lunes, 30 de agosto de 2010

Sobre la redefinición del matrimonio (parte 2) / On the redefinition of marriage (part 2)

La segunda falacia que hay que desmentir en el debate sobre la redefinición del matrimonio es una que está presente en todas las discusiones sobre cuestiones morales serias. Se trata de la concepción falaz de lo que es la separación de la Iglesia y el Estado. Debo comenzar diciendo que no quiero que la Iglesia y el Estado estén unidos nuevamente. Eso le hizo mucho daño a la Iglesia, mucho más del que le hizo al Estado. La ruptura de la Cristiandad ocurrida durante la Reforma Protestante se debió en gran medida a las acciones de muchos príncipes y reyes que tenían dominio absoluto sobre la Iglesia en sus territorios. Ese es un tema para otra ocasión.

La separación entre la Iglesia y el Estado ya no se ve como una saludable distancia entre dos instituciones distintas, cada una con sus metas y que deben trabajar en colaboración. Ya ni siquiera se ve como una garantía para la libertad religiosa en sociedades en las que personas de distintas religiones intentan vivir en armonía. Ahora se usa como una forma de silenciar a los creyentes. Lo que hemos visto en días pasados es en realidad un acto de intolerancia contra los creyentes, de parte de aquellos que demandan tolerancia para sí mismos. Donde quiera que alguien levanta una voz contra las uniones homosexuales, inmediatamente se le silencia diciendo que su posición está basada en creencias religiosas que no se deben imponer a otros, a pesar de que la minoría está activamente buscando cómo imponerle sus creencias a todos los demás. Esto ha alcanzado proporciones ridículas en México, donde el hecho de que los obispos levanten su voz es visto, tanto por políticos como por líderes de opinión, como una amenaza a este principio casi sagrado de separación. Es ofensivo ver a tantos políticos “defendiendo al estado laico” en lugar de estar trabajando por el bien común, que es lo que deberían de estar haciendo. Sacerdotes y creyentes son tratados como ciudadanos de segunda clase, algo que es claramente inconstitucional.

Lo que yace debajo de esta actitud es la idea de que las creencias religiosas no tienen lugar en la sociedad. A través de algún razonamiento defectuoso, sostienen la idea de que las creencias religiosas no son racionales. Esto es claramente falso y ya he escrito sobre ello anteriormente, como lo han hecho muchas mentes más brillantes y respetables que la mía. Sobre esto, es interesante leer lo que escribe Jürgen Habermas en La Dialéctica de la Secularización: “Cuando ciudadanos secularizados actúan en su rol de ciudadanos del estado, no deben negar en principio el que las imágenes religiosas del mundo tengan el potencial de expresar verdad. Ni deben negarle a sus conciudadanos creyentes el derecho de hacer contribuciones a los debates públicos en un lenguaje religioso.” En La Conciencia de lo que está Ausente, añade: “el estado liberal debe esperar que sus ciudadanos ateos, al ejercer su rol como ciudadanos, no traten a las expresiones religiosas simplemente como irracionales.” Al rechazar las verdades contenidas en las enseñanzas religiosas, estamos abandonando siglos de sabiduría y experiencia humanas. La mente tan estrecha de nuestros contemporáneos les impide ver a través del lenguaje poético de la religión y descubrir lo que hay de verdad en él. Con su ateísmo militante, están robándole estas riquezas a la sociedad.

Este rechazo del lenguaje religioso no sólo ha empobrecido el nivel de los debates públicos sino que ha colaborado en la alteración del significado entre separación de la Iglesia y Estado. Esta separación ha venido a significar que la religión está limitada a la esfera privada, es decir, que no debe estar presente fuera del templo o del hogar. El Arzobispo Charles Chaput de Denver describió esta actitud a la perfección al diferenciar entre “libertad de culto” y “libertad de religión”. La libertad de religión “incluye el derecho a predicar, enseñar, reunión, organización y de confrontar a la sociedad y sus problemas de forma pública, tanto como individuos como unidos en comunidades de fe”. La libertad de culto, por otra lado, te permite creer lo que quieras mientras sea en privado. La diferencia entre ambas es evidente.
Al remover toda referencia a la religión en la plaza pública, no sólo se está alienando a los creyentes sino que el núcleo mismo de la civilización occidental está siendo destruido. Lo que estamos viendo hoy no es tanto una separación de la Iglesia y el Estado, sino más bien una separación del Estado y la cultura. Los valores por los cuales nuestras sociedades han vivido, crecido y permanecido unidas, nuestros criterios de bien y mal, nuestras creencias en lo que es verdadero o falso son todas producto de esta cultura de la cual el Estado se está desprendiendo. Una vez que el Estado se ha removido completamente de la cultura, se remueve totalmente de esos valores y se erige en el árbitro de lo que está bien o está mal, de lo que es falso y de lo que es verdadero. El Arzobispo Chaput dice: “Una sociedad en la que a la fe se le impide una expresión pública vigorosa es una sociedad que ha convertido al estado en un ídolo. Cuando el estado se vuelve un ídolo, hombres y mujeres se convierten en la ofrenda del sacrificio.” Así, si la Suprema Corte vota que las uniones homosexuales son lo mismo que el matrimonio, entonces eso se vuelve “verdad”. El que se opone a esto es etiquetado de intolerante. Qué paradójico es que la tolerancia, el valor que los proponentes de las uniones homosexuales consideran su principal bandera, es el primer valor cristiano que desechan una vez que han logrado su meta. Vuelvo a citar al Arzobispo Chaput: “El dogma de la tolerancia no puede tolerar la creencia de la Iglesia de que algunas ideas y comportamientos no deben ser tolerados”. Lo que el Papa Benedicto ha llamado la “dictadura del relativismo” se hace más fuerte cada día.

Hay otra falacia que se ha usado como justificación para que las uniones homosexuales sean igualadas con el matrimonio, y que incluso se les de a esas uniones la posibilidad de adoptar niños. Es la falacia de declarar como derechos aquellas cosas que no lo son y, en consecuencia, de considerar cualquier acción contraria como un acto de represión. El único acto de represión que yo veo en el futuro cercano es el que la Iglesia tendrá que sufrir cuando el estado decida forzarla a celebrar el sacramento del matrimonio entre parejas homosexuales. Muchas sectas cristianas cederán, la Iglesia Verdadera no lo hará.



The second fallacy that we must deal with in the debate about the redefinition of marriage is one present in all discussions of serious moral issues. It is the fallacious conception of what the separation of Church and State should be. I should begin by stating that I do not want Church and State to be united again. That was extremely harmful for the Church, much more than it was for the State. The breaking down of Christendom during the Protestant Reformation was mainly due to the actions of many princes and kings who had absolute dominion over the Church in their lands. But that is a topic for some other time.

The separation of Church and State is no longer seen as a healthy separation of two distinct institutions, each of which has its own aims and which are supposed to work in collaboration. It is not even seen as a guarantee of religious freedom in societies where people of different faiths coexist. It is now used as a means of silencing believers. What we have seen in the current debate is really an act of intolerance against believers from those who demand tolerance for themselves. Wherever someone raises his voice against homosexual unions, he is immediately silenced by saying that that position is based on religious beliefs that should not be imposed on others, even while this minority is actively seeking to impose its views on everyone else. This has reached ridiculous proportions in Mexico, where the voicing of their opinions by bishops is treated, by pundits and politicians alike, as a threat to this almost sacred principle of separation. It is offensive to see so many politicians “defending the secular state” instead of working for the common good, which is what they are supposed to be doing. Priests and believers are being treated as second-class citizens, something which is clearly unconstitutional.

What is actually being implied here is that religious views have no place in society. It is being implied that religious beliefs have no content of truth in them. By some faulty reasoning, they sustain the idea that religious truths are not rational. This is clearly false and I have written about it before, as have done many brighter and more respectable minds. On this point, it is interesting to read what Jürgen Habermas (a German, non-Christian philosopher) has to say about it in The Dialectics of Secularization: “When secularized citizens act in their role as citizens of the state, they must not deny in principle that religious images of the world have the potential to express truth. Nor must they refuse their believing fellow citizens the right to make contributions in a religious language to public debates.” In An Awareness of what is Missing, he writes: “the liberal state must also expect its secular citizens, in exercising their role as citizens, not to treat religious expressions as simply irrational.” By rejecting the truths contained in religious teachings, we are abandoning centuries of human wisdom and experience. The narrow mind of our contemporaries does not allow them to see through the poetic language of religion and discover the truth that lies in it. With their militant secularism, they are robbing all society of these riches.

This rejection of religious language has not only impoverished the level of public debates, but it has collaborated in altering the meaning of the separation of Church and State even more. This separation has come to mean that religion is something limited to the private sphere, that should not be present outside of the temple or the home. Archbishop Charles Chaput of Denver described it perfectly when differentiating between “freedom of worship” and “freedom of religion”. Freedom of religion “includes the right to preach, teach, assemble, organize, and to engage society and its issues publicly, both as individuals and joined together as communities of faith”, freedom of worship allows you to believe what you want as long as it is kept in private. The difference is evident.

By removing all references to religion in the public square, not only are believers being alienated, but the very core of our Western civilization is being destroyed. What we are witnessing today is not so much a separation of the Church and the State as it is a separation of the State and the culture. The values by which our societies have lived, grown and stayed together, our standards of right and wrong, our beliefs in what is true or untrue are all a product of this culture from which the State is now breaking away. In the West, this culture is a Christian culture. Once the State removes itself from the culture, it removes itself from those values and becomes the sole arbitrator of what is right and what is wrong, of what is true or untrue. Archbishop Chaput says: “A society where faith is prevented from vigorous public expression is a society that has fashioned the state into an idol. And when the state becomes an idol, men and women become the sacrificial offering.” And so, if the Supreme Court (based on ideology) votes that homosexual unions are the same thing as marriage then that becomes “truth”. Whoever opposes this is labeled as intolerant. How paradoxical it is that tolerance, the value that supporters of homosexual unions uphold as their banner, is the first Christian value that they dispose of once they have achieved their goal. I quote Archbishop Chaput once more: “The dogma of tolerance cannot tolerate the Church's belief that some ideas and behaviors should not be tolerated.” What Pope Benedict has called “the dictatorship of Relativism” is becoming more powerful by the day.

There is another fallacy which is used as a justification for homosexual unions being equated with marriage and in giving those unions the possibility of adopting children. It is the fallacy of declaring some things that are not rights, rights and, hence, considering any action against them as an act of repression. The only act of repression I see in the near future is the one the Church will have to suffer when the State decides to force it into celebrating the sacrament of marriage to homosexual couples. I know that many Christian sects will give in, the True Church will not.

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