jueves, 21 de mayo de 2009

Humanismo: un estilo de vida

En su blog, El Muro de los Siglos, mi buen amigo Mario Fernández toca un punto fundamental, pero que pocas veces recordamos, acerca del humanismo: que éste es un estilo de vida. No es sólo una ideología que esgrimamos para poder acceder al poder (aunque muchos lo hagan) ya que trasciende la política. No se trata únicamente de una serie de principios que buscamos llevar a la vida pública, sino que son una serie de principios que deben regir nuestras vidas en todos sus facetas.

En el centro mismo del Humanismo Trascendente está el respeto irrestricto a la dignidad de la Persona Humana (de ahí el nombre de humanismo). Esto implica que todo ser humano, sin importar su condición social, económica, su sexo o su religión, debe ser, siguiendo la máxima kantiana, un fin en sí mismo y nunca un medio. Como consecuencia lógica, se sigue que un humanista no debe pisotear la dignidad de otro ser humano en ninguna actividad de su vida, tanto pública como privada. Muchas veces creemos que para respetar la dignidad humana basta con no hacer el mal a los demás, o no hacer algo que los lastime o no hacer nada que ellos no permitan. Sin embargo, la dignidad humana exige mucho más que eso. Exige que busquemos el bien del otro. No basta con una actitud pasiva de no hacer el mal, sino que demanda una actitud activa de hacer el bien.

En esa confusión está, a mi parecer, la causa de que tantos “humanistas” caigan en acciones opuestas al humanismo. Un caso muy común con el que me he topado es el de la asistencia de personas identificadas con el humanismo a los famosos table dance. Este es un ejemplo perfecto para describir la diferencia entre el humanismo light de “no hacer el mal” y el humanismo auténtico de buscar el bien del otro.

Si partimos del supuesto de que para respetar la dignidad humana basta con no hacer daño o no hacer nada que no quiera la otra persona, entonces, efectivamente, acudir a estos lugares no sería, al menos en teoría, contrario al humanismo. Por lo general se argumenta que las mujeres que trabajan ahí lo hacen porque quieren y que, al final del día, no se les puede hacer nada que ellas no quieran. Sin embargo, como aclaré más arriba, esto no es suficiente para respetar la dignidad humana.

En primer lugar, estos lugares denigran al ser humano, particularmente a las mujeres que ahí “trabajan”, porque éstas son usadas como medios para satisfacer una necesidad. Es decir, los hombres que van ahí no ven en las bailarinas un fin en sí mismo, sino un medio para desahogar sus impulsos sexuales. Por tanto, están usando y, en consecuencia, denigrando a estas mujeres, lo cual atenta claramente contra el humanismo.

Además, es sabido que en estos lugares “laboran”, la mayor parte de las veces, mujeres que llegaron ahí a través de redes de trata de personas y que son explotadas por sus patrones para obtener dinero. En pocas palabras, se les usa para obtener tanto placer como dinero, lo cual, repito, va contra los principios humanistas. Esto sin mencionar que muchas veces llegan privadas de su libertad, en condiciones inhumanas y sin la posibilidad de regresar a sus hogares, lo cual no sólo va contra el humanismo sino contra cualquier sentido de humanidad.

Ahora bien, no sólo las mujeres son las denigradas en estos lugares, sino los mismos hombres que asisten a ellos. Los dueños de estos establecimientos están denigrando a sus clientes al fomentar que se dejen llevar por sus más bajos impulsos. Los están usando para ganar dinero.

Este es sólo un ejemplo de cómo el humanismo es mucho más demandante de lo que muchos creen. En términos iguales podemos hablar de la economía, de las relaciones personales, de la política, etc. y demostrar que, en todas ellas, el humanismo exige lo más noble y más elevado de los seres humanos para con sus semejantes.

Es terrible ver cómo el humanismo es malinterpretado por muchos porque entonces se convierte en un sinsentido que, por lo mismo de parecer un absurdo, deja de ser atractivo para tantas personas. Es terrible porque el único camino para que el ser humano se desarrolle plenamente, se convierte entonces en un camino que no lleva a nada y que, por tanto, no vale la pena recorrer.

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