En el aniversario del nacimiento de G.K. Chesterton
En El Hombre Eterno, G.K. Chesterton presenta una verdad sobre la fe católica que por lo general es pasada por alto o, quizá en muchos casos, simplemente ignorada. Es la verdad acerca de cómo el catolicismo ha muerto muchas veces en el pasado y que muy probablemente volverá a morir en el futuro. El último capítulo de su libro se titula “Las Cinco Muertes de la Fe” y ahí escribe: “Al menos cinco veces, por tanto: con los arrios y los albigenses, con el escéptico humanista, después de Voltaire y después de Darwin, la Fe fue aparentemente arrojada a los perros.” Lo verdaderamente sorprendente es que el triunfo de estas ideas nuevas es sólo aparente y poco duradero: “pero en todos estos casos fueron los perros los que perecieron.” Mientras todas estas modas intelectuales vinieron y se fueron, la Fe católica es la que siempre ha permanecido. Sí, ha muerto múltiples veces, pero en cada una de esas ocasiones ha regresado de entre los muertos: “[El cristianismo] ha muerto muchas veces y otras tantas se ha alzado de nuevo, pues contaba con un Dios que sabía cómo salir del sepulcro.”
Hoy nos encontramos, nuevamente, en una situación en que muchos predicen con toda certeza la muerta de la Iglesia Católica. Los medios de comunicación reportan que el número de fieles católicos está en declive y cómo eso es un signo indudable de su próximo fallecimiento. Olvidan que su muerte no implica su desaparición. Chesterton tenía unas palabras para estas personas: “es de esperar que tarde o temprano sus enemigos escarmentarán ante las continuas decepciones de estar siempre aguardando algo tan simple como su muerte.” Sin embargo, esto no parece ser lo que está ocurriendo. Periodistas y expertos continuamente predicen y, supongo, en realidad desean, su extinción. No entienden que aún si muere, es sólo para levantarse otra vez, ignoran, sin duda alguna, el siguiente pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles: “Pero un fariseo, llamado Gamaliel, que era doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en medio del Sanedrín. Después de hacer salir por un momento a los Apóstoles, dijo a los del Sanedrín: «Israelitas, cuídense bien de lo que van a hacer con esos hombres. Hace poco apareció Teudas, que pretendía ser un personaje, y lo siguieron unos cuatrocientos hombres; sin embargo, lo mataron, sus partidarios se dispersaron, y ya no queda nada. Después de él, en la época del censo, apareció Judas de Galilea, que también arrastró mucha gente: igualmente murió, y todos sus partidarios se dispersaron. Por eso, ahora les digo: No se metan con esos hombres y déjenlos en paz, porque si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres, se destruirá por sí mismo, pero si verdaderamente viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios». Los del Sanedrín siguieron su consejo.” Quizá tanto autodenominado experto debería de hacer lo mismo y seguir el consejo de Gamaliel.
Todo esto me trae a la memoria una historia que me contó mi abuelo. En su juventud tenía un amigo ateo con el que platicaba sobre muchas cosas, incluyendo sobre religión. En una de las tantas discusiones que tuvieron sobre el tema, su amigo le dijo que en menos de cincuenta años la Iglesia Católica iba a desaparecer, pues todo apuntaba en esa dirección. Mi abuelo educadamente dijo estar en desacuerdo. Por tanto, hicieron una apuesta: cincuenta años después de esa conversación, verían quién estaba en lo cierto. Esto fue allá por los sesentas. Los cincuenta años ya han pasado y la Iglesia sigue tan presente como en ese entonces…
Lo cual me deja pensando… ¿cuántas conversaciones cómo ésta habrán tenido lugar durante los veinte siglos que ha existido la Iglesia Católica? Me pregunto cuántos de sus amigos pescadores le dijeron a San Pedro que ese rabino al que había seguido sería olvidado en unos cuantos años, especialmente después de ser ejecutado como un criminal. Me pregunto cuántos paganos se habrán burlado de los cristianos prisioneros y les habrán dicho que su fe habría de desaparecer antes de que terminaran los juegos en los que iban a ser martirizados. Me pregunto cuántos seguidores de Lutero o de Calvino se habrán reído de sus amigos católicos por permanecer fieles a esa vieja institución que invariablemente habría de colapsar en poco tiempo; cuántos racionalistas ilustrados se habrán mofado de los creyentes de su tiempo y habrán predicho el fin de la “superstición” del catolicismo.
El hecho de que la Iglesia continuará existiendo no quiere decir que esté libre de problemas. Es algo infantil e inútil intentar negar la presencia del mal al interior de la Iglesia Católica. Es cierto que algo se estaba pudriendo dentro de ella, pero eso sólo significa que fuera de ella todo ya estaba podrido. Los escándalos de abuso infantil son verdaderos signos de corrupción y decadencia. Sin embargo, el hecho de que algo se ha hecho al respecto (por muy ineficiente y lento que haya sido) para remover esta extremidad putrefacta nos demuestra que la Iglesia sigue viva, mientras el resto de nuestra civilización no es más que un cadáver. Mientras que el abuso infantil sigue siendo un problema rampante en todos los demás órdenes de la sociedad, dentro de la Iglesia ha sido reducido significativamente.
La Iglesia siempre ha sido un indicador del nivel de civilización. Cuando el nivel baja, en muchas ocasiones arrastra a muchos miembros de la Iglesia con él, pero cuando la Iglesia se vuelva más santa y más activa, eleva el nivel de la sociedad. La corrupción y decadencia de la sociedad eventualmente alcanza a partes de la Iglesia, logra romper las defensas y entrar en ella, como un enemigo que penetra el último bastión que se le opone. La historia nos ha enseñado una y otra vez que es precisamente en ese momento en que la contraofensiva comienza. La corrupción y decadencia primero son erradicadas al interior de la Iglesia y sólo después en el resto de la sociedad. La purificación de la Iglesia siempre lleva a la renovación social.
Sin duda alguna el escándalo de abuso infantil ha sido una forma de muerte para la Iglesia Católica, pero sólo lo ha sido para que vuelva a levantarse. Líderes de opinión y expertos podrán decir lo que quieran, pero es un hecho histórico que este patrón siempre se ha venido repitiendo. Nadie lo ha expresado de forma tan elocuente como Chesterton:
“’Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.’ La civilización de la antigüedad constituía el mundo entero y el hombre no soñaba con su acabamiento lo mismo que no le pasaba por la cabeza que se acabara la luz del día. No podían imaginar un orden diferente, a menos que fuera en un mundo diferente. Pasó, sin embargo, esa civilización, mientras que aquellas palabras aún permanecen. En la larga noche de la Edad Oscura, el feudalismo era algo tan familiar que no podía imaginarse hombre alguno sin su señor; y la religión estaba hasta tal punto enredada en esa madeja que era impensable que pudieran llegar a separarse. El feudalismo se vio desgarrado y desgajado de la vida social de la verdadera Edad Media; y el poder principal y más lozano de aquella nueva libertad sería la antigua religión. El feudalismo había pasado y las palabras no. El entero orden medieval –en muchos sentidos un hogar perfecto y casi universal para el hombre- se fue degradando a su vez, y entonces se pensó que las palabras pasarían con él. Pero éstas se abrieron paso a través del abismo radiante del Renacimiento y, en cincuenta años, toda su luz y sabiduría se incorporaba a nuevas fundaciones religiosas, a la nueva ciencia apologética y a los nuevos santos. Se imaginó a la religión definitivamente marchita ante la seca luz de la Edad de la Razón. Se la imaginó por fin desaparecida tras el terremoto de la Revolución Francesa. La ciencia pretendió obviarla, pero aún estaba allí. La historia la enterró en el pasado, pero Ella apareció repentinamente en el futuro. Hoy la encontramos en nuestro camino y, mientras la observamos, continúa creciendo.
“Si nos atenemos a la continuidad de nuestros relatos y testimonios; si el hombre aprende a aplicar la razón ante tal cantidad de hechos acumulados en una historia tan chocante, es de esperar que tarde o temprano sus enemigos escarmentarán ante las continuas decepciones de estar siempre aguardando algo tan simple como su muerte. Pueden seguir con su guerra particular, que será una guerra contra la naturaleza, contra el paisaje, contra los cielos. ‘Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.’ Estarán al acecho para proclamar sus yerros y tropiezos, pero no esperarán ya su desaparición. De una forma insensible, incluso inconsciente, ya no contemplarán la extinción de la que tantas veces dieron por extinguida, y aprenderán, instintivamente, a esperar antes la venida de un cometa o el congelamiento de una estrella.”
On the anniversary of G.K. Chesterton's birth
In The Everlasting Man, G.K. Chesterton presents a fact about the Catholic faith which is often overlooked, or, perhaps in most cases, actually unknown. It is the fact that Catholicism has died many times in the past and will probably die again in the future. He explicitly expressed this truth by calling the last chapter of his book “The Five deaths of the Faith” and writes: “At least five times, therefore, with the Arian and the Albigensian, with the Humanist sceptic, after Voltaire and after Darwin, the Faith has to all appearance gone to the dogs.” The truly amazing thing is that the triumph of these novel ideas is only apparent and short-lived: “In each of these five cases it was the dog that died.” Indeed, while all these intellectual fads have come and gone, it has been the Catholic faith that has always remained. Yes, it has died, but every single time it has come back from the dead: “Christianity has died many times and risen again; for it had a god who knew the way out of the grave.”
Today we find ourselves, once again, in a situation in which many predict with all certainty the death of the Catholic Church. The media reports on how the number of faithful Catholics is in decline and how this as a sign of its imminent demise. They forget, however, that its death will not signify its disappearance. Chesterton has some words for all these people: “it would seem that sooner or later even its enemies will learn from their incessant and interminable disappointments not to look for anything so simple as its death.” However, that does not seem to be what is happening. Journalists and experts alike continuously predict, and, I suppose, actually hope for, its extinction. They do not understand that even if it does die, it is only so it can rise again, they have not read the following passage from the Acts of the Apostles: “But a Pharisee in the Sanhedrin named Gamaliel, a teacher of the law, respected by all the people, stood up, ordered the men to be put outside for a short time, and said to them, ‘Fellow Israelites, be careful what you are about to do to these men. Some time ago, Theudas appeared, claiming to be someone important, and about four hundred men joined him, but he was killed, and all those who were loyal to him were disbanded and came to nothing. After him came Judas the Galilean at the time of the census. He also drew people after him, but he too perished and all who were loyal to him were scattered. So now I tell you, have nothing to do with these men, and let them go. For if this endeavor or this activity is of human origin, it will destroy itself. But if it comes from God, you will not be able to destroy them; you may even find yourselves fighting against God.’ They were persuaded by him. (Acts 5: 34-39)” Perhaps these self-declared experts should do the same and listen to the advice of Gamaliel.
All this reminds me of a story my grandfather told me once. In his youth he had an atheist friend with whom he would talk about many things, including religion. In one of their many discussions about the Church, this friend of his told him that within the next fifty years, the Catholic Church would disappear because everything was pointing in that direction. My grandfather politely disagreed. And so they made a bet: that fifty years after that conversation they would see who was right. This was back in the 1960’s. The fifty years have pretty much gone by and the Church still seems to have enough vitality to last a few more years…
Which leaves me wondering… how many conversations like this might have taken place in the twenty centuries that the Catholic Church has existed? I wonder how many of his fellow fishermen told Saint Peter that this rabbi he was following would be forgotten in a few years, especially after being executed as a criminal. I wonder how many pagans mocked the Christians in prison and assured them that their faith would disappear before the games in which they would be martyred were over. I wonder how many followers of Luther and Calvin laughed at their Catholic friends for remaining faithful to that old institution that would inevitably collapse in a matter of years; how many Enlightened rationalists scoffed at those who still believed (and were much more rational than them) and predicted the end of the superstition of Catholicism.
The fact that the Church will continue to exist does not mean that it is free of problems. It is a useless and infantile thing to deny the presence of evil within the Catholic Church. It is true that there was something rotting inside it, but even that only means that everything outside of it was already rotten. The child abuse scandals were truly a sign of corruption and decay, of something good gone terribly bad. Nonetheless, the fact that something has actually been done (however inefficiently or slowly) to remove this rotten limb is what allows us to see that the Church is still a living being while the rest of our civilization is simply a rotten corpse. Whereas child abuse continues to be rampant in all other orders of life, within the Church it has been significantly reduced.
The Church has always been a sort of indicator of the level of civilization. When the level of civilization goes down, it often drags many members of the Church with it, but when the Church becomes holier and more active, it pulls the level of society up. The corruption and decadence of society eventually reaches the Church, it manages to break in and affect it, as if it were an enemy breaking into the last stronghold that stands against it. But history has taught us over and over again that that is precisely the moment at which the counterstrike begins. This corruption and decay is first vanquished inside the Church and only after that does it reach the rest of society. The purification of the Church always leads to the renewal of society.
Indeed the child abuse scandals have been a form of death of the Catholic Church, but it will also allow it to rise again. Pundits and experts may say what they want, but it is a historical fact that this has always been the case. No one has expressed this truth as eloquently as Chesterton:
"`Heaven and earth shall pass away, but my words shall not pass away.' The civilisation of antiquity was the whole world: and men no more dreamed of its ending than of the ending of daylight. They could not imagine another order unless it were in another world. The civilisation of the world has passed away and those words have not passed away. In the long night of the Dark Ages feudalism was so familiar a thing that no man could imagine himself without a lord: and religion was so woven into that network that no man would have believed they could be torn asunder. Feudalism itself was torn to rags and rotted away in the popular life of the true Middle Ages; and the first and freshest power in that new freedom was the old religion. Feudalism had passed away, and the words did not pass away. The whole medieval order, in many ways so complete and almost cosmic a home for man, wore out gradually in its turn: and here at least it was thought that the words would die. They went forth across the radiant abyss of the Renaissance and in fifty years were using all its light and learning for new religious foundations, new apologetics, new saints. It was supposed to have been withered up at last in the dry light of the Age of Reason; it was supposed to have disappeared ultimately in the earthquake of the Age of Revolution. Science explained it away; and it was still there. History disinterred it in the past; and it appeared suddenly in the future. Today it stands once more in our path; and even as we watch it, it grows.
"If our social relations and records retain their continuity, if men really learn to apply reason to the accumulating facts of so crushing a story, it would seem that sooner or later even its enemies will learn from their incessant and interminable disappointments not to look for anything so simple as its death. They may continue to war with it, but it will be as they war with nature; as they war with the landscape, as they war with the skies. `Heaven and earth shall pass away, but my words shall not pass away.' They will watch for it to stumble; they will watch for it to err; they will no longer watch for it to end. Insensibly, even unconsciously, they will in their own silent anticipations fulfil the relative terms of that astounding prophecy; they will forget to watch for the mere extinction of what has so often been vainly extinguished; and will learn instinctively to look first for the coming of the comet or the freezing of the star."