true, it must correspond to reality, otherwise it is false. In conclusion, Truth does not depend on what we think or believe, but on reality itself. A false thought will be false no matter how much you believe it to be true. Therefore, if Logos is pointing towards rationality, then it is also pointing towards Truth, and hence, to Existence.

There is more to this. The presence of Reason implies also a Will. Reason without will is useless. Will is what allows a rational being to act according to its reason. It is not a coincidence that from the Latin word verbum we have derived the term “verb” which represents an action. Because the Logos possesses a will, it is capable of action. Both reason and will define personhood. Only a person has reason and will. Again, a narrow materialistic mindset can only see personhood as applied to human beings (and sometimes, not even to them). A broader Christian mindset can see personality in other beings, such as God and the angels. But that is not the point. What matters is that the Logos is not simply an abstract thing. The Logos is a person. This means that there can be a relationship with Him and, above all, that He desires that relationship with us.

For the Greeks, Logos was defined as the rational principle of the universe. Christianity preserved that meaning but also added to it. For the Greeks it was something vague and beyond human understanding. It was the recognition of something infinitely beyond mankind. This ultimate principle of rationality was beyond our reach. This is one of the problems that we face today: is Truth, if it exists, accessible to us? In Christianity, the Logos, because of His personhood, is no longer something unreachable: “the Word became flesh and made his dwelling among us.” Because the Logos is a person and can act, He reaches down towards us. He comes within our grasp and reveals to us His very nature.

Because of the attribute of Divine simplicity, the Logos, God's reason, is God. But it is Divine Reason, not human reason that is God. Human reason finds its origin in Divine Reason, but they are different things. To believe that human reason should be deified was the mistake of the philosophers of the Enlightenment. While Christianity spoke of Man being the image of God, the Enlightenment made God in the image of Man. We are not the Word but simply echoes of the Word. We are images of it. We came forth from the Word and are meant to return to it. When this order is changed, human reason is put in a situation which it cannot handle and it becomes the first victim of this madness. Soon, that very reason, which is what distinguishes us from the brutes, turns against itself. Without the Logos, our reason loses its privileged spot within creation. It becomes the result of a long series of coincidences, in something that could have well developed in any other species. It has become common to hear people say that human beings are not different from animals. Some even try to give animals the same rights that humans have. With the abolition of reason has come also an abolition of the dignity of the Human Person. Recognition of the inalienable dignity of human beings, dignity which is rooted in the fact that we are images of the Logos, is rejected and exchanged for ideologies that see human beings as objects. What Communism, Nazism, radical Capitalism and all other forms of materialistic ideologies have in common is their rejection of this dignity because of their rejection of the Logos. When the order of the Logos disappears, its place is taken by the insanity of Relativism which can then justify any form of totalitarianism. This chaos is not beneficial for the development of human reason; it is clearly detrimental for it.

Within Christianity, human reason finds its proper place in the order of the world. Our reason is not God, but comes from Him. When it is submitted to the Divine Reason, it can grow and develop to its full potential because, as I have already said, it is broadened. Otherwise, it narrows, withers and easily becomes an instrument of oppression or despair. The order of the world testifies in favor of the existence of the Logos. Without Him, the universe can only be one huge contradiction. How can an ordered universe emerge from nothing? Without a rational principle, the universe cannot be understood in a rational way. Without the Logos, we cannot understand our own existence and that is a very terrifying idea.

Western civilization has always been the civilization of reason. However, the union between the philosophy of Greece and the wisdom of Israel from which it was born could only take place because the Logos became man. In the Logos lie the roots of the West; only by returning to Him who is “the Truth, the Life and the Way” will our civilization be saved.

domingo, 17 de octubre de 2010

Imagina / Imagine

Uno escucha con frecuencia que la religión es mala porque en su nombre muchas personas han muerto. Usando esta lógica, es natural que el siguiente paso sea que la religión debe desaparecer para que podamos tener una vida en paz. Incluso una canción habla de esto:

Imagina que no hay países
No es difícil de hacer
Nada por lo cual matar o morir
Y ninguna religión tampoco
Imagina a todo el mundo
Viviendo su vida en paz

Claro que a ninguno de estos “soñadores” se le ha ocurrido pensar que la mayoría de las personas que han sido asesinadas en el pasado, y que continúan siendo asesinadas hoy, han muerto por muchas otras razones que no son religiosas. También olvidan que un grupo que siempre ha sido muy adepto a matar a otros seres humanos es el de aquellos que creen que la religión es mala y que se deciden a erradicarla. No hay evidencia que apunte a que el mundo sería mejor sin religión. Al contrario, hay bastantes hechos que indican que estaría peor. Estos enemigos de la religión comúnmente suavizan su posición diciendo que no se oponen al “sentimiento religioso” (sea lo que sea que eso signifique) sino únicamente a la religión organizada. Esta es una forma políticamente correcta de decir que no aprueban del Catolicismo, pues la religión católica es la única religión realmente organizada. Es precisamente porque está organizada que puede ofrecer una respuesta a esta lógica defectuosa y eso es algo que no les agrada. Hay algo acerca de la Iglesia Católica que les molesta más que cualquier otra cosa. Quizá sea el hecho de que ha sobrevivido a pesar de todos los esfuerzos por destruirla, o quizá sea porque lo que enseña es verdadero y se rehúsan a aceptarlo. Esto, claro está, no lo dicen abiertamente. Me veo forzado a hacer suposiciones pues las razones que he escuchado son tan superficiales como la creencia en que la religión sea mala porque incita a la violencia. Podemos reducir, pues, su dicho de que “la religión es mala” a “el catolicismo es malo y sería mejor que nunca hubiera existido”.

Hagamos exactamente lo que la canción que cité nos dice: imaginemos. Imagina un mundo sin la Iglesia Católica y veamos si lo que esta gente dice es cierto o no:

Podemos empezar removiendo los elementos más visibles del catolicismo: las imponentes estructuras en las que los cristianos se reúnen para adorar a Dios. Imagina Roma sin San Pedro, París sin Notre Dame, Londres sin San Pablo o sin la abadía de Westminster. Imagina a Europa sin ninguna de sus gloriosas catedrales, monasterios o conventos. Con la desaparición de la arquitectura religiosa, deberíamos deshacernos también de todas las otras formas de arte religioso. Ya no tendríamos la Piedad de Miguel Ángel, su David, su Moisés o su capilla Sixtina; muchas de las obras de Bernini o Caravaggio jamás habrían existido. La pared en la que Da Vinci pintó su Última Cena no existiría. Las grandes composiciones de Mozart, Back, Vivaldi o Haydn no serían más que un triste silencio. La tinta que nos ha legado las Confesiones de Agustín, la poesía de Juan de la Cruz o de Teresa de Ávila o el Infierno, Purgatorio y Cielo de Dante, se habría secado sin haber sido nunca utilizada. El mundo sería, sin duda alguna, un lugar menos bello.

Sin el catolicismo, la síntesis de la fe y la razón jamás habría ocurrido. Sin una fe en el Logos (el Verbo), la insuficiencia de nuestra propia razón nos habría conducido rápidamente a la locura. Quizá habríamos encontrado un refugio temporal en las religiones orientales, religiones de la desesperanza y de un misticismo de disolución, si las obras de los Padres de la Iglesia no hubieran existido, las cuales unieron a la filosofía griega con la fe y que nos recordaron la comprensibilidad del mundo. Esa insistencia casi obsesiva por entender y creer, que San Anselmo resumió en la frase Fides Quaerens Intellectum (Fe que busca a la Razón) no sería parte de nuestras vidas. Mucha de la cultura de la Antigüedad tampoco, pues los monjes que pacientemente copiaron a mano todas las obras clásicas no habrían existido. La metafísica de Aristóteles no habría alcanzado la plenitud que halló en la “metafísica del Éxodo” (como la llama Etienne Gilson) en la brillante mente de Santo Tomás de Aquino pues el libro del Éxodo jamás habría sido escrito. No es difícil imaginar que gran parte de la filosofía aristotélica habría desaparecido si el cristianismo no hubiera nacido. Habría que borrar, igualmente, al sistema universitario de la faz de la Tierra. Después de todo, las universidades fueron una creación de la Iglesia medieval. Junto con ellas, habría que eliminar a gran parte del sistema educativo del mundo pues un gran número de escuelas, tanto de educación primaria como secundaria, fueron creadas y son mantenidas por órdenes religiosas. Sin todo esto, la ciencia como la conocemos jamás habría escalado a los niveles que ha alcanzado. El mundo sería, sin duda alguna, un lugar menos inteligible.

Imagina que las frases “Dios creó al hombre en su imagen” y “el Verbo se hizo carne” no hubieran sido escritas. Éstas son los cimientos de la creencia en la dignidad de la persona humana. Sin ellas, esta idea no podría existir. Para los antiguos, era natural que el débil muriera y que ciertas personas fueran inferiores a otras. La esclavitud y el infanticidio serían aún comúnmente aceptados pues fue a través de la acción del cristianismo que fueron eliminados, al menos en Occidente. No fue Aristóteles, Platón, Sócrates, Séneca ni ninguno de los filósofos de la antigüedad, sino San Pablo quien escribió: “Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús.” (Gal. 3: 28). No existirían la tolerancia y la igualdad. Aquellos que sostienen que la religión es mala porque ha causado la muerte de muchos no se dan cuenta que sin el catolicismo, la vida humana sería tan desechable como lo era en el mundo antiguo. Cuidar a los enfermos o abandonados, a los huérfanos y viudas, alimentar a los hambrientos o dar de beber a los sedientos no serían valores a los que debe aspirar una sociedad. Imagina un mundo sin los muchos hospitales, orfanatos y hospicios que han sido fundados y mantenidos por gente religiosa. El mundo sería, sin duda alguna, un lugar menos humano.

En pocas palabras, sin el cristianismo, el mundo sería un mundo en el que no valdría la pena vivir.



One often hears that religion is bad because in its name many people have been killed. Using this logic it naturally follows that religion should disappear in order for us to have a peaceful life. Even a famous song talks of this:

Imagine there's no countries
It isn't hard to do
Nothing to kill or die for
And no religion too
Imagine all the people
Living life in peace

Of course, these “dreamers” seem to forget that most of the people who have been killed in the past, and continue to be killed today, have been murdered for many reasons other than religion. They also forget that a group that has always been particularly fond of killing human beings is that of those who believe that religion is bad and decide to rid humanity of it. There is no evidence that could even suggest that a world without religion would be a better world. On the other hand, there are plenty of facts that indicate that a world without it would be worse. These enemies of religion usually soften their position by saying that they do not oppose religious sentiment (whatever that means) but only organized religion. That is a politically correct way of saying that they do not approve of Catholicism, because Catholicism is the only truly organized religion. Because it is organized, it can offer a response to their defective logic and that is something they dislike. There is something about the Catholic Church that seems to bother them more than anything else. Maybe it is the fact that it has survived despite all efforts to destroy it or perhaps it is because what it teaches is True and they just refuse to accept that. This, of course, is not what they openly say. I am forced to make suppositions because all the answers I have heard on this are as superficial as the belief that religion is bad because it leads to violence. We can, therefore, reduce their saying that “religion is bad” to “Catholicism is bad and it would be better if it had never existed”.

Let us do exactly what the song I quoted asks us to do: let us imagine. Imagine a world without Catholicism and let us see if what these people claim is true or not:

We might begin by removing the most visible elements of Catholicism: the imposing structures in which Christians worship. Imagine Rome without St. Peter's, Paris without Notre Dame, London without St. Paul's or Westminster Abbey. Imagine Europe without any of its glorious cathedrals, monasteries and convents. With the disappearance of religious architecture we might as well get rid of other forms of religious art. No longer would we have Michelangelo's Pietá, his David or his Moses, his Sistine Chapel; many of the works of Bernini or Caravaggio would never have come into existence. The wall on which Da Vinci's Last Supper was painted would no longer be there. The greatest compositions of Mozart or Bach, Vivaldi or Haydn would have been nothing but a sombre silence. The ink which has given us the Confession's of Augustine, the poetry of John of the Cross or Teresa of Avila or the hell, purgatory and Heaven of Dante, would have dried without ever being used. The world would be, without a doubt, a less beautiful place.

Without Catholicism, the synthesis of Faith and Reason would have never taken place. Without a Faith in the Logos (the Word), the insufficiency of our own reason would have led us quickly into insanity. We probably would have found a temporary refuge, if any, in the religions of despair of the East with their mysticism of dissolution, had we not had the works of the Church Fathers, who united Greek Philosophy with the faith, and reminded us of the reasonableness of the world. That almost obsessive drive to understand and to believe, which St. Anselm summed up in the phrase Fides Quaerens Intellectum (faith seeking understanding) would not be a part of our lives. Let alone most of the culture of Antiquity since the monks that patiently copied by hand the works of old would not have existed. The metaphysics of Aristotle would not have found fulfillment in the “metaphysics of Exodus” (as Etienne Gilson calls it) in the brilliant mind of St. Thomas Aquinas because the book of Exodus would never have come into being. It is not difficult to imagine that a significant part of the philosophy of Aristotle could have disappeared had Christianity never been born. We would also have to erase the university system from the face of the Earth. After all, universities were a creation of the Medieval Church. With it, we would also get rid of the majority of the primary and secondary education system all over the world since it was created and is maintained by thousands of religious men and women. Without all of this, science as we know it would never have arisen. The world would be, without a doubt, a less intelligible place.

Imagine that the phrases “God created man in his image” and “the Word became flesh” had never been written. These are the very foundation for the belief in the dignity of the Human person. Without them that idea could not possibly exist. For the ancients it was only natural that the weakest should die or that some people were inferior to others. Slavery and infanticide would still be widely accepted because it was through the work of Christianity that it came to be eliminated, at least in the West. It was not Aristotle, Plato, Socrates, Seneca or any of the philosophers of old, but St. Paul who wrote: “There is neither Jew nor Greek, there is neither slave nor free person, there is not male and female; for you are all one in Christ Jesus." (Gal. 3:28). There would be no such thing as tolerance and equality. Those who say that religion is bad because it has caused death to many do not realize that without Catholicism, human life would be as disposable as it was in the Ancient World. Caring for the sick or the abandoned, looking after orphans and widows, feeding the hungry and giving water to the thirsty would no longer be values that society would strive for. Imagine a world without the many hospitals, orphanages and assistance homes that have been founded and taken care of by religious people. The world would be, without a doubt, a less humane place.

In a few words, without Christianity, the world would be a place not worth living in.

jueves, 7 de octubre de 2010

Lepanto

El 7 de octubre de 1571, una flota cristiana, comandada por Juan de Austria, derrotó a la flota turca en una de las batallas más importantes de la historia de Occidente. La derrota de los turcos en la batalla de Lepanto salvó a Europa de ser invadida por los musulmanes y cambió definitivamente el sentido de la guerra entre Cristiandad y el Islam. El Papa pidió que el día de la batalla todos los fieles rezaran el Rosario para pedir que, por intercesión de la Virgen María, las fuerzas cristianas triunfaran. Una vez obtenida la victoria, se declaró el 7 de octubre como el día de “Nuestra Señora de la Victoria”. Años después, se cambió la fiesta a la de “Nuestra Señora del Rosario”, para recordarle a todos el poder de esta oración. G.K. Chesterton escribió un poema épico en conmemoración de esta batalla (la traducción es de Jorge Luis Borges):

Blancos los surtidores en los patios del sol;
El Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.
Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,
Y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,
Y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,
Porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.
Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,
Han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,
Y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,
Que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.
La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;
La sombra de los Valois bosteza en la Misa;
De las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,
Y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.
Laten vagos tambores, amortiguados por las montañas,
Y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,
Y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,
El último caballero de Europa toma las armas,
El último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,
Que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.
En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo
Sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.
Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,
Don Juan de Austria se va a la guerra.
Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,
Oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,
Carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.
Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.
Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.
Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,
Yergue la cabeza como bandera de los libres.
Luz de amor para España ¡hurrá!
Luz de muerte para África ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Cabalga hacia el mar.

Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde
(Don Juan de Austria va a la guerra.)
Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,
Su turbante que tejieron los mares y los ponientes.
Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,
Y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,
Y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama
A Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:
Genios y Gigantes,
Múltiples de alas y de ojos,
Cuya fuerte obediencia partió el cielo
Cuando Salomón era rey.
Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,
Desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;
Ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar
Donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;
Sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del

Salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;
Surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo,-
Se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.
Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,
Y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo
Y no déis tregua a los rumíes de día ni de noche,
Pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.

Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol
De sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,
Pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco
La voz que sacudió nuestros palacios -hace ya cuatro siglos:
¡Es el que no dice "Kismet"; es el que no conoce el Destino,
Es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!
Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;
Ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.
Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.
(Don Juan de Austria va a la guerra)
Callado y brusco -¡hurrá!
Rayo de Iberia
Don Juan de Austria
Sale de Alcalá.

En los caminos marineros del norte,
San Miguel está en su montaña.
(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)
Donde los mares grises relumbran y las filosas marcas se cortan
Y los hombres del mar trabajan y las rojas velas se van.
Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;
El fragor atraviesa la Normandía; el fragor está solo;
Llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos
Y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,
Y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado
Y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal
Y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.
Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,
Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,
Que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,
Trompeta que dice ¡ah!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Les está gritando a las naves.

El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello
(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)
Terciopelo negro y blando como el pecado tapiza los muros
Y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.
Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,
Lo toca y vibra y se echa a temblar
Y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris
Como plantas de una casa donde no entra la luz del día,
Y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,
Pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.
Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles-
El rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.
Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!
Cañón sobre cañón, ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Ha desatado el cañoneo.

En su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran.
(Don Juan está invisible en el humo)
En aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,
Ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.
Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo
La media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.
Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo
Y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;
Y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;
Y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,
Gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos
Como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,
Son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana
Escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;

Son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen
De los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.
Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno
Donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,
Y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo-
(¡Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)
Cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza.
Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,
El rojo corre sobre la plata y el oro.
Rompen las escotillas y abren las bodegas,
Surgen los miles que bajo el mar se afanaban
Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.
¡Vivat Hispania!
¡Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria
Ha dado libertad a su pueblo!

Cervantes en su galera envaina la espada
(Don Juan de Austria regresa con un lauro)
Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,
Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,
Y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero...
(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)



On October 7th, 1571, a Christian fleet, led by Don Juan de Austria, defeated a Turkish fleet in one of the most important battles of Western history. The defeat of the Turks in the Battle of Lepanto saved Europe from being invaded by the Muslims and definitively changed the direction of the war between Christendom and Islam. The Pope had asked all the faithful to pray the Rosary to beg, through the intercession of the Virgin Mary, for the triumph of the Christian forces. Once the victory was obtained, this day was declared the feast of “Our Lady of Victory”. Years later, the name of the feast was changed to “Our Lady of the Rosary”, to remind us of the power of this prayer. G.K. Chesterton wrote an epic poem in remembrance of this battle:

White founts falling in the Courts of the sun,
And the Soldan of Byzantium is smiling as they run;
There is laughter like the fountains in that face of all men feared,
It stirs the forest darkness, the darkness of his beard;
It curls the blood-red crescent, the crescent of his lips;
For the inmost sea of all the earth is shaken with his ships.
They have dared the white republics up the capes of Italy,
They have dashed the Adriatic round the Lion of the Sea,
And the Pope has cast his arms abroad for agony and loss,
And called the kings of Christendom for swords about the Cross.
The cold queen of England is looking in the glass;
The shadow of the Valois is yawning at the Mass;
From evening isles fantastical rings faint the Spanish gun,
And the Lord upon the Golden Horn is laughing in the sun.

Dim drums throbbing, in the hills half heard,
Where only on a nameless throne a crownless prince has stirred,
Where, risen from a doubtful seat and half attainted stall,
The last knight of Europe takes weapons from the wall,
The last and lingering troubadour to whom the bird has sung,
That once went singing southward when all the world was young.
In that enormous silence, tiny and unafraid,
Comes up along a winding road the noise of the Crusade.
Strong gongs groaning as the guns boom far,
Don John of Austria is going to the war,
Stiff flags straining in the night-blasts cold
In the gloom black-purple, in the glint old-gold,
Torchlight crimson on the copper kettle-drums,
Then the tuckets, then the trumpets, then the cannon, and he comes.
Don John laughing in the brave beard curled,
Spurning of his stirrups like the thrones of all the world,
Holding his head up for a flag of all the free.
Love-light of Spain--hurrah!
Death-light of Africa!
Don John of Austria
Is riding to the sea.

Mahound is in his paradise above the evening star,
(Don John of Austria is going to the war.)
He moves a mighty turban on the timeless houri's knees,
His turban that is woven of the sunsets and the seas.
He shakes the peacock gardens as he rises from his ease,
And he strides among the tree-tops and is taller than the trees;
And his voice through all the garden is a thunder sent to bring
Black Azrael and Ariel and Ammon on the wing.
Giants and the Genii,
Multiplex of wing and eye,
Whose strong obedience broke the sky
When Solomon was king.

They rush in red and purple from the red clouds of the morn,
From the temples where the yellow gods shut up their eyes in scorn;
They rise in green robes roaring from the green hells of the sea
Where fallen skies and evil hues and eyeless creatures be,
On them the sea-valves cluster and the grey sea-forests curl,
Splashed with a splendid sickness, the sickness of the pearl;
They swell in sapphire smoke out of the blue cracks of the ground,--
They gather and they wonder and give worship to Mahound.
And he saith, "Break up the mountains where the hermit-folk can hide,
And sift the red and silver sands lest bone of saint abide,
And chase the Giaours flying night and day, not giving rest,
For that which was our trouble comes again out of the west.
We have set the seal of Solomon on all things under sun,
Of knowledge and of sorrow and endurance of things done.
But a noise is in the mountains, in the mountains, and I know
The voice that shook our palaces--four hundred years ago:
It is he that saith not 'Kismet'; it is he that knows not Fate;
It is Richard, it is Raymond, it is Godfrey at the gate!
It is he whose loss is laughter when he counts the wager worth,
Put down your feet upon him, that our peace be on the earth."
For he heard drums groaning and he heard guns jar,
(Don John of Austria is going to the war.)
Sudden and still--hurrah!
Bolt from Iberia!
Don John of Austria
Is gone by Alcalar.

St. Michaels on his Mountain in the sea-roads of the north
(Don John of Austria is girt and going forth.)
Where the grey seas glitter and the sharp tides shift
And the sea-folk labour and the red sails lift.
He shakes his lance of iron and he claps his wings of stone;
The noise is gone through Normandy; the noise is gone alone;
The North is full of tangled things and texts and aching eyes,
And dead is all the innocence of anger and surprise,
And Christian killeth Christian in a narrow dusty room,
And Christian dreadeth Christ that hath a newer face of doom,
And Christian hateth Mary that God kissed in Galilee,--
But Don John of Austria is riding to the sea.
Don John calling through the blast and the eclipse
Crying with the trumpet, with the trumpet of his lips,
Trumpet that sayeth ha!
Domino gloria!
Don John of Austria
Is shouting to the ships.

King Philip's in his closet with the Fleece about his neck
(Don John of Austria is armed upon the deck.)
The walls are hung with velvet that is black and soft as sin,
And little dwarfs creep out of it and little dwarfs creep in.
He holds a crystal phial that has colours like the moon,
He touches, and it tingles, and he trembles very soon,
And his face is as a fungus of a leprous white and grey
Like plants in the high houses that are shuttered from the day,
And death is in the phial and the end of noble work,
But Don John of Austria has fired upon the Turk.
Don John's hunting, and his hounds have bayed--
Booms away past Italy the rumour of his raid.
Gun upon gun, ha! ha!
Gun upon gun, hurrah!
Don John of Austria
Has loosed the cannonade.

The Pope was in his chapel before day or battle broke,
(Don John of Austria is hidden in the smoke.)
The hidden room in man's house where God sits all the year,
The secret window whence the world looks small and very dear.
He sees as in a mirror on the monstrous twilight sea
The crescent of his cruel ships whose name is mystery;
They fling great shadows foe-wards, making Cross and Castle dark,
They veil the plumèd lions on the galleys of St. Mark;
And above the ships are palaces of brown, black-bearded chiefs,
And below the ships are prisons, where with multitudinous griefs,
Christian captives sick and sunless, all a labouring race repines
Like a race in sunken cities, like a nation in the mines.
They are lost like slaves that sweat, and in the skies of morning hung
The stair-ways of the tallest gods when tyranny was young.
They are countless, voiceless, hopeless as those fallen or fleeing on
Before the high Kings' horses in the granite of Babylon.
And many a one grows witless in his quiet room in hell
Where a yellow face looks inward through the lattice of his cell,
And he finds his God forgotten, and he seeks no more a sign--
(But Don John of Austria has burst the battle-line!)
Don John pounding from the slaughter-painted poop,
Purpling all the ocean like a bloody pirate's sloop,
Scarlet running over on the silvers and the golds,
Breaking of the hatches up and bursting of the holds,
Thronging of the thousands up that labour under sea
White for bliss and blind for sun and stunned for liberty.

Vivat Hispania!
Domino Gloria!
Don John of Austria
Has set his people free!

Cervantes on his galley sets the sword back in the sheath
(Don John of Austria rides homeward with a wreath.)
And he sees across a weary land a straggling road in Spain,
Up which a lean and foolish knight for ever rides in vain,
And he smiles, but not as Sultans smile, and settles back the blade....
(But Don John of Austria rides home from the Crusade.)

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿A qué le temen? / What are they afraid of?

La visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido ha revelado una de las contradicciones más peligrosas de la sociedad secular occidental. Mientras se anuncia tolerante hacia todos, se muestra abiertamente intolerante del Catolicismo. En pocos países ha sido tan agudo el proceso de secularización de la cultura como lo ha sido en Inglaterra y los resultados de este proceso corruptor se han hecho evidentes en las diversas protestas que han tenido lugar en las calles de Londres. Muchos grupos que siempre exigen tolerancia para sí mismos, han salido a las calles gritando cosas y portando mantas y letreros que no tienen nada de tolerantes. Aunque tienen el derecho de no estar de acuerdo con el Papa o las enseñanzas de la Iglesia Católica, y aunque tienen todo el derecho de expresar ese desacuerdo, no tienen el derecho a atacar al Papa personalmente o a pasearse con imágenes que son ofensivas no sólo al Papa sino a todos los fieles católicos.

El verdadero significado de tolerancia implica un respeto a la persona aún cuando se esté en desacuerdo con las ideas de la misma. Se ataca a las ideas erróneas, nunca a la persona que las defiende. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado una y otra vez que cuando una creencia no está enraizada en la Verdad, evita todo tipo de cuestionamientos y debates e inmediatamente intenta suprimir a sus oponentes. Desacreditar a la persona se vuelve la meta, pues refutar su creencia, si es verdadera, sería imposible. En consecuencia, cuando las opiniones personales adquieren mayor importancia que la Verdad, aquellos que se paran a defenderla son silenciados por cualquier medio posible. Este peligro siempre les ha quedado claro a aquellos capaces de ver más allá de la superficie de las cosas. Uno de esos hombres fue Santo Tomás Moro. Se negó a someterse al capricho del rey Enrique VIII porque era un capricho contrario a la Verdad. Ello lo pagó con su vida. Es, pues, bastante significativo que Su Santidad haya dirigido un mensaje a la nación británica desde Westminster Hall, el lugar en que Tomás Moro fue juzgado. Para aquellos que ven la historia como el desenvolvimiento del plan de Dios para la humanidad, hay algo de providencial en el hecho de que el Papa invitara al pueblo inglés, y con él a todos los pueblos de la Tierra, a vivir en la Verdad desde el sitio mismo en que Tomás Moro fue condenado a morir por ella.

Así que surge la pregunta: ¿por qué los ateos militantes están tan empeñados en silenciar al Papa? Si sus palabras, y las de todos las personas religiosas, son falsas y supersticiosas, como muchos de ellos sostienen, entonces serán incapaces de sobrevivir una interrogación seria y eventualmente desaparecerán o se volverán intrascendentes. Quizá su hostilidad se deba a que el Cristianismo ya ha pasado esta prueba. Por siglos ha sido cuestionado y por siglos han surgido mentes brillantes para defenderlo. No insignificante entre estas mentes fue la del Cardenal John Henry Newman, por cuya beatificación ha realizado esta visita a Inglaterra el Papa. Muchos otros hombres de semejante estatura intelectual y de igual amor ardiente por la fe han salido de las Islas Británicas tales como Tomás Moro, G.K. Chesterton, Hillaire Belloc, C.S. Lewis o J.R.R. Tolkien. Cualquiera de ellos hubiera debatido gustoso con ateos como Richard Dawkins, Christopher Hitchens o Fernando Savater y hubiera dado más que suficientes argumentos en testimonio de la verdad de la fe cristiana. Más aún, hubieran probado falso el argumento tan estimado por los ateos de que la fe es irracional. El Papa mismo ha hablado de esto durante su visita: “Yo sugeriría que el mundo de la razón y el mundo de la fe; el mundo de la racionalidad secular y el mundo de la creencia religiosa, necesitan el uno del otro y no deberían de tener miedo de entrar en un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización”.

Muchos ateos parecen ignorar este llamado al diálogo porque no creen en el diálogo. Prefieren un monólogo en el que únicamente se escuche su voz. Para deshacerse de sus oponentes, proceden a ridiculizarlos y recurren a la palabra ofensiva, como se ha visto y oído en Londres. En esa actitud se refleja un inmenso miedo a escuchar al Papa y un miedo aún mayor a que sus creencias sean sometidas a una pesquisa por parte de otros. Si se oponen tan enfáticamente a su presencia en Inglaterra, ¿será porque de alguna forma saben, quizá inconscientemente, de que está hablando con la Verdad? ¿Será esto a lo que le tienen tanto miedo?



Pope Benedict XVI's visit to the United Kingdom has brought out one of the most dangerous contradictions of Western secular society. While claiming to be tolerant to all, it is openly intolerant of Catholicism. In few countries has the secularization of the culture been so acute as it has been in England and the results of this corruptive process have been seen in the mass media and in the protests that have taken place in the streets of London. Many groups, which always demand tolerance for themselves, have gone out into the streets yelling things and holding up signs that are anything but tolerant. Though they have the right to disagree with the Pope and with the teachings of the Catholic Church and though they have the right to express that disagreement, they do not have the right to personally attack him or to prance around with images that are offensive not only to His Holiness, but to all the Catholic faithful.

A true meaning of tolerance implies respect for the person even while disagreeing with that person's ideas. The erroneous ideas are attacked, not the person who defends them. However, experience has taught us over and over again that when a belief is not rooted in Truth, it avoids any sort of questioning and debate and immediately tries to suppress its opponents. Discrediting the person becomes a goal because refuting his belief is, if this belief is true, impossible. In consequence, when individual opinions acquire greater importance than Truth, those who stand up for it are silenced by any means possible. This danger has always been clear to those capable of seeing beyond the surface of things. One of such men was Saint Thomas More. He did not bow before King Henry VIII's whim because it was a whim that was not in accordance with the Truth. For this he paid with his life. It is quite significant then, that His Holiness addressed the British Nation from Westminster Hall, the place where Saint Thomas More's trial took place. For those who see History as the unfolding of God's plan for mankind, there is something providential in the fact that the Pope is inviting the English people, and with them all peoples, to live in the Truth from the very spot where Thomas More was condemned to die for it.

So the question arises: why are militant secularists so eager to silence the Pope? If his words and those of all religious people are false and superstitious, like so many ardent atheists claim, then they will be incapable of withstanding any serious inquiry and will eventually disappear or become negligible. Maybe their hostility is due to the fact that Christianity has already been put to this test. For centuries it has been questioned and for centuries it has brought forth brilliant minds to defend it. Not small among these minds was that of Cardinal John Henry Newman, for whose beatification Pope Benedict has traveled to Britain. Many other men of similar intellectual stature and equally ardent love of the faith have come from the British Isles, such as Thomas More, G.K. Chesterton, Hillaire Belloc, C.S. Lewis or J.R.R. Tolkien. Any of them would have happily debated any atheist of the likes of Richard Dawkins, Christopher Hitchens or Fernando Savater and would have given more than enough arguments witnessing to the truth of the Christian faith. Even more, they would have proven false the statement so dearly held by atheists that faith is unreasonable. Pope Benedict has talked about this during his visit: “I would suggest that the world of reason and the world of faith; the world of secular rationality and the world of religious belief, need one another and should not be afraid to enter into a profound and ongoing dialogue, for the good of our civilization.”

Many secularists seem to ignore this call to dialogue because they do not believe in dialogue. They prefer a monologue in which only their voice can be heard. To get rid of their opponents they make use of ridicule and offensive slurs, like what has been seen and heard in London and has been bombarded all over the world through television and the Internet. In that attitude they reflect an immense fear of listening to what the Pope has to say and an even greater fear of having others inquire about the validity of their beliefs. If they are so emphatically opposed to his presence in England, could it be because they somehow know, maybe unconsciously, that he is speaking the Truth? Could this be what they are so afraid of?