En memoria de los mártires de la persecución religiosa a unos días de la fiesta de Cristo Rey y un día después de la fiesta del Beato Miguel Agustín Pro.
Recuerdo que, estando en la primaria, empecé a notar una tendencia en lo que me estaban enseñando de historia que incluso en aquél entonces me pareció extraña. Empecé a notar que lo que decían mis maestros, que lo que decían los libros de texto no coincidía con la realidad. Esta tendencia era aún más notoria cuando se trataba de cuestiones relacionadas con la Iglesia Católica. Cada vez que leía algún texto exaltando a la Reforma Protestante como liberadora de la humanidad, en contraste con la supuesta opresión impuesta por la Iglesia; cada vez que escuchaba a alguien acusar al católico español de asesino de indios mientras que el inglés puritano era alabado por su osadía en tierras extrañas, algo en mis entrañas se revolvía. En esos días no podía formular argumentos racionales contra aquellas mentiras pero muy adentro de mi ser sabía que algo no encajaba. No era más que una simple intuición, un presentimiento, una voz que gritaba: “¡eso no es cierto!”
El mejor ejemplo de esto es el mito de que el catolicismo nunca echó raíces en México. Según esta teoría, la labor evangelizadora de los españoles fue un fracaso, la conversión de los indios únicamente producto de la imposición. Mucha gente se ha creído esta mentira, aún cuando la historia misma se ha encargado de refutarla. El asumirla como cierta deja muchos aspectos de la realidad mexicana sin explicar. Quizá el más significativo sea el de la respuesta del pueblo ante la persecución religiosa de los años veinte. ¿Cómo pudo una religión que nunca echó raíces sobrevivir ataques como los que sufrió la Iglesia Católica mexicana? Y esto después de más de cien años de vejaciones, de educación antirreligiosa y de gobiernos anticlericales. ¿Cómo es que un pueblo a quien se le impuso esa religión a la fuerza, estuvo dispuesto a morir por ella? Al aceptar esa falsa teoría, las preguntas sin respuesta se multiplican. La realidad se queda sin explicación.
La historia oficial ha preferido mantener silencio, como si con ello pudiera ahogar la memoria de la gente. A mí siempre me pareció un sinsentido que un evento de tal magnitud se intentara ignorar. El único párrafo que aparecía en mis libros de historia hablaba de la rebelión de los “fanáticos” católicos como si hubiera sido algo sin importancia. Sin embargo, en mi casa las historias que escuchaba eran diferentes. Historias sobre mi abuela y sus hermanos escuchando Misa en secreto, sobre primeras comuniones y bautizos a escondidas, sobre sacerdotes disfrazados huyendo de casa en casa. ¡Qué gran sorpresa me llevé al descubrir que un pariente mío, torturado y asesinado por ser sacerdote, había de ser elevado a los altares! Las palabras escritas en las memorias de mi bisabuela acerca de la vida bajo la persecución, acerca de las matanzas y la violencia del gobierno contra los católicos, trajeron a la vida estos eventos, ignorados en el aula y sepultados bajo palabras muertas de historiadores cómplices. Si intentamos escuchar, o, más bien, si queremos escuchar, podemos oír las voces de los testigos presenciales, recogidas por Jean Meyer, rompiendo el silencio de la ignorancia: “Hacía ocho años que era fiel servidor del gobierno y hacía reinar el orden en mi región como Jefe de Acordada. Pero al César se le metió en la cabeza maltratar a mi Santa Madre la Iglesia, y comenzó a matar sacerdotes y católicos, a insultar a las monjas y a las mujeres que iban a Misa. Enviamos cartas, protestas, más cartas, súplicas, y le hablamos de la justicia y de Dios. Por eso se rieron más de nosotros y creyeron que les teníamos miedo, y aumentaron sus ataques porque consideraron viento nuestras peticiones. Por eso no nos quedó más remedio que quitarles sus carabinas y darles con ellas entre la quijada y las orejas...”
¿Quién podrá creer que la fe en Cristo nunca se asentó en estas tierras después de leer las palabras de simples campesinos quienes, sin embargo, entendían a la perfección que el reinado de Cristo no es de este mundo: “Nos estrangulan porque dicen que somos muy malos, porque somos tercos para defender el honor y la gloria de aquél que murió desnudo en la cruz más alta, entre dos ladrones; nos dicen que él fue el peor de los hombres porque no quiso someterse al príncipe de la Tierra...”?
¿Quién puede negar que aquellos que pronunciaron estas palabras habían asimilado a la perfección la idea profundamente cristiana de la Dignidad de la Persona Humana: “El gobierno nos quita todo: nuestro maíz, nuestro heno, nuestros animales y, como si no bastara, nos quiere hacer vivir como bestias, sin religión y sin Dios...”? ¡Esto sólo puede provenir de alguien que sentía que su fe católica era una parte de su mismo ser!
Estos sólo son algunos testimonios de los muchos que nos hablan de un pueblo sumergido en valores cristianos. Valores cristianos bien arraigados, presentes en el subconsciente colectivo. Son muchos los que hoy intentan desechar esos valores, los que intentan hacernos “vivir como bestias, sin religión y sin Dios”. La respuesta ya la proveyeron aquellos heroicos antepasados nuestros: “Esto no lo va a poder hacer, porque cada vez que se nos presente la ocasión gritaremos a todo pulmón: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”
Fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro. ¡Ruega por nosotros! / Blessed Miguel Agustín Pro's execution. Pray for us!
In memory of the martyrs of the religious persecution, a few days after the Feast of Christ the King and one day after the memorial of Blessed Miguel Agustín Pro.
I remember that, while in elementary school, I began to notice a tendency in what I was being taught about history that even back then seemed strange. I started to realize that what my teachers said, that what I read in textbooks did not coincide with reality. This tendency was even more noticeable when it related to things concerning the Catholic Church. Every time I read some text presenting the Protestant Reformation as liberator of humanity, in opposition to the supposed oppression imposed by the Catholic Church; every time I heard someone accuse the Spanish Catholic of being a murderer of natives while the Protestant Englishman was praised for his daring in dealing with foreign peoples, something inside me would revolt. In those days I was incapable of formulating rational arguments against those lies but deep inside I knew that something did not quite fit. It was only an intuition, a hunch if you may, a voice that yelled: “that is not true!”
The best example of this is the myth that Catholicism never really took root in Mexico. According to this theory, the evangelizing efforts of the Spaniards were a failure, the conversion of the natives was only the product of imposition. Many people believe this lie, even when history itself has refuted it. Accepting it as true leaves so many aspects of Mexican reality unexplained. Perhaps the most significant one is the response of the people during the religious persecution of the 1920's. How could a religion that never took root survive the attacks that the Mexican Church had to endure? All of this after more than a hundred years of ill-treatment, anti-religious education and anticlerical governments. How is it that a people on whom such religion was imposed were so willing to die for it? When you accept this false theory the unanswered questions multiply. Reality remains without explanation.
Official history has preferred to remain silent, as if that were enough to drown the memory of the people. I always thought it was nonsense to try to ignore an event of such magnitude. The only paragraph that appeared in my history books talked of the rebellion of Catholic “fanatics” as if it had been another meaningless page in the long book of human affairs. However, in my house the stories I heard were completely different. Stories about my grandmother and her siblings going to Mass in secret, about first communions and baptisms in hiding, about disguised priests running from house to house. And what about the surprise of finding out that a relative of mine, tortured and killed for being a priest, was to be raised to the altars! The words written by my grandmother in her memoirs about life during the persecution, about the massacres and the violence of the government against its own people, brought the struggles of those times to life, unlike the dead words under which they were buried in the classroom. If we try to listen, or rather, if we want to listen, we can hear the voices of those who witnessed those times breaking the silence of ignorance (these were picked up by Jean Meyer, a French historian who has studied and written extensively about this period): “I had been a faithful servant of the government for eight years and had made order reign in my region as boss of “La Acordada”. But it got into Caesar's head to mistreat my Holy Mother the Church, and he began to kill priests and catholics, to insult nuns and the women who were going to Mass. We sent letters, protests, more letters, supplications, and we talked of justice and of God. Because of that they laughed at us and they thought we were scared of them and they increased their attacks because they considered our petitions to be nothing but wind. That is why we had no other choice but to take away their carbines and strike them with them between their jaw and their ears...”
Who can believe that faith in Christ was never established in these lands after reading the words of simple peasants who, nonetheless, perfectly understood the theological truth that Christ's kingdom is not of this world: “They hang us because they say we are very bad, because we are stubborn in defending the honor and glory of He who died naked in the tallest cross, between two thieves; they tell us that He was the worst of men because he did not want to submit to the prince of the Earth...”?
Who can deny that those who pronounced the following words had perfectly assimilated the deeply Christian idea of the Dignity of the Human person: “The government takes everything away from us: our corn, our hay, our animals and, as if that were not enough, it wants to make us live like beasts, without religion and without God...”? This can only come from someone who felt that his Catholic faith was a part of his very being!
These are only some testimonies among many which tell us of a people profoundly submerged in Christian values, of well-established Christian values, present in the collective subconscious. There are many who are trying to get rid of these values today, who are trying to make us “live like beasts, without religion and without God”. The answer to those people was already given by our heroic ancestors: “This they will not be able to do, because every time we have the chance, we will cry out with all our strength: long live Christ the King! Long live Our Lady of Guadalupe!”
Fusilamiento del Padre Francisco Vera / Fr. Francisco Vera's execution
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