viernes, 17 de diciembre de 2010

Madre de la Libertad / Mother of Freedom

La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe siempre ha sido un símbolo de la libertad para los mexicanos. Desde el momento de las apariciones, representó una liberación para los indígenas de sus rituales sangrientos y de sus dioses falsos. Después pasó a ser la bandera del ejército insurgente que peleó por la independencia. Durante las persecuciones de los años veinte, su imagen se convirtió en el estandarte de los que luchaban por la libertad religiosa. Muchos de los mártires que dieron su vida para que otros pudieran practicar su fe libremente, murieron con su dulce nombre en los labios.

Esto, sin embargo, parece una gran paradoja. El que la mujer que se refirió a sí misma como esclava; el que la muchacha israelita que entregó su voluntad completamente a la de Dios, pueda ser considerada la encarnación misma de la libertad es algo que les parece una contradicción a nuestros contemporáneos. Choca con las nociones modernas de libertad. Y la paradoja se vuelve aún más notoria dado que el hombre moderno está obsesionado con lo que cree que es libertad. Cree que la libertad es vivir sin restricciones. Lo que restrinja esa libertad se considera malo. Por eso se rechaza la religión, por eso se niega la moral. Sin embargo, esta obsesión no ha llevado al hombre actual a alcanzar una mayor libertad. Al contrario, mientras más la busca, mientras más obstáculos remueve, más se da cuenta de que no es libre. Se deshace continuamente de límites sin alcanzar jamás el estado de libertad absoluta que tanto anhela. La libertad parece ser elusiva; es una especie de objeto inalcanzable.

Esta libertad es inalcanzable porque no es libertad. Ni siquiera existe. Es una quimera. Como muchas de las ideas que nos han llegado de la Ilustración, este concepto de libertad está basado en una teoría que no tiene ningún sustento en la realidad. Es una libertad falsa porque no está enraizada en la Verdad. “Libertad sin Verdad no es libertad”, escribe Benedicto XVI y tiene razón. Este tipo de libertad no libera sino que esclaviza.

Entonces, ¿cómo es la libertad verdadera? Si dije que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es un símbolo de la libertad es porque la Virgen María vivió una vida auténticamente libre. Por tanto, conviene voltear hacia ella para ver cómo es la libertad real. Al mismo tiempo, nos permitirá ver las diferencias entre la libertad verdadera y aquello que nuestra cultura ha llegado a creer que es la libertad.

Lo primero que debemos notar es que la libertad de María es, en cierta forma, pasiva. Ella no la ha reclamado para sí misma, la ha recibido como un regalo de Dios. Le fue dada por Dios, no por hombre o institución alguna y, por ende, nadie se la puede quitar. La gran contradicción de la Ilustración fue que, mientras sostenían que el hombre era libre por naturaleza, ataron esa libertad a las estructuras políticas, sociales y económicas. De ahí se puede caer fácilmente en la idea de que la libertad es, en cierto sentido, “otorgada” por el gobierno o por la sociedad. El hombre es, entonces, solamente libre cuando las condiciones sociales “opresivas” han sido cambiadas. Es por eso que la libertad de la Ilustración es una libertad que se toma, a la fuerza si es necesario. No es coincidencia que esa época haya sido la época de las revoluciones, en la cual la violencia se usaba con frecuencia para obtener “más” libertad. La primera característica de la libertad auténtica es que es inherente a la naturaleza humana, no es dada ni por el gobierno ni por la sociedad. Aún cuando alguien sufre opresión injusta, puede ser libre, como lo demostraron San Juan de la Cruz (quien fue encerrado en un calabozo por miembros de su propia orden) y el Cardenal Van Thuan (aprisionado y encerrado en confinamiento solitario por 9 años por los comunistas vietnamitas).
La segunda cosa que debemos notar es que María es libre no mediante la imposición de su voluntad sobre otros sino por la sumisión de sí misma a la voluntad de Dios. Nuevamente vemos que es una libertad pasiva en que ella permite que Dios haga con ella lo que Él deseé: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1: 38). Para que sea libre, ella tuvo que reconocer la existencia de un orden externo y que no depende de ella. La voluntad de Dios, la Providencia de Dios y las leyes que Dios ha impuesto en el mundo no son límites que la hacen menos libre, son los medios que permiten que sea libre. Sólo sometiéndose a ellos se puede ser libre. Esto es totalmente opuesto a las nociones modernas de libertad. Una libertad que no tiene límites se disuelve y deja de existir. Los límites mismos son los que permiten que la libertad exista. Cuando los hombres fracasan en reconocer las limitaciones de su propia libertad, la pierden. María entendió esto a la perfección. Entonces, la segunda característica de la libertad verdadera es que tiene límites.

Lo último que hay que tomar en cuenta es que María no usó su libertad para servirse a sí misma, sino para servir a otros. La suya es la libertad del don de sí misma. Entender la libertad de esta forma trae consigo una implicación muy importante: requiere sacrificio. La decisión que ella tomó, el “sí” al plan de Dios, su fiat, lo dio aún sabiendo el sufrimiento que le traería: “y a ti, una espada te atravesará” (Lc. 2: 35). Esto está en claro contraste con la idea actual de libertad. La libertad se busca para el bien del individuo, aún cuando afecte el bien de los demás. Esto sólo puede conducir al conflicto. Está dispuesta a sacrificar a otros en nombre de la libertad, pero no está dispuesta a sacrificarse a sí misma. Cuando la libertad es egoísta, lleva a la supresión de la libertad de los otros. Al final, nadie es más libre. La libertad auténtica actúa de forma distinta. Puesto que buscar servir y no ser servida, se regocija en la libertad de los demás. Por su propia naturaleza tiende a la propagación. Por tanto, la última característica de la libertad auténtica es que debe ser usada para el bien de los demás, aún a costa del sacrificio personal.

“Libertad sin Verdad no es libertad.” “La Verdad os hará libres” (Jn. 8: 32). María, al decir “sí” permitió que la Verdad entrara en el mundo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14: 6). Al someter su voluntad a la del Logos, a la eterna fuente de Verdad, fue liberada. Al permitir que el Logos se encarnara en su vientre, ella abrió las puertas para nuestra liberación. Así como hace 200 años muchos siguieron su imagen para luchar por una libertad mal entendida, hoy debemos tomar su imagen para restaurar la libertad que ella realmente representa.



The image of Our Lady of Guadalupe has always been a symbol of freedom for the Mexican people. From the moment of the apparitions it freed the indigenous peoples from their bloody rituals and from their false gods. Later it was to be used as the banner of the insurgent army that fought for Mexican independence. During the persecutions of the 1920’s, her image became a symbol of the struggle for religious freedom. Many martyrs who gave their life so others could freely practice their faith died with her sweet name on their lips.

This is, however, a great paradox. It seems a contradiction to our contemporaries that the woman who referred to herself as a slave; that the Israelite peasant who surrendered her will completely to the will of God, could be considered the epitome of freedom. It somehow collides with the Modern notions of freedom. The paradox becomes even more noticeable because the men of our time are obsessed with what they believe to be freedom. They believe freedom is living without any restrictions. Anything that restricts that freedom is considered to be bad. That is why religion is rejected, that is why morality is denied. However, this obsession has not led Modern man to greater freedom. On the contrary, the more he seeks this freedom, the more “obstacles” to it that he removes, the more he becomes aware that he is not free. He keeps on getting rid of limits without ever reaching that state of absolute freedom that he so ardently desires. Freedom seems to be elusive; it is a sort of unobtainable thing.

This freedom is unreachable because it is not really freedom at all. It does not even exist. It is a chimera. As with many things that have come down to us from the Enlightenment, this concept of freedom is based on a theory that is not backed up by reality. It is a false freedom because it is not rooted in Truth. “Freedom without Truth is not freedom”, writes Pope Benedict XVI, and he is right. This type of freedom will not liberate, it will enslave.

But then, what is true freedom like? If I said that the image of Our Lady is a symbol of freedom it is because the Virgin Mary lived a truly free life. Hence, it is convenient to turn to her to see what true freedom looks like. At the same time, it will allow us to see the differences between true freedom and that which our culture has come to believe is freedom.

The first thing to notice is that the freedom of Mary is, in a way, passive. She has not claimed it for herself; she has received it as a gift from God. It was given by God, not by any man or institution and so, no one can take it away. The great contradiction of the Enlightenment was that, while claiming that man was free by nature, it tied that freedom to the political, economical and social environment. From there, one can easily fall into the belief that freedom is, in a sense, “given” by the government or by society. Man is only free when “oppressive” social conditions are changed. That is why the freedom of the Enlightenment is a freedom that is taken, by force if necessary. It is no coincidence that that time period was the age of revolutions, when violence was used more often than not to obtain “more” freedom. The first characteristic of true freedom is that is inherent to human nature, it is not given by the government or by society. Even when someone is being unjustly oppressed, he can remain free, as Saint John of the Cross (thrown into a dungeon by his own order) or Cardinal Van Thuan (who was imprisoned and in solitary confinement for 9 years in a Communist prison) have shown.

The second thing that we must notice is that Mary is free not by imposing her will upon others, but by submitting herself entirely to the will of God. Again, it is a passive freedom in that she allows God to do to her what He wills: “May it be done to me according to your word” (Lk. 1: 38). In order for her to be free, she had to recognize the order that exists in the world and that does not depend on her. God’s will, God’s providence and the laws God has imposed on the world are not limits that make her less free, they are the means that enable her to be free. Only by submitting to them can someone be truly free. This again goes against the modern notions of freedom. A freedom that has no limits dissolves and ceases to exist. The limits themselves are what allow freedom to exist. When men fail to recognize the limitations of their own freedom, they lose it. Mary understood this perfectly. Therefore, the second characteristic of true freedom is that it has limitations.

The last thing to take into account is that Mary did not use her freedom to serve herself, but to serve others. It is the freedom of the gift of self. This has an important implication: it requires sacrifice. The decision she made, the “yes” to God’s plan for her, her fiat, was given even with knowledge of the suffering she would have to endure: “and you yourself a sword will pierce” (Lk. 2: 35). This stands in stark contrast with the world’s idea of freedom. Freedom is sought for the good of the individual, even when that affects the good of others. This leads inevitably to conflict. It is willing to sacrifice others for the sake of freedom, but it is not willing to sacrifice itself. When freedom is egotistical it leads to the suppression of the freedom of others. In the end, no one is freer. Real freedom acts differently. Because it seeks to serve and not to be served, it rejoices in the freedom of others. By its very nature it tends to spread. So, the last characteristic of true freedom is that it ought to be used for the good of others, even at the cost of personal sacrifice.

“Freedom without Truth is not freedom.” “Truth shall set you free” (Jn. 8: 32). Mary, by saying “yes” allowed Truth to come into the world: “I am the Way, the Truth and the Life” (Jn. 14: 6). By submitting her will to that of the Logos, to the eternal source of all Truth, she was set free. By allowing the Logos to become incarnate in her womb, she opened the gates for our liberation. Just like 200 years ago many followed her image to fight for a misunderstood freedom, today we should use it to restore the freedom that she truly represents.


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