martes, 5 de mayo de 2009

Lecciones epidemiológicas

La pandemia de influenza que asola al mundo entero parece una extraña maestra de economía y, sin embargo, la observación de la actitud de la gente ante este fenómeno basta para cuestionarnos sobre los fundamentos mismos del capitalismo. Los teóricos de este sistema económico sostienen que el egoísmo es el principal generador de riqueza, es decir, que cuando un individuo busca su bien personal, genera riquezas que se derraman sobre el resto de la población, distribuyéndose así entre todos los individuos (la famosa “mano invisible”).

No tengo los conocimientos económicos necesarios para plantear una demostración cuantitativa que ponga en duda al capitalismo, ni pretendo negar que el egoísmo sea un motor bastante poderoso para generar riquezas. Lo que busco es cuestionar si ese motor es el más eficiente para ello o si sea el más conveniente. Para ello, haré uso de un recurso al que los ingenieros (y Tomás de Aquino) recurrimos con mucha frecuencia: la analogía.

En mi analogía, veremos si el principio del egoísmo (que es el que rige en la sociedad actual) ha servido para disminuir el impacto de la epidemia de influenza, si no ha afectado o si la ha empeorado. Yo sostengo que, afortunadamente, y dada las características del virus de la influenza porcina, no ha afectado demasiado. Sin embargo, creo que en el caso de un virus más contagioso podría haber empeorado la situación.

Cuando estalla una epidemia, lo que se debe buscar es contener, en la medida de lo posible, al virus dentro de una región para evitar que se convierta en un problema mayor. Las indicaciones del presidente Calderón de que la gente se quedara en casa iban en este sentido. Lo que sucedió fue que muchas personas, por miedo a contagiarse y, pensando en sí mismas primero, decidieron huir de la ciudad. El peligro radica en que con una persona que estuviera incubando el virus (y, por tanto, no supiera que lo portaba) y lo llevara a otra ciudad, se hubiera iniciado otro brote, haciendo más difícil el control de la epidemia. Así, el egoísmo, en vez de mejorar el problema, lo habría empeorado.

Otro ejemplo se dio con las compras de pánico en que incurrieron miles de capitalinos durante esta crisis. A pesar de los anuncios del gobierno de que no se iban a cerrar los supermercados, miles de personas se creyeron más inteligentes que las demás y, pensando en sí antes que en el bien del conjunto, decidieron ir a comprar todos los víveres que pudieran. Al final del día, estas personas no resultaron ser más inteligentes que las demás (de hecho, fueron bastante tontas) ya que lo mismo pensaron muchos otros y terminaron saturando los supermercados. Contrario a lo que pedía el gobierno de evitar tumultos y lugares con muchas personas, estos individuos terminaron creando aglomeraciones humanas en los supermercados. Lo mismo ocurrió en los hospitales donde miles de personas se congregaron para que los atendieran a pesar de no tener los síntomas. ¿Qué habría sucedido con un virus mucho más contagioso? Muchas de estas personas se habrían contagiado por buscar su propio provecho, empeorando la epidemia.

Creo que estos dos ejemplos son una muestra suficiente para demostrar que el egoísmo, en lugar de ayudar pudo haber provocado mayores males de los que se padecieron. La conclusión a la que llego es la misma a la que llegué en otra ocasión: si esto no funciona con una epidemia, ¿por qué habría de funcionar con la economía?

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