lunes, 1 de noviembre de 2010
Meditación sobre el Logos / Meditation on the Logos
viernes, 22 de enero de 2010
El relativismo y la familia / Relativism and the family
viernes, 15 de enero de 2010
Una meditación sobre el relativismo cultural / A meditation on Cultural Relativism
martes, 24 de marzo de 2009
Benedicto XVI y los condones
G.K. Chesterton
Para evitar confusiones y malos entendidos (o malas interpretaciones), lo mejor es reproducir la cita textualmente (no como los medios masivos de comunicación que prefieren manipular la información) y analizar, con el texto a la mano, lo que se dijo y lo que realmente significa.
La pregunta la realizó el periodista francés Philippe Visseyrias: “Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del SIDA. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje?”
La respuesta del papa es, no sólo sensata sino que va más allá de las respuestas superficiales y demagógicas que dan los políticos y los “intelectuales” posmodernos: “Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el SIDA, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del SIDA sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema. La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen.”
Ahora, el escándalo surgió porque el Papa se atrevió a decir que la repartición de condones no bastaba para solucionar el problema del SIDA. Yo no entiendo por qué se indignó tanta gente, siendo que es por todos sabido que la Iglesia Católica siempre ha estado en contra del uso del condón. Si la indignación surgió porque, como argumentaron algunos, se criticó la hasta ahora fallida práctica de repartir condones, tampoco entiendo. Repartir condones y dar supuesta educación “sexual” (que de educación no tiene nada) no basta para erradicar el SIDA. Si así fuera, éste ya habría desaparecido en los países desarrollados, cosa que no ha sucedido. Si la indignación se debe a que afirmó que existe el riesgo de que aumente el mal, nuevamente no entiendo. Es cuestión de sentido común comprender que el condón, al “quitarle el peligro” a las relaciones sexuales “irregulares” (por llamarlas de alguna forma), las hace más atractivas. Por tanto, las hace más comunes y, en consecuencia, más susceptibles a un posible contagio. En pocas palabras, en lugar de terminar con el problema, lo aumenta, como afirmó el Papa. Por otro lado, el hecho de usar condón no te hace automáticamente una persona que lleva una vida sexual responsable (aunque la televisión te diga lo contrario). Por ejemplo, una persona promiscua, que tiene múltiples parejas sexuales no deja de ser irresponsable sólo porque usa condón. Eso sería equivalente a decir que alguien que maneja a más de 200 kilómetros por hora pero usa cinturón de seguridad es un conductor responsable. Eso es, a todas luces, una estupidez.
Lo que también rebasa mis limitadas capacidades intelectuales es por qué, si Occidente es tan tolerante con tanta insensatez que abunda en el mundo, no es igualmente tolerante con una postura realmente inteligente y que tiene sentido.
Bien dijo Chesterton que lo que necesitamos es una religión que esté bien cuando nosotros nos equivoquemos. Este caso es paradigmático de cómo la Iglesia está bien aún cuando todo el mundo está equivocado y se niega a aceptarlo. Benedicto XVI, a diferencia de sus detractores, está proponiendo una solución real, aunque no nos guste reconocerlo.
sábado, 28 de febrero de 2009
El orden medieval
La Edad Media es quizá la época menos apreciada de la historia humana. La imagen que tenemos de ella se debe más a los prejuicios de los hombres del siglo XIX que a un estudio riguroso e histórico. Nos han pintado a la Edad Media como una etapa oscura y caótica, consecuencia de la ignorancia y del caos interno de los individuos que vivieron en ella. Tan es así, que a la etapa que le sigue le llamamos el Renacimiento, como si la Edad Media hubiera sido un retroceso en la historia de la humanidad.
Es por ello que el libro El espíritu de la filosofía medieval del reconocido medievalista y filósofo Etienne Gilson resulta tan interesante. En él, Gilson nos muestra un rostro de los filósofos del Medioevo completamente distinto al que nos han descrito. Contraria a la suposición de que la filosofía medieval forzó una cristianización de la filosofía griega, nos muestra que los medievales la asimilaron, la interiorizaron y, basándose en sus principios, la desarrollaron más allá de lo que hubieran podido lograr los propios griegos. En lugar del bárbaro supersticioso, sometido por las autoridades eclesiásticas a la obediencia ciega, nos habla de un hombre inquieto y ansioso por entender todo lo que le rodea. No eran ignorantes y caóticos, sino hombres cultos, estudiosos y capaces de apreciar el orden que rige al universo (para lo cual sólo se requiere de sentido común).
Este orden, impuesto por la sabiduría divina, era central en la concepción medieval del universo. Gracias a él, el mundo, la historia y la propia vida humana tenían un sentido y una razón de ser. Dada la existencia de este orden, los hombres medievales podían encontrar su lugar en la jerarquía de la creación y actuar de acuerdo a ese lugar que ocupaban. Entendían a la perfección que no respetar este orden traía consecuencias graves tanto en los individuos como en las sociedades y la civilización en general.
Además, un orden universal es necesario para que exista la libertad. La esencia de la libertad consiste en elegir entre cosas de distinto valor (porque si valen lo mismo, elegir no tiene sentido), pero, para que las cosas tengan distinto valor, es necesario que exista un orden que determine esos valores. Ahora bien, ese orden debe ser externo a los individuos, porque si no fuera así, cada uno tendría su propio “orden” con lo cual se atentaría contra el concepto mismo de orden (ya que en realidad sería un caos). Esto para los medievales era evidente y, por ello, su filosofía pudo profundizar tanto en el estudio de la libertad humana.
Cuando comparamos esas ideas medievales con las del mundo actual, encontramos que son diametralmente opuestas. El mundo posmoderno es regido por el caos que trae consigo el relativismo. Cada quien decide qué es lo que vale y qué no, basados en sus preferencias personales, con lo que niegan la existencia de ese orden externo. Como mencioné en una ocasión anterior, esto atenta contra la idea de libertad, llegando a suprimirla por completo.
Por otro lado, al no reconocer un orden universal, el ser humano se ha colocado en un lugar que no le corresponde. Con el “Dios ha muerto” de Nietzsche, el hombre ha usurpado (o cree haber usurpado) el trono que le pertenecía a Dios, convirtiéndose en amo absoluto de la creación. Con ese supuesto poder, aunado a la fe en un progreso ilimitado y una confianza ciega en la técnica, lo único que ha logrado es traer desorden y destrucción al planeta en el que habita.
Al erigirse en dueño de la vida, sólo ha logrado la muerte de millones de seres humanos cuyas vidas fueron (y siguen siendo) destruidas por el capricho, la comodidad o la simple curiosidad. Si la Inquisición mataba a una persona, lo hacía en miras de lograr la salvación de su alma. Si el hombre contemporáneo mata a una persona, lo hace en miras de llenar sus bolsillos.
Los medievales consideraban a la raza humana como el centro del universo, pero se quedaron cortos comparados con el hombre actual que cree (a pesar de lo irracional e ilógico que es) que cada individuo es el centro del universo. Con lo cual, sólo ha logrado que esos “universos” colisionen entre sí, trayendo caos a nuestras sociedades.
En la Edad Media, todo tenía un significado. La vida, la muerte, el sufrimiento, la sociedad, todo tenía una razón de ser que hacía que los hombres le encontraran un sentido a su vida. Hoy, dada la negación de un orden en el mundo, nos encontramos a miles de individuos cuyas vidas están vacías y que no encuentran motivos suficientes para seguir viviendo. Nos encontramos a individuos que no valoran su propia existencia, y menos aún la de otros. Individuos que pueden entrar a escuelas y asesinar a niños para después suicidarse. Esto nos habla de un caos terrible que aqueja a Occidente.
Creo, junto con Gilson, que a la civilización contemporánea le haría bien un poco de ese orden que para la gente del “oscurantismo” era tan evidente.