domingo, 21 de marzo de 2010

La llamada / The call

Cuando uno decide escribir acerca de una experiencia misionera, uno no puede empezar diciendo que la razón por la que uno fue de misiones es porque un amigo lo invitó, o porque uno sintió la necesidad de hacer algo por los demás, o por esto o por lo otro o la razón que se te ocurra. Esto sería una verdad a medias. Uno debe empezar diciendo que uno fue porque uno fue llamado a ir. Esa llamada puede tomar la forma de la invitación de un amigo o del sentimiento de ayudar a otros o la forma que desees. Ser llamado es parte de la esencia de una misión. Uno no “va” de misiones, uno es enviado. La palabra “misión” significa precisamente eso: ser enviado para lograr algo. En consecuencia, una crónica precisa de un viaje misionero debe empezar con esta llamada y con las razones por las que uno decidió responder.

Mi llamada para ir a esta misión a Jamaica tomó varias formas. Todas ellas eventualmente convergieron, como si muchas voces repentinamente se unieran para formar un grito que me impulsaba a ir. Una de estas “voces” fue un amigo (misionero de tiempo completo) que dirigió este viaje y que me invitó a acompañarlo. Otra fue la pasión que tengo por este tipo de viajes, pasión que ha incrementado con los años y que probablemente lo continúe haciendo con el paso del tiempo. Debo admitir, sin embargo, que también tuve una razón egoísta para ir: el poder disfrutar por unos días del cálido clima tropical de Jamaica, en lugar del frío que había estado haciendo en Auburn. Por muy importantes que hayan sido estos factores en mi descubrimiento de que estaba siendo llamado a ir, hubo una razón más profunda y que considero como la más significativa de todas. Ésta fue el resultado de un largo proceso de reflexión acerca de la naturaleza del amor de Dios y de la manera en que hemos de vivirlo.

Realmente no sabemos cómo amar a Dios. A causa de la naturaleza espiritual de Dios, nos es difícil descubrir formas concretas de amarlo. Por ello, muchos tendemos a teorizar sobre cómo amarlo y muchos hemos llegado a la conclusión, no sé de qué forma, de que amar a Dios se logra simplemente yendo a la iglesia los domingos (o diario, si lo amas mucho) y siendo una “buena persona”. Esto es como decir que amas a una mujer simplemente visitándola de vez en cuando y siendo un “buen” novio o esposo. Esto es evidentemente ridículo. Es, en cierta forma, pretender convertir el amor a Dios en algo vago e indefinido. No nos satisface pues Dios no quiere que seamos “buenas” personas, quiere mucho más de nosotros. G.K. Chesterton solía decir que debemos hacer de nuestra religión más un romance que una teoría y eso es exactamente lo que Dios espera de nosotros. Un verdadero romance no es platónico, no es únicamente una idea, sino una realidad. Creo que tratamos de rebajar la importancia de esto por miedo a las implicaciones de realmente llevarlo a la práctica y vivirlo. Amar significa sacrificio, y eso siempre duele. Amar a Dios es la forma más extrema de amor y es, por lo mismo, el que demanda más de nosotros y el que duele más.

Sin embargo, cómo hemos de amar a Dios? Dada nuestra naturaleza material, necesitamos expresarnos de forma física. Mostramos nuestro amor y afecto hacia otros a través de nuestro cuerpo, con abrazos, besos y caricias. Esto no es posible de hacer con Dios. La respuesta a este dilema es, como todas las cosas grandiosas en esta vida, tan simple y obvia que fácilmente nos pasa sin que nos demos cuenta. Cualquier niño que vaya al catecismo con cierta regularidad nos podría decir la respuesta; sólo cuando nos convertimos en adultos y hemos olvidado las cosas simples de esta vida, la olvidamos. Si le preguntas a este niño cómo amar a Dios, te responderá: amando a los demás. Sabemos que lo que le hagas al más pequeño de tus hermanos se lo haces a Dios mismo (Mt. 25:40). Si los amamos, amamos a Dios. Ellos son seres físicos a quienes podemos amar de forma física, de acuerdo con nuestra naturaleza. Cuando me di cuenta de esto, todos los obstáculos intelectuales para amar a Dios desaparecieron, ya no había excusas para no amarlo.

Aún así, más preguntas aparecieron en mi cabeza. Si Dios nos ha amado de forma radical, ¿no estamos llamados a amarlo de una forma igualmente radical? Si esto es así, ¿cómo podemos lograrlo? ¿Qué significa amar a Dios radicalmente? Todas estas preguntas, igual que la que me hice respecto a cómo amar a Dios, tienen respuestas igualmente simples. Dios nos amó aún cuando no éramos amables, aún cuando no iba a obtener ningún beneficio por amarnos. Ahora bien, hay ciertas personas que son las menos amables de todas y que no nos ofrecen absolutamente ningún beneficio al amarlas. Por eso debemos amarlas más que a las demás. Son los rechazados y marginados por la sociedad. Son los pobres y los enfermos, los deformes, los discapacitados y los retrasados mentales, los ancianos y los abandonados. Amar a una persona bella y saludable es difícil, amar a una persona fea o moribunda es todavía más difícil. Esta es la forma más radical de amor al prójimo, por tanto, es la forma más radical de amor a Dios. Estas fueron las conclusiones a las que llegué e ir a Jamaica me ofrecía la oportunidad de vivirlas. Estaba siendo llamado. Ya no era un susurro que me suplicaba que fuera, era un grito que me ordenaba hacerlo e intentar silenciarlo era imposible. Yo había de ir y servir a los pobres de entre los pobres.

Sin importar cuán claro y fuerte sea este llamado, responder a él es bastante difícil. Si fuera fácil, obviamente todos lo harían y el mundo sería un lugar maravilloso. Sabemos que no es así. Muchos ignoran ese llamado, y ese casi fue mi caso en esta ocasión. Cuando uno es enviado, uno debe sentirse honrado de que Aquél que envía tiene semejante confianza en uno. Al mismo tiempo, uno debe tener confianza en que El que envía proveerá de todo lo necesario para que uno lleve a cabo su misión. Aquí es donde usualmente fallamos y abandonamos lo que hemos sido llamados a cumplir. Cuando meditas sobre ello, te das cuenta de los tonto que es asumir que serás enviado a hacer algo que eres incapaz de hacer, y, sin embargo, es lo que generalmente asumimos. Si realmente eres incapaz de hacerlo, de alguna forma se te dará lo necesario para que lo puedas hacer.

Mi obstáculo “insuperable” era el costo del viaje. Aunque no fue un viaje caro, no tenía suficiente dinero para pagarlo. Así que fui a mis padres para pedirles ayuda. Ellos tampoco tenían suficiente dinero. Por un momento pensé que mi llamada había sido una simple ilusión, un producto de mi imaginación. Parecía más fácil rendirse. Pero la voz que me llamaba era cada vez más fuerte y ahora, además, pedía confianza. Por alguna razón, recaudar fondos nunca había sido una opción para mi. Pedirle dinero a otros me parecía humillante y fuera de lugar. Hasta después entendí que era parte de mi preparación para mi misión. Si iba a servir a los pobres de entre los pobres, debía ser humilde. ¿Qué mejor forma de lograr esto que sometiendo mi orgullo y pidiendo ayuda a otros? Sólo puedo decir que funcionó.

Así, unos días después, me encontré saliendo del Aeropuerto Internacional Norman Manley, donde nos recibió una cálida brisa caribeña y el Hermano Gabriel, que estaba ahí para recogernos.



When one decides to write about a missionary experience, one cannot start by saying that the reason for going on a mission was that a friend invited you, or that you felt the need to do something for others, or this, or that or whatever reason you come up with. This would be an incomplete truth. One has to say that one went on it because one was called to go. That call could have taken the form of a friend's invitation or the feeling of helping others or whatever you wish. Being called is part of the essence of a mission. One does not “go” on a mission; one is sent. The word “mission” means precisely this: to be sent to accomplish something. In consequence, a precise chronicle of a mission trip must begin with this calling and why one has decided to respond to it.

My calling to go on this specific mission trip to Jamaica took several forms. All of them eventually converged, as if many separate voices suddenly came together in one powerful cry that urged me to go. One of those “voices” was a friend (a full time missionary), who led this trip and invited me to go with him. Another one was a passion I have for this kind of trips, which has only increased over the years and will continue to do so. I have to admit though, that there was also a selfish reason for going: that was to be able to spend a couple of days in a warm tropical climate instead of the cold it-is-not-spring-yet weather of Auburn. However important a role these factors played in me realizing that I was being called to go, there was a more profound reason which I consider to be the most significant of them all. It is the result of a long process of reflection about the nature of the love of God and of the way in which we are to live it.

The thing is, we do not really know how to love God. Because of God's spiritual nature, it is hard for us to discover concrete ways of loving Him. That is why most of us tend to theorize about how to love Him and many of us, somehow, have come to the conclusion that loving God is achieved simply by going to church on Sundays (or daily if you love Him very much) and by being an overall “good person”. This is like saying that you love a woman just by visiting her occasionally and by being an overall “good” boyfriend or husband (whatever that means). This is evidently ridiculous. It is, in a way, turning the act of loving God into a vague and undefined thing. It leaves us unsatisfied because God does not want us to be “good” people; He wants more of us, he wants saints. G.K. Chesterton used to say that we should make our religion less of a theory and more of a love affair, and that is exactly what God expects of us. A true love affair is never platonic; it is not only an idea, but a reality. I think we try to water this down because we are afraid of the implications of actually living it out. Love means self-sacrifice and sacrifice always hurts. Loving God is the most extreme form of love and is, therefore, the one that demands most of us and hurts the most.

But how, then, are we meant to love God? Given our physical nature, we need to express ourselves in physical ways. We show our love and affection towards others through our bodies: we hug them, we kiss them, we hold their hand. This is not possible when dealing with God. The answer to this dilemma is, as all great things in life, so simple and obvious that it can easily pass us by without us noticing it. Any child who attends Sunday school regularly could tell us the answer; only when we become adults and have forgotten the simplicities of the world do we forget it. If you ask this child how to love God, he will reply: by loving others. We know that whatever we do to the least of our brothers we do it to God Himself (Mt. 25: 40). If we love them, we love God. They are physical beings whom we can love physically, according to our own nature. When I realized this, all intellectual obstacles to love God were removed, there were no more excuses about how to love Him.

Even then, more questions came into my mind. If God has loved us in such a radical way, are we not called to love Him in an equally radical way? If so, how can we achieve this? What does it mean to love God radically? All these questions, just like the one about how to love God, have equally simple answers. God loved us even when we were most unlovable, even when He would obtain no profit out of loving us. Now, there are certain people who are the most unlovable of all and who offer us no profit in loving them. That is why we must love them more than anyone else. They are the outcasts and the rejected by society. They are the poor and the sick, the disfigured, the crippled and the mentally challenged, the old and the abandoned. Loving the beautiful and the healthy is hard, loving the ugly and the dying is even harder. It is the most radical form of love of neighbor, hence, it is the most radical form of love of God. These were the conclusions I had reached and this was exactly what going to Jamaica offered me the possibility of doing. I was being called. It no longer was a whisper that was begging me to go, it was a loud voice ordering me to do it and trying to silence it was impossible. I was to go and serve the poorest among the poor.

The answer

However clear and loud this call may be, it is quite difficult to respond to it. If it were easy, of course, everyone would respond and the world would be a wonderful place. We know that this is not the way things are. Many people fail to answer to their call, and that was almost my case with this trip. When one is being sent, one must feel honored that He who sends has such trust in one. At the same time, one must trust Him to provide for all that is needed to comply with one's mission. This is where we usually give up and abandon what we are being called to do. When you think about it, you find it to be quite foolish to assume that you will be sent to do something you are incapable of doing, and yet, that is what we believe most of the time. If you truly are incapable of doing it, you will be made capable of it somehow.

My “unsurmountable” obstacle was the cost of the trip. Though it was not expensive at all, I did not have the money to afford it by myself. So I went to my parents for help. They did not have the money either. For a moment I thought my calling was a mere illusion, a product of my imagination. It seemed easier to quit. But the voice that called me was ever louder and was now asking for trust. For some reason, fund raising never occurred to me to be an option. Asking people for money seemed humiliating and out of place. And yet, it was part of my preparation for this mission and only until later did I understand this. If I was to serve the poorest of the poor, I was to be humble. What better way to do this than by swallowing my pride and asking others for help? All I can say is that it worked.

And so, some days later, I found myself walking out of Norman Manley International Airport where we were greeted by a gentle Caribbean breeze and by Brother Gabriel, who was there to pick us up.

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