Como católicos, creemos que Dios se nos reveló en la persona de Jesucristo. En Él encontramos la respuesta a nuestras preguntas, incluyendo la pregunta acerca del sentido del sufrimiento. ¿Qué, pues, nos enseña Cristo acerca del sufrimiento?
Los Evangelios nos dicen que Cristo sufrió inmensamente, más allá de lo que cualquiera de nosotros pueda llegar a sufrir. También sufrió de forma injusta pues no merecía la forma de muerte y la tortura que padeció. Pasó por todo esto en obediencia a la voluntad del Padre. Ahora bien, si aceptamos la premisa de que Dios es bueno, omnisciente y todopoderoso, entonces el sufrimiento que Cristo padeció no puede haber carecido de sentido. No puede carecer de propósito o de bien alguno. Hubo una razón para que sucediera de la manera en la que sucedió. Lo que Dios nos revela es que lo hizo para compensar por nuestras fallas, para pagar nuestra deuda, para reconciliarnos consigo. Lo hizo por amor. Y aquí es donde podemos, finalmente, poner toda esta discusión de cabeza. Las consecuencias lógicas de nuestras premisas no sólo son insuficientes para probar que un Dios como el de los cristianos no existe. La existencia misma del sufrimiento apunta en la dirección de la existencia de tal Dios.
Regresemos un poco para entender esto. En la tradición cristiana, todo sufrimiento entró al mundo a consecuencia del pecado, es decir, todo comenzó con el rechazo a Dios de parte del hombre. Previamente dije que el primer tipo de sufrimiento se debe a la ausencia de algo que queremos o que necesitamos. El hombre fue creado para necesitar a Dios por encima de todas las cosas, como las palabras de San Agustín tan bellamente nos recuerdan: “Nos hiciste para Ti Señor, y nuestro corazón no descansa hasta que descanse en Ti.” Por tanto, cuando el hombre decide voltearle la espalda a Dios, empieza a sufrir pues ya no tiene aquello que más ardientemente desea. Alguien podrá objetar: ¿cómo puede un Dios todo amoroso permitir que esto ocurra? ¿Acaso podría permitirle al hombre rechazarlo aunque esto signifique que el hombre ha de sufrir? La respuesta es que sí. Un Dios todo amoroso permitiría esto pues precisamente por ser todo amoroso respeta la libertad que le dio al hombre al crearlo como un ser libre. Un Dios todo amoroso no impondría su voluntad ni las forzaría a amarlo, de la misma forma en que un hombre no puedo obligar a una mujer a amarlo. Podemos concluir, pues, que no sólo es posible para un Dios todo amoroso permitir la existencia del sufrimiento pero que, en cierta forma, la existencia misma del sufrimiento nos permite ver que Dios verdaderamente es todo amoroso porque respeta nuestra libertad aún cuando eso signifique que lo rechacemos y Él nos pierda por toda la eternidad.
Con la segunda premisa, aquella acerca de la omnisciencia de Dios, ya hemos tratado anteriormente, sin embargo, hay algo más que podemos decir acerca de ella. Si Dios es todo amoroso, como ya hemos reconocido, y aún así permite que haya sufrimiento en el mundo, entonces debemos aceptar que también es omnisciente. Debe conocer el bien que ha de salir de nuestro sufrimiento pues de lo contrario no podríamos afirmar con certeza que es bueno.
Finalmente, está la premisa de que Dios es todopoderoso. Algunos dicen que Dios no puede ser omnipotente pues, siendo todo amoroso, es “incapaz” de prevenir nuestro sufrimiento. Ese no es el caso. Ya hemos visto que un Dios todo amoroso podría permitir que hubiera sufrimiento, aún teniendo el poder para impedirlo. La verdadera prueba de la omnipotencia de Dios, sin embargo, no yace en su capacidad de prevenir el sufrimiento, sino en su poder de transformarlo. La principal razón por la que sabemos que Dios es todopoderoso es porque tiene la capacidad de crear algo de la nada. El mal no es “algo” sino una “carencia de algo,” una ausencia, es decir, es “nada.” Esto suena exactamente igual que el primer tipo de sufrimiento del que hablé. Por esa razón lo llamé un sufrimiento “malo.” Cristo padeció este primer tipo de sufrimiento en su forma más extrema. Sin embargo, en lugar de que este sufrimiento le fuera impuesto como nos es impuesto a nosotros, Él se lo impuso a sí mismo. La Revelación nos dice que a través de su Pasión y Muerte, Cristo reconcilió a la humanidad con Dios. No sólo nos obtuvo lo que teníamos antes de la caída, sino algo todavía mejor. La humanidad no regresó a su estado inicial, fue elevada a un nuevo nivel. En pocas palabras, a través del sufrimiento de Cristo, no sólo se recuperó algo perdido, sino que se obtuvo un bien todavía mayor. Creó “algo” de la nada que era el mal del sufrimiento. Cristo tomó el primer tipo de sufrimiento y lo transformó en el segundo tipo. Transformó el sufrimiento malo en sufrimiento bueno. Sólo un Dios todopoderoso puede hacer algo semejante.
Todo esto suena muy bien, pero ¿qué tiene que ver con nosotros? Después de todo, nosotros no somos el Dios todo amoroso, todopoderoso y omnisciente que puede transformar el sufrimiento. Aquí, nuevamente, nos encontramos con la omnipotencia de Dios en acción. En nuestro estado original, Dios nos hizo co-creadores al darnos el poder de crear nuevas cosas de aquellas cosas que Él creó. Nuestra capacidad creativa es una parte esencial de nuestro haber sido creados en su imagen. Ahora, después de que Dios mismo sufrió, nos transformó y nos dio la capacidad de ser co-creadores al darnos el poder de sacar bien del mal del sufrimiento. La Muerte y Resurrección de Cristo elevó la naturaleza humana, incluyendo nuestra capacidad creadora. Esto es a lo que se refiere la Iglesia cuando habla de sufrimiento redentor. Sufrimiento redentor significa tomar el primer tipo de sufrimiento y transformarlo en el segundo tipo. Podemos tomar nuestro sufrimiento y usarlo para cooperar con la Redención de la humanidad, lo podemos para purificarnos y a otros.
Esto, por supuesto, no quiere decir que sufrir es más fácil si eres cristiano. No quiere decir que los cristianos nunca tengan dudas acerca de si el sufrimiento tiene sentido. No significa que veamos al sufrimiento de forma ingenua e infantil. Sufrir es difícil y siempre lo será. Al cristiano le es permitido ir y pedirle a Dios, incluso a gritos, una explicación. Lo que el cristianismo sí nos dice es que un Dios omnisciente supo que era mejor para el hombre que alguien sufriera a su lado, que un Dios todo amoroso estuvo dispuesto a hacerlo y que un Dios todopoderoso fue capaz de hacerlo y lo hizo.
As Catholics we believe that God has revealed Himself to us in the person of Jesus Christ. In Him we find the answer to our questions, including the question about the meaning of suffering. What, then, does Christ have to teach us about suffering?
The Gospels tell us that Christ suffered immensely, beyond anything that we can or will ever suffer. He also suffered unjustly because He did not deserve the kind of death and torture He endured. He went through all of this in obedience to the Father’s will. The thing is, if we accept the premise that God is good and all-knowing and all-powerful, then this suffering that He endured cannot be meaningless. It cannot be without purpose, it cannot be without good. There was a reason for it to happen. What God reveals to us is that He did it to make up for our failures, to pay our debt, to reconcile us with Himself. He did it for love. And here is where we can finally turn this whole argument on its head. Not only are the logical consequences of our premises insufficient to disprove that an all-loving, all-knowing and all-powerful God exists. The very existence of suffering shows us that such a God does indeed exist.
Let us backtrack a little to understand this fully.
In the Christian tradition, all suffering entered the world as a consequence ofMan’s sin, that is, it all began whenMan rejected God. This makes sense. I said previously that the first kind of suffering is due to the absence of something that we want or need. Man was made to need God above everything else, as the words of St. Augustine so beautifully remind us: “You have formed us for Yourself, and our hearts are restless till they find rest in You.” Therefore, when Man decides to turn his back on God, he begins to suffer because he no longer has that which he most ardently desires. At this point, someone might object: could an all-loving God allow this to happen? Could He allow man to turn his back on Him even though this will mean that man will suffer? The answer is yes. An all-loving God would allow this because an all-loving God who created Man as a free being would respect Man’s freedom. An all-loving Godwould not impose His will on His creatures or force them to love Him, just like a man cannot force a woman to love him. We can conclude, therefore, that it is not only possible for an all-loving God to allow suffering to exist but that, in a way, the existence of suffering itself lets us see that God is truly all-loving because He will respect our free will even if that means losing us for all eternity.
The second premise about an all-knowing God has been dealt with already, however, there is something more we can say about it. If God is all-loving as we have already acknowledged, and yet He allows suffering to exist in the world, then we must, of necessity, accept that He is also all-knowing. He must know the good that will come out of our suffering or otherwise He would not be good and all-loving.
Finally, there is the premise that God is omnipotent. Some people say that God cannot be omnipotent because, being all-loving, He ‘cannot’ prevent us from suffering. That is not the case. We have already shown that an all-loving God could allow suffering to exist even though He had the power to prevent it. The real proof of God’s omnipotence, however, does not lie in His power to prevent suffering, but rather, in his power to transform it. We know God is almighty mainly because He is capable of creating something out of nothing. Evil is not “something.” It is a lack of something, an absence, that is, it is a “nothing.” This sounds exactly like the first kind of suffering I have spoken of. It is for this reason that I called it a “bad” kind of suffering. Christ endured the first kind of suffering in its most extreme form. However, instead of this suffering being thrust upon Him like itis thrust upon us, He willfully took it upon Himself. Revelation tells us that through His Passion and Death Christ reconciled mankind with God. He obtained for us not only what we had lost, but something better. Mankind did not go back to its state before the Fall, it was raised up to a whole new level. In a few words, through Christ’s suffering, not only was something that was missing restored, but a greater good was obtained. He created “something” out of the nothingness which was the “evil” of suffering. Christ took the first form of suffering and turned it into the second form of suffering. He transformed the “bad” suffering into a good suffering. Only an omnipotent God could achieve this.
This may sound good and all, but how does it relate to us? After all, we are not the all-loving, all-knowing, all-powerful God who can transform suffering, are we? Here, once more, we encounter God’s omnipotence in action. In our original state, God made us His co-creators partly by giving us the power to create new things out of what He had created. Our creative capacity is an essential element of our being made in His image. Now, after God Himself suffered, He transformed us and gave us the capacity to be “co-creators” in bringing good out of the “evil” of suffering. Christ’s Death and Resurrection raised human nature, including our creative capacity. This is what the Church means when it speaks of redemptive suffering. Redemptive suffering means precisely that taking the first kind of suffering and transforming it into the second kind. We can take our suffering and use it to cooperate in Redemption, to purify ourselves and others!
This, of course, does not mean that suffering is “easier” to endure if you are a Christian. It does not mean that Christians never doubt about whether suffering has a meaning. It does not mean that we see suffering in some naïve and infantile way. Suffering is hard and always will be. A Christian is allowed to go and cry to God when he is suffering, he is allowed to ask why. What this does mean, and what Christianity does tell us is that an all-knowing God knew that it was better for Man to have someone suffer beside him; that an all-loving God was willing to do that and that an all-powerful God was capable of doing it, and He did it.
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