Una de las pocas cosas de las que podemos estar seguros es de que, en esta vida, tarde o temprano vamos a sufrir. La humanidad siempre se ha cuestionado cuál es el sentido o propósito del sufrimiento. Muchos han intentado usar la realidad del sufrimiento como un argumento para probar que Dios no existe. El argumento generalmente es de esta forma: un Dios infinitamente amoroso, que todo lo sabe y que todo lo puede no permitiría que sus criaturas sufrieran. En el mundo, vemos sufrimiento por todos lados, incluso vemos a gente “buena” sufrir, por tanto, Dios no puede existir.
Aunque parece un argumento convincente, sólo lo es desde un punto de vista emocional. Con esto quiero decir que apela a nuestras emociones, a nuestro rechazo innato al sufrimiento pero no a nuestra razón. “Sentimos” que el sufrimiento es injusto, sobre todo cuando una persona buena es la que sufre. Sin embargo, racionalmente, este argumento es insostenible tal como es presentado. Asume como ciertas demasiadas cosas que no son necesariamente ciertas. Permítanme explicar esto más claramente. Este argumento usa un procedimiento lógico conocido como reductio ad absurdum, que significa, en Latín “reducción a un absurdo.” El procedimiento funciona de la siguiente manera: se asumen como ciertas una serie de premisas y éstas son llevadas a su conclusión lógica. Si la conclusión es absurda, entonces has demostrado que las premisas son falsas. En este caso específico, asumimos que un Dios amoroso, omnisciente y todopoderoso existe y llevamos esa premisa a su conclusión lógica. Si ésta resulta en un absurdo, habremos probado que tal Dios no existe.
Ahora bien, el problema con este argumento contra la existencia de Dios es que la conclusión lógica que propone no es la verdadera conclusión lógica que se deriva de la premisa. Esto es, si tal Dios existe (como asumimos por hipótesis), no le sigue lógicamente que no habría ningún sufrimiento en el mundo. Decir que si Dios existe es imposible que haya sufrimiento en el mundo es afirmar algo sobre las acciones de Dios que está infinitamente más allá de lo que podemos decir sobre Él. Si, por hipótesis, decimos que Dios todo lo sabe, entonces simplemente no podemos cuestionar sus acciones y decisiones pues nosotros no somos omniscientes. Si Dios en realidad es omnisciente, ¿cómo podemos decir que algo que Él hace (o permite que suceda) no está en concordancia con su sabiduría infinita, una sabiduría que está más allá de nuestro entendimiento? Si aceptamos esta hipótesis como verdadera, entonces la única conclusión lógica es que debemos quedarnos callados ante los actos de Dios. Esta verdad es mejor expresada en el libro de Job, un libro que trata precisamente del problema del sufrimiento. En ese libro, Job, cuya fidelidad está siendo probada por Dios mediante inmensos sufrimientos, levanta su voz en protesta, sólo para recibir la siguiente respuesta: “¿Quién es ese que oscurece mi designio con palabras desprovistas de sentido? ¡Ajústate el cinturón como un guerrero: yo te preguntaré, y tú me instruirás! ¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra? Indícalo, si eres capaz de entender. Quién fijó sus medidas? ¿Lo sabes acaso? ¿Quién tendió sobre ella la cuerda para medir?” Dios responde a nuestras suposiciones de lo que debe o no debe hacer mostrándonos qué tontas son.
Aún hay más. Este argumento hace una serie de suposiciones sobre el sufrimiento que no son del todo ciertas. Asume que el sufrimiento es, necesariamente, algo malo. También asume que el sufrimiento no tiene sentido. Si éstas dos suposiciones fueran ciertas, tendríamos mejores elementos para afirmar que un Dios bueno que lo permite no puede existir. Pero no son ciertas. Podemos descubrir esto si observamos más de cerca nuestra propia experiencia del sufrimiento.
Hasta donde puedo ver, hay dos tipos de sufrimiento, por lo menos desde la perspectiva de qué tan dispuestos estamos a soportarlo. Uno es causado por la falta o ausencia de algo que necesitamos o deseamos. Una persona pobre sufre por la ausencia de dinero para satisfacer sus necesidades materiales; una persona enferma sufre por la falta de salud; un amante sufre por la ausencia de su amada. Podemos llamar a este tipo de sufrimiento “malo” pues es causado por la ausencia de un “bien” y porque parece no tener ningún propósito. Éste es el tipo de sufrimiento que menos dispuestos estamos a soportar pues viene acompañado de un cierto sentimiento de inevitabilidad y, por lo mismo, nos parece más injusto.
El segundo tipo de sufrimiento es el que padecemos para evitar un mal mayor o para obtener algo mejor. Un atleta sufre a través de su entrenamiento para poder disfrutar de la victoria; una persona herida sufre los dolores de la limpieza de sus heridas para evitar una infección; una mujer sufre los dolores del parto para poder darle vida a su hijo. Por lo general, es más fácil ver el propósito de este tipo de sufrimiento y, por ello, estamos más dispuestos a soportarlo. Podemos denominar a este sufrimiento “bueno” pues nos obtiene un bien o evita un mal. Podemos decir que es un sufrimiento purgativo o purificador.
Estas dos formas de sufrimiento no están limitadas a nuestro tiempo en la tierra. Mientras que aquí no están claramente diferenciados, después de la muerte, se vuelven realmente un sufrimiento bueno y uno malo. El tipo malo es lo que llamamos el infierno. El sufrimiento en el infierno es causado por la ausencia de Dios, que es el bien último del hombre. Por tanto, el sufrimiento del infierno es el peor sufrimiento que podemos imaginar. Sin embargo, este sufrimiento no es causado por Dios, sino por el rechazo de Dios. Dios simplemente se somete a nuestro deseo de no estar con Él. En un acto de absoluta bondad, Él hace que nuestros deseos sean sus órdenes. El sufrimiento bueno es lo que llamamos Purgatorio. Ahí, el sufrimiento es purgativo. Remueve todas nuestras imperfecciones, todas las cicatrices causadas por el pecado para que seamos perfectos y capaces de la visión beatífica. El sufrimiento que se padece en el Purgatorio es tan intenso que supera cualquier sufrimiento que podamos soportar en esta vida, pero aún así es bueno. Por tanto, podemos concluir que no todo sufrimiento es malo.
El primer tipo de sufrimiento aún deja abierta la pregunta de su propósito. Esa pregunta no ha sido resuelta aún. ¿Cuál es el propósito de las enfermedades, de los desastres naturales, de la pobreza, de la muerte? Como dije anteriormente, dado que Dios todo lo sabe y nosotros no, lo mejor sería que permaneciéramos en silencio y lo aceptáramos. Pero eso sólo significa que nosotros no podemos decir nada al respecto. ¿Qué tal si Dios mismo tuviera algo que decir? Esto es, ¿qué tal que Dios nos revela cuál es el propósito y significado del sufrimiento?
One of the few things of which we can be certain is that sooner or later in life we will have to suffer. Mankind has always questioned what the meaning or purpose of suffering is and has, at times, wondered if it even has a purpose. Many people have tried to use the reality of suffering as an argument to prove that God does not exist. The argument goes something like this: an all-loving, all-knowing and all-powerful God would not allow his beloved creatures to suffer. In the world we see immense suffering everywhere, and even “good” people suffer, therefore, God cannot exist.
Even though it seems to be a very compelling argument, it is so only from an emotional standpoint. What I mean is that it appeals to our emotions, to our innate rejection of suffering and not to our reason. We “feel” that suffering is unjust, especially when it is a good person who has to suffer. Rationally, however, this argument cannot stand as it is presented. It assumes as true many things that are not necessarily true. Let me explain this more clearly. The logical procedure that this argument uses is called reductio ad absurdum, which is Latin for “reduction to an absurd.” This procedure works as follows: you assume a series of premises to be true and then you take them to their logical conclusions. If those conclusions are absurd, then you have proven that your premises are false. In this case, we assume that an all-loving, all-knowing and all-powerful God exists and if we take that premise to its logical conclusion and it results in an absurdity, then we will have proven that such a God does not exist.
The problem with this argument is that the logical conclusions that it presents are not really the logical conclusions that you would derive from the premise. That is, if such a God does indeed exist (as we hypothesize), it does not follow logically that there would not be any suffering in the world. To say that if God exists then it is impossible for there to be any suffering is to make a statement about God’s actions that is way beyond any of us to make.If you are hypothesizing that God is all-knowing (as this argument does), then we simply cannot question His actions and decisions because we are not all-knowing. If God is indeed all-knowing then how can we say that anything He does (or allows to happen) is not according to His infinite wisdom, a wisdom that is beyond our understanding? If we accept the truth of the hypothesis, then the only logical conclusion is that we ought to be silent about God’s actions. This truth is best expressed in the book of Job, a book that deals precisely with the problem of suffering. In it, Job, who is being tested by God through suffering, raises his voice in protest, only to be answered with the following words: “Who is this that obscures divine plans with words of ignorance? Gird up your loins now, like a man; I will question you, and you tell me the answers! Where were you when I founded the earth? Tell me, if you have understanding. Who determined its size; do you know? Who stretched out the measuring line for it?” God’s response to our suppositions about what He should or should not do is to show us how foolish they are.
There is more. This argument also makes a series of assumptions about suffering that are not entirely true. It assumes that suffering is, of necessity, something bad. It also assumes that suffering is meaningless. If these two were true, we would have better elements to say that a good god that allowed them cannot exist. But they are not true. We can discover this by looking closer at our own experiences of suffering.
As far as I can tell, there are two kinds of suffering, at least from the point of view of how willingly we endure it. One is the kind caused by the lack or absence of something we need, or want, or desire. A poor person suffers because she lacks the money to satisfy her material needs; a sick person suffers because she lacks health; a lover suffers because of the absence of his beloved. We can call this kind of suffering “bad” because it is caused by the absence of a “good” and because it seems to not have a purpose at all. This is also a kind of suffering that we are least willing to go through because it has a certain sense of inevitability to it and therefore seems to us to be the most unjust.
The second kind of suffering is the one we endure in order to avoid a greater evil or to obtain a greater good. An athlete suffers through a rigorous training so that he may enjoy the fruits of victory; a person who is wounded suffers the pains of cleaning his wounds to avoid an infection; a woman goes through the pains of labor to give birth to her child. Thepurpose of this type of suffering isoften easier to see and, therefore, we tend to more willingly accept it. We can refer to this suffering as a “good” kind of suffering because it avoids an evil or gains for us a good. We might say that it is an uplifting, purifying or purging type of suffering.
These two forms of suffering are not limited to our time on earth. Whereas on earth they are not clearly differentiated, after death, they truly become a good and a bad suffering. The bad kind is what we call Hell. In Hell there is suffering caused by the absence of God, who is the ultimate need of any man. Hence, the suffering in hell is the worst suffering we can imagine. This bad suffering is not, however, caused by God but by our rejection of God. God simply submits to our desire to not be with Him. In an absolute act of goodness, He makes our wishes his commands. The good kind of suffering is what we call Purgatory. The suffering in purgatory is a purging (hence the name) or purifying form of suffering. It removes all our imperfections, all the scars caused by sin, so that we may become perfect and capable of the beatific vision. The suffering in purgatory is so great that it is beyond anything we can suffer in this life, but it is still good. And so, we have shown that not all suffering is bad.
But the first kind of suffering still leaves the question of its purpose open. That question has not yet been answered. What is the purpose of sickness, of natural disasters, of poverty, of death? As I said before, since God is all-knowing and we are not, we would do best to remain silent and simply accept it. But this only means that we are the ones who cannot say anything about it. What if God Himself had something to say? That is, what if God reveals to us what the purpose and meaning of suffering is?
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