El propósito de Humanae Vitae es declarar si los anticonceptivos artificiales son moralmente aceptables o no. Busca afirmar la postura oficial de la Iglesia Católica respecto a ellos. Esa postura es bastante clara:
“[...] debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas.
Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.”
La pregunta que surge naturalmente es: ¿por qué? ¿Por qué la Iglesia tiene una perspectiva tan negativa sobre la regulación artificial de la natalidad? La explicación es simple ya que la clave está en que el amor conyugal debe ser un don total de uno mismo. Ambos esposos deben entregarse totalmente el uno al otro. Este don total de uno mismo incluye, obviamente, sus capacidades reproductivas. Cuando uno de los cónyuges le niega esta capacidad a su pareja, el don deja de ser un don total. Este amor se vuelve incompleto.
Mucha gente argumenta que existen parejas infértiles y que, si lo dicho es cierto, entonces su amor también estaría incompleto. Pablo VI responde diciendo que este no es el caso. Su amor sigue teniendo la capacidad de ser una entrega total pues la infertilidad no significa que uno de los cónyuges esté quedándose con algo. Simplemente no tienen fecundidad alguna para entregar al otro. De forma similar, la planificación natural de la familia se basa en este principio. Durante los periodos en que una mujer es infértil, no tiene esa fertilidad para dársela a su esposo. La inmoralidad de los anticonceptivos artificiales reside en el hecho de que son una negación del don total de uno mismo. En consecuencia, el acto conyugal se vuelve moralmente inaceptable pues uno de los esposos se está quedando con una parte de sí mismo, haciendo que el acto se vuelva egoísta y, por tanto, contrario al significado mismo del amor. Un acto sexual fuera del contexto del amor es inmoral pues se presta a hacer del otro un objeto. El acto mismo queda reducido a algo indigno de la dignidad humana.
Dado que el amor es una decisión, es decir, un acto de la voluntad guiada por la luz de la razón, éste trae consigo una responsabilidad. A esto es a lo que se refiere Pablo VI cuando habla de paternidad responsable. La paternidad responsable en este sentido es totalmente diferente al término, contradictorio en sí mismo, que utilizan los defensores de los anticonceptivos. Es ridículo que aquellos que presionan por remover toda consecuencia del acto sexual hablen de responsabilidad, sobre todo porque responsabilidad significa aceptar las consecuencias de tus actos. Pablo VI, por otro lado, ofrece una explicación coherente y racional de lo que es la paternidad responsable. Empieza con el reconocimiento, tanto por el hombre como por la mujer, de sus deberes hacia Dios, hacia ellos mismos, hacia sus familias y hacia la sociedad. También implica reconocer el hecho de que existen muchas realidades externas a nosotros que no debemos alterar caprichosamente, particularmente si pertenecen al orden natural. Una vez que se ha reconocido esto, es posible hablar de paternidad responsable. La paternidad responsable consiste en usar nuestra voluntad y nuestra razón no para hacer todo lo que deseemos sino para hacer lo que es bueno. Deben usarse para elevar a la humanidad, no para denigrarla. Por tanto, paternidad responsable significa que tanto la razón como la voluntad deben controlar nuestras emociones e instintos de forma que la sexualidad se ponga al servicio del amor. El amor es lo opuesto del egoísmo, por ello, se deben aceptar nuevos nacimientos aún cuando representen un sacrificio para los padres. Una pareja sólo puede decidir no tener más hijos cuando existan razones serias para hacerlo. Motivos egoístas, como querer mantener un cierto nivel de vida, no son razones serias. Un aspecto de la paternidad responsable que frecuentemente se deja de lado es la responsabilidad social que la pareja adquiere. Las consecuencias de ignorar esto se han vuelto evidentes en nuestros días. Los niños son necesarios para mantener el orden social. Sin ellos, la población envejece hasta el punto de volverse imposible de sostener. Tal es el caso de muchos países europeos. Los padres tienen la obligación social de darle vida a nuevos individuos de tal forma que la sociedad pueda ser preservada. Hacer lo contrario es auto-destructivo. Pablo VI anuncia, de forma profética, las formas en que los anticonceptivos artificiales pueden causar esta destrucción. Ese es el próximo tema a cubrir.
The purpose of Humanae Vitae is to declare whether artificial contraceptives are morally acceptable or not. It seeks to declare the official stance of the Catholic Church with respect to them. That stance is quite clear:
“We are obliged once more to declare that the direct interruption of the generative process already begun and, above all, all direct abortion, even for therapeutic reasons, are to be absolutely excluded as lawful means of regulating the number of children. Equally to be condemned, as the magisterium of the Church has affirmed on many occasions, is direct sterilization, whether of the man or of the woman, whether permanent or temporary.
Similarly excluded is any action which either before, at the moment of, or after sexual intercourse, is specifically intended to prevent procreation—whether as an end or as a means.”
The question that naturally arises is: why? Why does the Church have such a negative view on artificial contraception? The explanation is simple and the key to it is that spousal love is meant to be a total gift of self. Both spouses are meant to give themselves completely to each other. This total gift of self includes, obviously, their reproductive capacities. When one of the spouses denies this capacity to his or her partner, then it ceases to be a total gift of self. This love is then incomplete, crippled.
Many people will argue that there are infertile couples and that if what has been said is true, then their love would be incomplete as well. Paul VI responds by saying that this is not the case. Their love can still be a total gift of self because being infertile does not necessarily mean that they are holding something back. They simply do not have their own fecundity to give away. In a similar fashion, natural family planning is based on this principle. During the periods in which a woman is infertile, she has no fecundity to give away so she is not denying it to her husband. The immorality of using artificial contraception lies in the fact that it is a negation of the total gift of self. In consequence, the conjugal act itself becomes morally unacceptable because one of the spouses (or both) is withholding a part of his or herself, making the act a selfish act and, therefore, one contrary to the very meaning of love. A sexual act outside of the context of love is an immoral act because it lends itself to the objectification of the other. It is then reduced to something unworthy of the dignity of Man.
Given that love is a choice, that is, an act of the will guided by the light of reason, it implies a responsibility. This is what Paul VI refers to as Responsible Parenthood. Responsible Parenthood in this sense is completely different from the self contradicting term that defenders of contraception use. It is ridiculous that those who are pushing to remove all consequences from the sexual act should talk about responsibility, especially when being responsible means accepting the consequences of one’s actions. Paul VI, on the other hand, proposes a coherent and rational explanation of Responsible Parenthood. It begins with the recognition, by both husband and wife, of their duties toward God, themselves, their families and human society. It also implies recognizing the fact that there are many things which are external to us and which we should not capriciously try to alter, particularly if they belong to the natural order. Once this recognition has taken place we can truly talk about Responsible Parenthood. Responsible Parenthood consists in using our reason and will not for whatever we desire but for what is good. They should be used to elevate mankind, not to degrade it. Hence, Responsible Parenthood means that both reason and will should be used to control emotions and instincts in order that sexuality be placed at the service of love. Love is the opposite of selfishness, therefore, offspring should be welcomed even when it requires great sacrifices from the parents. A couple can only lawfully decide to not have more children when there are serious reasons for doing so. Selfish motives, such as maintaining a certain standard of living, are clearly not serious reasons. One aspect of Responsible Parenthood that is often overlooked is the social responsibility that a couple acquires when they decide to marry. The consequences of overlooking this have become evident in our days. Children are necessary to maintain the social order. Without them, the population ages to a point where it becomes unsustainable. Such is the case of many European countries. Parents have a social duty to bring forth new individuals so that society can be preserved. Doing the opposite is self-destructive. Paul VI prophetically announces the ways in which artificial contraceptives can bring about this destruction. That shall be the next topic that we will cover.