Oficialmente iniciaron las precampañas políticas. Son muchas las personas interesadas en obtener un puesto en la Asamblea Legislativa, en el Congreso de la Unión o en una delegación o presidencia municipal. El problema no radica en que esas personas estén buscando ocupar un puesto (cualquiera que, como yo, milita en un partido político aspira a eventualmente llegar a un puesto del gobierno) sino en por qué lo buscan.
El servicio público es, como su nombre lo indica, una forma de servir. De servir a los demás, a los ciudadanos, no a tus amigos ni a ti mismo. Por tanto, llegar a un puesto en el gobierno implica una enorme responsabilidad. Esta responsabilidad se vuelve mayor cuando tienes que gobernar en un país tan injusto como México. Creo que las palabras de Efraín González Luna son más que claras al respecto: “En cuanto a llegar al poder, baste recordar cuántos lo han alcanzado para el mal o cuántos lo han tenido para no hacer nada. Lo importante no es el poder, sino aquello para lo cual debe servir el poder”.
¿Para qué debe servir el poder? ¿Para enriquecerte? ¿Para enriquecer a los que te apoyaron? ¿Para dominar a los demás? No. El poder debe servir. Es decir, debe usarse como servicio. Dicen que la política es la mejor forma de ayudar a la mayor cantidad de personas. Por ello, el poder debe usarse para ayudar a los más desprotegidos. El poder existe para generar ese conjunto de condiciones que permiten a todos los seres humanos desarrollarse como tales. En pocas palabras, existe para administrar el Bien Común.
Ahora bien, generar estas condiciones que conocemos como Bien común no es una tarea fácil. Requiere de un líder que sea capaz de “mover almas” (en palabras de Gómez Morín), de organizar a la ciudadanía a colaborar con el esfuerzo. Debe también tener el conocimiento técnico necesario para cambiar las realidades sociales, económicas y políticas. El mismo Gómez Morín sostenía que la técnica debía ser una herramienta para transformar a la sociedad. Una herramienta que debía estar al servicio del ser humano y no, como sucede con frecuencia hoy en día, una herramienta que usa al ser humano.
Además del conocimiento técnico, la administración del Bien común requiere de un liderazgo moral. El poder siempre trae consigo la posibilidad de la corrupción. Los poderosos deben enfrentar continuamente la tentación del enriquecimiento y del abuso del poder. Si partimos de la definición del mal que sostiene que éste es la ausencia de bien, podemos concluir que a mayor posibilidad de bien, también hay una mayor posibilidad de mal. Por ende, si la política es la mejor forma de hacer el bien a la mayor cantidad de personas, también es la “mejor” forma de hacer el mal a la mayor cantidad de personas. Si la política y la ética no van de la mano, entonces nos encontramos con que la política se vuelve un instrumento de corrupción y de generación de sufrimiento tremendo. No debemos, pues, olvidar nunca la Ética. Citando nuevamente a Efraín González Luna: “Acción Política es una formación de conciencia y de fuerza política; no sólo la participación en una elección... Esto es precisamente lo que nos pierde; el olvidar los valores esenciales y fundamentales, por las circunstancias, por los accidentes”.
Lo que Don Efraín defendía era la primacía de la Ética. Cuán común se ha vuelto encontrar a gente que actúa de forma poco ética bajo la excusa de “buscar un mal menor”. Con tal de ganar una elección, por “las circunstancias”, se corrompen y luego buscan justificarse. El poder corrompe de una manera tan eficaz, que el acto torcido más pequeño abre la puerta a todas las demás formas de corrupción. La mejor forma de convencer a la gente de apoyarte, la mejor forma de “mover almas” es demostrando un comportamiento recto y honrado. Cualquier otra forma de obtener apoyo (corporativismo, compra de votos, etc.) podrá funcionar mejor para una determinada elección, pero a la larga, terminará volviéndose en contra de quien la ejercía. Por eso decía Don Manuel Gómez Morín que “las ideas y los valores del alma son nuestras únicas armas; no tenemos otras, pero tampoco las hay mejores”.
Cuando volteo a ver a todos los precandidatos cuyas lonas y posters pululan por toda la ciudad, me pregunto si estarán al tanto del deber al que se están, por lo menos en teoría, comprometiendo. El ejercicio del poder requiere de humildad, preparación, trabajo constante, sobriedad y austeridad. Si, además, consideramos que lo mejor suele ser lo que más trabajo cuesta, podemos concluir que ser un buen gobernante es quizá de las cosas más difíciles de lograr en esta vida. ¿Sabrán los precandidatos en lo que se están metiendo?
El servicio público es, como su nombre lo indica, una forma de servir. De servir a los demás, a los ciudadanos, no a tus amigos ni a ti mismo. Por tanto, llegar a un puesto en el gobierno implica una enorme responsabilidad. Esta responsabilidad se vuelve mayor cuando tienes que gobernar en un país tan injusto como México. Creo que las palabras de Efraín González Luna son más que claras al respecto: “En cuanto a llegar al poder, baste recordar cuántos lo han alcanzado para el mal o cuántos lo han tenido para no hacer nada. Lo importante no es el poder, sino aquello para lo cual debe servir el poder”.
¿Para qué debe servir el poder? ¿Para enriquecerte? ¿Para enriquecer a los que te apoyaron? ¿Para dominar a los demás? No. El poder debe servir. Es decir, debe usarse como servicio. Dicen que la política es la mejor forma de ayudar a la mayor cantidad de personas. Por ello, el poder debe usarse para ayudar a los más desprotegidos. El poder existe para generar ese conjunto de condiciones que permiten a todos los seres humanos desarrollarse como tales. En pocas palabras, existe para administrar el Bien Común.
Ahora bien, generar estas condiciones que conocemos como Bien común no es una tarea fácil. Requiere de un líder que sea capaz de “mover almas” (en palabras de Gómez Morín), de organizar a la ciudadanía a colaborar con el esfuerzo. Debe también tener el conocimiento técnico necesario para cambiar las realidades sociales, económicas y políticas. El mismo Gómez Morín sostenía que la técnica debía ser una herramienta para transformar a la sociedad. Una herramienta que debía estar al servicio del ser humano y no, como sucede con frecuencia hoy en día, una herramienta que usa al ser humano.
Además del conocimiento técnico, la administración del Bien común requiere de un liderazgo moral. El poder siempre trae consigo la posibilidad de la corrupción. Los poderosos deben enfrentar continuamente la tentación del enriquecimiento y del abuso del poder. Si partimos de la definición del mal que sostiene que éste es la ausencia de bien, podemos concluir que a mayor posibilidad de bien, también hay una mayor posibilidad de mal. Por ende, si la política es la mejor forma de hacer el bien a la mayor cantidad de personas, también es la “mejor” forma de hacer el mal a la mayor cantidad de personas. Si la política y la ética no van de la mano, entonces nos encontramos con que la política se vuelve un instrumento de corrupción y de generación de sufrimiento tremendo. No debemos, pues, olvidar nunca la Ética. Citando nuevamente a Efraín González Luna: “Acción Política es una formación de conciencia y de fuerza política; no sólo la participación en una elección... Esto es precisamente lo que nos pierde; el olvidar los valores esenciales y fundamentales, por las circunstancias, por los accidentes”.
Lo que Don Efraín defendía era la primacía de la Ética. Cuán común se ha vuelto encontrar a gente que actúa de forma poco ética bajo la excusa de “buscar un mal menor”. Con tal de ganar una elección, por “las circunstancias”, se corrompen y luego buscan justificarse. El poder corrompe de una manera tan eficaz, que el acto torcido más pequeño abre la puerta a todas las demás formas de corrupción. La mejor forma de convencer a la gente de apoyarte, la mejor forma de “mover almas” es demostrando un comportamiento recto y honrado. Cualquier otra forma de obtener apoyo (corporativismo, compra de votos, etc.) podrá funcionar mejor para una determinada elección, pero a la larga, terminará volviéndose en contra de quien la ejercía. Por eso decía Don Manuel Gómez Morín que “las ideas y los valores del alma son nuestras únicas armas; no tenemos otras, pero tampoco las hay mejores”.
Cuando volteo a ver a todos los precandidatos cuyas lonas y posters pululan por toda la ciudad, me pregunto si estarán al tanto del deber al que se están, por lo menos en teoría, comprometiendo. El ejercicio del poder requiere de humildad, preparación, trabajo constante, sobriedad y austeridad. Si, además, consideramos que lo mejor suele ser lo que más trabajo cuesta, podemos concluir que ser un buen gobernante es quizá de las cosas más difíciles de lograr en esta vida. ¿Sabrán los precandidatos en lo que se están metiendo?
1 comentario:
Estoy completamente de acuerdo contigo que un puesto público, o cualquier puesto en el que se tenga a cargo "x" número de personas, debe ser para servir a los demás. Ser "jefe", dirigir a un grupo de personas, es sumamente complicado y conlleva una gran responsabilidad, esta en las manos del jefe "obtener lo mejor de sus hombres, hay que conocerlos para saber en donde son mejores, también está en sus manos el mantenerlos motivados y contagiarles el espíritu de buscar perfeccionar el trabajo y actuar por el bien común", estas ideas las tomé del libro titulado "el arte de dirigir", realmente es muy bueno, quiza ya lo leiste sino, te servirá ya que al estar en un partido algún día subiras.
No justifico a los funcionarios, pero que esperas de las personas si no estan educadas, si su conciencia esta erronea, algunos actúan con ignorancia culposa, pero te aseguro que habrá otros que no, ya que nadie les enseño etica!!! sumemente necesaria, esta falta de educación en la ética es lo que ha generado la pérdida total de valores actuales y las peores perversidades.
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