El Concilio Vaticano II generó reacciones encontradas dentro de los grupos más radicales al interior de la Iglesia. Tanto los ultraconservadores que se opusieron (y que se siguen oponiendo) a toda reforma, como los liberales que las recibieron con júbilo para después quejarse amargamente de que Juan Pablo II y Benedicto XVI les han “puesto freno”, parecen no haber entendido el auténtico espíritu del Concilio.
El ejemplo más claro de este “malentendido postconciliar” lo encontramos en las reacciones generadas por los cambios realizados a la liturgia. El objetivo de estos cambios es, como indica el documento Sacrosantum Concilium en su punto 50, hacer “más fácil la piadosa y activa participación de los fieles”. Aquí es donde inician las confusiones. No se trata, como creen muchos seguidores de la teología de la liberación, de “hacer la liturgia accesible al pueblo” trivializándola para que las “masas” puedan entenderla. Esto es suponer que el “pueblo” es incapaz de apreciar las bellezas de la liturgia tradicional y que es incapaz de entender los rituales que forman parte de la Misa. Tampoco es, como suponen los defensores a ultranza de la liturgia antigua, un intento por acabar con la tradición.
Desgraciadamente, desde la conclusión del Concilio Vaticano II, grupos de ambos extremos han caído en todo tipo de excesos que han llevado a las autoridades eclesiásticas a tomar medidas drásticas para controlarlos. Así, por ejemplo, se hizo necesaria la restricción de las Misas en latín (que nunca estuvieron prohibidas por el Concilio y las cuales Benedicto XVI está impulsando nuevamente) para evitar la desobediencia de ciertos sectores radicales. En el otro extremo, se llegó a convertir a la Misa en poco más que una reunión social, mucho más cercana a las celebraciones de ciertas sectas que a la celebración eucarística de los primeros cristianos a la cual buscaban regresar.
Entonces, ¿cuál es el auténtico espíritu del Concilio en cuanto a la liturgia? Creo que el punto que cité anteriormente es lo suficientemente claro al respecto. De igual forma, una lectura cuidadosa de la Constitución citada (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia) nos lleva a concluir que lo que se busca es aumentar la educación de los fieles respecto a la Misa para que puedan participar activamente y con pleno entendimiento en la misma. Las actitudes tomadas por ambos extremos no han ayudado en nada para alcanzar este objetivo. Juan Pablo II tuvo que ocuparse más por controlar a ambos sectores extremistas que en poder llevar a cabo esta importante labor. Benedicto XVI ha ido implementando ciertas medidas para lograr esto por lo que ha sido severamente criticado. Es común escuchar en ciertos círculos progresistas (en su mayoría jesuitas, por desgracia) que ambos pontífices actúan contra el “espíritu del Concilio”. Esto es una mentira ya que si hay alguien que conoce el auténtico espíritu del Concilio, son Karol Woytila y Joseph Ratzinger, participantes activos en el Concilio Vaticano II como asesores.
¿Cómo se concilian las actitudes de ambos pontífices que, en apariencia, son contradictorias? Por un lado, Juan Pablo II mantuvo la restricción a las Misas en latín, mientras que Benedicto XVI, apenas asumió el pontificado, las empezó a alentar. ¿Cómo conciliar a Juan Pablo II, que participó en una Misa con bailes indígenas, con Benedicto XVI que pide que se regrese al canto gregoriano?
Me parece que la respuesta es sencilla. Tanto las Misas en latín como las Misas en las lenguas vernáculas son válidas e importantes. Las Misas en latín nos unen con la tradición de la Iglesia (en Occidente por lo menos) que ha tenido a este idioma como su lengua oficial. Las Misas vernáculas nos presentan la liturgia en nuestro idioma, para que la conozcamos y la entendamos. Por lo mismo, no debemos verlas como rivales, sino como complementarias.
Tenían razón los padres conciliares cuando se cuestionaban acerca de cómo podrían los fieles apreciar y participar en una Misa que no entendían. Este problema se ha vuelto más grave por el hecho de que ya no se enseña latín en las escuelas (lo cual representa, a su vez, una enorme pérdida cultural para nuestra civilización). Por tanto, las Misas vernáculas sirven como una introducción a la liturgia, como una forma de educar a los fieles. Una vez conocidas las partes de la Misa, una vez que se entiende lo que se dice y de lo que trata, el fiel podrá apreciar la Misa en latín como una forma de participar de la universalidad de la Iglesia, tanto en el plano espacio-cultural (con todos los que pertenecen a culturas y países de idiomas distintos a nosotros) como en el temporal (con todos los que nos han antecedido a lo largo de la historia).
Lo mismo que comenté acerca del idioma de la Misa, lo podemos decir acerca de la música que se utiliza en las celebraciones, así como del arte religioso en general. Este, además, es uno de los temas en los que más ha insistido el actual pontífice. Por querer hacer la Liturgia “accesible a todos”, hemos perdido una enorme y muy valiosa tradición artística. Por muy bonitas y conmovedoras que sean las canciones que se utilizan en las iglesias los domingos, no tienen comparación con las misas compuestas por Beethoven, Mozart o Haydn. Por muy bien que cante un coro con guitarra y panderos, no se compara con la sencillez y belleza de los cantos gregorianos. La estética de la Liturgia se ha perdido de una forma trágica por los extremistas postconciliares. Esto es terrible porque la belleza siempre ha caracterizado a la Liturgia católica.
En conclusión, he intentado demostrar que el malentendido postconciliar ha traído consecuencias muy graves para la Liturgia. Las actitudes tomadas por extremistas de la “izquierda” y de la “derecha” religiosas han logrado lo que logran todos los extremismos: detener el avance del conjunto. El espíritu del Concilio (que no es ni más ni menos que el Espíritu Santo actuando en la Iglesia) busca lograr algo que los hombres, por soberbia y por ignorancia, hemos intentado detener. Afortunadamente, ese espíritu sigue presente y sigue, a pesar de todos nuestros intentos (tanto conscientes como inconscientes) por detenerlo, logrando los cambios que necesita la Iglesia.
El ejemplo más claro de este “malentendido postconciliar” lo encontramos en las reacciones generadas por los cambios realizados a la liturgia. El objetivo de estos cambios es, como indica el documento Sacrosantum Concilium en su punto 50, hacer “más fácil la piadosa y activa participación de los fieles”. Aquí es donde inician las confusiones. No se trata, como creen muchos seguidores de la teología de la liberación, de “hacer la liturgia accesible al pueblo” trivializándola para que las “masas” puedan entenderla. Esto es suponer que el “pueblo” es incapaz de apreciar las bellezas de la liturgia tradicional y que es incapaz de entender los rituales que forman parte de la Misa. Tampoco es, como suponen los defensores a ultranza de la liturgia antigua, un intento por acabar con la tradición.
Desgraciadamente, desde la conclusión del Concilio Vaticano II, grupos de ambos extremos han caído en todo tipo de excesos que han llevado a las autoridades eclesiásticas a tomar medidas drásticas para controlarlos. Así, por ejemplo, se hizo necesaria la restricción de las Misas en latín (que nunca estuvieron prohibidas por el Concilio y las cuales Benedicto XVI está impulsando nuevamente) para evitar la desobediencia de ciertos sectores radicales. En el otro extremo, se llegó a convertir a la Misa en poco más que una reunión social, mucho más cercana a las celebraciones de ciertas sectas que a la celebración eucarística de los primeros cristianos a la cual buscaban regresar.
Entonces, ¿cuál es el auténtico espíritu del Concilio en cuanto a la liturgia? Creo que el punto que cité anteriormente es lo suficientemente claro al respecto. De igual forma, una lectura cuidadosa de la Constitución citada (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia) nos lleva a concluir que lo que se busca es aumentar la educación de los fieles respecto a la Misa para que puedan participar activamente y con pleno entendimiento en la misma. Las actitudes tomadas por ambos extremos no han ayudado en nada para alcanzar este objetivo. Juan Pablo II tuvo que ocuparse más por controlar a ambos sectores extremistas que en poder llevar a cabo esta importante labor. Benedicto XVI ha ido implementando ciertas medidas para lograr esto por lo que ha sido severamente criticado. Es común escuchar en ciertos círculos progresistas (en su mayoría jesuitas, por desgracia) que ambos pontífices actúan contra el “espíritu del Concilio”. Esto es una mentira ya que si hay alguien que conoce el auténtico espíritu del Concilio, son Karol Woytila y Joseph Ratzinger, participantes activos en el Concilio Vaticano II como asesores.
¿Cómo se concilian las actitudes de ambos pontífices que, en apariencia, son contradictorias? Por un lado, Juan Pablo II mantuvo la restricción a las Misas en latín, mientras que Benedicto XVI, apenas asumió el pontificado, las empezó a alentar. ¿Cómo conciliar a Juan Pablo II, que participó en una Misa con bailes indígenas, con Benedicto XVI que pide que se regrese al canto gregoriano?
Me parece que la respuesta es sencilla. Tanto las Misas en latín como las Misas en las lenguas vernáculas son válidas e importantes. Las Misas en latín nos unen con la tradición de la Iglesia (en Occidente por lo menos) que ha tenido a este idioma como su lengua oficial. Las Misas vernáculas nos presentan la liturgia en nuestro idioma, para que la conozcamos y la entendamos. Por lo mismo, no debemos verlas como rivales, sino como complementarias.
Tenían razón los padres conciliares cuando se cuestionaban acerca de cómo podrían los fieles apreciar y participar en una Misa que no entendían. Este problema se ha vuelto más grave por el hecho de que ya no se enseña latín en las escuelas (lo cual representa, a su vez, una enorme pérdida cultural para nuestra civilización). Por tanto, las Misas vernáculas sirven como una introducción a la liturgia, como una forma de educar a los fieles. Una vez conocidas las partes de la Misa, una vez que se entiende lo que se dice y de lo que trata, el fiel podrá apreciar la Misa en latín como una forma de participar de la universalidad de la Iglesia, tanto en el plano espacio-cultural (con todos los que pertenecen a culturas y países de idiomas distintos a nosotros) como en el temporal (con todos los que nos han antecedido a lo largo de la historia).
Lo mismo que comenté acerca del idioma de la Misa, lo podemos decir acerca de la música que se utiliza en las celebraciones, así como del arte religioso en general. Este, además, es uno de los temas en los que más ha insistido el actual pontífice. Por querer hacer la Liturgia “accesible a todos”, hemos perdido una enorme y muy valiosa tradición artística. Por muy bonitas y conmovedoras que sean las canciones que se utilizan en las iglesias los domingos, no tienen comparación con las misas compuestas por Beethoven, Mozart o Haydn. Por muy bien que cante un coro con guitarra y panderos, no se compara con la sencillez y belleza de los cantos gregorianos. La estética de la Liturgia se ha perdido de una forma trágica por los extremistas postconciliares. Esto es terrible porque la belleza siempre ha caracterizado a la Liturgia católica.
En conclusión, he intentado demostrar que el malentendido postconciliar ha traído consecuencias muy graves para la Liturgia. Las actitudes tomadas por extremistas de la “izquierda” y de la “derecha” religiosas han logrado lo que logran todos los extremismos: detener el avance del conjunto. El espíritu del Concilio (que no es ni más ni menos que el Espíritu Santo actuando en la Iglesia) busca lograr algo que los hombres, por soberbia y por ignorancia, hemos intentado detener. Afortunadamente, ese espíritu sigue presente y sigue, a pesar de todos nuestros intentos (tanto conscientes como inconscientes) por detenerlo, logrando los cambios que necesita la Iglesia.