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martes, 3 de mayo de 2011

¿Qué pensaría Juan Pablo II? / What would John Paul II think?

“La espiral de violencia, que mancha el camino de tantos individuos y naciones, sólo puede romperse con el milagro del perdón.”
Beato Juan Pablo II

Ésta ha sido una semana en que dos hombres completamente distintos han estado omnipresentes en los medios de comunicación. El primero porque se le reconoció como un santo, el otro porque se le consideraba un agente del mal. No quiero concentrarme demasiado en estos dos personajes, ni en los eventos del pasado domingo sino en las reacciones que estos eventos generaron entre muchos, especialmente entre muchos católicos. Había algo que no encajaba en el hecho de que los mismos que horas antes aclamaban al nuevo beato Juan Pablo II, repentinamente estaban regocijándose por la muerte de Osama Bin Laden.

Más aún, fue perturbador escuchar al presidente de E.U., y a muchos otros, invocar el nombre de Dios después de haber anunciado que Bin Laden había muerto, como si Dios pudiera estar contento de que uno de sus hijos, por muy terrible que fuera, haya sido asesinado. La realidad es que la eliminación de Bin Laden no fue algo bueno, en todo caso, fue un mal menor. Nadie debería deleitarse en un mal.

La verdad del asunto es que la violencia nunca termina a la violencia y el odio jamás elimina al odio. La violencia sólo genera más violencia y el odio más odio. Hay gente que clama que la muerte de Bin Laden le traerá paz a las familias de las víctimas, especialmente porque al fin se hizo justicia (¿en realidad se hizo?). Yo no creo que esto sea cierto aunque no lo puedo decir basado en experiencia personal pues nunca he perdido a un ser querido por un acto de violencia (gracias a Dios). Sin embargo, Juan Pablo II sí vivió esa experiencia. Vio a muchos de sus amigos ser embarcados a los campos de concentración, para nunca más volver; perdió a muchos más a las crueldades de los soviéticos. Él sabía lo que significaba perder a un ser amado al odio. También sabía que odiar a los que te odian no es la respuesta.

Su famoso dicho: “La espiral de la violencia […] sólo puede romperse con el milagro del perdón” le parece al hombre “práctico” como un ideal utópico. Sin embargo, no hay una verdad más práctica que esa. Juan Pablo II vivía según ese ideal porque sabía que funcionaba. ¡Lo había probado él mismo! En un momento de su juventud, se le presentó la oportunidad de unirse a la resistencia secreta en Polonia. Tuvo ante sí la posibilidad de combatir y matar a los que estaban matando a sus amigos. Decidió, en cambio, hacerse sacerdote. La resistencia fracasó en su intento de derrotar a los soviéticos. El Papa pacífico triunfó. No fueron las balas de los que peleaban por la libertad sino el “milagro del perdón” el que finalmente derrumbó el muro.

Juan Pablo II peleó durante toda su vida para promover lo que él llamaba la “Cultura de la Vida”. En el corazón mismo de esta cultura se encuentra el perdón, la única respuesta auténtica a la violencia. Juan Pablo II creía que esa gran manifestación de la cultura de la muerte que fue el 11 de septiembre no podía ser respondida con la guerra. Esto es así porque la cultura de la muerte es incapaz de producir vida. La historia ha demostrado que estaba en lo correcto. Bin Laden vivió su vida trayendo la muerte a otros y por ello tendrá que responder ante Dios. Nosotros, ¿continuaremos su legado de odio o finalmente escucharemos a Juan Pablo II y abrazaremos el perdón para que esta locura por fin termine?



“The spiral of violence, which stains with blood the path of so many individuals and nations, can only be broken by the miracle of forgiveness”
Blessed John Paul the Great

This has been a week in which two completely different men have been omnipresent in the media. The first one is there because he was recognized as a saint, the other because he was considered an agent of evil. It is not so much on these men or on the events of this past Sunday that I want to focus on. It is on the reactions that both events caused among many people, especially among many Catholics. There was something not quite right in the fact that the same people who hours earlier were hailing the beatification of John Paul II, were suddenly rejoicing over the death of Osama Bin Laden.

Furthermore, it was rather disturbing to see the president of the United States and many others call upon the blessing of God after announcing that Bin Laden had been killed, as if God were glad that one of his children, however terrible he had been, was murdered. The fact is that the killing of Bin Laden was not a good thing; in any case, it was a lesser evil. Nobody should ever rejoice over any evil.

The truth of the matter is that violence never ends violence and hatred will never eliminate hatred. Violence only breeds more violence and hatred only more hatred. People claim that the death of Bin Laden will bring closure to the families of those who died, that, now that justice has been satisfied (has it?) they can finally have some peace. I do not believe this to be true, though I cannot say that based on my personal experience because I have never suffered the loss of a loved one to violence (thank God). However, John Paul II did live through that. He saw many of his friends shipped off to concentration camps, never to return; he lost many other friends to the cruelties of the Soviets. He knew what it meant to lose people to hatred. He also knew that hating back was not the answer.

His famous quote: “The spiral of violence […] can only be broken by the miracle of forgiveness” is considered by the “practical” man to be a utopian ideal, but there is no more practical truth than that. John Paul II lived by that principle because he knew that it worked. He had tried it himself! At one point in his youth he had before him the option of joining the underground resistance in Poland. He had the option of fighting back and killing those who were killing his friends. He decided, instead, to become a priest. The underground resistance failed to defeat the Soviets, the peaceful Pope succeeded. It was not the bullets of those who were fighting for freedom but the “miracle of forgiveness” that tore down the wall.

John Paul II fought tirelessly through his life to promote what he called the “Culture of Life”. At the very heart of that culture is to be found forgiveness, the only true answer to violence. John Paul II believed that that great manifestation of the culture of death that was 9/11 could not be answered to with war. That is because culture of death is incapable of producing life. History has proven him right. Bin Laden lived his life by bringing death to others and for this he will have to respond to God. Will we continue his legacy of hatred or will we finally listen to John Paul II and embrace forgiveness so that this madness may truly end?

domingo, 13 de septiembre de 2009

Bienaventuradas tortugas

Por: Carlos Castillo Peraza
Publicado en el periódico La Jornada, 3 de abril de 1989.

Las tortugas son reptiles del orden de los quelonios. Su característica más importante es la de contar con una concha que alberga sus órganos vitales y los protege de las agresiones del medio. Paradigma de la lentitud y de la longevidad, estos animales han sido víctimas de la depredación humana que ha llegado al exceso de acabar paulatinamente con ellos disponiendo de sus huevos. La televisión mexicana –con el patrocinio de agencias internacionales y nacionales, tanto privadas como públicas, incluida una famosa marca de motocicletas japonesas y otra de llantas– ha alertado del peligro de extinción de alguna de las subespecies.

La Armada de México, biólogos graduados, estudiantes y amantes de la naturaleza despliegan una intensa y loable actividad encaminada a proteger de la voracidad humana los huevos de la tortuga marina. Brigadas de voluntarios recorren las playas en que las hembras entierran con delicadeza y paciencia centenares de futuras tortugas que nacerán gracias a la acción del calor solar.

Al parecer nadie duda de que esos huevos fecundados serán en efecto tortugas. Si supusieran que de ellos saldrán perros o caballos no habría tal actividad de protección. No he sabido hasta la fecha de debate alguno en torno a la “tortuguidad” de esos productos, ni he oído argumentos a favor de los depredadores en el sentido de que, como las futuras tortugas todavía no se “tortuguizan” por completo, resulte aceptable disponer de tales objetos como si no fueran a ser lo que ya comenzaron a ser. En el límite, la más leve sospecha de que de cada huevo pueda surgir una tortuga mueve a miles de personas a prodigar cuidados, recursos y trabajo para salvarlos a todos y cada uno. Disponer de uno solo de ellos está penado por ley.

Tampoco me ha tocado escuchar discusión alguna en torno a tortugas no deseadas, ni en relación con los peligros que las tortuguitas recién brotadas correrán en el mar para justificar matarlas antes de que ellas mismas asuman el riesgo de vivir. Sería absurdo que alguien se erigiera en último y definitivo juez de la “tortuguidad” de los huevos de tortuga y, con base en su juicio, determinara qué huevo merece pasar al plato de algún sibarita. No hay quien se anime a proclamarse creador de tortugas-sujetos-del-derecho-a-vivir. Todo huevo de tortuga tiene derecho, por ser tal, a ser respetado.

¡Bienaventuradas tortugas! No hay quien afirme que sólo la libertad de matarlas las haría dignas de la vida. No dependen de las decisiones inapelables de seres más fuertes, más inteligentes, más dotados de recursos que ellas; les va mejor que a los judíos o a los gitanos bajo el régimen de Hitler; tienen más oportunidades que un disidente en tiempos de Stalin, que un negro bajo el régimen sudafricano, que un piel roja en los terrenos de Bufalo Bill. Tampoco están sometidas a aquel criterio del Marqués de Sade: “imaginar que no se puede destruir, si así se requiere, un poco de materia fecundada, es llevar demasiado lejos el respeto por ésta”.

¡Bienaventuradas tortugas! Parecen tener más defensores que algunos niños no nacidos.




Blessed turtles
By: Carlos Castillo Peraza
Published in La Jornada newspaper on April 3rd. 1989.

Turtles are reptiles of the order of the Chelonia. Their most important characteristic is that they possess a shell that encloses their vital organs and protects them from the aggressions of the environment. Paradigm of slowness and longevity, these animals are victims of human depredation, which has reached the excess of slowly wiping them out by disposing of their eggs. Mexican television, with the sponsorship of national and international agencies, private and public alike, including a famous Japanese motorcycle company as well as a brand of tires, has alerted about one subspecies being in danger of extinction.

The Mexican Navy, biologists, students and lovers of nature display an intense and laudable activity aimed at protecting sea turtle eggs from human voracity. Brigades of volunteers patrol the beaches where female turtles bury, with delicacy and patience, hundreds of future turtles that will be born thanks to the warmth of the sun.

It seems like nobody doubts that these fecundated eggs will certainly be turtles. If they thought that dogs or horses would come out of them, they would not protect them. I haven’t heard of any debate about the “turtleness” of these products, nor have I heard any arguments in favor of predators based on the fact that, since the future turtles haven’t “turtleized” completely, it’s acceptable to dispose of them as if they weren’t already what they have already begun to be. In the limit, the slightest suspicion that from each egg a turtle might be born moves thousands of individuals to offer protection, resources and work to save each and every one of them. Disposing of a single egg is against the law.

Neither have I heard any discussion about unwanted turtles nor discussions related to the dangers that newly born turtles will face in the ocean as a justification for killing them before they have taken the risk of living. It would be absurd if someone pretended to become the ultimate judge of the “turtleness” of turtle eggs and, based on his own judgment, determined which egg deserves to end in somebody’s plate. Nobody dares to proclaim her or himself creator of turtles-subject-to-the-right-of-living. Every turtle egg has a right to be protected, just because it is a turtle egg.

Blessed turtles! Nobody says that only the freedom of killing them would make them worthy of life. They don’t depend on the indisputable decisions of stronger, smarter and better equipped beings. They do better than the Jews or the Gypsies under Hitler’s regime; they have more chances than a dissident in the times of Stalin, than a black man in the Southafrican regime or than a redskin in Buffalo Bill’s lands. Nor are they subject to that criterion from the Marquis de Sade: “imagining that a bit of fecundated matter cannot be destroyed if needed, is taking the respect for it way too far”.

Blessed turtles! They seem to have more defenders than some unborn children.

domingo, 15 de marzo de 2009

El éxito del Barroco

La corriente artística que más me gusta es, sin duda alguna, la barroca. El arte Barroco, en todas sus vertientes, me fascina como ninguna otra corriente artística lo hace. No sé si mi simpatía hacia el barroco se deba a su pasión, su dramatismo, su realismo y su perfección o simplemente se deba a que, siendo mexicano, soy barroco por naturaleza. Sin embargo, y más allá de cualquier afinidad que sienta hacia el arte Barroco, nuestros antepasados de aquellos siglos nos dejaron una lección valiosísima que hoy deberíamos de aprovechar acerca de cómo influenciar la cultura para hacerla tender hacia el bien.

Recordemos que el Barroco surgió en una época de profundos cambios en Europa. La Reforma Protestante estaba cobrando enorme fuerza, por lo que la Iglesia Católica reaccionó con el Concilio de Trento, donde inició la llamada Contrarreforma. Ahora bien, una de las tantas formas en las que los Padres conciliares decidieron influir sobre la cambiante sociedad europea fue a través del arte y la cultura. Así, la Iglesia Católica se convirtió en la principal promotora del arte Barroco. La muestra más clara de esta influencia la observamos en los territorios que pertenecieron al Imperio Español, donde se erigieron infinidad de templos, conventos y monasterios barrocos, repletos de esculturas y pinturas que cautivaban y, a la vez, educaban a los feligreses. Esta actitud artística del catolicismo contrastaba fuertemente con la actitud iconoclasta de los protestantes y fue determinante en la evangelización de millones de personas.

Los Padres conciliares comprendían que para poder influir realmente en la sociedad, era necesario influir en la cultura. La sola fuerza del Estado o de la Iglesia no bastaba para detener el avance del protestantismo. Por tanto, sabían que mantener leyes que obligaran a la gente a permanecer fiel no bastaría para lograrlo, sino que era necesario ir más allá y hacer que las ideas del Concilio formaran parte de la cultura. Lo mismo hicieron los frailes misioneros en las colonias españolas: usaron el arte y la cultura para evangelizar a los indígenas. Hicieron que el catolicismo entrara en la América española a través del arte.

Hoy, casi cinco siglos después, nos encontramos nuevamente en una cruenta batalla cultural. El relativismo, el secularismo y la cultura de la muerte (que al final del día convergen en lo mismo) están teniendo avances nunca antes vistos. El desprecio a la dignidad de la Persona, su sumisión al totalitarismo científico-utilitarista, la intolerancia en nombre de la tolerancia, el hedonismo y todas las demás tendencias que se hacen cada vez más fuertes, están desplazando a la cultura de la Vida, aquella que considera al ser humano como el centro y fin de toda cultura y civilización. ¿Qué podemos hacer para detener estas tendencias culturales que representan el suicidio de Occidente? Yo propongo que repitamos la experiencia histórica del Barroco.

Es necesario que la cultura de la vida recupere el lugar que siempre ha ocupado en nuestra civilización, la cual surgió de la fusión de la tradición humanista judeo-cristiana con la tradición greco-latina. Una forma de hacerlo es teniendo a los mejores artistas e intelectuales. Es urgente que surjan nuevos Cervantes, Murillos o Churrigueras. Sin nuevos Sigüenzas y Góngora, Sor Juanas o Vivaldis, poco podremos lograr en el terreno cultural. Aquellos grandes genios alcanzaron la perfección en todas sus obras. Esa misma perfección técnica que ahora tienen los defensores de la cultura de la muerte y que hace que sean tan atractivas sus obras. Basta con comparar las películas de uno y otro bando. Son casos muy raros en los que una película buena (en el sentido moral) sea realmente de calidad. Por otro lado, cada año nos inundan una gran cantidad de películas de extraordinaria calidad cinematográfica pero con pésimos mensajes morales. ¿Cómo podremos difundir la cultura de la vida si no somos capaces de hacerla permear en la cultura de la sociedad a través de obras artísticas bien hechas?

Cualquiera que entre a una catedral virreinal quedará asombrado de cómo nuestros antepasados la construyeron cuidando hasta el último detalle. Su dominio de la técnica arquitectónica era fuera de lo común. Lo mismo ocurría con las demás artes: Velázquez dominaba la pintura, Bernini la escultura y Vivaldi la música. Ahí radica la trascendencia que han tenido sus obras: en que son obras maestras. Cuando la cultura de la vida tenga el respaldo de artistas e intelectuales que creen con cada obra una obra maestra, entonces tendremos garantizado un éxito como el que tuvo la cultura barroca.