La última edición de la revista Letras Libres (Si Dios no existe…, marzo 2009) trata sobre el ateísmo. En este número, nos encontramos con una serie de textos escritos por creyentes y no creyentes que se intercalan, dándole la sensación de un diálogo entre ambas posturas.
El primer artículo fue escrito por Steven Weinberg, premio Nóbel de Física. Después de varias páginas de explicación de por qué las creencias religiosas se están debilitando, nos encontramos con su conclusión acerca de cómo vivir sin Dios. Lo primero que afirma es algo que los creyentes siempre han dicho: “no encontramos ningún sentido a la vida dispuesta para nosotros en la naturaleza, tampoco un fundamento objetivo para nuestros principios morales, ni correspondencia alguna entre eso que pensamos que es la ley moral y las leyes de la naturaleza […]. La ciencia también nos enseña que los sentimientos que más atesoramos (el amor por nuestro cónyuge, por nuestros hijos) son posibles gracias a procesos químicos que tienen lugar en nuestros cerebros, y que estos son resultado de la selección natural y de sus mutaciones aleatorias que han operado durante millones de años.” Hasta aquí, como mencioné más arriba, no hay ninguna novedad. Uno de los principales argumentos contra el ateísmo consiste precisamente en que la vida y el mundo pierden sentido. Lo interesante del asunto es la propuesta de Weinberg para “solucionar” este pequeño inconveniente: “El humor, […], ayuda. Así como nos reímos con empatía, sin desdén, cuando vemos a un bebé de un año luchando por mantenerse en pie cuando da sus primeros pasos, podemos sentir una jovialidad empática hacia nosotros mismos, cuando nos vemos intentando vivir en equilibrio sobre el filo de una navaja.”
Yo no dudo que el humor sea necesario para hacer más llevadera nuestra existencia en esta Tierra. Es básico para no tomarnos demasiado en serio y para evitar caer en la desesperación o la locura ante tantos detalles tontos que hieren nuestro orgullo. Pero considerar que toda nuestra existencia no es más que un cruel chiste de la casualidad y que como tal debemos aceptarla me parece una simpleza sin igual. El humor me ayuda a superar las torpezas que ocasionalmente cometo, pero ¿cómo va a justificar mi sufrimiento ante la pérdida de un ser querido o ante una enfermedad sin cura? ¿Cómo me voy a reír ante mis propias penas si no tienen sentido? Weinberg advierte que el ateo debe evitar el nihilismo, pero yo no veo otro camino que no sea el del autoengaño (con mucho humor, claro está).
De ahí podemos pasar al artículo El espejismo ateo de John Gray donde habla, precisamente, de las insensateces en las que caen los que irónica, pero muy acertadamente, denomina “ateos evangélicos”. Es decir, aquellos ateos militantes que exigen tolerancia para sus creencias (o falta de ellas) pero no toleran que los demás crean en algo. Aquí encontramos a todos aquellos que afirman, como si de un dogma se tratara, que la religión está condenada a desaparecer porque la humanidad ha dejado atrás la etapa religiosa para entrar a la edad científica. Lo más curioso de toda la situación es que esas mismas afirmaciones se han hecho a lo largo de la historia y han demostrado una y otra vez ser falsas (si no pregúntenle a Augusto Comte y a los positivistas).
Sin embargo, y más allá de las afirmaciones que muchos ateos pretenden fijar en tablas de piedra, como si de los diez mandamientos se tratara, me llamó particularmente la atención la insensatez en que cae Fernando Savater al escribir ¿Es tolerable la tolerancia religiosa? Después de páginas de un bello discurso acerca de la tolerancia, procede en un sentido totalmente opuesto. De decir que una creencia religiosa “puede reclamar respeto”, procede a acusar a “cada iglesia o corporación religiosa” de tener “en su esencia misma la intransigencia.” Misma intransigencia que pretende aplicarles con su última afirmación: “conviene recordar que en ciertas cuestiones una dosis de intransigencia forma parte insustituible de la salud mental y moral”. Qué paradójico que diga esto porque si lo que hiciéramos fuera tener “una dosis de intransigencia” hacia las sandeces arreligiosas, seríamos inmediatamente acusados de intolerantes y opresores (y de inquisitoriales, acusación que le encanta a los enemigos de la religión). Qué paradójico que los mismos que acusan a los creyentes de tener una doble moral sean los que realmente (y abiertamente) la tengan.
Ahora bien, yo estoy de acuerdo con que debe haber una pequeña “dosis de intransigencia” hacia las ideas estúpidas, sin sentido o inhumanas. Por ejemplo, a las afirmaciones de Savater de que no debemos tolerar la educación religiosa y sólo impartir educación científica. ¿Cómo sería mejor darles sólo educación científica a los niños cuando los enunciados de la Ciencia cambian frecuentemente? No hace muchos años nos hacían repetir incansablemente que existían nueve planetas en el Sistema Solar, incluyendo uno llamado Plutón, cosa que hoy, los próceres de la ciencia niegan. En cambio, lo que es inmutable y que, por lo menos en el caso del cristianismo, ha permanecido a lo largo de más de 2 mil años, debemos desecharlo. ¡Eso no tiene ningún sentido! Sin embargo, afirmar eso me hace un intolerante y, ya que no soy un filósofo best-seller como Savater (lo cual, a mis ojos, le resta valor filosófico) hace que la “dosis de intransigencia” se me aplique a mí. Oh ironías del mundo posmoderno…
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