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lunes, 1 de noviembre de 2010

Meditación sobre el Logos / Meditation on the Logos

Decir que el cristianismo es irracional es no saber nada acerca de él. En todo caso, sería más adecuado decir que ciertas verdades acerca de la fe cristiana trascienden la razón. Pero incluso eso es sólo una verdad a medias. Trascienden la razón desde el punto de vista de la razón humana. Esto es, están por encima de nuestra razón. Nosotros no podemos comprenderlas. Eso, sin embargo, no significa que estén más allá de toda razón. Dios mismo es la fuente suprema de Razón y las verdades de fe no le son incomprensibles. Esto parecerá una sorpresa para aquellos que han sido adoctrinados a creer que la razón humana es la única razón. Nuestra sociedad parece no estar al tanto de que creer eso es una de las cosas más irrazonables que se puedan creer.

Podemos ver esta carencia de razón en las actitudes contradictorias que los enemigos de la Fe han tenido contra ella. El cristianismo ha sido y sigue siendo acusado de no ser racional o de ser demasiado racional según le convenga a sus enemigos. Nada los satisface. Y sin embargo, la realidad es que el cristianismo es quizá la única religión que puede unir fe y razón. Sólo dentro del cristianismo se puede desarrollar la razón al máximo. Esto es así porque es la religión del Logos. Pero, ¿eso qué significa?

El evangelio según San Juan comienza de esta forma: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” “Palabra” es la traducción del latín Verbum, el cual, a su vez, es la traducción del griego Logos. Por tanto, Logos significa Palabra. Sin embargo, el término Logos significaba más de lo que el término “palabra” significa hoy en día. Para la mayoría de la gente de nuestro tiempo, una palabra es simplemente un instrumento de comunicación. Se le considera un arreglo arbitrario de sonidos al cual la sociedad le ha dado un significado. Una mente materialista no puede ver más allá de eso, probando una vez más que es el materialismo el que estrecha la mente, mientras que el cristianismo la amplía. La realidad es que las palabras son mucho más que simples medios de comunicación. Son signos de nuestra capacidad de raciocinio. La palabra nos permite comunicar a los demás esas cosas inmateriales que llamamos ideas. Las palabras son la encarnación de nuestras ideas. Por tanto, el término Logos apunta en la dirección de la racionalidad.

Ahora, Racionalidad sin Verdad no puede existir pues la razón requiere de un orden. No puede emerger del caos del relativismo. La Verdad, que va mano en mano con la realidad, es precisamente lo que nos provee de ese orden. En la medida en que algo posee existencia, esto es, en la medida en que algo es real, posee verdad. Usando el lenguaje de Aristóteles, podemos afirmar que la verdad de un ser es directamente proporcional a la actualidad del mismo. Cuando entramos al reino de los pensamientos y de las ideas, descubrimos que para que un pensamiento sea verdadero, debe corresponder con la realidad, de lo contrario es un pensamiento falso. En pocas palabras, la Verdad no depende de lo que pensemos o creamos, sino de la realidad misma. Un pensamiento falso será falso sin importar que creas con todo tu ser que es verdadero. Por tanto, si Logos apunta hacia la Racionalidad, también apunta hacia la Verdad y hacia la Existencia.

Aún hay más. La presencia de una razón implica una voluntad. Razón sin voluntad es inútil. La voluntad es lo que le permite a un ser racional actuar conforme a su razón. No es coincidencia, pues, que de la palabra latina verbum hayamos derivado el término “verbo”, el cual representa una acción. Dado que el Logos posee una voluntad, es capaz de actuar. Tanto razón como voluntad definen una personalidad. Sólo una persona puede poseer inteligencia y voluntad. Nuevamente, una mentalidad materialista cree que la personalidad sólo aplica a los seres humanos (y a veces creen que ni a ellos). La visión más amplia del cristianismo encuentra personalidad en otros seres como Dios o los ángeles. Pero ese no es el punto. Lo que importa es que el Logos no es únicamente una abstracción. El Logos es una persona. Esto significa que puede haber una relación con Él, y, sobre todo, que Él desea esa relación con nosotros.

Para los griegos, Logos se definía como el principio racional del universo. El cristianismo conservó ese significado pero también le añadió algo. Para los griegos el Logos era algo vago y más allá del entendimiento humano. Era el reconocimiento de algo infinitamente más allá de la humanidad. Este principio racional estaba más allá de nuestro alcance. Este es uno de los problemas al que nos enfrentamos hoy: si la Verdad existe, ¿es accesible a nosotros? En el cristianismo, el Logos, dada su personalidad, ha dejado de ser algo inalcanzable: “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.” Puesto que el Logos es una persona y tiene la capacidad de actuar, se ha inclinado hacia nosotros. Se ha puesto a nuestro alcance y nos ha revelado su propia naturaleza.

Dado el atributo de la simplicidad de Dios, el Logos, es decir, la razón de Dios, es Dios. Pero es la razón divina, no la razón humana la que es Dios. La razón humana encuentra su origen en la razón divina, pero son dos cosas distintas. Creer que la razón humana puede ser deificada fue el error de los filósofos de la Ilustración. Mientras el cristianismo siempre ha enseñado que el hombre fue creado a imagen de Dios, la Ilustración hizo a Dios a imagen del hombre. Nosotros no somos la Palabra, sino ecos de la Palabra. Somos imágenes suyas. Salimos de Ella y a Ella hemos de volver. Cuando este orden es cambiado, la razón humana es puesta en una posición que está más allá de sus capacidades y cae víctima de esta locura. Pronto, esta misma razón, que es la que nos distingue de los brutos, se vuelve contra sí misma. Sin el Logos, nuestra razón pierde su posición privilegiada dentro de la creación. Se convierte en el resultado de una larga serie de coincidencias, en algo que bien se pudo haber desarrollado en cualquier otra especie. Ahora es común escuchar a gente decir que los seres humanos no somos distintos a los demás animales. Algunos incluso buscan darles los mismos derechos que nosotros poseemos. Con la abolición de la razón, se ha abolido también la Dignidad de la Persona Humana. El reconocimiento de la dignidad inalienable de los seres humanos, dignidad que tiene su fundamento en el hecho de que somos imágenes del Logos, es rechazado e intercambiado por ideologías que ven a los seres humanos como objetos. El rechazo de esta dignidad, causado por el rechazo del Logos, es lo que tienen en común el comunismo, el nazismo, el capitalismo radical y todas las demás formas de pensamiento materialista. Cuando el orden del Logos desaparece, el relativismo toma su lugar, el cual puede ser usado para justificar cualquier forma de totalitarismo. Este caos no es benéfico para el desarrollo de la razón humana, es, más bien, perjudicial.

Dentro del cristianismo, la razón humana encuentra su lugar dentro del orden del mundo. Nuestra razón no es Dios, pero proviene de Él. Cuando ésta se somete a la razón divina, puede crecer y desarrollar su máximo potencial, pues, como ya dije, se vuelve más amplia. De lo contrario, se estrecha, se corrompe y puede fácilmente convertirse en un instrumento de opresión o de desesperanza. El orden del mundo testifica a favor de la existencia del Logos. Sin el Logos, el universo sólo puede ser una enorme contradicción. ¿Cómo puede un universo ordenado surgir de la nada? Sin un principio racional, el universo no puede ser entendido de forma racional. Sin el Logos, no podemos entender nuestra propia existencia y eso es algo que a todos nos debería de aterrar.

La civilización occidental siempre ha sido la civilización de la razón. Sin embargo, la unión entre la filosofía de Grecia y la sabiduría de Israel de la cual nació esta civilización sólo pudo ocurrir porque el Logos se hizo hombre. En el Logos está la raíz de Occidente y sólo regresando a Él que es “la Verdad, el Camino y la Vida” podremos salvarlo.



To say that Christianity is irrational is to know nothing about it. In any case, it would be more adequate to say that certain truths about the Christian faith are suprarational or that they transcend reason. But even that is only a partial truth. They are suprarational from the standpoint of human reason. That is, they are above our reason. We cannot comprehend them. That, however, does not mean that they are beyond all reason. God Himself is the ultimate source of Reason and the truths of faith are not incomprehensible to Him. This might come as a surprise to people who have been raised to believe that human reason is the only reason. Our society seems to be unaware that believing that is one of the most unreasonable things of all.

We can see this unreasonableness in the contradictory attitudes that the enemies of the Faith have had towards it. Christianity has been accused of not being rational but also of being too rational, depending on what is most convenient to its enemies. They seem to never be satisfied. The truth is that Christianity is perhaps the only religion that can unite faith and reason. Only in Christianity can reason be developed to its fullest. This is so because it is the religion of the Logos. But what does that mean?

The gospel of John starts thus: “In the beginning was the Word, and the Word was with God and the Word was God.” “Word” is a translation of the Latin Verbum which in turn is a translation of the Greek Logos. Hence, Logos means Word. However, the term “Logos” was meant to convey much more than what the term “Word” conveys to us today. For most of the people of our time, a word is simply an instrument for communication. It is considered an arbitrary arrangement of sounds to which society has attached a meaning. A materialistic mindset cannot see beyond that, proving, once more, that it is materialism that narrows one's mind, while Christianity broadens it. The reality is that words are much more than simple means of communication. They are a sign of our capacity to reason. A word allows us to communicate to others those immaterial things that are called ideas. Words are the incarnation of our ideas. Therefore, the term Logos points us in the direction of rationality.

Now, rationality without Truth cannot exist, for rationality requires order and order cannot emerge from the chaos of Relativism. Truth, which goes hand in hand with reality, is precisely what provides this order. In the degree in which something possesses fullness of being, that is, in the degree in which it is real, it possesses truth. Using the language of Aristotle, we could say that truth is directly proportional to the actuality of a being. When we move into the realm of thoughts, we discover that for a thought to be true, it must correspond to reality, otherwise it is false. In conclusion, Truth does not depend on what we think or believe, but on reality itself. A false thought will be false no matter how much you believe it to be true. Therefore, if Logos is pointing towards rationality, then it is also pointing towards Truth, and hence, to Existence.

There is more to this. The presence of Reason implies also a Will. Reason without will is useless. Will is what allows a rational being to act according to its reason. It is not a coincidence that from the Latin word verbum we have derived the term “verb” which represents an action. Because the Logos possesses a will, it is capable of action. Both reason and will define personhood. Only a person has reason and will. Again, a narrow materialistic mindset can only see personhood as applied to human beings (and sometimes, not even to them). A broader Christian mindset can see personality in other beings, such as God and the angels. But that is not the point. What matters is that the Logos is not simply an abstract thing. The Logos is a person. This means that there can be a relationship with Him and, above all, that He desires that relationship with us.

For the Greeks, Logos was defined as the rational principle of the universe. Christianity preserved that meaning but also added to it. For the Greeks it was something vague and beyond human understanding. It was the recognition of something infinitely beyond mankind. This ultimate principle of rationality was beyond our reach. This is one of the problems that we face today: is Truth, if it exists, accessible to us? In Christianity, the Logos, because of His personhood, is no longer something unreachable: “the Word became flesh and made his dwelling among us.” Because the Logos is a person and can act, He reaches down towards us. He comes within our grasp and reveals to us His very nature.

Because of the attribute of Divine simplicity, the Logos, God's reason, is God. But it is Divine Reason, not human reason that is God. Human reason finds its origin in Divine Reason, but they are different things. To believe that human reason should be deified was the mistake of the philosophers of the Enlightenment. While Christianity spoke of Man being the image of God, the Enlightenment made God in the image of Man. We are not the Word but simply echoes of the Word. We are images of it. We came forth from the Word and are meant to return to it. When this order is changed, human reason is put in a situation which it cannot handle and it becomes the first victim of this madness. Soon, that very reason, which is what distinguishes us from the brutes, turns against itself. Without the Logos, our reason loses its privileged spot within creation. It becomes the result of a long series of coincidences, in something that could have well developed in any other species. It has become common to hear people say that human beings are not different from animals. Some even try to give animals the same rights that humans have. With the abolition of reason has come also an abolition of the dignity of the Human Person. Recognition of the inalienable dignity of human beings, dignity which is rooted in the fact that we are images of the Logos, is rejected and exchanged for ideologies that see human beings as objects. What Communism, Nazism, radical Capitalism and all other forms of materialistic ideologies have in common is their rejection of this dignity because of their rejection of the Logos. When the order of the Logos disappears, its place is taken by the insanity of Relativism which can then justify any form of totalitarianism. This chaos is not beneficial for the development of human reason; it is clearly detrimental for it.

Within Christianity, human reason finds its proper place in the order of the world. Our reason is not God, but comes from Him. When it is submitted to the Divine Reason, it can grow and develop to its full potential because, as I have already said, it is broadened. Otherwise, it narrows, withers and easily becomes an instrument of oppression or despair. The order of the world testifies in favor of the existence of the Logos. Without Him, the universe can only be one huge contradiction. How can an ordered universe emerge from nothing? Without a rational principle, the universe cannot be understood in a rational way. Without the Logos, we cannot understand our own existence and that is a very terrifying idea.

Western civilization has always been the civilization of reason. However, the union between the philosophy of Greece and the wisdom of Israel from which it was born could only take place because the Logos became man. In the Logos lie the roots of the West; only by returning to Him who is “the Truth, the Life and the Way” will our civilization be saved.

viernes, 22 de enero de 2010

El relativismo y la familia / Relativism and the family

En repetidas ocasiones he escrito acerca del rol de la familia como el núcleo de la sociedad, así como de su importancia en la vida de los individuos. También he insistido en que el principal enemigo de la familia es el individualismo. Ahora bien, el individualismo hace uso del relativismo para minar todo aquello que se le oponga, empezando por la familia.

En mi entrada pasada, escribí acerca del relativismo cultural y de su nefasta influencia. Además, como refutación a la falacia del relativismo, propuse como medida de comparación entre las distintas culturas el respeto a la dignidad humana. De esta forma quedó demostrado que sí existen diferencias significativas entre las culturas y que, por tanto, es posible jerarquizarlas y declarar a unas mejores que otras. Pretendo hacer algo similar con los “modelos alternos” de familia.

Primero, sin embargo, es necesario aclarar algunas cuestiones respecto a lo que es la familia. La familia es una institución natural, es decir, no nace como parte de un pacto social o de alguna ley, sino que es inherente a la naturaleza humana. Lo que distingue a las familias humanas de las familias animales es que en las familias humanas, precisamente por ser humanas, la libertad juega un rol primordial. Sin esta libertad es imposible el amor, que es el principio creador y unificador de nuestras familias. Por amor, un hombre se casa con una mujer. Por amor, tiene hijos, por los cuales se sacrifica en su crianza y preparación para su ingreso a la vida comunitaria. Así, la familia colabora con la preservación de la especie no sólo dándole vida a nuevos individuos, sino también manteniendo la vida social, sin la cual ningún individuo puede subsistir.

Una vez hechas estas aclaraciones, podemos regresar al tema del relativismo y la familia. Aquí, como en todo aquello en que el relativismo está presente, encontramos una contradicción. Por un lado, el relativismo pretende crear toda una serie de “modelos alternativos” de familia, dando una impresión de diversidad, pero por el otro afirma que entre todos estos modelos no hay diferencias significativas. Al declarar a todos igualmente valiosos, en realidad está diciendo que no tienen ningún valor. Esto es falso. Suponiendo (por cuestiones argumentativas) que estos “modelos alternos” de familia se pudieran considerar como alternativas reales a la familia, podemos encontrar razones suficientes para sostener que el “modelo tradicional” (por llamarlo de alguna manera) es superior a los demás y que, por lo mismo, debería de ser protegido y fomentado por la sociedad en su conjunto.

Para poder evaluar estos modelos, usaré dos medidas distintas: el respeto a la dignidad humana y el grado de cumplimiento de las funciones de una familia. Me parece que estas dos medidas son razonables y válidas, pues cualquier persona sensata aceptaría que una institución que no cumpla con ellas no puede ser llamada familia (por más que nuestros legisladores así la definan).

Es evidente que sólo la familia formada por un hombre y una mujer es capaz de procreación (esto no lo digo yo, ni lo dice la Iglesia, así funciona la naturaleza). Si esta es una de las funciones básicas de la familia, entonces aquellas uniones que por su naturaleza misma son incapaces de ello ya llevan una seria desventaja. El uso de técnicas artificiales de procreación atentan abiertamente contra la dignidad humana por lo que no pueden ser consideradas como válidas en nuestro análisis.

En cuanto a la educación de la prole, es necesario antes dejar algo muy en claro. Las diferencias entre los sexos son una realidad. No importa qué tan masculina sea una mujer, no dejará por ello de ser mujer y, por lo mismo, jamás podrá experimentar lo que es ser hombre. Lo mismo ocurre en dirección contraria. La única forma en que hombres y mujeres pueden llegar a entenderse mutuamente es a través de una relación complementaria. Esto es un hecho, no depende de nosotros cambiarlo. Por ello, un niño necesita de un padre para desarrollarse como hombre y de una madre para aprender cómo son las mujeres (los hermanos y hermanas también son de gran ayuda, por cierto). De igual forma, una niña requiere de su madre para aprender a ser mujer y de su padre para aprender acerca de los hombres. Teniendo un padre y una madre es la mejor forma de lograr esto. Asimismo, es importante que tanto el padre como la madre estén presentes a lo largo del crecimiento y educación de los hijos, por la sencilla razón de que un padre (o madre) ausente es incapaz de enseñarle algo a sus hijos. Esta es parte de la justificación de que el matrimonio sea indisoluble y aquí, otra vez, la familia tradicional lleva la ventaja.

Por último queda por ver la cuestión de la dignidad humana. Es importante recordar que el respeto a la dignidad humana está por encima incluso que la misma libertad de los individuos. No hay ningún derecho que se pueda considerar como tal si atenta contra esta dignidad. En este sentido, la unión monógama e indisoluble es la que mejor cumple con este requisito. Monógama e indisoluble porque la dignidad de una mujer demanda que sea tratada como una persona y no como un objeto, tentación en la cual cae todo hombre que mantiene relaciones sexuales con distintas mujeres. La indisolubilidad del matrimonio es así una forma de protección pues esa “exclusividad” honra la dignidad tanto del hombre como de la mujer.

La familia tradicional, es decir, aquella basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer cuya unión es indisoluble es, sin duda alguna, la única que alcanza la calificación más alta de acuerdo a las medidas propuestas. Podrá tener sus defectos y podrá no ser perfecta, pero no cabe duda de que es la mejor opción que tenemos. Me parece ridículo que sólo porque la hemos ido destruyendo y ahora no funcione como debería, creamos que es conveniente fomentar otros “modelos” que sólo resultan más disfuncionales aún.



I have written quite often about the role that the family plays as the nucleus of society, as well as about its importance in the life of individuals. I have also insisted that the worse enemy of the family is Individualism. Individualism makes use of Relativism in order to undermine all that which opposes it, starting by the family.

In my last post, I wrote about Cultural Relativism and its terrible influence. As a refutation of this nefarious belief, I proposed that the respect of human dignity be used as a measure of comparison between different cultures. In that manner, it was proven that there are significant differences between cultures and that it is possible to establish a hierarchy and to declare some to be better than others. I seek to do the same with the “alternative models” of families.

First, however, it is necessary to clarify certain things about the family. The family is a natural institution, that is, it is not born of a social pact or of any law, but rather it is part of human nature. What distinguishes human families from animal “families” is that in human families, precisely because of their humanity, freedom plays a significant role. Without this freedom, love is impossible and love is the creative and unifying principle in our families. Out of love, a man marries a woman. Out of love, they have children and sacrifice many things in order to raise them and help them integrate into the communal life. In that way, the family collaborates with the preservation of our species, not only by giving life to new individuals, but also by maintaining the social life, without which no individual can survive.

Once this has been made clear, we can return to the subject at hand: the family and Relativism. Here, as in every place where Relativism is present, we can find a contradiction. On one hand, Relativism seeks to create a whole series of “alternative models” of families, giving an impression of diversity. On the other hand it sustains that there are no significant differences between these models. By declaring them all equally valuable, it is just saying that they are not worth anything at all. This is false. Even supposing (for the sake of the argument) that these models could be considered as true alternatives to a family, we can find enough reasons to prove that the so-called “traditional model” is superior to them and, for that reason, should be protected by society as a whole.

To evaluate these models, I propose two different units of measure: the respect of human dignity and the degree of fulfillment of the functions of a family. I believe that these are quite reasonable and valid measures, since any sane person would accept that an institution that does not satisfy these cannot be called a family (even if our legislators define it as so).

It is evident that only the family formed by a man and a woman is capable of procreation (this is not something that I say, or that the Church says, it is the way nature works). If procreation is one of the basic functions of the family, then those unions which are incapable of reproduction because of their very nature are in a serious disadvantage. The use of artificial techniques goes openly against human dignity so they will not be considered in this analysis.

Before talking about the upbringing of offspring, it is important to set something straight. The differences between genders are a reality. It does not matter how masculine a woman is, she will never stop being a woman, so she will never be able to experience what it is to be a man. The same occurs in the opposite direction. The only way in which men and women can understand each other is through a complementary relationship. This is a fact and it does not depend on us to change it. Therefore, a boy need a father in order to develop fully as a man and he needs a mother to learn about how women are (siblings are useful in this as well). In the same way, a girl needs a mother to become fully a woman and she needs a father to learn about the nature of men. Having both a father and a mother is the best way to achieve this. It is also important that both the father and the mother be present during the whole development of their children for the simple reason that an absent father (or mother) is incapable of teaching them anything at all. This is part of the justification in favor of the indissolubility of marriage. Here, once again, the traditional family has the lead.

The question of human dignity is now to be addressed. It is vital to remember that the respect of human dignity is above the freedom of individuals. There is no right that can be considered as such if it goes against human dignity. In this sense, the monogamous and indissoluble union is the one that best satisfies this requisite. This is so because the dignity of women demands that she be treated as a person and not as an object, temptation in which men can easily fall when they have sexual relationships with different women. The indissolubility of marriage then becomes a sort of protection because this exclusivity honors the dignity of both men and women.

The traditional family, that is, that one which is based on the indissoluble marriage of one man and one woman is, without a doubt, the one that scores the highest according to the proposed measures. It might have its defects and it surely is not perfect but it is definitely our best option. I think it is ridiculous that only because we have destroyed it and hence, it does not work as it should, we should believe that it is good to foster other “models” which are even more dysfunctional.

viernes, 15 de enero de 2010

Una meditación sobre el relativismo cultural / A meditation on Cultural Relativism

El relativismo cultural es la creencia de que todas las culturas son igualmente valiosas y que, por tanto, es imposible jerarquizarlas. Muchos han cedido ante la tentación de creer semejante patraña bajo el pretexto de la tolerancia, sobre todo en los círculos mal-llamados intelectuales (pues quien cree en el relativismo ha renunciado al pensamiento racional y no puede ser llamado intelectual).

Creer, por ejemplo, que la cultura del Nacional-Socialismo Alemán o la cultura Soviética no pueden ser condenadas como malas o como peores que prácticamente cualquier otra cultura que ha existido es una muestra más que evidente de la falacia que es el relativismo cultural. Ahora bien, para poder comparar y jerarquizar culturas, es necesario encontrar una referencia contra la cual medir la bondad o maldad de las mismas. Esta referencia, o unidad de medición, por llamarla de alguna manera, debe ser algún valor que podamos considerar supremo. Yo propongo como tal el respeto a la dignidad humana. Este valor es incluso superior a otro valor tan apreciado (aunque pésimamente mal entendido) como lo es la libertad, pues la libertad misma está contenida dentro del respeto a la dignidad humana y está sujeta a ella. Por tanto, podemos considerar al respeto a la dignidad humana como el valor supremo sobre el cual deberíamos construir nuestras sociedades y culturas.

Sé que por ahí podría surgir algún relativista seriamente dañado de sus facultades mentales a alegar que el respeto a la dignidad humana es un valor occidental y que no puede ser usado para juzgar a otras culturas. Este es un caso perdido y yo lo dejaría en manos de alguna institución mental, pues claramente ha perdido todo rastro de sentido común. Este valor es universalmente aceptado (o lo sería si todo mundo entendiera de qué se trata) y, por ello, es válido para construir esta jerarquía de culturas.

Una vez determinada nuestra unidad de referencia, podríamos proceder a calificar a cada cultura. Con ello, las mejores culturas serían aquellas en las que se respete la dignidad humana en mayor medida, y serían peores aquellas que no.

Es justo aquí donde encuentro la causa de que el relativismo cultural esté adquiriendo tanta fuerza en la civilización occidental. La causa es que Occidente fracasa miserablemente si lo sujetamos a esta medición. De ser una civilización en que las mejoras culturales se medían por el aumento en el respeto a esa dignidad, se pasó a la civilización de la objetificación del ser humano en sus relaciones interpersonales (sobre todo en las relaciones entre los sexos), de la explotación del hombre por el hombre (tanto en el capitalismo como en el socialismo) y en general a una civilización en que la dignidad humana quedó supeditada a muchos otros valores (a la libertad o al lucro) Una cultura en que la pornografía se permite por no limitar una supuesta libertad de expresión, en que el afán de lucro lleva a unos a esclavizar al pobre y en que la vida humana ha perdido todo valor, es una cultura que no tiene respeto alguno por la dignidad humana. En eso se ha convertido Occidente, y, aunque se repite constantemente que todos estos “avances” han sido para bien de la humanidad (creyendo que una mentira repetida mil veces se vuelve verdad), sabe en su subconsciente que no es así. Cada vez que se mide con la vara del respeto a la dignidad humana y ve su propio fracaso se sume más y más en la demencia del relativismo. Es su último y patético intento de justificación. Si todas las culturas tienen el mismo valor, entonces Occidente no puede ser inferior a las demás aunque sabe que lo es.  Bajo la hipócrita máscara de la tolerancia, ha fingido bajar de su pedestal para abrazar a sus hermanas, cuando en realidad lo que pretende es sumirlas en el mismo fango en que se encuentra.  Occidente ha perdido la razón pues ha intentado huir de la realidad y ha terminado en los brazos de la locura del relativismo.



Cultural relativism is the belief that all cultures are worth the same and that, therefore, it is impossible to hierarchize them. Many have given into the temptation of believing such nonsense under the excuse of tolerance, especially in the erroneously called intellectual circles (because anyone who believes in relativism has given up rational thought and cannot be called an intellectual).

To believe, for example, that the Nazi culture or the Soviet culture cannot be condemned as evil or cannot be considered worse than pretty much every other culture that has existed is a more than evident proof of cultural relativism being a fallacy. Now, in order to compare and hierarchize cultures, it is necessary to find a reference against which we can measure the goodness or badness of these. This reference, or unit of measurement, so to speak, must be some sort of supreme value. I propose the respect of human dignity as such value. This value is superior to that other value which is so appreciated (though incorrectly understood) nowadays: freedom. The respect of freedom is contained in the respect of the dignity of human beings and is subject to it. Hence, the respect of human dignity can be considered to be this supreme value around which we should build our societies and cultures.

I know that some severely deranged relativist could come up and argue that the respect of human dignity is a Western value and that it cannot be used to judge other cultures. This would be a lost cause and I would leave this person in the hands of some mental institution since he has clearly lost all trace of common sense. This value seems to be universally accepted (or would be if everyone knew what it means) and is valid to build our hierarchy of cultures.

Once we have determined our unit of reference, we can proceed to qualify each culture. In that way, the best cultures would be those in which human dignity is respected the most and those where it is respected the least would be the worst.

This is exactly where I see the cause of relativism becoming so strong in the West. The cause is that Western culture fails miserably if we subject it to this measurement. From being a civilization in which cultural improvements were thought of as improvements in the respect of that dignity, it came to be the civilization of objectification of human beings (especially in the relationships between the sexes), of exploitation of Man by Man (both in Capitalism and in Socialism) and of subjecting human dignity to so many other values (such as freedom and profit). A culture in which pornography is allowed because banning it would limit someone's freedom of expression; in which the search for profit has led many to enslave the poor and in which human life has lost its intrinsic value, is definitely a culture in which human dignity is not respected. That is what the West has become and, though it repeats to itself that these “advancements” have brought good to Mankind (believing that a lie repeated a thousand times will become a truth), it knows in its subconscious that this is not so. Each time that it measures itself with the scale of the respect of human dignity and sees its own failure, it sinks more and more into the madness of relativism. It is its last and most pathetic attempt at justifying itself. If all cultures have the same value, then Western culture cannot be inferior to any other culture, even when it knows that it is. Under the hypocritical mask of tolerance, it has pretended to come down from its pedestal to greet its sisters, when it was really trying to pull them down to the mud in which it lives.  The West has lost its mind because it has tried to flee from reality, straight into the arms of the insanity of relativism.

martes, 24 de marzo de 2009

Benedicto XVI y los condones

“No queremos una religión que esté bien cuando nosotros estemos bien. Lo que queremos es una religión que esté bien cuando nosotros estemos mal”
G.K. Chesterton
En su vuelo hacia África, el papa Benedicto XVI dio una conferencia de prensa en la que respondió a una pregunta respecto a la lucha contra el SIDA con una observación profunda y sensata pero que, por no ir conforme a las ideas de la mayoría, causó que los medios internacionales, varias organizaciones no gubernamentales y muchos políticos se rasgaran las vestiduras y se indignaran. Esta pregunta tenía que ver con la repartición de condones en países devastados por el SIDA.

Para evitar confusiones y malos entendidos (o malas interpretaciones), lo mejor es reproducir la cita textualmente (no como los medios masivos de comunicación que prefieren manipular la información) y analizar, con el texto a la mano, lo que se dijo y lo que realmente significa.

La pregunta la realizó el periodista francés Philippe Visseyrias: “Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del SIDA. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje?”

La respuesta del papa es, no sólo sensata sino que va más allá de las respuestas superficiales y demagógicas que dan los políticos y los “intelectuales” posmodernos: “Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el SIDA, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del SIDA sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema. La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen.”

Ahora, el escándalo surgió porque el Papa se atrevió a decir que la repartición de condones no bastaba para solucionar el problema del SIDA. Yo no entiendo por qué se indignó tanta gente, siendo que es por todos sabido que la Iglesia Católica siempre ha estado en contra del uso del condón. Si la indignación surgió porque, como argumentaron algunos, se criticó la hasta ahora fallida práctica de repartir condones, tampoco entiendo. Repartir condones y dar supuesta educación “sexual” (que de educación no tiene nada) no basta para erradicar el SIDA. Si así fuera, éste ya habría desaparecido en los países desarrollados, cosa que no ha sucedido. Si la indignación se debe a que afirmó que existe el riesgo de que aumente el mal, nuevamente no entiendo. Es cuestión de sentido común comprender que el condón, al “quitarle el peligro” a las relaciones sexuales “irregulares” (por llamarlas de alguna forma), las hace más atractivas. Por tanto, las hace más comunes y, en consecuencia, más susceptibles a un posible contagio. En pocas palabras, en lugar de terminar con el problema, lo aumenta, como afirmó el Papa. Por otro lado, el hecho de usar condón no te hace automáticamente una persona que lleva una vida sexual responsable (aunque la televisión te diga lo contrario). Por ejemplo, una persona promiscua, que tiene múltiples parejas sexuales no deja de ser irresponsable sólo porque usa condón. Eso sería equivalente a decir que alguien que maneja a más de 200 kilómetros por hora pero usa cinturón de seguridad es un conductor responsable. Eso es, a todas luces, una estupidez.

Lo que también rebasa mis limitadas capacidades intelectuales es por qué, si Occidente es tan tolerante con tanta insensatez que abunda en el mundo, no es igualmente tolerante con una postura realmente inteligente y que tiene sentido.

Bien dijo Chesterton que lo que necesitamos es una religión que esté bien cuando nosotros nos equivoquemos. Este caso es paradigmático de cómo la Iglesia está bien aún cuando todo el mundo está equivocado y se niega a aceptarlo. Benedicto XVI, a diferencia de sus detractores, está proponiendo una solución real, aunque no nos guste reconocerlo.

sábado, 28 de febrero de 2009

El orden medieval

La Edad Media es quizá la época menos apreciada de la historia humana. La imagen que tenemos de ella se debe más a los prejuicios de los hombres del siglo XIX que a un estudio riguroso e histórico. Nos han pintado a la Edad Media como una etapa oscura y caótica, consecuencia de la ignorancia y del caos interno de los individuos que vivieron en ella. Tan es así, que a la etapa que le sigue le llamamos el Renacimiento, como si la Edad Media hubiera sido un retroceso en la historia de la humanidad.

Es por ello que el libro El espíritu de la filosofía medieval del reconocido medievalista y filósofo Etienne Gilson resulta tan interesante. En él, Gilson nos muestra un rostro de los filósofos del Medioevo completamente distinto al que nos han descrito. Contraria a la suposición de que la filosofía medieval forzó una cristianización de la filosofía griega, nos muestra que los medievales la asimilaron, la interiorizaron y, basándose en sus principios, la desarrollaron más allá de lo que hubieran podido lograr los propios griegos. En lugar del bárbaro supersticioso, sometido por las autoridades eclesiásticas a la obediencia ciega, nos habla de un hombre inquieto y ansioso por entender todo lo que le rodea. No eran ignorantes y caóticos, sino hombres cultos, estudiosos y capaces de apreciar el orden que rige al universo (para lo cual sólo se requiere de sentido común).

Este orden, impuesto por la sabiduría divina, era central en la concepción medieval del universo. Gracias a él, el mundo, la historia y la propia vida humana tenían un sentido y una razón de ser. Dada la existencia de este orden, los hombres medievales podían encontrar su lugar en la jerarquía de la creación y actuar de acuerdo a ese lugar que ocupaban. Entendían a la perfección que no respetar este orden traía consecuencias graves tanto en los individuos como en las sociedades y la civilización en general.

Además, un orden universal es necesario para que exista la libertad. La esencia de la libertad consiste en elegir entre cosas de distinto valor (porque si valen lo mismo, elegir no tiene sentido), pero, para que las cosas tengan distinto valor, es necesario que exista un orden que determine esos valores. Ahora bien, ese orden debe ser externo a los individuos, porque si no fuera así, cada uno tendría su propio “orden” con lo cual se atentaría contra el concepto mismo de orden (ya que en realidad sería un caos). Esto para los medievales era evidente y, por ello, su filosofía pudo profundizar tanto en el estudio de la libertad humana.

Cuando comparamos esas ideas medievales con las del mundo actual, encontramos que son diametralmente opuestas. El mundo posmoderno es regido por el caos que trae consigo el relativismo. Cada quien decide qué es lo que vale y qué no, basados en sus preferencias personales, con lo que niegan la existencia de ese orden externo. Como mencioné en una ocasión anterior, esto atenta contra la idea de libertad, llegando a suprimirla por completo.

Por otro lado, al no reconocer un orden universal, el ser humano se ha colocado en un lugar que no le corresponde. Con el “Dios ha muerto” de Nietzsche, el hombre ha usurpado (o cree haber usurpado) el trono que le pertenecía a Dios, convirtiéndose en amo absoluto de la creación. Con ese supuesto poder, aunado a la fe en un progreso ilimitado y una confianza ciega en la técnica, lo único que ha logrado es traer desorden y destrucción al planeta en el que habita.

Al erigirse en dueño de la vida, sólo ha logrado la muerte de millones de seres humanos cuyas vidas fueron (y siguen siendo) destruidas por el capricho, la comodidad o la simple curiosidad. Si la Inquisición mataba a una persona, lo hacía en miras de lograr la salvación de su alma. Si el hombre contemporáneo mata a una persona, lo hace en miras de llenar sus bolsillos.

Los medievales consideraban a la raza humana como el centro del universo, pero se quedaron cortos comparados con el hombre actual que cree (a pesar de lo irracional e ilógico que es) que cada individuo es el centro del universo. Con lo cual, sólo ha logrado que esos “universos” colisionen entre sí, trayendo caos a nuestras sociedades.

En la Edad Media, todo tenía un significado. La vida, la muerte, el sufrimiento, la sociedad, todo tenía una razón de ser que hacía que los hombres le encontraran un sentido a su vida. Hoy, dada la negación de un orden en el mundo, nos encontramos a miles de individuos cuyas vidas están vacías y que no encuentran motivos suficientes para seguir viviendo. Nos encontramos a individuos que no valoran su propia existencia, y menos aún la de otros. Individuos que pueden entrar a escuelas y asesinar a niños para después suicidarse. Esto nos habla de un caos terrible que aqueja a Occidente.

Creo, junto con Gilson, que a la civilización contemporánea le haría bien un poco de ese orden que para la gente del “oscurantismo” era tan evidente.