domingo, 13 de marzo de 2011

La Vocación Universal a la Santidad / The Universal call to Holiness

Esta es una plática que di hace unas semanas en “Spirit and Truth” la hora de Adoración Eucarística que organiza la Organización de Estudiantes Católicos cada lunes.

Recientemente escuché una frase atribuida a St. Teresita que dice: “Si no te estás convirtiendo en un santo, no estás haciendo nada.” Lo primero que llamó mi atención es el contraste tan evidente entre ser y hacer. Lo que esta frase implica es que aunque hagas todo lo que se puede hacer, si no te estás santificando, es como si no hubieras hecho nada. Estas palabras son un llamado de atención porque estamos tan acostumbrados a creer que siempre tenemos que estar haciendo algo. Siempre buscamos cosas que hacer; siempre queremos encontrar nuevas actividades para llenar nuestro tiempo. Nos han dicho que tenemos que hacer todas estas cosas para tener un buen currículum, para tener más experiencia, para demostrar lo que valemos. Después de todo ¿no son los hacedores los que han forjado la historia de la humanidad? ¿Acaso no fueron los poderosos, los grandes, los hombres activos del pasado, los Alejandros Magnos, los Julios César, los Napoleones, los que le han dado forma al mundo?

La verdad es que esos hombres no son los que han cambiado la historia, han sido los santos. Para entender esto mejor, pensemos en la historia como un río. Cada río tiene un curso natural que sigue inevitablemente. De la misma forma, la historia humana ha tenido, por milenios, un curso natural que ha seguido continuamente. El ascenso y la caída de los imperios, la conquista y esclavización de los pueblos, todos estos se han repetido una y otra vez. Babilonia, Egipto, Grecia, Persia, Roma, todos se siguieron en una repetición interminable de la historia. Todos siguieron el mismo patrón. A través de todos corre un hilo común. Nacimiento, crecimiento a través de la conquista, corrupción y finalmente destrucción por el nuevo poder dominante y el ciclo se reiniciaba. Los grandes hombres de estas culturas no estaban cambiando la historia, simplemente estaban siguiendo su curso. Con todo su talento y genio lo único que hicieron fue aprovechar la corriente para su propio beneficio. Jamás cambiaron la corriente del río.

Pero luego pasó algo. En la más remota de las provincias romanas, un carpintero convertido en maestro fue crucificado. Nadie pensó que ese evento tuvo importancia. No era uno de los grandes hombres que gobernaban el mundo desde Roma; era un insignificante judío de entre los muchos que eran ejecutados con frecuencia. Sin embargo, poco a poco, comunidades de seguidores de este maestro judío empezaron a propagarse por todo el Imperio. Había algo distinto acerca de ellos. No predicaban violencia o rebelión contra el gobierno pues no buscaban el poder. Sus miembros no venían de las clases adineradas o educadas pero aún así no buscaban tomar a la fuerza lo que no les pertenecía. Eran comunidades de personas ordinarias que vivían de una forma extraordinaria. Ni siquiera la persecución violenta pudo detenerlos, al contrario, en la medida en que más los perseguían, más aumentaban sus números. Después de tres siglos, hicieron algo que nadie creía posible: conquistaron el Imperio Romano. A diferencia de todas las experiencias de conquista pasadas, lo hicieron de forma pacífica, sin destrucción. Fue entonces que se hizo evidente que ese carpintero judío al que aclamaban como Hijo de Dios había completamente cambiado el curso del río de la historia. Lo hizo de tal manera que aún en nuestros días dividimos la historia en el tiempo anterior a Él y el tiempo después de Él. Creemos que es el Señor de la Historia.

Lo que estoy tratando de decir es esto: todos aquellos que llamamos grandes, todos aquellos que decimos que han cambiado la historia, en realidad no han hecho nada. Sólo han sido los santos los que han venido a hacer algo de verdadero valor. Los grandes hombres sólo han hecho lo que cualquiera de su talento habría hecho en su situación. No están haciendo historia, simplemente la están repitiendo. No cambiaron el flujo del río, sólo se dejaron arrastrar por la corriente.

Santa Catalina de Siena, una gran santa que, a través de su santidad personal cambió la historia al traer al Papado de regreso a Roma después del exilio en Francia, una vez dijo: “Si eres lo que deberías de ser”, esto es, un santo, “incendiarás el mundo entero!” Eso es exactamente lo que hacen los santos. Aquí hay un ejemplo de ello:

Si hubieras vivido a principios del siglo dieciséis, te habrías encontrado en medio de la peor crisis por la que había pasado la Iglesia. La Iglesia misma se había vuelto corrupta y estaba sencillamente siguiendo el flujo de la época. Ese flujo la estaba llevando a su destrucción. Fue en esta época que un monje alemán, de nombre Martín Lutero, apareció y, nos han dicho, “cambió la historia.” La pregunta es ¿realmente hizo eso? ¿Cambió la historia o simplemente aceleró algo que inevitablemente había de ocurrir?

Todos sabemos que la Iglesia no desapareció aún cuando estaba flotando naturalmente hacia su desaparición. Entonces ¿qué sucedió? Lo que sucedió fue el Concilio de Trento. El Concilio de Trento fue un evento que realmente cambió la historia porque es un evento que nunca debió haber ocurrido. Todas las condiciones estaban puestas para que fracasara. Muchos de los hombres más poderosos e influyentes se opusieron a que tuviera lugar e incluso los protestantes, que lo habían exigido, no tenían intención alguna de atenderlo. El Emperador Carlos V y el rey de Francia, los dos hombres más poderosos del mundo que gobernaban sobre la gran mayoría de la Cristiandad, no estaban dispuestos a ceder ninguno de sus intereses políticos en beneficio de la Iglesia. El Papa ni siquiera tenía suficiente poder para lograr que los Obispos le obedecieran y se reunieran en el Concilio. El Concilio, pues, estaba condenado al fracaso desde un principio. Después de ser iniciado, tuvo que ser suspendido en repetidas ocasiones. La única forma en que podía concluir exitosamente era yendo contra la corriente de la historia.

Eso es precisamente lo que sucedió. En este tiempo de gran necesidad, un joven llamado Carlos Borromeo, quien había sido hecho Cardenal por su tío el Papa Pío IV, a través de su celo y trabajo fruto de su aspiración a la santidad, logró reiniciar el Concilio y llevarlo a buen término. Al hacer posible el concilio, San Carlos Borromeo literalmente prendió fuego al mundo. El concilio fue la respuesta de la Iglesia Católica a la Reforma Protestante y a través de él, la Iglesia no sólo sobrevivió sino que cobró nueva vida. Su dedicación en la implementación de las reformas del concilio tanto en su diócesis como más allá de ella renovó el espíritu misionero del laicado y el clero. Al convertirse en un santo cambió la historia de la humanidad.

¿Qué tiene esto que ver con nosotros? Antes que nada, vivimos en un tiempo oscuro. Nuestro mundo entero está en crisis. El río de la historia humana está llevando a nuestra civilización a su destrucción. Los signos de esa destrucción están presentes en nuestro alrededor. Nuestra sociedad está pidiendo ayuda pues necesita, nuevamente, gente que pueda cambiar el curso de la historia. ¡Necesita santos! Estoy seguro que todos ustedes quieren cambiar el mundo. Si no lo quieres, probablemente tienes algún problema. Todos tenemos ese deseo de cambiar la historia porque todos estamos llamados a ser santos. Dios sabe que sólo los santos pueden hacer esto y, sin embargo, ha plantado ese deseo dentro de cada uno de nosotros. Seguro habrá alguno de ustedes que esté pensando, “todo eso está muy bien, pero yo no soy lo suficientemente inteligente para cambiar el mundo, no soy muy carismático o extrovertido y definitivamente no soy el sobrino del Papa como Carlos Borromeo. En pocas palabras, no puedo hacer nada para cambiar el mundo.” ¿Sabes qué significa eso? ¡Significa que no has puesto ninguna atención a lo que he estado diciendo! No se trata de hacer, se trata de ser. Primero debes ser santo y entonces podrás hacer lo que sea. Son los santos los que pueden decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” El ser precede a la acción, ese es un principio filosófico básico. Alguien que está santificándose pronto se encontrará haciendo cosas que sólo los santos pueden hacer.

No te creas incapaz de ello. Como el Papa Benedicto XVI escribe en la introducción al Catecismo de la Juventud: “Cuando Israel se encontraba en el punto más oscuro de su historia, Dios no llamó al rescate a personas grandes y estimadas, sino a un joven llamado Jeremías; Jeremías se sintió abrumado por una responsabilidad demasiado grande: ‘¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven.’ Pero Dios no se dejó engañar: ‘No digas: «Soy demasiado joven», porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene.’”

“No digas: ‘soy demasiado joven.’” Juan Pablo II tomó esta idea y la re-expresó: “¡No tengáis miedo!” Benedicto XVI le añadió: “¡No tengáis miedo de darle tu vida a Cristo!” Lo que están diciendo es: “¡no tengáis miedo de convertirte en santo!”

Pero ¿de qué forma podemos santificarnos? Créelo o no, ya has tomado el primer paso. Estás aquí. Vienes a adorar a Cristo presente en la Eucaristía. No puedes santificarte si no tienes una profunda devoción eucarística. La Eucaristía y la Misa deben ser el centro mismo de tu vida. Si no puedes ir a Misa diariamente, por lo menos puedes pasar quince minutos ante el Santísimo Sacramento. Después, necesitas tener devoción a la Santísima Virgen. Pídele que te obtenga las gracias que necesitas para ser santo. Medita acerca de su vida y aprende de ella. Luego, estudia la vida de los que ya han tenido éxito en convertirse en santos. Rézales, pídeles su intercesión. Eso cambiará totalmente tu forma de ver la santidad. Los santos no eran personas especiales y perfectas sin errores o fallas. No eran personas que entendían todo y que la tuvieron fácil en la vida. Eran como tú o como yo. Algunos lucharon contra el alcoholismo, otros con el orgullo, otros con la carne, igual que nosotros. Tenían la misma naturaleza débil que nosotros tenemos, pero permitieron que la gracia de Dios construyera sobre esa naturaleza y la transformara. Se convirtieron en lo que estaban llamados a ser. No eran perfectos pero aspiraban a ser perfectos, como Cristo les había mandado.

Hay tantas formas que Dios nos ha dado para que nos santifiquemos que la única forma en que podemos fracasar es no queriendo ser santos. No tenemos excusas. Necesitamos poner nuestra mira en la meta y repetirnos cada día: voy a ser santo. Algún día seré canonizado. Habrá gente con tarjetas con mi foto y una oración. Si no te estás convirtiendo en santo, no estás haciendo nada, pero si sí lo estás haciendo, incendiarás el mundo.


This is the talk I gave a few weeks ago at Spirit and Truth, the weekly Eucharistic Adoration of the Catholic Student Organization at St. Michael’s Catholic Church.

I recently heard a quote from St. Therése that says: “If you are not becoming a saint you are doing nothing.” The first thing that caught my attention was the stark contrast between being and doing. This quote is implying that even if you do everything, if you are not becoming a saint, then it is as if you had done nothing at all. These words are startling because we are so used to believing that we always have to be doing something. We are always seeking things to do; we are always looking for new ways to fill up our time. We have been told that we need to do all sorts of things in order to beef up our resumes, to gain experience, to prove ourselves. After all, is it not the doers who have shaped History? Was it not the powerful, the great, the active men of the past; the Alexander the Greats, the Julius Caesars, the Napoleons, who have given form to the world?

The truth is that it was not those men who changed history, it was the saints. To understand this better, let us think of history as a river. Every river has a natural course which it follows. In the same way, human history has had, for millenia, a natural course which it has continuously followed. The rise and fall of empires, the conquest and enslaving of peoples, all these have repeated themselves over and over and over again. Babylon, Egypt, Greece, Persia, Rome, all followed each other in a seemingly endless repetition of history. All followed a same pattern. Through all of these there ran a common thread. Birth, growth, conquest, corruption and defeat by whatever the new world power was. And the cycle would start again. The great men of all those cultures were not changing history; they were simply following its flow. With all their talent and genius all they could do was to “ride the wave” and use it to their advantage. They never changed the course of the river.

But then something happened. In the most remote of all the Roman provinces, a carpenter turned teacher was crucified. Nobody thought that that event had any importance. This was not one of the great men that ruled the world from Rome; it was just some insignificant Jew among the many that were executed quite frequently. However, little by little, communities of followers of this Jewish teacher began to spread throughout the Empire. And there was something different about them. They did not preach violence or rebellion against the government because they did not seek power. Their members did not come from the wealthy or educated classes yet they did not desire to take by force what did not belong to them. These were communities of ordinary people living in a rather extraordinary way. It did not even yield under persecution. The more it was persecuted, the more it grew. After three centuries, it did what nobody had thought possible: it conquered the Roman Empire. But, unlike all previous experiences of conquest, it did so peacefully, without destruction. It was then that it became evident that that Jewish carpenter whom they hailed as the Son of God had completely altered the course of the river of history. He did it in such a way that even today we divide history into the time before Him and the time after Him. We believe that He is the Lord of History.

What I am trying to say is this: all those whom we call great, all those whom we claim to have made history, in reality did nothing. It was only those who became saints who then went on to do something of true worth. The great men have always done what anyone of their talent would have done in their situation. They were not making history, they were simply repeating it. They were not changing the flow of the river; they were simply letting it drag them.

Saint Catherine of Siena, a great saint who, through her personal holiness changed history by bringing the Papacy back to Rome after its exile in France, once said: "If you are what you should be”, that is, a saint, “you will set the whole world on fire!" That is exactly what saints do. Here is an example of that:

If you had lived in the early sixteenth century, you would have found yourself in the midst of the worst crisis the Church had ever gone through. The Church itself had become corrupt and was simply going along with the flow of the time. That flow was leading it to its destruction. It was at this time, that a German monk by the name of Martin Luther made his appearance and, so we are told, “changed history.” The question is, did he really do that? Did he change history or did he only speed up something that was, at least in appearance, inevitably coming into being?

We all know that the Church did not disappear even when it was naturally floating towards its disappearance. So what happened? What happened was the Council of Trent. The Council of Trent was really a history changing event because it was an event that never should have taken place. All the conditions were set for it to fail. It was opposed by many powerful and influential men and even though the Protestants had demanded it, they had no intention of attending it. Emperor Charles V and the King of France, the two most powerful men in the world, ruled over the vast majority of Christendom but were not willing to cede any political interests for the sake of the Church. The Pope was weak and did not even have the power to get the bishops to obey him and reunite in council. This Council was doomed to failure from the very beginning, it had been convened and had been suspended several times. The only way it could succeed was by going against the current of history.

That is precisely what happened. In this time of great need, a young man, named Charles Borromeo, made cardinal by his uncle Pope Pius IV, rose up to the occasion and through his zeal and hard work, which was only possible because he was striving for holiness, managed to restart the council and bring it to a successful end. By making the Council possible, Saint Charles Borromeo literally set the world on fire. This Council was the response of the Catholic Church to the Reformation and through it not only did the Church survive but new life was brought into it. His dedication in implementing the reforms of the Council throughout his diocese and beyond renewed the missionary spirit of both laity and clergy. By becoming a saint he changed the history of mankind.

But what does all this have to do with us? Well first of all, we live in a very dark time. Our entire world is in a deep crisis. The river of human history is leading our civilization to its destruction. The signs of this destruction are all around us. Our society is crying for help, it needs, once more, people who can change the course of history, it needs saints! I'm sure everyone here wants to change the world. If you don't, then there is probably something wrong with you. We all have this desire to change history because we are all called to be saints! God knows that it is only his saints who can do this and yet he has placed that desire within every single one of us! Now, I am sure some of you are thinking, “Well, that is really nice and all but I am not smart enough to change the world, I am not really charismatic or outgoing, and I am most definitely not the Pope's nephew like St. Charles Borromeo was, in a few words, I can't do anything to change history.” Do you know what that means? That means that you have not paid attention to anything that I have said. It is not about doing. It is about being. You must be a saint and then you will be able to do anything! It is the saints who can boldly say: “I can do all things in Christ who strengthens me.” Being precedes action, that is a basic philosophical principle. Someone who is striving for holiness will soon find himself doing the things that only saints can do.

Do not think that you are incapable of that. As Pope Benedict writes in the introduction to the Youth Catechism: "When Israel was in the darkest point of its history, God called to the rescue no great and esteemed persons, but a youth called Jeremiah; Jeremiah felt invested with too great a mission: 'Ah, Lord God! Behold, I do not know how to speak, for I am only a youth!' But God did not let himself be misled: 'Do not say, "I am only a youth;" for to all to whom I send you you shall go, and whatever I command you you shall speak.'"

“Do not say, 'I am only a youth.'” Pope John Paul II took up this idea and rephrased it: “Be not afraid!” Pope Benedict added: “Be not afraid to give your life to Christ!” What they are truly saying is: “do not be afraid to become a saint!”

But how can one become a saint? Believe it or not, you have all taken the first step already. You are here. You are here ready to adore Jesus Christ in the Eucharist. You cannot become a saint if you do not have a true and deep Eucharistic devotion. The Eucharist and the Mass need to be the very center of your lives. If you can't go to Mass every day it's OK because you can still spend fifteen minutes before the Blessed Sacrament, you can still go to Adoration as often as possible. Next, you need a profound devotion to Our Lady. Pray that she might obtain for you the graces you need to become holy. Meditate on her life and learn from her. Then, look at the lives of those who have already succeeded in becoming saints. Pray to them, ask for their intercession. Study their lives. That will completely change the way you look at sainthood. Saints were not these chosen people that were perfect without flaws or temptations. They weren't people who understood everything and had it easy in life. They were just like you and me. Some struggled with alcohol, others with pride, others with impurity, just like we do. They had the same weak human nature that we have. But they allowed God's grace to build on that nature and transform it. They became what they were meant to be. They were not perfect but they strove to become perfect, just like Christ commands us to.

There are so many ways that God has given us to help us become saints that the only way we can fail is by not wanting to. We have no excuses. We need to set our minds on the goal and repeat it every day: I am going to be a saint. I am going to be canonized one day. People will have prayer cards with my picture on them. If you are not becoming a saint, you are doing nothing, but if you are, then you will set the world on fire.

No hay comentarios.: