La visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido ha revelado una de las contradicciones más peligrosas de la sociedad secular occidental. Mientras se anuncia tolerante hacia todos, se muestra abiertamente intolerante del Catolicismo. En pocos países ha sido tan agudo el proceso de secularización de la cultura como lo ha sido en Inglaterra y los resultados de este proceso corruptor se han hecho evidentes en las diversas protestas que han tenido lugar en las calles de Londres. Muchos grupos que siempre exigen tolerancia para sí mismos, han salido a las calles gritando cosas y portando mantas y letreros que no tienen nada de tolerantes. Aunque tienen el derecho de no estar de acuerdo con el Papa o las enseñanzas de la Iglesia Católica, y aunque tienen todo el derecho de expresar ese desacuerdo, no tienen el derecho a atacar al Papa personalmente o a pasearse con imágenes que son ofensivas no sólo al Papa sino a todos los fieles católicos.
El verdadero significado de tolerancia implica un respeto a la persona aún cuando se esté en desacuerdo con las ideas de la misma. Se ataca a las ideas erróneas, nunca a la persona que las defiende. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado una y otra vez que cuando una creencia no está enraizada en la Verdad, evita todo tipo de cuestionamientos y debates e inmediatamente intenta suprimir a sus oponentes. Desacreditar a la persona se vuelve la meta, pues refutar su creencia, si es verdadera, sería imposible. En consecuencia, cuando las opiniones personales adquieren mayor importancia que la Verdad, aquellos que se paran a defenderla son silenciados por cualquier medio posible. Este peligro siempre les ha quedado claro a aquellos capaces de ver más allá de la superficie de las cosas. Uno de esos hombres fue Santo Tomás Moro. Se negó a someterse al capricho del rey Enrique VIII porque era un capricho contrario a la Verdad. Ello lo pagó con su vida. Es, pues, bastante significativo que Su Santidad haya dirigido un mensaje a la nación británica desde Westminster Hall, el lugar en que Tomás Moro fue juzgado. Para aquellos que ven la historia como el desenvolvimiento del plan de Dios para la humanidad, hay algo de providencial en el hecho de que el Papa invitara al pueblo inglés, y con él a todos los pueblos de la Tierra, a vivir en la Verdad desde el sitio mismo en que Tomás Moro fue condenado a morir por ella.
Así que surge la pregunta: ¿por qué los ateos militantes están tan empeñados en silenciar al Papa? Si sus palabras, y las de todos las personas religiosas, son falsas y supersticiosas, como muchos de ellos sostienen, entonces serán incapaces de sobrevivir una interrogación seria y eventualmente desaparecerán o se volverán intrascendentes. Quizá su hostilidad se deba a que el Cristianismo ya ha pasado esta prueba. Por siglos ha sido cuestionado y por siglos han surgido mentes brillantes para defenderlo. No insignificante entre estas mentes fue la del Cardenal John Henry Newman, por cuya beatificación ha realizado esta visita a Inglaterra el Papa. Muchos otros hombres de semejante estatura intelectual y de igual amor ardiente por la fe han salido de las Islas Británicas tales como Tomás Moro, G.K. Chesterton, Hillaire Belloc, C.S. Lewis o J.R.R. Tolkien. Cualquiera de ellos hubiera debatido gustoso con ateos como Richard Dawkins, Christopher Hitchens o Fernando Savater y hubiera dado más que suficientes argumentos en testimonio de la verdad de la fe cristiana. Más aún, hubieran probado falso el argumento tan estimado por los ateos de que la fe es irracional. El Papa mismo ha hablado de esto durante su visita: “Yo sugeriría que el mundo de la razón y el mundo de la fe; el mundo de la racionalidad secular y el mundo de la creencia religiosa, necesitan el uno del otro y no deberían de tener miedo de entrar en un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización”.
Muchos ateos parecen ignorar este llamado al diálogo porque no creen en el diálogo. Prefieren un monólogo en el que únicamente se escuche su voz. Para deshacerse de sus oponentes, proceden a ridiculizarlos y recurren a la palabra ofensiva, como se ha visto y oído en Londres. En esa actitud se refleja un inmenso miedo a escuchar al Papa y un miedo aún mayor a que sus creencias sean sometidas a una pesquisa por parte de otros. Si se oponen tan enfáticamente a su presencia en Inglaterra, ¿será porque de alguna forma saben, quizá inconscientemente, de que está hablando con la Verdad? ¿Será esto a lo que le tienen tanto miedo?
Pope Benedict XVI's visit to the United Kingdom has brought out one of the most dangerous contradictions of Western secular society. While claiming to be tolerant to all, it is openly intolerant of Catholicism. In few countries has the secularization of the culture been so acute as it has been in England and the results of this corruptive process have been seen in the mass media and in the protests that have taken place in the streets of London. Many groups, which always demand tolerance for themselves, have gone out into the streets yelling things and holding up signs that are anything but tolerant. Though they have the right to disagree with the Pope and with the teachings of the Catholic Church and though they have the right to express that disagreement, they do not have the right to personally attack him or to prance around with images that are offensive not only to His Holiness, but to all the Catholic faithful.
A true meaning of tolerance implies respect for the person even while disagreeing with that person's ideas. The erroneous ideas are attacked, not the person who defends them. However, experience has taught us over and over again that when a belief is not rooted in Truth, it avoids any sort of questioning and debate and immediately tries to suppress its opponents. Discrediting the person becomes a goal because refuting his belief is, if this belief is true, impossible. In consequence, when individual opinions acquire greater importance than Truth, those who stand up for it are silenced by any means possible. This danger has always been clear to those capable of seeing beyond the surface of things. One of such men was Saint Thomas More. He did not bow before King Henry VIII's whim because it was a whim that was not in accordance with the Truth. For this he paid with his life. It is quite significant then, that His Holiness addressed the British Nation from Westminster Hall, the place where Saint Thomas More's trial took place. For those who see History as the unfolding of God's plan for mankind, there is something providential in the fact that the Pope is inviting the English people, and with them all peoples, to live in the Truth from the very spot where Thomas More was condemned to die for it.
So the question arises: why are militant secularists so eager to silence the Pope? If his words and those of all religious people are false and superstitious, like so many ardent atheists claim, then they will be incapable of withstanding any serious inquiry and will eventually disappear or become negligible. Maybe their hostility is due to the fact that Christianity has already been put to this test. For centuries it has been questioned and for centuries it has brought forth brilliant minds to defend it. Not small among these minds was that of Cardinal John Henry Newman, for whose beatification Pope Benedict has traveled to Britain. Many other men of similar intellectual stature and equally ardent love of the faith have come from the British Isles, such as Thomas More, G.K. Chesterton, Hillaire Belloc, C.S. Lewis or J.R.R. Tolkien. Any of them would have happily debated any atheist of the likes of Richard Dawkins, Christopher Hitchens or Fernando Savater and would have given more than enough arguments witnessing to the truth of the Christian faith. Even more, they would have proven false the statement so dearly held by atheists that faith is unreasonable. Pope Benedict has talked about this during his visit: “I would suggest that the world of reason and the world of faith; the world of secular rationality and the world of religious belief, need one another and should not be afraid to enter into a profound and ongoing dialogue, for the good of our civilization.”
Many secularists seem to ignore this call to dialogue because they do not believe in dialogue. They prefer a monologue in which only their voice can be heard. To get rid of their opponents they make use of ridicule and offensive slurs, like what has been seen and heard in London and has been bombarded all over the world through television and the Internet. In that attitude they reflect an immense fear of listening to what the Pope has to say and an even greater fear of having others inquire about the validity of their beliefs. If they are so emphatically opposed to his presence in England, could it be because they somehow know, maybe unconsciously, that he is speaking the Truth? Could this be what they are so afraid of?