lunes, 19 de julio de 2010

Humanae Vitae explicada (parte 5) / Humanae Vitae explained (part 5)

Humanae Vitae fue escrita hace más de cuarenta años. Esto significa que los lectores actuales tenemos una ventaja sobre los de aquél entonces: la de la distancia en el tiempo. Mientras que los lectores de la década de los sesenta debían ver hacia el futuro, un futuro en el que las advertencias de Pablo VI no parecían más que posibilidades inciertas; nosotros podemos voltear hacia el pasado y enfrentar la realidad de lo que ya ocurrió. Con estos cuarenta años de experiencia, nos encontramos en una posición desde la cual podemos juzgar si las “graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad” que Pablo VI profetizó ocurrirían estaban justificadas o no, pues ya hemos vivido el resultado de haberlas ignorado.

Pablo VI menciona los tres peligros más evidentes que el uso de los anticonceptivos artificiales trae consigo: una degradación general de la moralidad, empezando por una mayor infidelidad matrimonial; una pérdida del respeto debido a las mujeres y; la posibilidad de que sean usados como un instrumento de dominio por parte de las autoridades públicas. Estas conclusiones son evidentes cuando se parte de que la naturaleza humana es una naturaleza caída. Ésta, como tantas otras enseñanzas de la Iglesia, ha sido malinterpretada por muchos, llevándolos a identificarla con uno de los dos extremos que la Iglesia misma condena. De esa forma, los opositores de Humanae Vitae confunden la noción de “naturaleza caída” con la idea de que los seres humanos son malos por naturaleza y en ese error basan su crítica. La naturaleza caída del hombre significa que esa naturaleza está “herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado”, (Catecismo de la Iglesia Católica, 405) mas no está totalmente corrupta. Está debilitada y tiene una tendencia al mal pero ha sido redimida y puede, con la asistencia divina, sobreponerse a este defecto original. Ignorar esta realidad, como señala el Catecismo en su punto 407, “da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.” Pablo VI nos advierte precisamente de esto.

El problema radica en que la ideología prevalente en la actualidad , la de la Ilustración, niega esta doctrina de la naturaleza caída (que en este sentido es todo menos actual, pues ya la sostenía Pelagio en el siglo V). En su lugar, proclama una bonita pero falaz teoría de que el hombre nace en un estado de inocencia y que son la sociedad y la autoridad las que lo corrompen. Este razonamiento es incapaz de resistir un análisis serio basado en hechos concretos. Ese tipo de análisis lo podemos hacer con los peligros de los que Pablo VI nos intenta proteger.

En primer lugar, está el peligro de una degradación general de la moralidad. Es incuestionable que nivel moral de nuestros tiempos ha cambiado radicalmente respecto a la de los días en que se escribió Humanae Vitae. Habrá por ahí alguien que quiera argumentar que ha cambiado para mejorar, pero ese no es el caso. Si ha cambiado, ha sido para empeorar. Tomemos, por ejemplo, el número de divorcios que hay actualmente. Mi objetivo no es desacreditar al divorcio (algo que han hecho personas infinitamente más inteligentes que yo) sino demostrar que el aumento en el número de éstos es un indicador de una decadencia moral generalizada y que ésta ha sido causada en gran medida por la introducción de los anticonceptivos artificiales. Ahora, que el aumento en el número de divorcios sea algo moralmente malo se sigue del hecho mismo de que el divorcio no es algo bueno. Se podrá estar a favor de que legalmente exista por el motivo que sea pero nadie sostiene que es algo bueno en sí mismo. Si existe y es tolerado, es como un mal menor, nunca como un bien. Por ende, la propagación del divorcio es la propagación de un mal. Que sea aceptado como algo normal, y en muchos casos como algo bueno, es cambiar el bien por el mal. Eso es un claro signo de una decadencia moral.

El incremento en el número de divorcios, así como otros males sociales, han sido fomentados por la introducción de los anticonceptivos artificiales por una razón muy sencilla. Lo que los anticonceptivos hacen es remover una de las consecuencias naturales del acto sexual. Al hacer esto remueven, en la mente de quien los usa, la responsabilidad que trae consigo el acto mismo. Ser responsable significa reconocer y aceptar las consecuencias de los actos propios. Sin consecuencias, no hay responsabilidades.

Esa supuesta ausencia de consecuencias es falsa pues el acto sexual es mucho más que una simple actividad animal, es un acto humano lleno de repercusiones en todos los ámbitos. Pablo VI es muy claro al indicar que las principales víctimas de esa sexualidad irresponsable son las mujeres. Si un hombre sostiene una relación sexual “sin consecuencias”, ese acto habrá sido, para él, únicamente la satisfacción de un apetito. Esto, obviamente, implica que la mujer involucrada habrá sido simplemente un objeto para satisfacer ese apetito, lo cual es una clara violación de su dignidad. Pero hay también un lado más sutil a todo esto. El aspecto unitivo del acto sexual es mucho más fácilmente percibido por las mujeres que por los hombres. Para ellas la unión física implica, de forma natural, una unión emocional. Cuando voluntariamente se destruye el aspecto procreador, el aspecto unitivo tiende a desaparecer, de forma más evidente en los hombres. En consecuencia, el vínculo emocional se establece únicamente del lado de la mujer. Esta falta de correspondencia emocional puede afectar gravemente a una mujer pues le demuestra que fue utilizada y no amada.

En el nivel político y gubernamental, la falta de responsabilidad significa que los Estados no buscan las soluciones adecuadas a los problemas sociales, sino las soluciones más fáciles. Es más fácil controlar la población a través de programas de esterilización que generar las condiciones necesarias para que las nuevas generaciones vivan dignamente. Esta es una realidad que se ha vivido durante décadas en el Tercer Mundo. Cientos de personas han sido esterilizadas, en muchos casos sin saberlo, por autoridades gubernamentales sin ética alguna que han instaurado políticas de control poblacional que no respetan la dignidad humana. Esto ha ocurrido por órdenes de organismos internacionales y gobiernos extranjeros. Pablo VI no estaba imaginando cosas cuando mencionó la posibilidad de que esto ocurriera.

La alternativa a estos peligros es una sexualidad ordenada, respetuosa de la dignidad humana y acorde con la voluntad de Dios, accesible a la razón a través de las leyes naturales. La Iglesia no puede cambiar estas leyes (y por eso es ridículo que haya gente que crea que algún día el Papa pueda llegar a cambiar estas enseñanzas), lo único que hace es recordarnos que debemos respetarlas. Pablo VI no es tan ingenuo como para imaginar que sin anticonceptivos la vida humana sería perfecta pero sin duda sería mejor. Así, Pablo VI concluye su encíclica llamando a todos los fieles católicos a recuperar el significado auténtico de la sexualidad humana y a compartirlo con el mundo. Como señalé con anterioridad, la sexualidad correctamente entendida requiere tener al amor como su núcleo y el amor demanda sacrificio y auto-entrega. Esto es imposible sin auto-control y sin un sentido de sacrificio. Restaurar este sentido exige un gran trabajo de parte de los fieles. Exige una enorme labor de educación que empieza en la familia y la escuela pero que las trasciende y se extiende a toda la sociedad a través de la acción social y política. Este es el deber que como católicos tenemos y que, desgraciadamente, hemos ignorado por mucho tiempo.



Humanae Vitae was written more than forty years ago. This means that modern readers have an advantage over readers back then: that of distance in time. While the readers of the sixties had to look into the future, a future in which Paul VI's warnings seemed like nothing more than uncertain possibilities, we can turn towards the past and confront the reality of what has already happened. With those forty years of experience, we find ourselves in a position from which we can judge whether the “serious consequences of artificial methods of birth control” that Paul VI prophesied would occur where justified or not since we have witnessed the results of having ignored them.

Paul VI mentions the three most evident dangers that the use of artificial birth control brings: a general degradation of morality, beginning with an increase in marital infidelity; a loss of respect towards women and; the possibility of them being used as an instrument of dominion by the public authorities. These conclusions are obvious when you start from the fact that human nature is a fallen nature. This, as many other teachings of the Church, has been misinterpreted by many who have identified it with one of the two extremes that the Church Herself has condemned. In that way, the opponents of Humanae Vitae confuse the notion of fallen nature with the idea that human beings are naturally bad and they base their criticism on that error. The fallen nature of mankind means that our nature is “wounded in the natural powers proper to it; subject to ignorance, suffering, and the dominion of death; and inclined to sin” (Catechism of the Catholic Church, 405) but it is not completely corrupted. It is weakened and has a tendency towards evil but it has been redeemed and can, with Divine assistance, overcome this original fault. Ignorance of this reality, as the Catechism says in point 407, “gives rise to serious errors in the areas of education, politics, social action, and morals”. This is precisely what Paul VI is warning us against.

The problem lies in the fact that the prevailing ideology, that of the Enlightenment, denies this doctrine of fallen nature (and in this sense is anything but modern, Pelagius already held this view in the fifth century). In its place, it proclaims a pretty but fallacious theory about man being born in a state of innocence and that it is society and authority who corrupt him. This reasoning is incapable of withstanding a serious analysis based on facts.  On the other hand, we can make an analysis of this kind about the dangers that Paul VI tried to protect us from.

In the first place, we have the danger of a general degradation of morality. It is unquestionable that the moral level of our times has radically changed from that of the days in which Humanae Vitae was written. There might be people who will argue that it has changed for the better, but that is not the case. If it has changed, it has been for the worse. Lets take, for example, the current number of divorces that there are. My objective is not to discredit divorce, since that has already been done by people infinitely more brilliant than myself, but to prove that the increase in the number of these is an indicator of this generalized moral decay and that this has been caused, in great measure, by the introduction of artificial contraceptives. That the increase in the divorce rate is something morally evil follows from the very fact that divorce is something bad. You might be in favor of its legal existence for whatever reason, but nobody upholds divorce as something good. If it exists and is tolerated, it is as a lesser evil, never as a good. Hence, the propagation of divorce is the propagation of an evil. That it is accepted as something normal, and in many cases as something good, means taking that which is bad as good. That is the most clear proof of moral decadence.

Now, the increase in the divorce rate, as well as many other evils have been encouraged by artificial contraception for a very simple reason. What contraceptives do is remove one of the natural consequences of the sexual act. By doing this, they remove, in the mind of their user, the responsibility that performing this act entails. Being responsible means recognizing and accepting the consequences of your actions. With no consequences, there are no responsibilities.

This supposed absence of consequences is false because the sexual act is much more than an animal activity, it is a human act with repercussions in every aspect of human life. Paul VI is very clear when he says that the main victims of this irresponsible sexuality are women. If a man has “consequence-free” sex, this act will have been, for him, nothing but the satisfaction of an appetite. This, obviously, implies that the woman involved was nothing but an object to satisfy that appetite, which is clearly a violation of her dignity. But there is a more subtle side to this. The unitive aspect of the sexual act is more easily perceived by women than by men. For women, physical union also implies, in a natural manner, an emotional union. When the procreative aspect is voluntarily destroyed, the unitive aspect tends to disappear, as is more clearly seen in men. Therefore, the emotional bond is only established on the side of the woman. This lack of emotional correspondence can gravely affect a woman because it proves to her that she was used and not loved.

In the political and governmental level, this lack of responsibility means that States do not seek the most adequate solutions to social problems, but only the easy ones. It is much easier to control the population through sterilization programs than to create the necessary conditions for new generations to live in a dignified way. This is a reality that has been lived in the Third World. Hundreds of people have been sterilized, many times without them knowing, by unethical government authorities who have implemented population control policies which do not respect human dignity. This has happened by orders of international organisms and powerful foreign governments. Paul VI was not simply imagining things when he mentioned that there was a real possibility of this happening.

The alternative to all this is an ordered sexuality, respectful of human dignity according to God's will, which is accessible to our reason through the laws of nature. The Church cannot change these laws (which is why it is ridiculous for people to think that some day the Pope might change these teachings) and all She can do is remind us to respect them. Paul VI is not naive as to believe that without contraception human life would be perfect. However, there is no doubt that it would be better. And so, Paul VI ends his encyclical by calling all the Catholic faithful to recover the authentic meaning of sexuality and to share it with the world. As I said before, this correctly understood sexuality has love as its center and it demands sacrifice and self-gift. This is impossible without self-control and the practice of the virtue of chastity. Restoring this meaning represents a huge job for the faithful. It demands an enormous work of education that begins at home, with the family, and then is extended to all society through social and political action. This is the duty we have as Catholics and which we have, unfortunately, ignored for too long.

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