miércoles, 24 de noviembre de 2010

Christus vincit

En memoria de los mártires de la persecución religiosa a unos días de la fiesta de Cristo Rey y un día después de la fiesta del Beato Miguel Agustín Pro.

Recuerdo que, estando en la primaria, empecé a notar una tendencia en lo que me estaban enseñando de historia que incluso en aquél entonces me pareció extraña. Empecé a notar que lo que decían mis maestros, que lo que decían los libros de texto no coincidía con la realidad. Esta tendencia era aún más notoria cuando se trataba de cuestiones relacionadas con la Iglesia Católica. Cada vez que leía algún texto exaltando a la Reforma Protestante como liberadora de la humanidad, en contraste con la supuesta opresión impuesta por la Iglesia; cada vez que escuchaba a alguien acusar al católico español de asesino de indios mientras que el inglés puritano era alabado por su osadía en tierras extrañas, algo en mis entrañas se revolvía. En esos días no podía formular argumentos racionales contra aquellas mentiras pero muy adentro de mi ser sabía que algo no encajaba. No era más que una simple intuición, un presentimiento, una voz que gritaba: “¡eso no es cierto!”

El mejor ejemplo de esto es el mito de que el catolicismo nunca echó raíces en México. Según esta teoría, la labor evangelizadora de los españoles fue un fracaso, la conversión de los indios únicamente producto de la imposición. Mucha gente se ha creído esta mentira, aún cuando la historia misma se ha encargado de refutarla. El asumirla como cierta deja muchos aspectos de la realidad mexicana sin explicar. Quizá el más significativo sea el de la respuesta del pueblo ante la persecución religiosa de los años veinte. ¿Cómo pudo una religión que nunca echó raíces sobrevivir ataques como los que sufrió la Iglesia Católica mexicana? Y esto después de más de cien años de vejaciones, de educación antirreligiosa y de gobiernos anticlericales. ¿Cómo es que un pueblo a quien se le impuso esa religión a la fuerza, estuvo dispuesto a morir por ella? Al aceptar esa falsa teoría, las preguntas sin respuesta se multiplican. La realidad se queda sin explicación.

La historia oficial ha preferido mantener silencio, como si con ello pudiera ahogar la memoria de la gente. A mí siempre me pareció un sinsentido que un evento de tal magnitud se intentara ignorar. El único párrafo que aparecía en mis libros de historia hablaba de la rebelión de los “fanáticos” católicos como si hubiera sido algo sin importancia. Sin embargo, en mi casa las historias que escuchaba eran diferentes. Historias sobre mi abuela y sus hermanos escuchando Misa en secreto, sobre primeras comuniones y bautizos a escondidas, sobre sacerdotes disfrazados huyendo de casa en casa. ¡Qué gran sorpresa me llevé al descubrir que un pariente mío, torturado y asesinado por ser sacerdote, había de ser elevado a los altares! Las palabras escritas en las memorias de mi bisabuela acerca de la vida bajo la persecución, acerca de las matanzas y la violencia del gobierno contra los católicos, trajeron a la vida estos eventos, ignorados en el aula y sepultados bajo palabras muertas de historiadores cómplices. Si intentamos escuchar, o, más bien, si queremos escuchar, podemos oír las voces de los testigos presenciales, recogidas por Jean Meyer, rompiendo el silencio de la ignorancia: “Hacía ocho años que era fiel servidor del gobierno y hacía reinar el orden en mi región como Jefe de Acordada. Pero al César se le metió en la cabeza maltratar a mi Santa Madre la Iglesia, y comenzó a matar sacerdotes y católicos, a insultar a las monjas y a las mujeres que iban a Misa. Enviamos cartas, protestas, más cartas, súplicas, y le hablamos de la justicia y de Dios. Por eso se rieron más de nosotros y creyeron que les teníamos miedo, y aumentaron sus ataques porque consideraron viento nuestras peticiones. Por eso no nos quedó más remedio que quitarles sus carabinas y darles con ellas entre la quijada y las orejas...”

¿Quién podrá creer que la fe en Cristo nunca se asentó en estas tierras después de leer las palabras de simples campesinos quienes, sin embargo, entendían a la perfección que el reinado de Cristo no es de este mundo: “Nos estrangulan porque dicen que somos muy malos, porque somos tercos para defender el honor y la gloria de aquél que murió desnudo en la cruz más alta, entre dos ladrones; nos dicen que él fue el peor de los hombres porque no quiso someterse al príncipe de la Tierra...”?

¿Quién puede negar que aquellos que pronunciaron estas palabras habían asimilado a la perfección la idea profundamente cristiana de la Dignidad de la Persona Humana: “El gobierno nos quita todo: nuestro maíz, nuestro heno, nuestros animales y, como si no bastara, nos quiere hacer vivir como bestias, sin religión y sin Dios...”? ¡Esto sólo puede provenir de alguien que sentía que su fe católica era una parte de su mismo ser!

Estos sólo son algunos testimonios de los muchos que nos hablan de un pueblo sumergido en valores cristianos. Valores cristianos bien arraigados, presentes en el subconsciente colectivo. Son muchos los que hoy intentan desechar esos valores, los que intentan hacernos “vivir como bestias, sin religión y sin Dios”. La respuesta ya la proveyeron aquellos heroicos antepasados nuestros: “Esto no lo va a poder hacer, porque cada vez que se nos presente la ocasión gritaremos a todo pulmón: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”

 Fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro.  ¡Ruega por nosotros! / Blessed Miguel Agustín Pro's execution.  Pray for us!



In memory of the martyrs of the religious persecution, a few days after the Feast of Christ the King and one day after the memorial of Blessed Miguel Agustín Pro.

I remember that, while in elementary school, I began to notice a tendency in what I was being taught about history that even back then seemed strange. I started to realize that what my teachers said, that what I read in textbooks did not coincide with reality. This tendency was even more noticeable when it related to things concerning the Catholic Church. Every time I read some text presenting the Protestant Reformation as liberator of humanity, in opposition to the supposed oppression imposed by the Catholic Church; every time I heard someone accuse the Spanish Catholic of being a murderer of natives while the Protestant Englishman was praised for his daring in dealing with foreign peoples, something inside me would revolt. In those days I was incapable of formulating rational arguments against those lies but deep inside I knew that something did not quite fit. It was only an intuition, a hunch if you may, a voice that yelled: “that is not true!”

The best example of this is the myth that Catholicism never really took root in Mexico. According to this theory, the evangelizing efforts of the Spaniards were a failure, the conversion of the natives was only the product of imposition. Many people believe this lie, even when history itself has refuted it. Accepting it as true leaves so many aspects of Mexican reality unexplained. Perhaps the most significant one is the response of the people during the religious persecution of the 1920's. How could a religion that never took root survive the attacks that the Mexican Church had to endure? All of this after more than a hundred years of ill-treatment, anti-religious education and anticlerical governments. How is it that a people on whom such religion was imposed were so willing to die for it? When you accept this false theory the unanswered questions multiply. Reality remains without explanation.

Official history has preferred to remain silent, as if that were enough to drown the memory of the people. I always thought it was nonsense to try to ignore an event of such magnitude. The only paragraph that appeared in my history books talked of the rebellion of Catholic “fanatics” as if it had been another meaningless page in the long book of human affairs. However, in my house the stories I heard were completely different. Stories about my grandmother and her siblings going to Mass in secret, about first communions and baptisms in hiding, about disguised priests running from house to house. And what about the surprise of finding out that a relative of mine, tortured and killed for being a priest, was to be raised to the altars! The words written by my grandmother in her memoirs about life during the persecution, about the massacres and the violence of the government against its own people, brought the struggles of those times to life, unlike the dead words under which they were buried in the classroom. If we try to listen, or rather, if we want to listen, we can hear the voices of those who witnessed those times breaking the silence of ignorance (these were picked up by Jean Meyer, a French historian who has studied and written extensively about this period): “I had been a faithful servant of the government for eight years and had made order reign in my region as boss of “La Acordada”. But it got into Caesar's head to mistreat my Holy Mother the Church, and he began to kill priests and catholics, to insult nuns and the women who were going to Mass. We sent letters, protests, more letters, supplications, and we talked of justice and of God. Because of that they laughed at us and they thought we were scared of them and they increased their attacks because they considered our petitions to be nothing but wind. That is why we had no other choice but to take away their carbines and strike them with them between their jaw and their ears...”

Who can believe that faith in Christ was never established in these lands after reading the words of simple peasants who, nonetheless, perfectly understood the theological truth that Christ's kingdom is not of this world: “They hang us because they say we are very bad, because we are stubborn in defending the honor and glory of He who died naked in the tallest cross, between two thieves; they tell us that He was the worst of men because he did not want to submit to the prince of the Earth...”?

Who can deny that those who pronounced the following words had perfectly assimilated the deeply Christian idea of the Dignity of the Human person: “The government takes everything away from us: our corn, our hay, our animals and, as if that were not enough, it wants to make us live like beasts, without religion and without God...”? This can only come from someone who felt that his Catholic faith was a part of his very being!

These are only some testimonies among many which tell us of a people profoundly submerged in Christian values, of well-established Christian values, present in the collective subconscious. There are many who are trying to get rid of these values today, who are trying to make us “live like beasts, without religion and without God”. The answer to those people was already given by our heroic ancestors: “This they will not be able to do, because every time we have the chance, we will cry out with all our strength: long live Christ the King! Long live Our Lady of Guadalupe!”

 Fusilamiento del Padre Francisco Vera / Fr. Francisco Vera's execution

lunes, 1 de noviembre de 2010

Meditación sobre el Logos / Meditation on the Logos

Decir que el cristianismo es irracional es no saber nada acerca de él. En todo caso, sería más adecuado decir que ciertas verdades acerca de la fe cristiana trascienden la razón. Pero incluso eso es sólo una verdad a medias. Trascienden la razón desde el punto de vista de la razón humana. Esto es, están por encima de nuestra razón. Nosotros no podemos comprenderlas. Eso, sin embargo, no significa que estén más allá de toda razón. Dios mismo es la fuente suprema de Razón y las verdades de fe no le son incomprensibles. Esto parecerá una sorpresa para aquellos que han sido adoctrinados a creer que la razón humana es la única razón. Nuestra sociedad parece no estar al tanto de que creer eso es una de las cosas más irrazonables que se puedan creer.

Podemos ver esta carencia de razón en las actitudes contradictorias que los enemigos de la Fe han tenido contra ella. El cristianismo ha sido y sigue siendo acusado de no ser racional o de ser demasiado racional según le convenga a sus enemigos. Nada los satisface. Y sin embargo, la realidad es que el cristianismo es quizá la única religión que puede unir fe y razón. Sólo dentro del cristianismo se puede desarrollar la razón al máximo. Esto es así porque es la religión del Logos. Pero, ¿eso qué significa?

El evangelio según San Juan comienza de esta forma: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” “Palabra” es la traducción del latín Verbum, el cual, a su vez, es la traducción del griego Logos. Por tanto, Logos significa Palabra. Sin embargo, el término Logos significaba más de lo que el término “palabra” significa hoy en día. Para la mayoría de la gente de nuestro tiempo, una palabra es simplemente un instrumento de comunicación. Se le considera un arreglo arbitrario de sonidos al cual la sociedad le ha dado un significado. Una mente materialista no puede ver más allá de eso, probando una vez más que es el materialismo el que estrecha la mente, mientras que el cristianismo la amplía. La realidad es que las palabras son mucho más que simples medios de comunicación. Son signos de nuestra capacidad de raciocinio. La palabra nos permite comunicar a los demás esas cosas inmateriales que llamamos ideas. Las palabras son la encarnación de nuestras ideas. Por tanto, el término Logos apunta en la dirección de la racionalidad.

Ahora, Racionalidad sin Verdad no puede existir pues la razón requiere de un orden. No puede emerger del caos del relativismo. La Verdad, que va mano en mano con la realidad, es precisamente lo que nos provee de ese orden. En la medida en que algo posee existencia, esto es, en la medida en que algo es real, posee verdad. Usando el lenguaje de Aristóteles, podemos afirmar que la verdad de un ser es directamente proporcional a la actualidad del mismo. Cuando entramos al reino de los pensamientos y de las ideas, descubrimos que para que un pensamiento sea verdadero, debe corresponder con la realidad, de lo contrario es un pensamiento falso. En pocas palabras, la Verdad no depende de lo que pensemos o creamos, sino de la realidad misma. Un pensamiento falso será falso sin importar que creas con todo tu ser que es verdadero. Por tanto, si Logos apunta hacia la Racionalidad, también apunta hacia la Verdad y hacia la Existencia.

Aún hay más. La presencia de una razón implica una voluntad. Razón sin voluntad es inútil. La voluntad es lo que le permite a un ser racional actuar conforme a su razón. No es coincidencia, pues, que de la palabra latina verbum hayamos derivado el término “verbo”, el cual representa una acción. Dado que el Logos posee una voluntad, es capaz de actuar. Tanto razón como voluntad definen una personalidad. Sólo una persona puede poseer inteligencia y voluntad. Nuevamente, una mentalidad materialista cree que la personalidad sólo aplica a los seres humanos (y a veces creen que ni a ellos). La visión más amplia del cristianismo encuentra personalidad en otros seres como Dios o los ángeles. Pero ese no es el punto. Lo que importa es que el Logos no es únicamente una abstracción. El Logos es una persona. Esto significa que puede haber una relación con Él, y, sobre todo, que Él desea esa relación con nosotros.

Para los griegos, Logos se definía como el principio racional del universo. El cristianismo conservó ese significado pero también le añadió algo. Para los griegos el Logos era algo vago y más allá del entendimiento humano. Era el reconocimiento de algo infinitamente más allá de la humanidad. Este principio racional estaba más allá de nuestro alcance. Este es uno de los problemas al que nos enfrentamos hoy: si la Verdad existe, ¿es accesible a nosotros? En el cristianismo, el Logos, dada su personalidad, ha dejado de ser algo inalcanzable: “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.” Puesto que el Logos es una persona y tiene la capacidad de actuar, se ha inclinado hacia nosotros. Se ha puesto a nuestro alcance y nos ha revelado su propia naturaleza.

Dado el atributo de la simplicidad de Dios, el Logos, es decir, la razón de Dios, es Dios. Pero es la razón divina, no la razón humana la que es Dios. La razón humana encuentra su origen en la razón divina, pero son dos cosas distintas. Creer que la razón humana puede ser deificada fue el error de los filósofos de la Ilustración. Mientras el cristianismo siempre ha enseñado que el hombre fue creado a imagen de Dios, la Ilustración hizo a Dios a imagen del hombre. Nosotros no somos la Palabra, sino ecos de la Palabra. Somos imágenes suyas. Salimos de Ella y a Ella hemos de volver. Cuando este orden es cambiado, la razón humana es puesta en una posición que está más allá de sus capacidades y cae víctima de esta locura. Pronto, esta misma razón, que es la que nos distingue de los brutos, se vuelve contra sí misma. Sin el Logos, nuestra razón pierde su posición privilegiada dentro de la creación. Se convierte en el resultado de una larga serie de coincidencias, en algo que bien se pudo haber desarrollado en cualquier otra especie. Ahora es común escuchar a gente decir que los seres humanos no somos distintos a los demás animales. Algunos incluso buscan darles los mismos derechos que nosotros poseemos. Con la abolición de la razón, se ha abolido también la Dignidad de la Persona Humana. El reconocimiento de la dignidad inalienable de los seres humanos, dignidad que tiene su fundamento en el hecho de que somos imágenes del Logos, es rechazado e intercambiado por ideologías que ven a los seres humanos como objetos. El rechazo de esta dignidad, causado por el rechazo del Logos, es lo que tienen en común el comunismo, el nazismo, el capitalismo radical y todas las demás formas de pensamiento materialista. Cuando el orden del Logos desaparece, el relativismo toma su lugar, el cual puede ser usado para justificar cualquier forma de totalitarismo. Este caos no es benéfico para el desarrollo de la razón humana, es, más bien, perjudicial.

Dentro del cristianismo, la razón humana encuentra su lugar dentro del orden del mundo. Nuestra razón no es Dios, pero proviene de Él. Cuando ésta se somete a la razón divina, puede crecer y desarrollar su máximo potencial, pues, como ya dije, se vuelve más amplia. De lo contrario, se estrecha, se corrompe y puede fácilmente convertirse en un instrumento de opresión o de desesperanza. El orden del mundo testifica a favor de la existencia del Logos. Sin el Logos, el universo sólo puede ser una enorme contradicción. ¿Cómo puede un universo ordenado surgir de la nada? Sin un principio racional, el universo no puede ser entendido de forma racional. Sin el Logos, no podemos entender nuestra propia existencia y eso es algo que a todos nos debería de aterrar.

La civilización occidental siempre ha sido la civilización de la razón. Sin embargo, la unión entre la filosofía de Grecia y la sabiduría de Israel de la cual nació esta civilización sólo pudo ocurrir porque el Logos se hizo hombre. En el Logos está la raíz de Occidente y sólo regresando a Él que es “la Verdad, el Camino y la Vida” podremos salvarlo.



To say that Christianity is irrational is to know nothing about it. In any case, it would be more adequate to say that certain truths about the Christian faith are suprarational or that they transcend reason. But even that is only a partial truth. They are suprarational from the standpoint of human reason. That is, they are above our reason. We cannot comprehend them. That, however, does not mean that they are beyond all reason. God Himself is the ultimate source of Reason and the truths of faith are not incomprehensible to Him. This might come as a surprise to people who have been raised to believe that human reason is the only reason. Our society seems to be unaware that believing that is one of the most unreasonable things of all.

We can see this unreasonableness in the contradictory attitudes that the enemies of the Faith have had towards it. Christianity has been accused of not being rational but also of being too rational, depending on what is most convenient to its enemies. They seem to never be satisfied. The truth is that Christianity is perhaps the only religion that can unite faith and reason. Only in Christianity can reason be developed to its fullest. This is so because it is the religion of the Logos. But what does that mean?

The gospel of John starts thus: “In the beginning was the Word, and the Word was with God and the Word was God.” “Word” is a translation of the Latin Verbum which in turn is a translation of the Greek Logos. Hence, Logos means Word. However, the term “Logos” was meant to convey much more than what the term “Word” conveys to us today. For most of the people of our time, a word is simply an instrument for communication. It is considered an arbitrary arrangement of sounds to which society has attached a meaning. A materialistic mindset cannot see beyond that, proving, once more, that it is materialism that narrows one's mind, while Christianity broadens it. The reality is that words are much more than simple means of communication. They are a sign of our capacity to reason. A word allows us to communicate to others those immaterial things that are called ideas. Words are the incarnation of our ideas. Therefore, the term Logos points us in the direction of rationality.

Now, rationality without Truth cannot exist, for rationality requires order and order cannot emerge from the chaos of Relativism. Truth, which goes hand in hand with reality, is precisely what provides this order. In the degree in which something possesses fullness of being, that is, in the degree in which it is real, it possesses truth. Using the language of Aristotle, we could say that truth is directly proportional to the actuality of a being. When we move into the realm of thoughts, we discover that for a thought to be true, it must correspond to reality, otherwise it is false. In conclusion, Truth does not depend on what we think or believe, but on reality itself. A false thought will be false no matter how much you believe it to be true. Therefore, if Logos is pointing towards rationality, then it is also pointing towards Truth, and hence, to Existence.

There is more to this. The presence of Reason implies also a Will. Reason without will is useless. Will is what allows a rational being to act according to its reason. It is not a coincidence that from the Latin word verbum we have derived the term “verb” which represents an action. Because the Logos possesses a will, it is capable of action. Both reason and will define personhood. Only a person has reason and will. Again, a narrow materialistic mindset can only see personhood as applied to human beings (and sometimes, not even to them). A broader Christian mindset can see personality in other beings, such as God and the angels. But that is not the point. What matters is that the Logos is not simply an abstract thing. The Logos is a person. This means that there can be a relationship with Him and, above all, that He desires that relationship with us.

For the Greeks, Logos was defined as the rational principle of the universe. Christianity preserved that meaning but also added to it. For the Greeks it was something vague and beyond human understanding. It was the recognition of something infinitely beyond mankind. This ultimate principle of rationality was beyond our reach. This is one of the problems that we face today: is Truth, if it exists, accessible to us? In Christianity, the Logos, because of His personhood, is no longer something unreachable: “the Word became flesh and made his dwelling among us.” Because the Logos is a person and can act, He reaches down towards us. He comes within our grasp and reveals to us His very nature.

Because of the attribute of Divine simplicity, the Logos, God's reason, is God. But it is Divine Reason, not human reason that is God. Human reason finds its origin in Divine Reason, but they are different things. To believe that human reason should be deified was the mistake of the philosophers of the Enlightenment. While Christianity spoke of Man being the image of God, the Enlightenment made God in the image of Man. We are not the Word but simply echoes of the Word. We are images of it. We came forth from the Word and are meant to return to it. When this order is changed, human reason is put in a situation which it cannot handle and it becomes the first victim of this madness. Soon, that very reason, which is what distinguishes us from the brutes, turns against itself. Without the Logos, our reason loses its privileged spot within creation. It becomes the result of a long series of coincidences, in something that could have well developed in any other species. It has become common to hear people say that human beings are not different from animals. Some even try to give animals the same rights that humans have. With the abolition of reason has come also an abolition of the dignity of the Human Person. Recognition of the inalienable dignity of human beings, dignity which is rooted in the fact that we are images of the Logos, is rejected and exchanged for ideologies that see human beings as objects. What Communism, Nazism, radical Capitalism and all other forms of materialistic ideologies have in common is their rejection of this dignity because of their rejection of the Logos. When the order of the Logos disappears, its place is taken by the insanity of Relativism which can then justify any form of totalitarianism. This chaos is not beneficial for the development of human reason; it is clearly detrimental for it.

Within Christianity, human reason finds its proper place in the order of the world. Our reason is not God, but comes from Him. When it is submitted to the Divine Reason, it can grow and develop to its full potential because, as I have already said, it is broadened. Otherwise, it narrows, withers and easily becomes an instrument of oppression or despair. The order of the world testifies in favor of the existence of the Logos. Without Him, the universe can only be one huge contradiction. How can an ordered universe emerge from nothing? Without a rational principle, the universe cannot be understood in a rational way. Without the Logos, we cannot understand our own existence and that is a very terrifying idea.

Western civilization has always been the civilization of reason. However, the union between the philosophy of Greece and the wisdom of Israel from which it was born could only take place because the Logos became man. In the Logos lie the roots of the West; only by returning to Him who is “the Truth, the Life and the Way” will our civilization be saved.