La corriente artística que más me gusta es, sin duda alguna, la barroca. El arte Barroco, en todas sus vertientes, me fascina como ninguna otra corriente artística lo hace. No sé si mi simpatía hacia el barroco se deba a su pasión, su dramatismo, su realismo y su perfección o simplemente se deba a que, siendo mexicano, soy barroco por naturaleza. Sin embargo, y más allá de cualquier afinidad que sienta hacia el arte Barroco, nuestros antepasados de aquellos siglos nos dejaron una lección valiosísima que hoy deberíamos de aprovechar acerca de cómo influenciar la cultura para hacerla tender hacia el bien.
Recordemos que el Barroco surgió en una época de profundos cambios en Europa. La Reforma Protestante estaba cobrando enorme fuerza, por lo que la Iglesia Católica reaccionó con el Concilio de Trento, donde inició la llamada Contrarreforma. Ahora bien, una de las tantas formas en las que los Padres conciliares decidieron influir sobre la cambiante sociedad europea fue a través del arte y la cultura. Así, la Iglesia Católica se convirtió en la principal promotora del arte Barroco. La muestra más clara de esta influencia la observamos en los territorios que pertenecieron al Imperio Español, donde se erigieron infinidad de templos, conventos y monasterios barrocos, repletos de esculturas y pinturas que cautivaban y, a la vez, educaban a los feligreses. Esta actitud artística del catolicismo contrastaba fuertemente con la actitud iconoclasta de los protestantes y fue determinante en la evangelización de millones de personas.
Los Padres conciliares comprendían que para poder influir realmente en la sociedad, era necesario influir en la cultura. La sola fuerza del Estado o de la Iglesia no bastaba para detener el avance del protestantismo. Por tanto, sabían que mantener leyes que obligaran a la gente a permanecer fiel no bastaría para lograrlo, sino que era necesario ir más allá y hacer que las ideas del Concilio formaran parte de la cultura. Lo mismo hicieron los frailes misioneros en las colonias españolas: usaron el arte y la cultura para evangelizar a los indígenas. Hicieron que el catolicismo entrara en la América española a través del arte.
Hoy, casi cinco siglos después, nos encontramos nuevamente en una cruenta batalla cultural. El relativismo, el secularismo y la cultura de la muerte (que al final del día convergen en lo mismo) están teniendo avances nunca antes vistos. El desprecio a la dignidad de la Persona, su sumisión al totalitarismo científico-utilitarista, la intolerancia en nombre de la tolerancia, el hedonismo y todas las demás tendencias que se hacen cada vez más fuertes, están desplazando a la cultura de la Vida, aquella que considera al ser humano como el centro y fin de toda cultura y civilización. ¿Qué podemos hacer para detener estas tendencias culturales que representan el suicidio de Occidente? Yo propongo que repitamos la experiencia histórica del Barroco.
Es necesario que la cultura de la vida recupere el lugar que siempre ha ocupado en nuestra civilización, la cual surgió de la fusión de la tradición humanista judeo-cristiana con la tradición greco-latina. Una forma de hacerlo es teniendo a los mejores artistas e intelectuales. Es urgente que surjan nuevos Cervantes, Murillos o Churrigueras. Sin nuevos Sigüenzas y Góngora, Sor Juanas o Vivaldis, poco podremos lograr en el terreno cultural. Aquellos grandes genios alcanzaron la perfección en todas sus obras. Esa misma perfección técnica que ahora tienen los defensores de la cultura de la muerte y que hace que sean tan atractivas sus obras. Basta con comparar las películas de uno y otro bando. Son casos muy raros en los que una película buena (en el sentido moral) sea realmente de calidad. Por otro lado, cada año nos inundan una gran cantidad de películas de extraordinaria calidad cinematográfica pero con pésimos mensajes morales. ¿Cómo podremos difundir la cultura de la vida si no somos capaces de hacerla permear en la cultura de la sociedad a través de obras artísticas bien hechas?
Cualquiera que entre a una catedral virreinal quedará asombrado de cómo nuestros antepasados la construyeron cuidando hasta el último detalle. Su dominio de la técnica arquitectónica era fuera de lo común. Lo mismo ocurría con las demás artes: Velázquez dominaba la pintura, Bernini la escultura y Vivaldi la música. Ahí radica la trascendencia que han tenido sus obras: en que son obras maestras. Cuando la cultura de la vida tenga el respaldo de artistas e intelectuales que creen con cada obra una obra maestra, entonces tendremos garantizado un éxito como el que tuvo la cultura barroca.
Recordemos que el Barroco surgió en una época de profundos cambios en Europa. La Reforma Protestante estaba cobrando enorme fuerza, por lo que la Iglesia Católica reaccionó con el Concilio de Trento, donde inició la llamada Contrarreforma. Ahora bien, una de las tantas formas en las que los Padres conciliares decidieron influir sobre la cambiante sociedad europea fue a través del arte y la cultura. Así, la Iglesia Católica se convirtió en la principal promotora del arte Barroco. La muestra más clara de esta influencia la observamos en los territorios que pertenecieron al Imperio Español, donde se erigieron infinidad de templos, conventos y monasterios barrocos, repletos de esculturas y pinturas que cautivaban y, a la vez, educaban a los feligreses. Esta actitud artística del catolicismo contrastaba fuertemente con la actitud iconoclasta de los protestantes y fue determinante en la evangelización de millones de personas.
Los Padres conciliares comprendían que para poder influir realmente en la sociedad, era necesario influir en la cultura. La sola fuerza del Estado o de la Iglesia no bastaba para detener el avance del protestantismo. Por tanto, sabían que mantener leyes que obligaran a la gente a permanecer fiel no bastaría para lograrlo, sino que era necesario ir más allá y hacer que las ideas del Concilio formaran parte de la cultura. Lo mismo hicieron los frailes misioneros en las colonias españolas: usaron el arte y la cultura para evangelizar a los indígenas. Hicieron que el catolicismo entrara en la América española a través del arte.
Hoy, casi cinco siglos después, nos encontramos nuevamente en una cruenta batalla cultural. El relativismo, el secularismo y la cultura de la muerte (que al final del día convergen en lo mismo) están teniendo avances nunca antes vistos. El desprecio a la dignidad de la Persona, su sumisión al totalitarismo científico-utilitarista, la intolerancia en nombre de la tolerancia, el hedonismo y todas las demás tendencias que se hacen cada vez más fuertes, están desplazando a la cultura de la Vida, aquella que considera al ser humano como el centro y fin de toda cultura y civilización. ¿Qué podemos hacer para detener estas tendencias culturales que representan el suicidio de Occidente? Yo propongo que repitamos la experiencia histórica del Barroco.
Es necesario que la cultura de la vida recupere el lugar que siempre ha ocupado en nuestra civilización, la cual surgió de la fusión de la tradición humanista judeo-cristiana con la tradición greco-latina. Una forma de hacerlo es teniendo a los mejores artistas e intelectuales. Es urgente que surjan nuevos Cervantes, Murillos o Churrigueras. Sin nuevos Sigüenzas y Góngora, Sor Juanas o Vivaldis, poco podremos lograr en el terreno cultural. Aquellos grandes genios alcanzaron la perfección en todas sus obras. Esa misma perfección técnica que ahora tienen los defensores de la cultura de la muerte y que hace que sean tan atractivas sus obras. Basta con comparar las películas de uno y otro bando. Son casos muy raros en los que una película buena (en el sentido moral) sea realmente de calidad. Por otro lado, cada año nos inundan una gran cantidad de películas de extraordinaria calidad cinematográfica pero con pésimos mensajes morales. ¿Cómo podremos difundir la cultura de la vida si no somos capaces de hacerla permear en la cultura de la sociedad a través de obras artísticas bien hechas?
Cualquiera que entre a una catedral virreinal quedará asombrado de cómo nuestros antepasados la construyeron cuidando hasta el último detalle. Su dominio de la técnica arquitectónica era fuera de lo común. Lo mismo ocurría con las demás artes: Velázquez dominaba la pintura, Bernini la escultura y Vivaldi la música. Ahí radica la trascendencia que han tenido sus obras: en que son obras maestras. Cuando la cultura de la vida tenga el respaldo de artistas e intelectuales que creen con cada obra una obra maestra, entonces tendremos garantizado un éxito como el que tuvo la cultura barroca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario