lunes, 27 de abril de 2009

Reflexiones ecologistas

Uno de los temas más de moda en nuestros días es el del calentamiento global. Unos afirman que es consecuencia de las acciones del hombre y otros que es parte de un ciclo natural de la Tierra. La discusión generalmente se centra en torno a este punto, lo cual me parece una completa pérdida de tiempo. Ni unos ni otros tienen suficientes elementos para probar su punto de vista (aunque afirmen lo contrario) y, honestamente, me parece que el origen del calentamiento global no es en lo que deberíamos de enfocarnos. El verdadero problema radica en que los seres humanos hemos destruido (y seguimos destruyendo) la naturaleza.

Existen muchos esfuerzos, algunos a nivel mundial, para reducir la contaminación y para concientizar a la población de la importancia de respetar y cuidar la naturaleza. Muchos de estos esfuerzos, aunque importantes y efectivos hasta cierto punto, no son, a mi parecer, suficientes para resolver el problema de raíz. Es decir, la solución no consiste en que todos reciclemos o en que todos apaguemos la luz al salir de un cuarto, la solución real se encuentra en que cambiemos nuestros patrones de consumo.

La verdadera causa de la contaminación y de la destrucción ambiental se encuentra en la avaricia desmedida de los seres humanos, que se materializa en nuestro sistema económico de consumo. Buscamos tener cada día más y mejores cosas y, además, a menores costos. Por tanto, cada día hacemos mayor uso de los recursos naturales e inventamos materiales más baratos pero menos biodegradables. Por lo mismo, cada día generamos más y más basura que tiene que terminar en algún lugar. Ya sea en tiraderos al aire libre (como los que tenemos en México), ya sea enterrada o ya sea enviada a países del Tercer Mundo, la basura se sigue acumulando y nuestros esfuerzos por erradicarla son en vano.

Algunos países han, en apariencia, resuelto el problema de la basura. Sin embargo, la realidad es que muchas veces, ésta es exportada a países pobres para ser “tratada” ahí. La gran mayoría de la basura “electrónica” (restos de aparatos electrónicos y baterías, que contienen un alto porcentaje de sustancias tóxicas) se vierte en China y otros países asiáticos donde, como siempre, son los más pobres los que tienen que sufrir las consecuencias.

Otro aspecto en el que podemos ver cómo ésta ambición desmedida ha afectado a la naturaleza es el de los famosos coches eléctricos. Este tipo de automóviles no se han generalizado porque lo que buscamos en un coche es que sea potente y que vaya cada vez más rápido. En vez de pensar que los coches eléctricos serían buenos para la ecología y que el sacrificio en velocidad vale la pena, seguimos comprando carros grandes que consumen cantidades enormes de gasolina pero que nos hacen sentir más importantes y más poderosos. Igual los teléfonos celulares, que cambiamos continuamente para estar a la moda, aún cuando eso represente que millones de pilas (que son de lo más contaminante que hay) terminen tiradas en algún lugar.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Creo que proponer un cambio en el sistema económico es pedir demasiado en este momento histórico. Eso deberá tomar muchos años (quizá siglos) lograr. Podemos empezar por disminuir la cantidad de cosas que consumimos. Una mirada rápida a lo que compramos nos demostrará que muchas cosas no son necesarias para nuestra supervivencia y que las consumimos más por moda o por capricho que por necesidad. También creo que sería bueno que recuperáramos ese aprecio por la naturaleza que la comodidad de la vida moderna nos ha hecho perder. Apreciar la belleza de un árbol o de un prado, de un cielo azul o del mar. Cualquier sacrificio que sirva para preservar las bellezas naturales vale la pena y, a la larga, terminará siendo benéfico para nosotros.

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