domingo, 19 de septiembre de 2010

¿A qué le temen? / What are they afraid of?

La visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido ha revelado una de las contradicciones más peligrosas de la sociedad secular occidental. Mientras se anuncia tolerante hacia todos, se muestra abiertamente intolerante del Catolicismo. En pocos países ha sido tan agudo el proceso de secularización de la cultura como lo ha sido en Inglaterra y los resultados de este proceso corruptor se han hecho evidentes en las diversas protestas que han tenido lugar en las calles de Londres. Muchos grupos que siempre exigen tolerancia para sí mismos, han salido a las calles gritando cosas y portando mantas y letreros que no tienen nada de tolerantes. Aunque tienen el derecho de no estar de acuerdo con el Papa o las enseñanzas de la Iglesia Católica, y aunque tienen todo el derecho de expresar ese desacuerdo, no tienen el derecho a atacar al Papa personalmente o a pasearse con imágenes que son ofensivas no sólo al Papa sino a todos los fieles católicos.

El verdadero significado de tolerancia implica un respeto a la persona aún cuando se esté en desacuerdo con las ideas de la misma. Se ataca a las ideas erróneas, nunca a la persona que las defiende. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado una y otra vez que cuando una creencia no está enraizada en la Verdad, evita todo tipo de cuestionamientos y debates e inmediatamente intenta suprimir a sus oponentes. Desacreditar a la persona se vuelve la meta, pues refutar su creencia, si es verdadera, sería imposible. En consecuencia, cuando las opiniones personales adquieren mayor importancia que la Verdad, aquellos que se paran a defenderla son silenciados por cualquier medio posible. Este peligro siempre les ha quedado claro a aquellos capaces de ver más allá de la superficie de las cosas. Uno de esos hombres fue Santo Tomás Moro. Se negó a someterse al capricho del rey Enrique VIII porque era un capricho contrario a la Verdad. Ello lo pagó con su vida. Es, pues, bastante significativo que Su Santidad haya dirigido un mensaje a la nación británica desde Westminster Hall, el lugar en que Tomás Moro fue juzgado. Para aquellos que ven la historia como el desenvolvimiento del plan de Dios para la humanidad, hay algo de providencial en el hecho de que el Papa invitara al pueblo inglés, y con él a todos los pueblos de la Tierra, a vivir en la Verdad desde el sitio mismo en que Tomás Moro fue condenado a morir por ella.

Así que surge la pregunta: ¿por qué los ateos militantes están tan empeñados en silenciar al Papa? Si sus palabras, y las de todos las personas religiosas, son falsas y supersticiosas, como muchos de ellos sostienen, entonces serán incapaces de sobrevivir una interrogación seria y eventualmente desaparecerán o se volverán intrascendentes. Quizá su hostilidad se deba a que el Cristianismo ya ha pasado esta prueba. Por siglos ha sido cuestionado y por siglos han surgido mentes brillantes para defenderlo. No insignificante entre estas mentes fue la del Cardenal John Henry Newman, por cuya beatificación ha realizado esta visita a Inglaterra el Papa. Muchos otros hombres de semejante estatura intelectual y de igual amor ardiente por la fe han salido de las Islas Británicas tales como Tomás Moro, G.K. Chesterton, Hillaire Belloc, C.S. Lewis o J.R.R. Tolkien. Cualquiera de ellos hubiera debatido gustoso con ateos como Richard Dawkins, Christopher Hitchens o Fernando Savater y hubiera dado más que suficientes argumentos en testimonio de la verdad de la fe cristiana. Más aún, hubieran probado falso el argumento tan estimado por los ateos de que la fe es irracional. El Papa mismo ha hablado de esto durante su visita: “Yo sugeriría que el mundo de la razón y el mundo de la fe; el mundo de la racionalidad secular y el mundo de la creencia religiosa, necesitan el uno del otro y no deberían de tener miedo de entrar en un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización”.

Muchos ateos parecen ignorar este llamado al diálogo porque no creen en el diálogo. Prefieren un monólogo en el que únicamente se escuche su voz. Para deshacerse de sus oponentes, proceden a ridiculizarlos y recurren a la palabra ofensiva, como se ha visto y oído en Londres. En esa actitud se refleja un inmenso miedo a escuchar al Papa y un miedo aún mayor a que sus creencias sean sometidas a una pesquisa por parte de otros. Si se oponen tan enfáticamente a su presencia en Inglaterra, ¿será porque de alguna forma saben, quizá inconscientemente, de que está hablando con la Verdad? ¿Será esto a lo que le tienen tanto miedo?



Pope Benedict XVI's visit to the United Kingdom has brought out one of the most dangerous contradictions of Western secular society. While claiming to be tolerant to all, it is openly intolerant of Catholicism. In few countries has the secularization of the culture been so acute as it has been in England and the results of this corruptive process have been seen in the mass media and in the protests that have taken place in the streets of London. Many groups, which always demand tolerance for themselves, have gone out into the streets yelling things and holding up signs that are anything but tolerant. Though they have the right to disagree with the Pope and with the teachings of the Catholic Church and though they have the right to express that disagreement, they do not have the right to personally attack him or to prance around with images that are offensive not only to His Holiness, but to all the Catholic faithful.

A true meaning of tolerance implies respect for the person even while disagreeing with that person's ideas. The erroneous ideas are attacked, not the person who defends them. However, experience has taught us over and over again that when a belief is not rooted in Truth, it avoids any sort of questioning and debate and immediately tries to suppress its opponents. Discrediting the person becomes a goal because refuting his belief is, if this belief is true, impossible. In consequence, when individual opinions acquire greater importance than Truth, those who stand up for it are silenced by any means possible. This danger has always been clear to those capable of seeing beyond the surface of things. One of such men was Saint Thomas More. He did not bow before King Henry VIII's whim because it was a whim that was not in accordance with the Truth. For this he paid with his life. It is quite significant then, that His Holiness addressed the British Nation from Westminster Hall, the place where Saint Thomas More's trial took place. For those who see History as the unfolding of God's plan for mankind, there is something providential in the fact that the Pope is inviting the English people, and with them all peoples, to live in the Truth from the very spot where Thomas More was condemned to die for it.

So the question arises: why are militant secularists so eager to silence the Pope? If his words and those of all religious people are false and superstitious, like so many ardent atheists claim, then they will be incapable of withstanding any serious inquiry and will eventually disappear or become negligible. Maybe their hostility is due to the fact that Christianity has already been put to this test. For centuries it has been questioned and for centuries it has brought forth brilliant minds to defend it. Not small among these minds was that of Cardinal John Henry Newman, for whose beatification Pope Benedict has traveled to Britain. Many other men of similar intellectual stature and equally ardent love of the faith have come from the British Isles, such as Thomas More, G.K. Chesterton, Hillaire Belloc, C.S. Lewis or J.R.R. Tolkien. Any of them would have happily debated any atheist of the likes of Richard Dawkins, Christopher Hitchens or Fernando Savater and would have given more than enough arguments witnessing to the truth of the Christian faith. Even more, they would have proven false the statement so dearly held by atheists that faith is unreasonable. Pope Benedict has talked about this during his visit: “I would suggest that the world of reason and the world of faith; the world of secular rationality and the world of religious belief, need one another and should not be afraid to enter into a profound and ongoing dialogue, for the good of our civilization.”

Many secularists seem to ignore this call to dialogue because they do not believe in dialogue. They prefer a monologue in which only their voice can be heard. To get rid of their opponents they make use of ridicule and offensive slurs, like what has been seen and heard in London and has been bombarded all over the world through television and the Internet. In that attitude they reflect an immense fear of listening to what the Pope has to say and an even greater fear of having others inquire about the validity of their beliefs. If they are so emphatically opposed to his presence in England, could it be because they somehow know, maybe unconsciously, that he is speaking the Truth? Could this be what they are so afraid of?

sábado, 11 de septiembre de 2010

Sobre la redefinición del matrimonio (parte 3) / On the redefinition of marriage (part 3)

El movimiento en favor de las uniones homosexuales se ha empezado a declarar igual al movimiento por los derechos civiles de los años sesenta. Ahora afirman que su lucha por “mismos derechos” es muy similar, si no es que en esencia igual, que la de los negros luchando por igualdad con los blancos. Hay varias diferencias profundas entre ambos movimientos que hacen que esta afirmación sea enteramente falsa. Los blancos en Estados Unidos realmente tenían más derechos que la gente de color. La segregación y otras formas de discriminación a causa del color de piel eran algo real y era algo basado en un atributo accidental (en el sentido metafísico de la palabra) de los seres humanos. Esto es, dos individuos que eran en esencia iguales eran tratados como si fueran distintos a causa de una característica secundaria. Con las uniones homosexuales, es completamente distinto. La homosexualidad no puede igualarse con el color de piel y las razones para ello son obvias. Además, es falaz sostener que las personas homosexuales tienen “menos derechos” que las personas heterosexuales. Tanto homosexuales como heterosexuales no tienen el derecho a casarse con alguien de su mismo sexo. Ambos tienen el derecho de casarse con alguien del sexo opuesto. No hay discriminación alguna en el hecho de que los homosexuales no quieran ejercer ese derecho.

De esto se puede deducir que la verdadera lucha de los homosexuales no es por “mismos derechos” (pues ya los tienen) sino por derechos adicionales. Claro que esto no lo aceptan abiertamente. Es más lucrativo presentarse como víctimas que admitir que aspiran a más de lo que todos los demás tienen. Es importante denunciar esto desde el principio para no caer en su trampa de tachar a los que se les oponen de insensibles con los débiles. Esta no es una lucha de un grupo débil contra la tiranía de los fuertes. Los grupos homosexuales son todo menos débiles. Sin embargo, eso no es lo que deseo tratar. Lo que deseo es descubrir si estos nuevos derechos que los homosexuales reclaman para sí son en realidad derechos. Si lo son, entonces deberían de ser accesibles a todos, no solo a los homosexuales.

Para hacer esto, debemos empezar con definiciones básicas. Un derecho es algo que le pertenece a una persona o institución con base en la justicia. Justicia significa dar a cada quien lo que le es debido. Algo que con frecuencia se olvida es que los derechos también tienen límites a causa de la misma justicia que les da razón de ser. Esto es, tienen límites por lo que uno le debe a la dignidad de los demás o al bien común de la sociedad. Los derechos no pueden ser vistos sin las responsabilidades que traen consigo. El “derecho a casarse” tiene límites que le permiten al que lo ejerce respetar la dignidad de la persona y colaborar con el bien común. También está limitado por la naturaleza misma de la institución matrimonial. Ya hemos visto que el matrimonio y las uniones homosexuales son dos cosas distintas. No se les puede considerar iguales porque no son iguales. Hacer eso atentaría contra la justicia. El matrimonio como institución tiene un rol fundamental en el bien común de la sociedad y por ello merece una protección especial. Alterarla implicaría un acto contrario a la justicia que afecta no sólo a la institución matrimonial sino a toda la sociedad. Dado que el deber del gobierno es proteger el bien común, se sigue que es su responsabilidad defender el matrimonio y evitar cualquier acción que le pueda hacer daño.

Con el bien de la sociedad y el respeto a la dignidad de otros en mente, el derecho a casarse ha sido limitado de varias formas distintas. Un hombre no puede casarse con más de una mujer al mismo tiempo; no se puede casar con una menor ni con un pariente cercano. La restricción que dice que sólo personas de sexo opuesto se pueden casar cae en esta misma categoría de restricciones. La razón de su existencia es el respeto a la dignidad humana.

Sin embargo, muchos argumentarán que el derecho a casarse con quien sea, sin importar el sexo, es necesario para respetar la dignidad humana. Esto es falso. Es falso porque la dignidad humana debe descansar en un entendimiento verdadero del ser humano y un aspecto esencial de cada individuo es su sexo. La realidad nos demuestra que o somos hombres o somos mujeres. No es cuestión de si la persona se “siente” hombre o se “siente” mujer. Las diferencias entre los sexos no son algo subjetivo, son una realidad concreta inscrita en nuestros mismos cuerpos. La negación de esto, la cual yace en el centro mismo de la ideología homosexual, es simplemente una doctrina falsa sobre el ser humano. Conceptos errados del hombre llevan a la exigencia de derechos falsos y es esta exigencia de derechos no-existentes en lo que el movimiento homosexual está basado. Más aún, doctrinas falsas inevitablemente llevan a la corrupción de las instituciones sociales y a una falta de respeto a la dignidad humana. La gravedad de esta ideología en particular es que ataca al núcleo mismo de la familia, la cual, a su vez, es la célula básica de la sociedad. Es como un cáncer que al atacar las células puede destruir el cuerpo entero. El cáncer ya está muy avanzado en Occidente. Esperemos que pueda ser erradicado a tiempo.



The movement in favor of homosexual unions has recently begun to equate itself with the Civil rights movement of the sixties. They claim that their fight for “equal rights” is very similar, if not of the same nature, than that of black people fighting for equality with white people. There are several profound differences between both movements that render that claim entirely false. White people in the United States actually did have more rights than black people. Segregation and other forms of discrimination because of the color of one’s skin were a real thing. It was something based entirely on an accidental (in the metaphysical sense of the word) attribute of human beings. That is, two individuals who possessed the same dignity were being treated as if they did not because of a secondary trait. With homosexual unions, it is completely different. Homosexuality cannot be equaled with the color of one’s skin and the reasons for that are quite obvious. Also, it is fallacious to sustain that homosexual persons have “fewer rights” than heterosexuals. Both homosexuals and heterosexuals do not have the right to marry someone of their same sex. Both have the right to marry someone of the opposite sex. There is no discrimination in the fact that homosexuals do not wish to exercise that right.

Therefore, the real struggle that homosexuals are fighting is not for equal rights (because they already have them), but for additional rights. They, of course, do not say this openly. It is more profitable to present themselves as victims than to admit wanting more than what everybody else has. We must denounce this from the very beginning so as not to fall into their trap of portraying whoever opposes them as insensitive to the weak. This is not the struggle of a weak group against the tyranny of the strong. The homosexual lobby is anything but weak. That is not, however, the issue I wish to address. The issue at hand is whether these new rights which homosexuals claim for themselves are rights at all. If they are so, then they should be accessible to every single person, not only to homosexuals.

To do this we must go back to the basic definitions. A right is something that belongs to a person or institution on the basis of justice. Justice means giving to each what is their due. Something that is often neglected is that rights also have limits to them precisely because of the same justice, that brought them into existence.  That is, they are limited because of what is due to other people’s dignity or to the common good of society. Rights cannot be seen without the responsibilities that they carry with them. The “right to marry” has the limits that enable he who exercises it to respect the dignity of the person and  to collaborate with the common good. It is also limited by the very nature of the marriage institution. We have seen before that marriage and homosexual unions are two distinct things. They cannot be considered equal because they are not equal. Doing so would go against justice. Marriage as an institution has a fundamental role in the common good of society and as such deserves a special protection. Altering it would imply an act of injustice that would affect not only the institution of marriage but also society. Since the role of the government is to protect the common good, it follows that it is its duty to defend marriage and avoid any action that could harm it.

With the good of society and the respect of others' dignity in mind, the right to marry has been limited in several ways. A man cannot be married to more than one woman at the same time; he cannot marry a minor or a close relative. The restriction that says that only people of the opposite sex can marry falls into this category of restrictions as well. The reason for its existence is the respect of human dignity.

However, many will argue that the right to marry anyone, regardless of their sex, is necessary in order to respect human dignity. This is false. It is false because human dignity itself must be founded on a true understanding of Man and an essential aspect of each individual is his or her sex. Reality proves to us that we are either male and female. It is not a question of whether a person “feels” like a man or “feels” like a woman. The differences between sexes are not a subjective thing, they are a concrete reality inscribed in our very bodies. A denial of this, which lies at the very core of the homosexual ideology, is simply a false doctrine. of what human beings are. False concepts of Man lead to the demand of false rights and this demand of non-existent rights is exactly what the homosexual ideology is based upon. Moreover, false doctrines inevitably lead to a corruption of social institutions and to a disregard for human dignity. The gravity of this particular ideology lies in the fact that it attacks the very nucleus of the family which is, in turn, the basic cell of society. It is like a cancer that by attacking the cells can destroy the entire body. This cancer is already in an advanced stage in the West. Hopefully, we will be able to eradicate it in time.