miércoles, 18 de mayo de 2011

Santos de carne y hueso / Saints of flesh and bone

Hay un malentendido entre muchos no-católicos acerca de la naturaleza de la santidad. Desafortunadamente, este malentendido es muy común también entre católicos. Éste consiste en creer que el santo fue el hombre o la mujer que fue perfecto en vida. Que no tenía ningún defecto, que era alguien a quien todo le salía bien y que siempre tomaba las decisiones correctas y nunca tuvo ningún tipo de dudas.

Este malentendido ha creado una caricatura de la santidad, nos ha dado un estereotipo de santo. Como cualquier otro estereotipo, contiene suficientes elementos de verdad para perpetuarse fácilmente en las mentes de la gente. Los estereotipos son una simplificación exagerada de la realidad y la gente los acepta como ciertos porque pueden entenderlos sin la necesidad de pensar mucho. Son tomados como la plenitud de la verdad cuando en realidad sólo son una verdad parcial.

Esta simplificación exagerada es lo que hemos hecho con nuestro entendimiento de la santidad. Hay ocasiones en que parece que los santos son seres que estaban más allá de las realidad terrenas, que no sufrían tentaciones, que sólo podían sentir amor y alegría y que tenían sus ojos tan fijos en el cielo que perdían vista de la tierra. Hemos visto a la Madre Teresa en la televisión, ayudando a los más pobres, sonriendo mientras consuela a un leproso en sus últimos momentos de vida y esa es la única imagen que nos formamos de ella. Asumimos que su vida fue simplemente una sucesión de momentos similares. Cuando se revela que luchó durante años con una sequedad espiritual que pocos han experimentado, nos sorprendemos y nos preguntamos si era tan santa como habíamos creído. La respuesta es que sí fue auténticamente una santa. Nosotros somos los que hemos tenido un entendimiento errado de la santidad.

La idea que comúnmente tenemos de los santos es que fueron hombres y mujeres que parecían más angelicales que humanos. En esta concepción “angelical” de la santidad hay también un elemento de predestinación que es contrario a toda creencia católica. Algunos creen que los santos gozaron de una predilección especial de Dios de la cual el resto de nosotros mortales no goza. Creen que los santos fueron escogidos por Dios para ser santos mientras el resto de nosotros se debe conformar con ser “gente ordinaria”. Este no es el caso. Toda persona está llamada a convertirse en santa: “’Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’. Todos son llamados a la santidad” (CIC, 2013). El ejército de santos demuestra la verdad de esta afirmación. La santidad puede y debe ser vivida en todos lados. A esto atestigua un San Martín, marchando entre las filas del ejército romano; un Santo Tomás combatiendo a la herejía desde su cátedra de Teología de la Universidad de París, o un Beato John Henry Newman en Oxford; un San Luis Rey impartiendo justicia desde su trono real; un San Isidro Labrador trabajando los campos de su amo.

La visión estereotípica de la santidad ha colocado a los santos en un lugar inaccesible, los ha convertido en ideales irrealizables. La razón por la cual la Iglesia declara a alguien santo es para que podamos imitar su vida; para que podamos ver que es posible para nosotros ser santos; para que tengamos modelos para seguir en nuestra propia peregrinación personal hacia la santidad. Pero, si vemos a la santidad como algo más allá del alcance humano, ¿cómo podemos aspirar a ella? El santo estereotípico no es más que un fantasma que no puede ser imitado, una ilusión que es en realidad un obstáculo.

La realidad de la santidad se basa en el hecho de que Cristo se hizo hombre para plenamente revelarle el hombre al hombre mismo. Dios se hizo hombre para enseñarles a los hombres cómo ser plenamente humanos. La santidad consiste en este volverse plenamente humano. Los santos eran personas ordinarias que vivieron los momentos ordinarios de la vida diaria en una forma extraordinaria. Vivieron las virtudes en un grado heroico. Su encuentro con Cristo les permitió descubrir la plenitud de su propia humanidad. Me atrevería a afirmar que los santos no sólo sentían como nosotros sentimos, sino que sentían más intensamente; que no sólo amaban como nosotros amamos, sino que amaban más profundamente. Eran más conscientes de la realidad porque estaban más identificados con Cristo, el Logos, el principio mismo de toda realidad. Pero este convertirse en santos es un proceso, no es algo dado. Los santos no nacieron siendo santos. La virtud heroica no es algo que heredas de tus padres como el color de tus ojos o tu complexión. La virtud heroica es, antes que nada, un hábito que debes desarrollar. Es hasta que se ha convertido en hábito que se vuelve parte de ti.

Todos los santos empezaron siendo pecadores como cualquiera de nosotros. Lee las Confesiones de San Agustín o la vida de San Francisco para aprender esto. Todos tenían debilidades, miedos, vicios y defectos de carácter. La diferencia entre ellos y los que aún no somos santos es que ellos decidieron vivir una vida de virtud después de encontrarse personalmente con el Señor resucitado. Tomaron la Pasión de Cristo con seriedad, pero, más que nada, tomaron la Resurrección muy seriamente. Se dieron cuenta de que la tumba vacía significaba que el hombre llamado Jesús realmente era quien había dicho que era. Era Dios. Había bajado a la tierra y había muerto por cada uno de nosotros. Si había muerto por nosotros era porque nos amaba. Si nos ha llamado a la santidad es porque nos está llamando a amarlo en respuesta.

Por tanto, la santidad es una decisión. Es una respuesta al amor infinito de Dios. Ser santo es amar a Dios al punto de que tu vida entera se convierte en un acto de amor a Dios. Dada nuestra naturaleza mutable, es una decisión que debe hacerse cada día, en cada momento, en toda situación. Los santos hicieron esa decisión y, cuando fallaron en hacerla, lo intentaron de nuevo. No se rindieron. Todo santo cayó pero también todo santo se levantó. Por eso decimos que vivieron las virtudes en forma heroica. No es heroísmo el siempre triunfar, es heroísmo levantarse cuando has caído derrotado. La santidad requiere la gracia de Dios. Nadie puede hacer esta decisión constantemente sin la ayuda divina. Si Dios nos llama a ser santos es porque quiere que seamos santos. Él proveerá todo lo que necesitamos.



There is a misconception among most non-Catholics as to the nature of sainthood. Unfortunately, it is common among Catholics as well. This misconception consists in thinking that the saint was a man or a woman who was perfect in life. That he or she was flawless; someone who always got everything right, always made the right choices and never suffered any doubts.

This misconception has created a caricature of sainthood; it has given us a “stereotype” of a saint. As with any other stereotype, this one contains enough elements of truth to become easily fixed in people’s minds. Stereotypes are an oversimplification of reality and people accept them as real because they can wrap their heads around them without any further thought. They are taken for the fullness of truth when in reality they are only a partial truth.

This oversimplification is what has happened with our understanding of holiness. At times it seems like we think of saints as beings who were beyond all earthly realities, who suffered no temptations, who could only feel love and joy, who had their eyes so fixed on heaven that they lost sight of the earth. We have seen Mother Teresa on television, aiding the poor, smiling while she holds a dying leper in her arms and that is the only image we keep of her. We assume that her whole existence was a simple sequence of such moments. When it is revealed that she struggled for years with a spiritual dryness that none of us has ever endured, we are shocked and wonder whether she was truly as holy as we had once thought. The answer is yes, she was truly holy. It was us who had a flawed understanding of what it means to be a saint.

The idea we often have of saints is that of men and women who seem more angelic than human. In this “angelic” understanding of saints there is also an element of predestination which is completely contrary to the Catholic faith. Some people believe that saints enjoy a special predilection of God which the rest of us mortals do not, that they were chosen by God to be saints while the rest of us are just meant to settle with being “ordinary people”. This is not the case. Every single person is called to become a saint: “’All Christians, in any state or walk of life are called to the fullness of Christian life and to the perfection of charity.’ All are called to holiness.” (CCC, 2013) The vast array of saints proves this to be true. Sainthood can and should be lived out anywhere. To this attests a Saint Martin, marching among the ranks of the Roman army; a Saint Thomas fighting heresy from his chair of Theology at the University of Paris, or a Blessed Cardinal Newman at Oxford; a Saint Louis imparting justice from his royal throne; a Saint Isidore the Farmer working the fields of his lord.

This stereotypical view of holiness has placed saints in an inaccessible place; it has made saints unrealizable ideals. The very purpose for which the Church declares someone to be a saint is so that we may imitate his life; that we may see that it is possible for us all to be saints; that we may have role models to follow in our own personal journey towards holiness. But, if we see sainthood as something beyond human reach, as something more proper to angels than to human beings, how can we aspire to it? The stereotypical saint is nothing but a phantasm that cannot be imitated, an illusion that has become an obstacle for others.

The reality of sainthood lies in the fact that Christ became man to fully reveal man to man himself. God became man to teach men how to be truly human. Sainthood consists in this becoming fully human. Saints were ordinary people who lived the ordinary moments of everyday life in an extraordinary way. They lived the virtues to a heroic degree. Their encounter with Christ allowed them to discover the fullness of their own humanity. I would venture to say that saints could not only feel like we all do, but felt more intensely; that they not only loved like the rest of us do, but loved more deeply. They were more conscious of reality because they had become more identified with Christ, the Logos, the principle of reality itself. But this becoming a saint was a process, not a given thing. Saints were not born saints. Heroic virtue is not something you inherit from your parents as you do the color of your eyes or your complexion. Heroic virtue is first of all a habit that you must develop. It is until it has become a habit that it also becomes a part of you.

All saints started as sinners like any of us. Read the Confessions of Saint Augustine or the life of Saint Francis and you will learn this. They all had weaknesses, struggles, fears, vices and character flaws. The difference between them and those of us who are not saints is that they decided to live a virtuous life after having a personal encounter with the risen Lord. They took the Passion seriously but, most importantly, they took the Resurrection seriously. They realized that the empty tomb meant that the man named Jesus was truly who he said he was. He was God. He had come down to earth and had died for each one of us. If he died for us, it was because he loved us. If he has called us to holiness it is because he is calling us to love him in return.

Therefore, sainthood is a decision. It is a response to God’s infinite love. To be a saint is to love God to the point that your entire life becomes an act of love of God. However, given our mutable nature, it is a decision that has to be made every day, at every moment, in every situation. The saints made that decision and when they failed to make it, they tried again. They did not give up. Every saint fell but every saint also got up after falling. That is why it is said that they lived the virtues to a heroic degree. It is not heroism to always triumph; it is heroism to get up when you have been defeated. Sainthood requires God grace. No one can make this decision constantly without God’s assistance. But, if God is calling us to be holy it is because he wants us to be holy. He will provide for all that we need.

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