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sábado, 17 de octubre de 2009

Lo inhumano de las políticas demográficas

La única forma en que se puede combatir la pobreza eficazmente es trabajando de la mano con los pobres. Esto va mucho más allá del “no darles un pescado sino enseñarles a pescar”, el cual se usa muchas veces como una excusa para no dar de lo que nosotros tenemos. Lo que se debe hacer es entender la realidad que viven los pobres y encontrar, junto con ellos, la solución a sus problemas. La solución no puede venir de personas externas que creen tener todas las respuestas (cuando en realidad no tienen ninguna), sino de los pobres mismos. Pretender imponer desde afuera formas de pensamiento o de organización atenta contra la dignidad de los pobres porque no los toma en cuenta, sino que los considera menores de edad incapaces de superar su condición.

Por eso las políticas demográficas que Occidente busca imponer a los países subdesarrollados son tan inhumanas. En lugar de intentar sacar a estos países y a su gente de la pobreza, los sume más en ella al quitarles lo más valioso que tienen: su capital humano. Su objetivo no es sacar a la gente de la pobreza sino exterminar a los pobres. Esto, claro está, lo justifican con un falso sentimiento de piedad hacia el pobre que es más bien un sentimiento de lástima.

El principal argumento para defender estas políticas anti-natalistas sostiene que la sobrepoblación trae consigo una presión demasiado grande sobre un sistema económico poco desarrollado (como si la economía fuera más importante que los seres humanos) y que, por tanto, hay que hacer que los pobres tengan menos hijos para que la economía pueda crecer. Este argumento tiene sentido desde el punto de vista de los países ricos en los que tener hijos es visto como una carga adicional o como un gasto más. Sin embargo, desde el punto de vista de la gente pobre, un hijo generalmente representa una esperanza. Pero, para poder entender eso, es necesario convivir con la gente pobre y ver lo que sus hijos son para ellos. Creer que porque somos más “educados” o más “avanzados” tenemos derecho a robarles la poca esperanza que les pueda quedar es una muestra del desprecio que realmente se tiene hacia el pobre.

No sé qué clase de estupidez aqueja a Occidente que busca exportar políticas que han demostrado ser ineficaces. Las políticas poblacionales que se impusieron en Latinoamérica desde los años sesenta no hicieron nada para aliviar la pobreza de la región. El demandarle a ciertos países pobres implementar políticas que atentan contra su población a cambio de apoyo económico es simplemente una forma moderna de esclavitud. Los mantiene en un estado de eterna dependencia en el cual pueden ser explotados indeterminadamente.

Pocas personas han alzado la voz para denunciar estos atropellos como lo han hecho, en días pasados, los obispos de África, reunidos en el Segundo Sínodo de los Obispos Africanos. Sus exigencias son claras: ayuda sin imposiciones culturales extranjeras, con pleno respeto hacia lo que son y hacia lo que creen. El “imperialismo cultural” de Occidente sólo representa una nueva esclavitud a la cual se pretende someter a la gente de África. Me parece muy acertada la afirmación del Cardenal Théodore-Adrien Sarr, obispo de Dakar, Senegal, al exhortar a que “los pueblos occidentales desechen la idea de que todo lo que creen y hacen se debe convertir en regla en el mundo”. Considerar que lo que creemos y hacemos en Occidente es lo mejor para los demás, viendo los resultados tan desastrosos que estamos teniendo, me parece una locura.

Quizá lo que necesitamos es aprender de aquellos pueblos y personas pobres. El día en que veamos a los pobres como sujetos poseedores de una dignidad, es decir, el día en que realmente escuchemos lo que tienen que decir, ese día estaremos realmente trabajando por acabar con la pobreza.


The inhumanity of demographic policies

The only way in which poverty can be fought effectively is by working hand with hand with the poor. This goes beyond “not giving a fish, but rather teaching them how to fish”, which we usually use as an excuse to not share what we have. What we have to do is to understand the reality that poor people live and to find, together with them, a solution. The solution can not come from external people who believe they have all the answers (which they usually don't have), but from the poor themselves. Trying to impose forms of thought or of organization goes against the dignity of the poor because not only does it not take them into account, but because it considers them minors incapable of overcoming their own condition.

That's why the demographic policies that the West seeks to impose on underdeveloped countries are so inhuman. Instead of pulling these countries and their people out of poverty, they push them deeper into it by taking away their most valuable asset: their human capital. Their objective is not to bring people out of poverty but to exterminate the poor. This, of course, they try to justify with a false sentiment of mercy, or, better said, a false sentiment of pity.

The main argument in defense of anti-natalist policies says that overpopulation brings with it a large pressure on a weak economical system (as if the economy were more important than human beings) and that, if the poor have less children, the economy will be able to grow in a more efficient way. This makes sense from the perspective of rich countries where children are seen as an extra burden or extra cost. But, from the point of view of the poor, offspring represent a hope. In order to understand that, you need to spend some time with the poor so you can actually see and learn what children mean to them. Believing that because we are more “educated” or “advanced” we have the right to steal from them the few hope they still have is just proof of the disdain that really exists towards the poor. Thinking that you understand what poverty is because you feel touched by the images of starving children while watching you high definition TV is nonsense.

I don't know what kind of stupidity affects the West that it seeks to export policies that have been proven ineffective. The population-control policies that were imposed in Latin America in the sixties did nothing to alleviate poverty in the region. Demanding poor countries to implement policies that go against their own people in exchange for economical help is simply a modern form of slavery. Those policies maintain those countries in a state of eternal dependency in which they can easily be exploited.

Few people have lifted their voices to denounce those abuses as the African Bishops, gathered in the Second Synod of African Bishops, have done in the past days. Their demands are clear: they want help without foreign cultural impositions, they want absolute respect for what they are and for what they believe in. They see the “cultural imperialism” of the West (in the form of gender ideology, abortion, sexual education) as the new slavery to which the African people are being subject to. Cardinal Théodore-Adrien Sarr of Senegal asks that “the western peoples should get rid of the idea that all that they believe and do should be the norm for the whole world”. Thinking that what we have been doing in the West, despite the disastrous results we've had, is the best thing for everybody just seems like madness.

Maybe what we need is to listen and learn from the poor. When we start seeing them as people with a dignity, that is, when we start listening to what they have to say and try to understand their reality, then we'll be on the right path to ending poverty.

lunes, 17 de agosto de 2009

Primero los pobres

Una de las pocas afirmaciones que se ha adueñado la izquierda y con la que puedo estar totalmente de acuerdo es la de “primero los pobres”. Sin embargo, nuestras diferencias aparecen en el momento mismo en que esa afirmación se intenta llevar de la teoría a la práctica. Quizá suene extraño que una persona que, como yo, se identifica con la “derecha”, pueda estar de acuerdo con esa idea. Parece una paradoja, mas no es así. Hay que recordar que la “derecha” tiene dos vertientes: la derecha cristiana (por llamarla de alguna manera), emanada de la Doctrina Social de la Iglesia, y la derecha liberal. La derecha liberal surge como defensora del liberalismo económico y de los intereses de los grandes capitalistas, mientras que la derecha cristiana surge como una propuesta alternativa tanto al capitalismo como al marxismo (o social-democracia, como lo llaman ahora).

Es decir, la propuesta de la derecha cristiana no es capitalista pero tampoco es marxista. Es humanista. La diferencia que existe entre ambos extremos y la propuesta humanista es una diferencia antropológica. Carlos Castillo Peraza la describe a la perfección (la propuesta humanista la denomina solidarismo): “En el núcleo del solidarismo está, pues, un conjunto de afirmaciones sobre el hombre: que es material, que es espiritual, que es personal y que es social. Frente a él, hay sistemas de pensamiento que suprimen alguna o algunas de esas dimensiones humanas. Está el individualismo, que reduce a casi nada la dimensión social del hombre, y está el colectivismo que aniquila la dimensión personal de aquél” (En la alternativa radical: el solidarismo, en El Porvenir Posible, Fondo de Cultura Económica).

¿Qué consecuencias tienen estas concepciones del hombre en la vida económica de nuestra sociedad? Tienen consecuencias muy importantes ya que, siguiendo a Benedicto XVI, podemos afirmar que “la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica” (Caritas in veritate, 75). Las diferencias económicas y sociales han alcanzado tal magnitud que se han vuelto ofensivas a la dignidad misma de los seres humanos. Es justo en ese punto en que la propuesta capitalista y la marxista convergen, mientras que la humanista se aparta de ellas. Tanto el capitalismo como el marxismo no ven en el pobre a un sujeto poseedor de dignidad sino a un estorbo o, en el mejor de los casos, un error inevitable del sistema.

Por ello, las “soluciones” que ofrecen estas propuestas son incapaces de resolver el problema de fondo y, en muchas ocasiones, resultan denigrantes de la dignidad de las personas pobres. Es ofensivo para la dignidad de los pobres que, como pretenden los gobiernos populistas de izquierda, se les trate como menores de edad, incapaces de trabajar por su propia superación sin la ayuda de las dádivas estatales. Es igualmente ofensivo pretender, como afirma el capitalismo, dejar a los pobres las riquezas que se derraman del enriquecimiento de unos pocos, como se da las sobras de la comida a los perros.

La concepción humanista, en cambio, exige que se les brinden las oportunidades a los pobres para que dejen de serlo a través de su propio esfuerzo y trabajo. No sólo con el apoyo del gobierno sino con el de la sociedad entera. Exige una sociedad y un Estado solidarios que trabajen por el Bien Común. La mejor inversión que puede realizar un país es en el desarrollo de su población, así como la mejor inversión que puede hacer una empresa es en el crecimiento de sus trabajadores. Se debe poner a los pobres primero porque son los miembros más débiles de la sociedad y, por tanto, necesitan de la protección de la sociedad. Los ricos no necesitan que se les proteja.

En todas las crisis económicas (como la actual) los más afectados son los pobres. En lugar de buscar formas de que no los afecten, los poderosos se justifican apelando a las “leyes de la economía”. Esto causaba una enorme indignación en Giorgio la Pira (quien fuera Alcalde de Florencia en los años cincuenta), quien afirmaba: “¿Le parece interclasismo cristiano aquel que permite que el trabajo -y, por tanto, el pan físico e incluso, en cierto modo, el espiritual, del trabajador y de la familia del trabajador- sea confiado a la inestabilidad de la ‘coyuntura’ (¡cuántas cosas y cuántas arbitrariedades se esconden bajo esta etiqueta!)? ¿Cómo pueden los trabajadores confiar en un orden social en el que su vida está confiada a los vientos tan desleales de la así llamada ‘libre iniciativa’?”. Me resulta ilógico pensar que mientras hemos logrado dominar las leyes de la naturaleza y someterlas a nuestros designios, no hemos podido hacer lo mismo con las leyes de la economía para ponerlas al servicio del hombre.

Estamos acostumbrados a medir el poderío de las naciones por la cantidad de riquezas que producen, así como por la cantidad de ricos que tiene. Esto me parece una estrategia errada. En las ingenierías se acostumbra determinar la calidad de un sistema basado en el componente menos eficiente del mismo. En términos llanos: el eslabón más débil de una cadena es el que determina la resistencia de la cadena completa. Creo que nos convendría seguir ese camino al determinar la riqueza y poderío de nuestras sociedades. Quizá ese cambio de perspectiva nos ayudaría a atacar el problema de la pobreza de una forma más efectiva y más acorde con la dignidad de las personas. Quizá sea un punto de vista nuevo que nos ayude a acabar con la terrible contradicción que se vive en el mundo actual, donde come mejor una vaca en un país del primer mundo que un niño de un país del tercer mundo. Donde se desperdicia, en el primer mundo, suficiente comida para alimentar al resto del mundo pero que se tira a la basura porque es “más barato”.