Después de estar en los barrios bajos, entrar a uno de los monasterios de los Misioneros de los Pobres es refrescante, como un vaso de agua fría después de una larga caminata bajo el sol veraniego. Tus sentidos son abrumados por las diferencias entre el interior y el exterior. Es casi como despertar de una pesadilla y encontrarte en la seguridad de tu cama. Los colores desvanecidos y opacos de las casas de los barrios dan paso a los colores vívidos de los edificios monacales. La monotonía del concreto y del asfalto es reemplazado por la variedad de árboles frutales y de flores de los jardines que los hermanos han cultivado y cuidado. La pesadumbre del ambiente desaparece y una sensación de alegría se apodera de ti. El contraste es tan grande que te agarra desprevenido. Nunca esperarías ver algo como estos monasterios en el centro de Kingston. Son islas de civilización en medio del océano de caos que son los barrios. Cuando los vi, finalmente entendí el rol que los monasterios tuvieron en el nacimiento y crecimiento de nuestra gran civilización.
Esto, quizá, necesite una explicación. Nunca se nos enseña este importante hecho histórico: que la civilización occidental nació en los monasterios de Europa y sobrevivió gracias a ellos. Nuestros historiadores oficiales tienden a minimizar el rol de estos monasterios y nos enseñan (más bien adoctrinan) que otros factores, por demás vulgares, son los que contribuyeron a formar Occidente. A lo mucho, conceden que los monasterios ayudaron a preservar la tradición grecorromana. Esto, aunque cierto, no es la verdad completa. Hicieron más que eso. Vayamos al pasado para analizar este hecho histórico.
Para los inicios del siglo sexto, el Imperio Romano de Occidente había dejado de existir. Las invasiones germánicas habían destruido la sociedad y la cultura romanas. Este es el periodo de tiempo que conocemos como la Edad Oscura. En esta época, cuando la oscuridad parecía tragar todo lo que había vivido bajo la luz de Roma, apareció un hombre que fundó una comunidad que había de convertirse en la salvación de nuestra civilización: San Benito de Nursia. En la cima de un monte localizado al sur de Roma, un grupo de hombres, dirigido por San Benito, construyó la abadía de Monte Cassino. Ahí, vivieron según las reglas establecidas por el santo y que permanecen como la base de todas las órdenes monásticas, incluso en nuestros días. Ora et Labora (oración y trabajo) se convirtió en el estilo de vida de esta comunidad de hombres, así como de las comunidades de mujeres que fundó la hermana de San Benito, Santa Escolástica. En pocos años, se fundaron monasterios y conventos por toda Europa. Pronto se convirtieron en centros donde el conocimiento, la cultura y el arte se preservaban y protegían. Durante largos años se dedicaron a copiar a mano todos los manuscritos de la antigüedad, dejaron tras sí un legado de belleza arquitectónica y de pintura que aún hoy podemos disfrutar (no he encontrado ningún monasterio que no sea bello y dudo que exista alguno), en pocas palabras, ofrecían una vida acorde con todo aquello que los humanos consideramos más noble. La vida de los monjes y las monjas era una vida sencilla, pacífica y santa, contraria a la vida de violencia que se llevaba en el exterior. Este estilo de vida, en el que la Verdad, la Belleza y el Bien reinaban, se volvió atractiva para los que vivían afuera. Así, los monasterios se convirtieron en centros que irradiaban civilización a las comunidades que los rodeaban. Aquellos que habían huido del mundo, ahora lo estaban transformando. Fue una transformación lenta, que tomó siglos, pero para el siglo onceavo, habían logrado convertir a la sociedad en una sociedad auténticamente (aunque imperfecta) cristiana. La Edad Oscura llegaba a su fin y la Edad Media, uno de los puntos más altos de la historia humana, comenzaba.
Esta es la importancia de los monasterios en la creación de nuestra cultura cristiana occidental. Su crecimiento espiritual siempre es seguido por un crecimiento de la civilización, su decadencia siempre es indicativa de la corrupción imperante. Por esto, cuando los enemigos de la Iglesia intentan destruirla, siempre abolen los monasterios primero. De alguna forma saben, quizá inconscientemente, que los monasterios son fuentes de vida y cultura cristiana. Por ello los odian.
Los dos monasterios en los que viven los Misioneros de los Pobres se localizan justo en medio de los barrios bajos del centro de Kingston, a distancia caminable uno del otro. Continúan esa larga tradición monacal de ser centros de civilización en los lugares más oscuros. Mientras los poderes del mundo (los bancos) se encuentran afuera y por encima de los barrios, proyectando su sombra sobre ellos, estos monasterios, fuente de esperanza y vida, fueron construidos dentro de ellos. Esto podrá parecer irrelevante, pero al notarlo me vino a la mente un paralelismo interesante con el reino espiritual: mientras el príncipe de este mundo permanece externo a nosotros, aprovechando su poder para imponer su voluntad “desde arriba” y cubriéndonos con su sombra, Dios, la luz que disipa toda tiniebla, se hizo hombre y habitó entre nosotros. Esta diferencia define quién gana a largo plazo. Cuánto tiempo le tomará a estos monasterios convertir los barrios bajos de Kingston en una cultura cristiana digna de ese nombre es algo que no sabemos. Quizá no lo veamos en nuestra vida. Sin embargo, las semillas ya están sembradas y su sola presencia ahí ya ha empezado a transformar la vida de los habitantes de esos barrios.
After being in the slums, entering one of the monasteries where the Missionaries of the Poor live is refreshing, like a glass of cold water after a long walk in a summer day. Your senses are overwhelmed by the differences between the outside and the inside of the monastery walls. It is almost like waking up from a nightmare and realizing that you are in your bed, safe from all harm. The dim and faded colors of the slums give way to the vivid colors of the monastery buildings. The monotony of the concrete and asphalt is replaced with the variety of trees and flowers of the gardens which the brothers have grown and taken care of. The oppressive atmosphere of the outside disappears and a sensation of happiness takes hold of you. The contrast is so great that it catches you off guard. You never expect to see anything like these monasteries in downtown Kingston. They are islands of civilization and beauty amidst the ocean of chaos that are the slums. When I saw them, I finally understood the role that monasteries played in the birth and growth of our great civilization.
This, perhaps, needs an explanation. We are never taught about this fact of history: that Western civilization was born in the monasteries of Europe and that it has survived because of them. Our official historians tend to minimize the role that these wonderful institutions played and teach (or rather, indoctrinate) that it were other more vulgar factors which contributed to the formation of the West. At most, they grant that monasteries helped preserve the ancient Graeco-Roman tradition. This, however true, is not the whole truth. They did much more than just that. Let us go back in history and analyze this fact.
By the beginning of the sixth century, the Western Roman Empire had ceased to exist. The Germanic invasions had destroyed Roman society and culture. This is the period of time which we call the Dark Ages. At this moment, when darkness seemed to engulf all of what once lived under the guiding light of Rome, came forth a man who founded a community which was to become the hope of all civilization: Saint Benedict of Nursia. At the top of a hill some miles south of Rome, the group of men led by Saint Benedict built the abbey of Monte Cassino. There, they lived under the rules established by this saint and which are still the foundation of all monastic orders to this day. Ora et Labora (Prayer and work) became the lifestyle of this community of men, as well as the communities of women which were founded by Saint Benedict's sister, Saint Scholastica. In a few years, monasteries and convents were being founded all across Europe. These soon became places where knowledge, culture and art were preserved and protected. For many years they copied by hand the written works of old; they left behind them a legacy of beauty in architecture and painting which we can enjoy even today (I have yet to find a monastery that is not beautiful, I honestly doubt one even exists). In a few words, they offered a life according to all those things which we, as humans, consider most noble. The life of the monks and nuns was a simple, peaceful and holy life, which stood in opposition to the violent life of those outside. This lifestyle, where Truth, Beauty and Good reigned, began to attract those living outside. The monasteries became centers that radiated civilization upon their surroundings. Those who had fled from the world were now transforming the world. It was a slow transformation that took centuries, but, by the eleventh century, had completely changed society into a truly Christian (though still imperfect) one. The Dark Ages were over, the Middle Ages, which were a high point in human history, had begun.
This is the importance of monasteries in the creation of our Western Christian civilization. Their spiritual growth is always followed by a growth in civilization; their decadence is indicative of the corruption of the society that surrounds them. This is why the enemies of the Church will always abolish monasteries first when trying to destroy It. They somehow know, maybe unconsciously, that monasteries are the fountains of Christian culture and life. That is why they hate them above all.
The two monasteries in which the Missionaries of the Poor live in are located right in the middle of the slums of downtown Kingston, at a walking distance from each other. They continue on that long monastic tradition of being centers of civilization in the darkest places. While the powers of the world (the banks) stand outside and above the slums, overshadowing them, these monasteries, which are a source of hope and true life, were built inside them. This might seem irrelevant, but noticing it brought to my mind an interesting parallel with the spiritual realm: the prince of this world remains separate from us, using his power to impose his will from “above”, casting his shadow upon us; while God, the light which dissipates all darkness, decided to become man and dwell among us. That difference defines who wins in the long run. How much time will it take for these monasteries to transform the slums of downtown Kingston into a Christian civilization worthy of that name, is something we might never know, something that might not take place in our lifetime, or even in several lifetimes. However, the seeds have already been sown and their sole presence there has already started changing the lives of the people who inhabit them.
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