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sábado, 31 de octubre de 2009

La Teología-poesía del cuerpo, parte 2 / The Theology-poetry of the Body, part 2

Decir que la crisis por la que está pasando la institución matrimonial es evidencia de que el matrimonio no es sagrado es una reverenda estupidez. La realidad es que la crisis del matrimonio se debe a que, desde hace ya bastantes años, se ha trivializado al grado de convertirlo en un simple contrato que puede ser terminado cuando una de las partes así lo quiera. Los altos índices de divorcios así como el gran número de familias destruidas se deben a que el matrimonio no ha sido considerado lo suficientemente sagrado. En este tema, como en muchos otros, la teología del cuerpo de Juan Pablo II nos ofrece una visión verdaderamente revolucionaria al respecto.

Para explicar las enseñanzas de Juan Pablo II sobre el matrimonio, conviene, como ya he hecho en otras ocasiones, recurrir a su fuente de inspiración: la poesía de San Juan de la Cruz.

Como amado en el amante
uno en otro residía,
y aquese amor que los une
en lo mismo convenía
con el uno y con el otro
en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado
entre todos tres había,
y un amor en todas ellas
y un amante las hacía,
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen
cada cual le poseía,
y cada cual de ellos ama
a la que este ser tenía.

Estos versos, que hablan del amor que existe entre las personas de la Trinidad, nos permiten entender una de las enseñanzas básicas de la teología del cuerpo. El libro del Génesis afirma que: “[...] creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó.” (Gen, 1: 27) La enseñanza tradicional ha encontrado en este versículo el fundamento de la dignidad de cada persona, de cada individuo. Juan Pablo II ve en este versículo algo más. Hombre y mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios no sólo en su existir individual, sino en su existir juntos. El matrimonio, la comunión de amor entre un hombre y una mujer es la imagen de la comunión de amor que existe entre las tres personas divinas. El matrimonio es, pues, no sólo una institución humana, sino una institución sagrada porque es la imagen misma de Dios.


Este ser es cada una,
y éste solo las unía
en un inefable nudo
que decir no se sabía;
por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen
que su esencia se decía;
que el amor cuanto más uno,
tanto más amor hacía.

El amor es unitivo por naturaleza. Por lo mismo, Juan Pablo II nos refiere constantemente al libro del Génesis: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne” (Gen, 2: 24). Así, cuando el hombre y la mujer se casan y forman “una sola carne” están reflejando la perfecta unión de la Santísima Trinidad que, siendo tres personas, forman un solo Dios. Por eso, tal como la unión divina es indisoluble, la unión matrimonial lo es. Pretender lo contrario es opuesto a la naturaleza misma del matrimonio. Ahí radica la oposición de la Iglesia al divorcio. ¡Qué distinta es esta concepción del matrimonio del que tiene la sociedad contemporánea!

Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría.

La teología del cuerpo habla siempre del matrimonio y del amor como una entrega mutua. Una entrega siempre implica un sacrificio y una renuncia al bien personal a cambio del bien del otro. El matrimonio así entendido es también una imagen de Dios: “Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios, 5, 25).

Quizá lo que la falta a nuestra sociedad sea una re-lectura de San Juan de la Cruz. Su Romance sobre el Evangelio In Principio Erat Verbum, del cual tomé los versos de esta entrada, podría servirnos como una buena guía para encontrar una solución a la actual crisis del matrimonio.


Saying that the current marriage crisis is evidence that marriage is not holy is plain stupid. The truth is that this crisis exists because, for several years now, marriage has been trivialized and converted into a simple contract that can be ended when one of the parts decides to end it. The high divorce rates as well as the enormous amount of broken homes exist because marriage has not been considered holy enough. In this matter, as in many others, the Theology of the Body of John Paul II offers a truly revolutionary vision.

To explain John Paul II's views on marriage, it is convenient, as I have done in other ocassions, to go back to his source of inspiration: the poetry of Saint John of the Cross.

As the lover in the beloved
each lived in the other,
and the Love that unites them
is one with them,
their equal, excellent as
the One and the Other:
Three Persons, and one Beloved
among all three.
One love in them all
makes of them one Lover,
and the Lover is the Beloved
in whom each one lives.
For the being that the three possess
each of them possesses,
and each of them loves
him who bears this being.

These verses, which speak of the love between the persons of the Trinity, allow us to understand one of the basic teachings of the Theology of the Body. The book of Genesis affirms: “God created man in his image; in the divine image he created him; male and female he created them” (Genesis, 1:27). Traditional teachings have found in this verse the foundation of the dignity of each person, of each individual. John Paul II sees something more. Man and woman were created in the image and likeness of God not only in their individual existence, but also in the existing together. Marriage, as a communion of love between a man and a woman is the image of the communion of love which exists between the three divine persons. Marriage is, therefore, not only a human institution, but a sacred institution because it is the image of God himself.

Each one is this being,
which alone unites them,
binding them deeply,
one beyond words.
Thus it is a boundless Love that unites them,
for the three have one love
which is their essence;
and the more love is one
the more it is love.

Love is unitive by nature. Because of that, John Paul II refers us constantly to the book of Genesis: “That is why a man leaves his father and mother and clings to his wife, and the two of them become one body” (Genesis, 2: 24). That way, when man and woman marry and become “one body” they are reflecting the perfect union of the Holy Trinity that, being three distinct persons, forms a single God. Just as the divine unity is undissolvable so is the marital bond. Seeking the opposite goes against the very nature of marriage. It's because of this that the Church opposes divorce. What a different understanding of marriage from the one contemporary society has!

I will go seek my bride
and take upon myself
her weariness and labors
in which she suffers so;
and that she may have life,
I will die for her,
and lifting her out of that deep,
I will restore her to you".

The Theology of the Body always talks of marriage and love as a mutual gift of self. This always implies a certain sacrifice and giving up of the personal good in order to achieve the good of the other. Marriage understood in that manner is also an image of God: “Husbands, love your wives, even as Christ loved the church and handed himself over for her ” (Ephesians, 5: 25).

Maybe what our society need is to re-read Saint John of the Cross. His Romance on the Gospel Text In Principio Erat Verbum, from which I took the verses for this post, could serve us as a good guide for overcoming our current marriage crisis.

Más de San Juan de la Cruz / More from Saint John of the Cross

Romance sobre el Evangelio In Principio Erat Verbum, acerca de la Santísima Trinidad

En el principio moraba
el Verbo, y en Dios vivía,
en quien su felicidad
infinita poseía.
El mismo Verbo Dios era,
que el principio se decía;
él moraba en el principio,
y principio no tenía.
Él era el mismo principio;
por eso de él carecía.
El Verbo se llama Hijo,
que del principio nacía;
hale siempre concebido
y siempre le concebía;
dale siempre su sustancia,
y siempre se la tenía.
Y así la gloria del Hijo
es la que en el Padre había
y toda su gloria el Padre
en el Hijo poseía.
Como amado en el amante
uno en otro residía,
y aquese amor que los une
en lo mismo convenía
con el uno y con el otro
en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado
entre todos tres había,
y un amor en todas ellas
y un amante las hacía,
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen
cada cual le poseía,
y cada cual de ellos ama
a la que este ser tenía.
Este ser es cada una,
y éste solo las unía
en un inefable nudo
que decir no se sabía;
por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen
que su esencia se decía;
que el amor cuanto más uno,
tanto más amor hacía.

II. De la comunicación de las tres Personas.

En aquel amor inmenso
que de los dos procedía,
palabras de gran regalo
el Padre al Hijo decía,
de tan profundo deleite,
que nadie las entendía;
sólo el Hijo lo gozaba,
que es a quien pertenecía.
Pero aquello que se entiende
de esta manera decía:
­Nada me contenta, Hijo,
fuera de tu compañía;
y si algo me contenta,
en ti mismo lo quería.
El que a ti más se parece
a mi más satisfacía,
y el que en nada te semeja
en mí nada hallaría.
En ti solo me he agradado,
¡Oh vida de vida mía!.
Eres lumbre de mi lumbre,
eres mi sabiduría,
figura de mi sustancia,
en quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo
ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado
a quien yo tanto quería.

III. De la creación.

­Una esposa que te ame.
mi Hijo, darte quería,
que por tu valor merezca
tener nuestra compañía
y comer pan a una mesa,
del mismo que yo comía,
porque conozca los bienes
que en tal Hijo yo tenía,
y se congracie conmigo
de tu gracia y lozanía.
­Mucho lo agradezco, Padre,
el Hijo le respondía­;
a la esposa que me dieres
yo mi claridad daría,
para que por ella vea
cuánto mi Padre valía,
y cómo el ser que poseo
de su ser le recibía.
Reclinarla he yo en mi brazo,
y en tu ardor se abrasaría,
y con eterno deleite
tu bondad sublimaría.

IV. Prosigue

­Hágase, pues ­dijo el Padre­,
que tu amor lo merecía;
y en este dicho que dijo,
el mundo criado había
palacio para la esposa
hecho en gran sabiduría;
el cual en dos aposentos,
alto y bajo. dividía.
El bajo de diferencias
infinitas componía;
mas el alto hermoseaba
de admirable pedrería,
porque conozca la esposa
el Esposo que tenía.
En el alto colocaba
la angélica jerarquía;
pero la natura humana
en el bajo la ponía,
por ser en su compostura
algo de menor valía.
Y aunque el ser y los lugares
de esta suerte los partía,
pero todos son un cuerpo
de la esposa que decía;
que el amor de un mismo Esposo
una esposa los hacía.
Los de arriba poseían
el Esposo en alegría;
los de abajo, en esperanza
de fe que les infundía,
diciéndoles que algún tiempo
él los engrandecería.
y que aquella su bajeza
él se la levantaría
de manera que ninguno
ya la vituperaría;
porque en todo semejante
él a ellos se haría
y se vendría con ellos,
y con ellos moraría;
y que Dios sería hombre,
y que el hombre Dios sería,
y trataría con ellos,
comería y bebería;
y que con ellos contino
él mismo se quedaría,
hasta que se consumase
este siglo que corría,
cuando se gozaran juntos
en eterna melodía;
porque él era la cabeza
de la esposa que tenía,
a la cual todos los miembros
de los justos juntaría.
que son cuerpo de la esposa,
a la cual él tomaría
en sus brazos tiernamente,
y allí su amor la diría;
y que, así juntos en uno,
al Padre la llevaría,
donde del mismo deleite
que Dios goza, gozaría;
que, como el Padre y el Hijo,
y el que de ellos procedía
el uno vive en el otro,
así la esposa sería,
que, dentro de Dios absorta,
vida de Dios viviría.

V. Prosigue

Con esta buena esperanza
que de arriba les venía,
el tedio de sus trabajos
más leve se les hacía;
pero la esperanza larga
y el deseo que crecía
de gozarse con su Esposo
contino les afligía;
por lo cual con oraciones,
con suspiros y agonía,
con lágrimas y gemidos
le rogaban noche y día
que ya se determinase
a les dar su compañía.
Unos decían: ­¡Oh si fuese
en mi tiempo el alegría!
Otros: ­¡Acaba, Señor;
al que has de enviar, envía!
Otros: ­¡Oh si ya rompieses
esos cielos, y vería
con mis ojos que bajases,
y mi llanto cesaría!
¡Regad, nubes, de lo alto,
que la tierra lo pedía,
y ábrase ya la tierra,
que espinas nos producía,
y produzca aquella flor
con que ella florecería!
Otros decían: ­¡Oh dichoso
el que en tal tiempo sería,
que merezca ver a Dios
con los ojos que tenía,
y tratarle con sus manos,
y andar en su compañía,
y gozar de los misterios
que entonces ordenaría!

VI. Prosigue

En aquestos y otros ruegos
gran tiempo pasado había;
pero en los postreros años
el fervor mucho crecía,
cuando el viejo Simeón
en deseo se encendía,
rogando a Dios que quisiese
dejalle ver este día.
Y así, el Espíritu Santo
al buen viejo respondía;
­Que le daba su palabra
que la muerte no vería
hasta que la vida viese
que de arriba descendía.
y que él en sus mismas manos
al mismo Dios tomaría,
y le tendría en sus brazos
y consigo abrazaría.

VII. Prosigue la Encarnación.

Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
­Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
­-Mi voluntad es la tuya
­el Hijo le respondía­,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,
y a mí me conviene, Padre,
lo que tu Alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo
y noticia le daría
de tu belleza v dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería.

VIII. Prosigue

Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenia sólo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.

IX. Del Nacimiento.

Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.


Romance on the Gospel text In principio erat Verbum, regarding the Blessed Trinity

In the beginning the Word
was; he lived in God
and possessed in him
his infinite happiness.
That same Word was God,
who is the Beginning;
he was in the beginning
and had no beginning.
He was himself the Beginning
and therefore had no beginning.
The Word is called Son;
he was born of the Beginning
who had always conceived him,
giving of his substance always,
yet always possessing it.
And thus the glory of the Son
was the Father's glory,
and the Father possessed
all his glory in the Son.
As the lover in the beloved
each lived in the other,
and the Love that unites them
is one with them,
their equal, excellent as
the One and the Other:
Three Persons, and one Beloved
among all three.
One love in them all
makes of them one Lover,
and the Lover is the Beloved
in whom each one lives.
For the being that the three possess
each of them possesses,
and each of them loves
him who bears this being.
Each one is this being,
which alone unites them,
binding them deeply,
one beyond words.
Thus it is a boundless Love that unites them,
for the three have one love
which is their essence;
and the more love is one
the more it is love.

II. On the communication among the Three Persons.

In that immense love
proceeding from the two
the Father spoke words
of great affection to the Son,
words of such profound delight
that no one understood them;
they were meant for the Son,
and he alone rejoiced in them.
What he heard
was this:
"My Son, only your
company contents me,
and when something pleases me
I love that thing in you;
whoever resembles you most
satisfies me most,
and whoever is like you in nothing
will find nothing in me.
I am pleased with you alone,
O life of my life!
You are the light of my light,
you are my wisdom,
the image of my substance
in whom I am well pleased.
My Son, I will give myself
to him who loves you
and I will love him
with the same love I have for you,
because he has loved
you whom I love so".

III. On creation

"My Son, I wish to give you
a bride who will love you.
Because of you she will deserve
to share our company,
and eat at our table,
the same bread I eat,
that she may know the good
I have in such a Son;
and rejoice with me
in your grace and fullness."
"I am very grateful,"
the Son answered;
"I will show my brightness
to the bride you give me,
so that by it she may see
how great my Father is,
and how I have received
my being from your being.
I will hold her in my arms
and she will burn with your love,
and with eternal delight
she will exalt your goodness".

IV. Continues

"Let it be done, then," said the Father,
for your love has deserved it.
And by these words
the world was created,
a palace for the bride
made with great wisdom
and divided into rooms,
one above, the other below.
The lower was furnished
with infinite variety,
while the higher was made
beautiful
with marvelous jewels,
that the bride might know
the Bridegroom she had.
The orders of angels
were placed in the higher,
but humanity was given
the lower place,
for it was, in its being,
a lesser thing.
And though beings and places
were divided in this way,
yet all form one,
who is called the bride;
for love of the same Bridegroom
made one bride of them.
Those higher ones possessed
the Bridegroom in gladness;
the lower in hope, founded
on the faith that he infused in them,
telling them that one day
he would exalt them,
and that he would lift them
up from their lowness
so that no one
could mock it any more;
for he would make himself
wholly like them,
and he would come to them
and dwell with them;
and God would be man
and man would be God,
and he would walk with them
and eat and drink with them;
and he himself would be
with them continually
until the consummation
of this world,
when, joined, they would rejoice
in eternal song;
for he was the Head
of this bride of his
to whom all the members
of the just would be joined,
who form the body of the bride.
He would take her
tenderly in his arms
and there give her his love;
and when they were thus one,
he would lift her to the Father
where God's very joy
would be her joy.
For as the Father and the Son
and he who proceeds from them
live in one another,
so it would be with the bride;
for, taken wholly into God,
she will live the life of God.

V. Continues

By this bright hope
which came to them from above,
their wearying labors
were lightened;
but the drawn-out waiting
and their growing desire
to rejoice with their Bridegroom
wore on them continually.
So, with prayers
and sighs and suffering,
with tears and moanings
they asked night and day
that now he would determine
to grant them his company.
Some said: "If only
this joy would come in my time!"
Others: "Come, Lord,
send him whom you will send!"
And others: "Oh, if only these heavens
would break, and with my own eyes
I could see him descending;
then I would stop my crying out".
"Oh, clouds, rain down from your height,
earth needs you,
and let the earth open,
which has borne us thorns;
let it bring forth that flower
that would be its flowering."
Others said: "What gladness
for him who is living then,
who will be able to see God
with his own eyes,
and touch him with his hand
and walk with him
and enjoy the mysteries
which he will then ordain".

VI. Continues

In these and other prayers
a long time had passed;
but in the later years
their fervor swelled and grew
when the aged Simeon
burned with longing,
and begged God that he
might see this day.
And so the Holy Spirit
answering the good old man
gave him his word
that he would not see death
until he saw Life
descending from the heights,
until he took God himself
into his own hands
and holding him in his arms,
pressed him to himself.

VII. The Incarnation

Now that the time had come
when it would be good
to ransom the bride
serving under the hard yoke
of that law
which Moses had given her,
the Father, with tender love,
spoke in this way:
"Now you see, Son, that your bride
was made in your image,
and so far as she is like you
she will suit you well;
yet she is different, in her flesh,
which your simple being does not have.
In perfect love
this law holds:
that the lover become
like the one he loves;
for the greater their likeness
the greater their delight.
Surely your bride's delight
would greatly increase
were she to see you like her,
in her own flesh".
"My will is yours,"
the Son replied,
"and my glory is
that your will be mine.
This is fitting, Father,
what you, the Most High, say;
for in this way
your goodness will be more
evident,
your great power will be seen
and your justice and wisdom.
I will go and tell the world,
spreading the word
of your beauty and sweetness
and of your sovereignty.
I will go seek my bride
and take upon myself
her weariness and labors
in which she suffers so;
and that she may have life,
I will die for her,
and lifting her out of that deep,
I will restore her to you".

VIII. Continues

Then he called
the archangel Gabriel
and sent him to
the virgin Mary,
at whose consent
the mystery was wrought,
in whom the Trinity
clothed the Word with flesh.
and though Three work this,
it is wrought in the One;
and the Word lived incarnate
in the womb of Mary.
And he who had only a Father
now had a Mother too,
but she was not like others
who conceive by man.
From her own flesh
he received his flesh,
so he is called
Son of God and of man.

IX. The Birth

When the time had come
for him to be born,
he went forth like the
bridegroom
from his bridal chamber,
embracing his bride,
holding her in his arms,
whom the gracious Mother
laid in a manger
among some animals
that were there at that time.
Men sang songs
and angels melodies
celebrating the marriage
of Two such as these.
But God there in the manger
cried and moaned;
and these tears were jewels
the bride brought to the
wedding.
The Mother gazed in sheer wonder
on such an exchange:
in God, man's weeping,
and in man, gladness,
to the one and the other
things usually so strange.

domingo, 11 de octubre de 2009

La Teología/Poesía del Cuerpo

Como expliqué en mi última entrada, la poesía de San Juan de la Cruz sirvió como inspiración para la formulación de la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II. En esa ocasión, utilicé un poema que usa, en forma explícita, imágenes sexuales para expresar la perfecta unión del alma con Dios. Sin embargo, no podemos olvidar que la Teología del Cuerpo no se limita únicamente a la sexualidad, sino que abarca toda la experiencia del amor humano. Esto incluye aquellos momentos de dolor y sufrimiento causados por la falta de reciprocidad en el amor. En este poema, San Juan de la Cruz usa el sufrimiento de un pastor olvidado por su amada para crear una hermosa reflexión en torno a Cristo crucificado.

Un pastorcico solo está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido ;
mas llora por pensar que está olvidado.

Que solo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena,
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.

Y dice el pastorcico : ¡Ay desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia,
y no quiere gozar la mi presencia
y el pecho por su amor muy lastimado!

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado, asido de ellos,
el pecho del amor muy lastimado.



A Theology/Poetry of the Body

As I explained in my last post, Saint John of the Cross’ poetry was inspirational to John Paul II’s formulation of the Theology of the Body. In that occasion, I used a poem that shows explicit sexual imagery to express the perfect union of the soul with God. However, we cannot forget that the Theology of the Body is not limited only to sexuality, but it rather encompasses the whole experience of human love. This includes those moments of suffering and pain caused by a non-corresponded love. In this poem, Saint John of the Cross uses the suffering of a shepherd forgotten by his beloved to create a beautiful reflection about Christ crucified.

A lone young shepherd lived in pain
withdrawn from pleasure and contentment,
his thoughts fixed on a shepherd-girl
his heart an open wound with love.

He weeps, but not from the wound of love,
there is no pain in such affliction,
even though the heart is pierced;
he weeps in knowing he's been forgotten.

That one thought: his shining one
has forgotten him, is such great pain
that he bows to brutal handling in a foreign land,
his heart an open wound with love.

The shepherd says: I pity the one
who draws herself back from my love,
and does not seek the joy of my presence,
though my heart is an open wound with love for her.

After a long time he climbed a tree,
and spread his shining arms,
and hung by them, and died,
his heart an open wound with love.

jueves, 8 de octubre de 2009

Un cántico espiritual (y a la vez, corporal)

Generalmente cuando se habla de la Teología del Cuerpo se hace referencia a las diferentes corrientes filosóficas que le dieron origen. Se habla mucho de Descartes, de Kant, de Husserl, de sus sistemas filosóficos y de sus ideas y cómo influyeron en el pensamiento de Juan Pablo II. Sin embargo, como el mismo Juan Pablo II reconocía, una de las más importantes fuentes de inspiración que tuvo para formular su catequesis sobre la sexualidad no es de origen filosófica, sino poética. No halló su principal inspiración en los escritos filosóficos de estos grandes pensadores sino en los versos de un humilde monje carmelita: San Juan de la Cruz.

¿Cómo es posible que la poesía de este monje, cuyo tema constante es la unión del alma con Dios, esté relacionada con la sexualidad? ¿Qué tiene que ver la contemplación mística con el amor que puede experimentar un hombre hacia una mujer? Dejemos que sean los propios versos de San Juan de la Cruz los que nos iluminen al respecto:

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada

A oscuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dromido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme;
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

A primera vista, podríamos considerarlo un simple, aunque bello, poema de amor. Jamás lo consideraríamos un poema religioso, sobre todo considerando su alto contenido erótico, como cuando en el punto culminante del poema dice:
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

Sin embargo, como su propio autor afirma, lo que está describiendo es la unión del alma con Dios, el momento central de la experiencia mística. Entonces, ¿por qué recurre a estas imágenes sexuales para explicar una cuestión espiritual? Juan Pablo II comprende que si San Juan de la Cruz puede usar esas imágenes para describir el amor divino es porque el amor humano debe ser, precisamente, una imagen del amor divino. La intuición artística de San Juan de la Cruz revela lo que Juan Pablo II afirmará, casi quinientos años después, en sus catequesis: el amor humano es análogo al amor divino. El amor divino es el modelo que el amor humano debe imitar.

Posiblemente haya personas que no crean que un monje, alguien que ha renunciado al mundo y a su propia sexualidad pueda entender lo que es el amor, y, sin embargo, los poemas de San Juan de la Cruz parecen demostrar lo contario. ¿Quién puede leer los siguientes versos y aún pensar que el que los escribió no supiera lo que es el amor?

¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?



A spiritual (and at the same time bodily) canticle

When we speak about Theology of the Body, we usually refer to the different philosophical currents that led to it. We talk a lot about Descartes, Kant or Husserl, about their philosophical systems and their ideas and how they influenced John Paul II’s thought. But, as John Paul II himself would recognize, one of his most important sources of inspiration was not of philosophical origin, but poetic. He didn’t find his main inspiration in the philosophical writings of these great thinkers, but in the verses of a humble Carmelite monk: Saint John of the Cross.

How is it possible that the poetry of this monk, whose main theme is the union of the soul with God, could be related with sexuality? What does mystical contemplation have to do with the love a man can feel towards a woman? We should let the verses of Saint John of the Cross illuminate us:

One dark night,
fired with love's urgent longings
—ah, the sheer grace!—
I went out unseen,
my house being now all stilled.

In darkness, and secure,
by the secret ladder, disguised,
—ah, the sheer grace!—
in darkness and concealment,
my house being now all stilled.

On that glad night,
in secret, for no one saw me,
nor did I look at anything,
with no other light or guide
than the one that burned in my heart.

This guided me
more surely than the light of noon
to where he was awaiting me
—him I knew so well—
there in a place where no one appeared.

O guiding night!
O night more lovely than the dawn!
O night that has united
the Lover with his beloved,
transforming the beloved in her Lover.

Upon my flowering breast
which I kept wholly for him alone,
there he lay sleeping,
and I caressing him
there in a breeze from the fanning cedars.

When the breeze blew from the turret,
as I parted his hair,
it wounded my neck
with its gentle hand,
suspending all my senses.

I abandoned and forgot myself,
laying my face on my Beloved;
all things ceased; I went out from myself,
leaving my cares
forgotten among the lilies.

At first sight, we could consider it a simple, though beautiful, love poem. We would never think of it as a religious poem, given its explicit erotic content, such as the culminating point of the poem where it says:
O night that has united
the Lover with his beloved,
transforming the beloved in her Lover.

And yet, the author himself affirms that it is a description of the union of the soul with God, that is, the central moment of the mystical experience. So, why does he use these sexual images to describe a spiritual matter? John Paul II understands that if Saint John of the Cross can use these images to describe divine love it is because human love must be, precisely, an image of divine love. Saint John’s artistic intuition revealed what John Paul II would say, almost five hundred years later in his teachings on sexuality: human love is analogous to divine love. Divine love is the model which human love must imitate.

There might be people out there who don’t believe that a monk, someone who has given his own sexuality up could possibly understand what love is. Yet, Saint John of the Cross’ poems seem to prove otherwise. Who could read the following verses and still think that who wrote them didn’t know what love was?

Why, after wounding
This heart, have You not healed it?
And why, after stealing it,
Have You thus abandoned it,
And not carried away the stolen prey?

domingo, 9 de agosto de 2009

Reflexiones sobre el amor, parte 2

Una mirada rápida a la situación que prevalece en el mundo nos permite descubrir una grave crisis en las relaciones entre hombres y mujeres. A pesar de que en muchos países ha incrementado la “educación” sexual, que de educación no tiene nada, no han disminuido los índices de divorcio y matrimonios fracasados, no han desaparecido los embarazos “no deseados” ni se ha frenado el avance de las enfermedades de transmisión sexual. Nuestra sociedad, en lugar de detenerse y darse cuenta de que hay algo mal con la estrategia de “liberación” sexual que ha estado siguiendo, parece empeñarse en radicalizarla cada día más.

Por otro lado, las pocas voces que se han levantado en contra de esta estrategia son continuamente ridiculizadas. A tal grado ha llegado la insensatez de Occidente que se burla de aquellos que le advierten del peligro hacia el cual se dirige. Sin embargo, son estas voces las que tienen la razón.

Entre estas voces destacan las de los últimos pontífices, empezando por Pablo VI, defensor del valor procreativo del matrimonio, llegando hasta Benedicto XVI y su defensa de un entendimiento adecuado del amor humano, como una imagen del amor divino. El nombre de Juan Pablo II no lo había mencionado porque su trabajo al respecto fue de tal magnitud que tomará muchos años más llegar a apreciarlo en su totalidad. Sus catequesis respecto a la teología del cuerpo son tan distintas a lo que Occidente ha venido defendiendo que representan una auténtica revolución sexual.

Los medios de comunicación y las filosofías predominantes nos bombardean con la idea de un amor plenamente material, que se basa en la satisfacción de nuestros impulsos sexuales, sin control ni responsabilidad alguna, y por tanto, sin libertad. Es decir, nos quieren vender la paradoja de un amor egoísta, centrado en la satisfacción de mis necesidades, y no las del otro.

Juan Pablo II enseña lo contrario. Afirma que el amor se vive para el otro y para ello desarrolla una nueva interpretación bíblica que denomina la “hermenéutica del don” (donde hermenéutica significa interpretación de los textos sagrados). Un ejemplo de esta interpretación se ve en el siguiente pasaje: “el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (Gen, 2:24). En el centro mismo de este pasaje está la idea del don (entendido como regalo o entrega): el hombre renuncia a todo lo que tiene para entregarse (unirse) a la mujer. Esta entrega es de tal magnitud que “llegan a ser una sola carne”. Como éste, hay muchos pasajes más a los que hace referencia Juan Pablo II, pero la idea sigue siendo la misma: el amor requiere entrega y renuncia de uno mismo. Ahí radica la diferencia esencial entre el amor como lo entiende nuestra civilización actual y el amor como realmente es.

Adicionalmente a esta diferencia en el concepto de lo que es el amor, tenemos una diferencia en el entendimiento de lo que es el ser humano. Podríamos referirnos a ella como una diferencia antropológica. El materialismo predominante sostiene que el ser humano no es más que cuerpo y que todas sus funciones (intelectuales, afectivas, sexuales, etc.) se pueden explicar como reacciones químicas. Por tanto, el amor no es más que un derramamiento de sustancias en el cerebro, originado tras miles de años de evolución con la finalidad de preservar a la especie. Esta concepción desemboca fácilmente en una postura utilitaria en la cual las demás personas son vistas como objetos para la satisfacción personal. Este es precisamente el problema que vemos tan frecuentemente en el mundo contemporáneo y que hace que las relaciones entre hombres y mujeres sean tan conflictivas. En estas relaciones utilitaristas (yo te uso a ti), las principales víctimas son las mujeres, ya que poseen una sensibilidad especial ante el hecho de ser tratadas como un objeto. Por lo mismo, es cuestión de elemental justicia que cambie esta forma de pensamiento.

Por su parte, Juan Pablo II parte de una concepción metafísica del ser humano. El hombre es una unidad de cuerpo y alma. El alma le confiere una dignidad especial que no debe ser pisoteada por nadie. Por tanto, el ser humano debe ser siempre un fin en sí mismo y jamás un medio para satisfacer a otro individuo. Si a esto le añadimos que el ser humano posee razón y libertad, descubrimos que el amor se convierte no en un impulso sino en una decisión libre, que conlleva una responsabilidad. La entrega se vuelve voluntaria, y, por tanto, en un acto auténticamente humano.

La diferencia es radical: la perspectiva materialista reduce al ser humano a la animalidad mientras que la perspectiva metafísica eleva al otro a la categoría de “valor no suficientemente apreciado”. Esta diferencia podría cambiar totalmente nuestro mundo.

viernes, 17 de julio de 2009

Malentendido postconciliar

El Concilio Vaticano II generó reacciones encontradas dentro de los grupos más radicales al interior de la Iglesia. Tanto los ultraconservadores que se opusieron (y que se siguen oponiendo) a toda reforma, como los liberales que las recibieron con júbilo para después quejarse amargamente de que Juan Pablo II y Benedicto XVI les han “puesto freno”, parecen no haber entendido el auténtico espíritu del Concilio.

El ejemplo más claro de este “malentendido postconciliar” lo encontramos en las reacciones generadas por los cambios realizados a la liturgia. El objetivo de estos cambios es, como indica el documento Sacrosantum Concilium en su punto 50, hacer “más fácil la piadosa y activa participación de los fieles”. Aquí es donde inician las confusiones. No se trata, como creen muchos seguidores de la teología de la liberación, de “hacer la liturgia accesible al pueblo” trivializándola para que las “masas” puedan entenderla. Esto es suponer que el “pueblo” es incapaz de apreciar las bellezas de la liturgia tradicional y que es incapaz de entender los rituales que forman parte de la Misa. Tampoco es, como suponen los defensores a ultranza de la liturgia antigua, un intento por acabar con la tradición.

Desgraciadamente, desde la conclusión del Concilio Vaticano II, grupos de ambos extremos han caído en todo tipo de excesos que han llevado a las autoridades eclesiásticas a tomar medidas drásticas para controlarlos. Así, por ejemplo, se hizo necesaria la restricción de las Misas en latín (que nunca estuvieron prohibidas por el Concilio y las cuales Benedicto XVI está impulsando nuevamente) para evitar la desobediencia de ciertos sectores radicales. En el otro extremo, se llegó a convertir a la Misa en poco más que una reunión social, mucho más cercana a las celebraciones de ciertas sectas que a la celebración eucarística de los primeros cristianos a la cual buscaban regresar.

Entonces, ¿cuál es el auténtico espíritu del Concilio en cuanto a la liturgia? Creo que el punto que cité anteriormente es lo suficientemente claro al respecto. De igual forma, una lectura cuidadosa de la Constitución citada (Constitución Sacrosantum Concilium sobre la Sagrada Liturgia) nos lleva a concluir que lo que se busca es aumentar la educación de los fieles respecto a la Misa para que puedan participar activamente y con pleno entendimiento en la misma. Las actitudes tomadas por ambos extremos no han ayudado en nada para alcanzar este objetivo. Juan Pablo II tuvo que ocuparse más por controlar a ambos sectores extremistas que en poder llevar a cabo esta importante labor. Benedicto XVI ha ido implementando ciertas medidas para lograr esto por lo que ha sido severamente criticado. Es común escuchar en ciertos círculos progresistas (en su mayoría jesuitas, por desgracia) que ambos pontífices actúan contra el “espíritu del Concilio”. Esto es una mentira ya que si hay alguien que conoce el auténtico espíritu del Concilio, son Karol Woytila y Joseph Ratzinger, participantes activos en el Concilio Vaticano II como asesores.

¿Cómo se concilian las actitudes de ambos pontífices que, en apariencia, son contradictorias? Por un lado, Juan Pablo II mantuvo la restricción a las Misas en latín, mientras que Benedicto XVI, apenas asumió el pontificado, las empezó a alentar. ¿Cómo conciliar a Juan Pablo II, que participó en una Misa con bailes indígenas, con Benedicto XVI que pide que se regrese al canto gregoriano?

Me parece que la respuesta es sencilla. Tanto las Misas en latín como las Misas en las lenguas vernáculas son válidas e importantes. Las Misas en latín nos unen con la tradición de la Iglesia (en Occidente por lo menos) que ha tenido a este idioma como su lengua oficial. Las Misas vernáculas nos presentan la liturgia en nuestro idioma, para que la conozcamos y la entendamos. Por lo mismo, no debemos verlas como rivales, sino como complementarias.

Tenían razón los padres conciliares cuando se cuestionaban acerca de cómo podrían los fieles apreciar y participar en una Misa que no entendían. Este problema se ha vuelto más grave por el hecho de que ya no se enseña latín en las escuelas (lo cual representa, a su vez, una enorme pérdida cultural para nuestra civilización). Por tanto, las Misas vernáculas sirven como una introducción a la liturgia, como una forma de educar a los fieles. Una vez conocidas las partes de la Misa, una vez que se entiende lo que se dice y de lo que trata, el fiel podrá apreciar la Misa en latín como una forma de participar de la universalidad de la Iglesia, tanto en el plano espacio-cultural (con todos los que pertenecen a culturas y países de idiomas distintos a nosotros) como en el temporal (con todos los que nos han antecedido a lo largo de la historia).

Lo mismo que comenté acerca del idioma de la Misa, lo podemos decir acerca de la música que se utiliza en las celebraciones, así como del arte religioso en general. Este, además, es uno de los temas en los que más ha insistido el actual pontífice. Por querer hacer la Liturgia “accesible a todos”, hemos perdido una enorme y muy valiosa tradición artística. Por muy bonitas y conmovedoras que sean las canciones que se utilizan en las iglesias los domingos, no tienen comparación con las misas compuestas por Beethoven, Mozart o Haydn. Por muy bien que cante un coro con guitarra y panderos, no se compara con la sencillez y belleza de los cantos gregorianos. La estética de la Liturgia se ha perdido de una forma trágica por los extremistas postconciliares. Esto es terrible porque la belleza siempre ha caracterizado a la Liturgia católica.

En conclusión, he intentado demostrar que el malentendido postconciliar ha traído consecuencias muy graves para la Liturgia. Las actitudes tomadas por extremistas de la “izquierda” y de la “derecha” religiosas han logrado lo que logran todos los extremismos: detener el avance del conjunto. El espíritu del Concilio (que no es ni más ni menos que el Espíritu Santo actuando en la Iglesia) busca lograr algo que los hombres, por soberbia y por ignorancia, hemos intentado detener. Afortunadamente, ese espíritu sigue presente y sigue, a pesar de todos nuestros intentos (tanto conscientes como inconscientes) por detenerlo, logrando los cambios que necesita la Iglesia.

viernes, 13 de febrero de 2009

Teología del cuerpo para dummies

La palabra “teología” y la palabra “cuerpo” son términos que suenan raros al usarse juntos. Es más, la teología, el estudio racional de Dios, parece no tener relación alguna con la corporeidad (dado que Dios es incorpóreo). Si, además nos dejamos llevar por la creencia de que el cristianismo rechaza el cuerpo como algo malo, encontramos todavía menos sentido en esa expresión. La explicación de esta aparente contradicción es lo que explicaré en esta ocasión (de forma muy básica e introductoria).

¿Qué es la teología del cuerpo? La teología del cuerpo es una serie de 129 catequesis presentadas por Juan Pablo II acerca del amor humano como parte del plan divino. Estas catequesis se impartieron en las Audiencias Generales que sostiene el Papa todos los miércoles con los fieles. En ellas, Juan Pablo II hace una reflexión profunda sobre el amor humano (la unión del hombre y la mujer) como una imagen del amor que existe entre las tres personas de la Trinidad.

Es, como lo señala el propio Juan Pablo II, “una redención del cuerpo y de la sacramentalidad del matrimonio”. Esto no quiere decir que antes de Juan Pablo II la Iglesia enseñara que el cuerpo debía ser despreciado (como lo enseñaba la herejía del maniqueísmo) sino que se le empezó a ver desde una nueva perspectiva, bajo una nueva luz. La teología del cuerpo es una enseñanza nueva pero antigua a la vez, como todas las enseñanzas del catolicismo. Siempre había estado implícita en las enseñanzas del Magisterio, pero se hizo explícita hasta hace relativamente poco tiempo.

En pocas palabras, la teología del cuerpo es un conjunto de enseñanzas sobre la sexualidad, desde un punto de vista teológico. Aquí se puede preguntar nuevamente: ¿qué tiene que ver Dios con el sexo? ¿Qué tiene que ver con el cuerpo humano? ¿No es acaso el cuerpo lo que nos separa de Dios? A lo cual, Juan Pablo II responde tajantemente: “por el hecho de que la Palabra de Dios se haya hecho carne, el cuerpo entró en la teología… por la puerta principal.”

Y, ¿por qué digo que es una enseñanza antigua si Juan Pablo II vivió hace pocos años? Porque con la teología del cuerpo se hacen explícitas muchas cosas que los cristianos de otras épocas daban por hecho. Por ejemplo, para los filósofos medievales, el cuerpo (y todo lo material) era, por el hecho de haber sido creado por Dios, bueno y encaminado hacia Él. Sin embargo, como para ellos el universo estaba jerarquizado (cosa bastante sensata que los insensatos de hoy hemos olvidado) y consideraban al espíritu como de mayor jerarquía que la materia, nunca profundizaron en la importancia del cuerpo. Yendo todavía más atrás en el tiempo, nos encontramos con dos libros bíblicos que son fundamentales para entender la teología del cuerpo: el Cantar de los Cantares y el libro de Tobías.

El Cantar de los Cantares es un extenso (y bellísimo) poema que describe el amor de Dios hacia su pueblo a través de la imagen del amor entre un hombre y una mujer. Si se acepta que la Biblia es la palabra de Dios, entonces se deduce que Dios considera el amor conyugal como una imagen de su propio amor. Juan Pablo II desarrolla este tema hasta concluir que el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios no sólo a través de su alma (racionalidad y libertad) sino también a través de la comunión entre personas, comunión que se da en su forma más elevada al momento en que un hombre y una mujer se unen. Por tanto, la unión sexual deja de ser un simple acto biológico para convertirse en una analogía (en el sentido filosófico del término) del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

A pesar de la influencia ejercida por el Cantar de los Cantares sobre Juan Pablo II, su principal inspiración no surgió de ese libro, sino de la poesía mística de San Juan de la Cruz. En sus poemas, con los cuales pretende explicar la experiencia que vive el alma al unirse a Dios (la experiencia mística), San Juan de la Cruz recurre, al igual que el autor sagrado, a la imagen del amor conyugal. Escribe San Juan: “…la novia habla de la entrega mutua hecha en su casamiento espiritual entre el alma y Dios”. Es aquí donde Juan Pablo II detecta la analogía que mencioné unas líneas más arriba. El amor consiste en una entrega del propio ser al otro. La Santísima Trinidad es el ejemplo más perfecto de amor y entrega. Estas dos ideas convergen para concluir que el amor conyugal es la forma más paradigmática de entrega total entre dos personas, según nuestra propia experiencia (que, por nuestra naturaleza, es corporal). Por eso el amor es completamente opuesto al egoísmo: porque se trata del don total de un ser a otro.

En conclusión, podemos decir que la teología del cuerpo representa un reto. Es un reto porque eleva a la sexualidad humana a un nivel que pocos habíamos imaginado antes. El catolicismo no desprecia o denigra al sexo (como muchos asumen) sino que lo coloca en un pedestal. Es tan importante que exige una responsabilidad enorme, una responsabilidad acorde con su dignidad. El reto es precisamente ese: vivir la sexualidad conforme a su importancia.