viernes, 17 de julio de 2009

Malentendido postconciliar

El Concilio Vaticano II generó reacciones encontradas dentro de los grupos más radicales al interior de la Iglesia. Tanto los ultraconservadores que se opusieron (y que se siguen oponiendo) a toda reforma, como los liberales que las recibieron con júbilo para después quejarse amargamente de que Juan Pablo II y Benedicto XVI les han “puesto freno”, parecen no haber entendido el auténtico espíritu del Concilio.

El ejemplo más claro de este “malentendido postconciliar” lo encontramos en las reacciones generadas por los cambios realizados a la liturgia. El objetivo de estos cambios es, como indica el documento Sacrosantum Concilium en su punto 50, hacer “más fácil la piadosa y activa participación de los fieles”. Aquí es donde inician las confusiones. No se trata, como creen muchos seguidores de la teología de la liberación, de “hacer la liturgia accesible al pueblo” trivializándola para que las “masas” puedan entenderla. Esto es suponer que el “pueblo” es incapaz de apreciar las bellezas de la liturgia tradicional y que es incapaz de entender los rituales que forman parte de la Misa. Tampoco es, como suponen los defensores a ultranza de la liturgia antigua, un intento por acabar con la tradición.

Desgraciadamente, desde la conclusión del Concilio Vaticano II, grupos de ambos extremos han caído en todo tipo de excesos que han llevado a las autoridades eclesiásticas a tomar medidas drásticas para controlarlos. Así, por ejemplo, se hizo necesaria la restricción de las Misas en latín (que nunca estuvieron prohibidas por el Concilio y las cuales Benedicto XVI está impulsando nuevamente) para evitar la desobediencia de ciertos sectores radicales. En el otro extremo, se llegó a convertir a la Misa en poco más que una reunión social, mucho más cercana a las celebraciones de ciertas sectas que a la celebración eucarística de los primeros cristianos a la cual buscaban regresar.

Entonces, ¿cuál es el auténtico espíritu del Concilio en cuanto a la liturgia? Creo que el punto que cité anteriormente es lo suficientemente claro al respecto. De igual forma, una lectura cuidadosa de la Constitución citada (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia) nos lleva a concluir que lo que se busca es aumentar la educación de los fieles respecto a la Misa para que puedan participar activamente y con pleno entendimiento en la misma. Las actitudes tomadas por ambos extremos no han ayudado en nada para alcanzar este objetivo. Juan Pablo II tuvo que ocuparse más por controlar a ambos sectores extremistas que en poder llevar a cabo esta importante labor. Benedicto XVI ha ido implementando ciertas medidas para lograr esto por lo que ha sido severamente criticado. Es común escuchar en ciertos círculos progresistas (en su mayoría jesuitas, por desgracia) que ambos pontífices actúan contra el “espíritu del Concilio”. Esto es una mentira ya que si hay alguien que conoce el auténtico espíritu del Concilio, son Karol Woytila y Joseph Ratzinger, participantes activos en el Concilio Vaticano II como asesores.

¿Cómo se concilian las actitudes de ambos pontífices que, en apariencia, son contradictorias? Por un lado, Juan Pablo II mantuvo la restricción a las Misas en latín, mientras que Benedicto XVI, apenas asumió el pontificado, las empezó a alentar. ¿Cómo conciliar a Juan Pablo II, que participó en una Misa con bailes indígenas, con Benedicto XVI que pide que se regrese al canto gregoriano?

Me parece que la respuesta es sencilla. Tanto las Misas en latín como las Misas en las lenguas vernáculas son válidas e importantes. Las Misas en latín nos unen con la tradición de la Iglesia (en Occidente por lo menos) que ha tenido a este idioma como su lengua oficial. Las Misas vernáculas nos presentan la liturgia en nuestro idioma, para que la conozcamos y la entendamos. Por lo mismo, no debemos verlas como rivales, sino como complementarias.

Tenían razón los padres conciliares cuando se cuestionaban acerca de cómo podrían los fieles apreciar y participar en una Misa que no entendían. Este problema se ha vuelto más grave por el hecho de que ya no se enseña latín en las escuelas (lo cual representa, a su vez, una enorme pérdida cultural para nuestra civilización). Por tanto, las Misas vernáculas sirven como una introducción a la liturgia, como una forma de educar a los fieles. Una vez conocidas las partes de la Misa, una vez que se entiende lo que se dice y de lo que trata, el fiel podrá apreciar la Misa en latín como una forma de participar de la universalidad de la Iglesia, tanto en el plano espacio-cultural (con todos los que pertenecen a culturas y países de idiomas distintos a nosotros) como en el temporal (con todos los que nos han antecedido a lo largo de la historia).

Lo mismo que comenté acerca del idioma de la Misa, lo podemos decir acerca de la música que se utiliza en las celebraciones, así como del arte religioso en general. Este, además, es uno de los temas en los que más ha insistido el actual pontífice. Por querer hacer la Liturgia “accesible a todos”, hemos perdido una enorme y muy valiosa tradición artística. Por muy bonitas y conmovedoras que sean las canciones que se utilizan en las iglesias los domingos, no tienen comparación con las misas compuestas por Beethoven, Mozart o Haydn. Por muy bien que cante un coro con guitarra y panderos, no se compara con la sencillez y belleza de los cantos gregorianos. La estética de la Liturgia se ha perdido de una forma trágica por los extremistas postconciliares. Esto es terrible porque la belleza siempre ha caracterizado a la Liturgia católica.

En conclusión, he intentado demostrar que el malentendido postconciliar ha traído consecuencias muy graves para la Liturgia. Las actitudes tomadas por extremistas de la “izquierda” y de la “derecha” religiosas han logrado lo que logran todos los extremismos: detener el avance del conjunto. El espíritu del Concilio (que no es ni más ni menos que el Espíritu Santo actuando en la Iglesia) busca lograr algo que los hombres, por soberbia y por ignorancia, hemos intentado detener. Afortunadamente, ese espíritu sigue presente y sigue, a pesar de todos nuestros intentos (tanto conscientes como inconscientes) por detenerlo, logrando los cambios que necesita la Iglesia.

jueves, 9 de julio de 2009

Evaluación de las elecciones

Para nosotros, señores, ganar una elección o perderla no compromete la vida del partido; nosotros al día siguiente de una elección ganada o perdida tenemos seguramente más trabajo que en la víspera…
Efraín González Luna


Mucho se ha comentado en los medios acerca de la “debacle” del PAN en las elecciones del pasado domingo. La renuncia de nuestro jefe nacional ha aumentado las especulaciones acerca del futuro del partido, así como el futuro de la presidencia de Felipe Calderón y ha dado motivo a nuestros comentaristas políticos para hablar de que Acción Nacional fue el “gran perdedor” en esta elección.

Creo que nuestros “expertos en política” tienen una visión muy simplista de la realidad, con lo que nuevamente demuestran que no es lo mismo estar dentro del ruedo que ver la corrida desde las gradas. Lo que creo que es necesario, al igual que muchos compañeros panistas, es una reflexión y una autocrítica. Sin embargo, esta reflexión debe ser objetiva, sin la influencia de los autodenominados expertos (que abundan en nuestros medios de comunicación y entre la ciudadanía que, aunque “odia” la política, cree dominar el tema).

El primer análisis que debemos realizar, para saber en qué situación nos encontramos, tiene que ver con los datos duros de la elección. Me arriesgo a afirmar que los resultados en la elección de diputados federales no son una catástrofe sino el resultado de una tendencia que se viene siguiendo desde años atrás y que a continuación explicaré. Por otro lado, los resultados en las elecciones para gobernadores y municipios sí fueron desastrosas (aunque previsibles) y la causa de ese desastre no se halla únicamente en el Comité Ejecutivo Nacional, sino que tuvo mucho que ver con los pleitos locales que, como siempre, terminan llevando al partido a la derrota.

Veamos primero el caso de las elecciones federales. De 206 diputados con los que actualmente contamos, pasaremos a 143 según los resultados preliminares (este número podrá variar de acuerdo a los ajustes que se realicen en estos días tanto en el IFE como en Tribunal electoral). De entrada, el dato parece muy evidente: fue una enorme derrota para Acción Nacional. Sin embargo, si observamos los resultados electorales pasados podemos notar lo siguiente: en las elecciones del 2000, obtuvimos 207 escaños en el Congreso de la Unión, para 2003, este número descendió a 148. ¿Te resultan familiares estos números? Son prácticamente iguales a los que tuvimos en 2006 (206) y ahorita (143). Además, existe una clara correlación entre el aumento del abstencionismo y el descenso de votos para el PAN (en 2000, Vicente Fox tuvo 15.9 millones de votos contra 8.18 millones en la elección intermedia del 2003, en 2006, Felipe Calderón obtuvo 15 millones contra los 9.5 de este año, en ambas elecciones intermedias, el abstencionismo superó el 55%). Lo mismo se repite en elecciones anteriores. Por tanto, los resultados actuales son consistentes con esta tendencia. La única forma en que podremos superar estos resultados es logrando que más gente salga a votar en las elecciones intermedias.

Por su parte, la “gran victoria” del PRI no se debe a que haya recuperado la confianza de la ciudadanía, sino a su enorme estructura de movilización del voto. Veamos datos duros que confirman esto: en las últimas tres elecciones intermedias (1997, 2003 y 2009) el PRI ha tenido 11.3, 10.8 y 12.5 millones de votos respectivamente. Estas variaciones se pueden explicar con el crecimiento natural del padrón electoral, así como la transferencia de votos del PRD al PRI (porque es muy poco probable que se transfieran del PRD al PAN). No se observa ninguna variación significativa que muestre una mayor confianza del electorado hacia el PRI. Es, por tanto, una tendencia que se ha mantenido en las últimas elecciones intermedias.

La conclusión a la que podemos llegar después de ver esta información es la siguiente: los resultados que se obtuvieron siguen una tendencia que no ha variado. Por tanto, no se trata de una “derrota” de Acción Nacional como tal, ni se trata de una pérdida de confianza de la ciudadanía o de un voto de castigo al presidente Calderón (el cual tiene una aprobación del 67%, similar a la que tiene Barack Obama en E.U.).

En el nivel local la historia es distinta. De las gubernaturas que se disputaron, sólo se obtuvo la victoria en Sonora. Se perdieron dos bastiones panistas: San Luis Potosí y Querétaro. Se perdieron ciudades importantes como Cuernavaca y Guadalajara. En el Estado de México, la derrota fue absoluta. Todas estas derrotas tienen una explicación muy sencilla: los pleitos internos. En Jalisco, entre el gobernador y Francisco Ramírez Acuña, en San Luis entre el gobernador y el candidato (que además llevó una campaña deplorable, confiado totalmente en su victoria), en Querétaro igual, el Estado de México ha sido una fuente de conflictos interminable y, aunque no se hubieran designado candidatos, probablemente se habría perdido igualmente. De todos estos casos, el único en el que parece tener la culpa hasta cierto punto el CEN es en Nuevo León. Ahí la designación de Fernando Elizondo se presentó como un modo de evitar conflictos entre los principales contendientes. Desgraciadamente, eso no impidió que se presentaran estos conflictos que, además, se complementaron con una mala campaña llevada por Elizondo, gracias a lo cual no alcanzó la gubernatura.

De lo anterior podemos concluir que la responsabilidad no puede recaer únicamente sobre el CEN y Germán Martínez. Aquí la responsabilidad fue compartida. Germán cometió muchos errores: se abusó del mecanismo de la designación (igual que lo hizo Manuel Espino antes que él), faltó cercanía con la gente, no se brindó el apoyo a aquellos lugares que se consideraron casos perdidos (como el D.F., donde dimos la sorpresa) y no se intervino eficazmente para evitar las divisiones, pero, al final del día, la culpa debe recaer también sobre los liderazgos y militantes locales que, antes que pensar en el bien de sus estados y del partido, se dejaron llevar por sus intereses propios.

Germán ejecutó bien la estrategia de golpeteo al PRI, con lo que se logró evitar una derrota a nivel federal, pero falló en la conciliación de los liderazgos locales, con lo que se sufrieron importantes pérdidas en los estados. Hay que reconocerle el valor de renunciar al no lograr los éxitos electorales a los que se había comprometido. Ya quisiera ver a los candidatos que ofrecieron resultados o su renuncia cumplir con su palabra. Yo critiqué muchas cosas de las que hizo Germán, pero debo reconocerle este último gesto y espero que otros líderes tengan el valor cívico de asumir las consecuencias de sus actos.

El siguiente análisis a realizarse tiene que ver con los errores de comunicación que tuvieron nuestras campañas. Nuestra plataforma electoral incluía propuestas interesantes que después fueron abanderadas por la sociedad civil (reducción del número de diputados, reducción del dinero asignado a partidos políticos, reelección de diputados y presidentes municipales). Desgraciadamente, son pocas las personas que se enteraron de esto. Quizá hubiera sido conveniente repartir esta plataforma entre la ciudadanía o promoverla más en las entrevistas en los medios de comunicación. Es una importante lección que no debemos olvidar para los próximos procesos.

Aunque en parte esto es responsabilidad del partido, creo que los ciudadanos, y especialmente aquellos que piensan que “todos los partidos son iguales”, se debieron haber tomado la molestia de consultar esta plataforma antes de criticar y de tomar la completamente inútil decisión de anular su voto. Una lectura comparativa de las plataformas de los distintos partidos (que estuvieron disponibles en la página del IFE desde antes de que iniciaran las campañas) llevaría a cualquiera a concluir que los partidos no son iguales y que las diferencias entre ellos son muchos más profundas de lo que se podría imaginar. Siempre es más fácil quejarse de que los spots en televisión no tienen propuestas, a pesar de que son el medio menos adecuado para comunicarlas, que buscarlas en donde sí se pueden comunicar: documentos, entrevistas y reuniones con los candidatos.

Un tercer análisis a realizar tiene que ver con la nueva realidad política que hay en el país. Desde que con Fox se abolió el presidencialismo (otro de sus logros que pocos han querido ver), los núcleos de poder se han concentrado en los gobiernos estatales. Los gobernadores actúan como caciques en sus respectivos estados (Moreira en Coahuila, Herrera en Veracruz, Marín en Puebla, seguido de un largo etcétera). El consecuente debilitamiento del poder central hace que la lucha se tenga que llevar a cabo desde el nivel local. Ahí es donde falló Germán Martínez quien intentó triunfar desde el centro. Es necesario que regresemos a nuestras raíces municipalistas fortaleciendo a nuestros comités municipales y estatales. La fuerza del PAN siempre ha venido de sus bases, de los militantes que participan activamente en sus municipios. La lección por aprender es que al militante panista no le gusta la imposición. Ni de candidatos (aunque en ocasiones es necesaria y válida) ni de estrategias que, por lo general, son ajenas a la situación que se vive en la localidad. Si no fundamos nuestras futuras estrategias y campañas en las realidades locales, si no tomamos en cuenta el conocimiento y experiencia de los militantes y dirigentes municipales y estatales, seguiremos sufriendo derrota tras derrota. El rol del CEN es proveer de facilidades y de conocimientos que se complementen con los ya existentes en los estados. Sólo así, respetando uno de nuestros pilares doctrinales, la subsidiariedad, podremos revertir el escenario negativo al que nos enfrentamos actualmente.

Creo que no hay mejor reflexión que la que mira hacia los que nos antecedieron en busca de respuestas, por lo que me parece adecuado concluir con unas palabras de nuestro fundador, Manuel Gómez Morín: “que la derrota no paralice, sino instigue, que el simple apetito no se mezcle jamás con el propósito, que si falta un responsable haya muchos para substituirlo…”