Una de las enseñanzas de la Iglesia Católica que han sido más criticadas es la relacionada con la regulación artificial de la natalidad. La razón principal de que esto sea así es que la mayor parte de las personas desconocen las enseñanzas de la Iglesia respecto a la sexualidad y muchos de los que las conocen claramente no las entienden. Habría que agregar, además, que no solo se trata de ignorancia e incomprensión, sino de un rechazo abierto debido a la dificultad que representa vivirlas. Es erróneo suponer que debido a esa dificultad esas enseñanzas sean falsas. Yo me atrevería a decir que es debido precisamente a esa dificultad que son ciertas, dado que la experiencia no has enseñado que las soluciones fáciles generalmente son las soluciones equivocadas.
El hecho de que la semana pasada se hayan cumplido cincuenta años de la aprobación de la píldora anticonceptiva por las autoridades sanitarias de Estados Unidos hace que este sea un buen momento para reflexionar sobre los efectos que los anticonceptivos artificiales han tenido tanto sobre las mujeres, como sobre los hombres y la sociedad en general. Ya es tiempo de que superemos el sofisma de que la píldora ha incrementado el respeto a la dignidad de las mujeres. El razonamiento detrás de esa afirmación está errado y cualquiera que ejerza un poco de lógica podrá darse cuenta de ello. La utopía de libertad y equidad entre hombres y mujeres de la que los defensores de la píldora tan continuamente hablaban ha probado no ser más que una ilusión. Las enseñanzas de la Iglesia, a pesar de las críticas y los ataques que han recibido (incluso de parte de muchos católicos) han permanecido sin alteración alguna. Más importante aún: han demostrado ser verdaderas. Para poder entenderlas, uno debe primero entender el documento más importante escrito sobre el tema: la encíclica Humanae Vitae: Sobre la regulación artificial de la natalidad, de su Santidad Pablo VI.
Como preámbulo a su discusión sobre los anticonceptivos, Pablo VI habla de los cambios que han tenido lugar en nuestra civilización. Los clasifica en tres categorías: cambios de naturaleza económico-social, cambios filosófico-ideológicos y cambios tecnológicos. Todo esto le parecerá irrelevante a alguien que desconoce las enseñanzas de la Iglesia sobre la sexualidad. Esto es así porque mucha gente ha llegado a creer que la Iglesia enseña que el aspecto procreador del acto conyugal, en el cual pone énfasis constante, abarca la totalidad de su enseñanza sobre sexualidad. Muchas personas piensan que la Iglesia dice que la única finalidad del sexo es tener hijos. Creen que la Iglesia es de mente muy estrecha al respecto, cuando en realidad es de mente muy amplia. Los defensores de los anticonceptivos son los que son estrechos de mente pues reducen la sexualidad a un proceso biológico. Para Pablo VI, la sexualidad es mucho más que simple biología, o incluso más que una simple decisión personal. Es algo que involucra a la persona completa, como un ser espiritual, físico y social. Por tanto, la sexualidad y la procreación no se pueden partir en pedazos, deben ser vistas como un todo.
La estrechez de mente de los defensores de los anticonceptivos se vuelve más evidente aún cuando colocamos a la sexualidad en su lugar con respecto al amor, al matrimonio y a la familia. Como escribió el Arzobispo Fulton Sheen: “el amor incluye al sexo, pero el sexo no incluye al amor” (Fulton J. Sheen, Tres para casarse). Esto quiere decir que el sexo es sólo un aspecto del amor humano y no es el más importante. Para mentes adoctrinadas en las teorías de Freud, esto es inconcebible. Sin embargo, es cierto. Por ello, Pablo VI considera adecuado clarificar lo que entendemos por matrimonio y por acto conyugal. Estos significados han sido torcidos y ninguna discusión racional sobre anticonceptivos se puede dar si éstos no quedan claros para todos. La confusión y la ambigüedad son características de una razón débil mientras que definiciones precisas son necesarias para pensar correctamente.
Pablo VI afirma lo siguiente: la esencia del amor matrimonial es el don de uno mismo. Esto trae consigo muchas implicaciones. Primero, se trata de un amor plenamente humano, que se da entre dos personas que poseen no sólo un cuerpo, sino también un alma (o mente, o como quieras llamarla). No es una cuestión meramente física o biológica, también es espiritual. No depende de las emociones ni de los instintos (aunque nadie niega su importancia e influencia) sino del libre albedrío, de la voluntad. Esto tiene sentido pues un regalo debe ser dado libremente, de lo contrario, no es un regalo. De esa manera, el amor conyugal está hecho para sobrevivir las dificultades de la vida matrimonial y para ayudar al hombre y a la mujer a crecer como “una sola carne”. La segunda característica que podemos deducir es que este amor debe ser total. Un regalo se da completamente, no puedes dar únicamente una parte del regalo ni puedes pedir que te lo regresen una vez dado. Así, se sigue que los esposos deben compartir todo (¡incluyendo su fecundidad!). Muy relacionada con esta característica está la tercera: fidelidad. Una persona sólo puede entregarse completamente a una persona. Este es un límite impuesto por nuestra naturaleza material, por nuestro mismo cuerpo. Por último, este amor es fecundo. Una consecuencia natural del amor conyugal es la procreación. Así ha sido desde los primeros días en que el hombre caminó por esta Tierra.
Para Pablo VI, el sexo es algo inseparable del amor matrimonial. En consecuencia, la naturaleza del acto sexual y sus propiedades están determinadas por el matrimonio. Éstas deben ser igualmente estudiadas y entendidas y eso haré en la próxima ocasión.
One of the most criticized teachings of the Catholic Church is the one on artificial birth control. The main reason for this is that many people do not know the Church’s teachings on sexuality and many of those who do know it, clearly do not understand it. I would add that in many cases there is not only misunderstanding and ignorance but also an open rejection of these teachings simply because they are hard to live out. It is erroneous to assume that that difficulty renders them false. I would go as far as claiming that it is precisely this difficulty which proves them right, since experience has taught us that easy solutions are usually the wrong solutions.
The fact that this past week marked the 50th anniversary of the FDA approval of the birth control pill makes this a good time for us to reflect on the effects that artificial birth control has had not only on women, but also on men and on society in general. We can no longer believe the sophistry that the pill has brought with it an increased respect for the dignity of women. The reasoning behind that statement is flawed and anyone who exercises some basic logic will become aware of this. The utopia of freedom and equality between men and women that the proponents of birth control so insistently talked about has proven to be nothing but an illusion. The teachings of the Church, on the other hand, have remained unaltered despite all the criticisms and attacks they have suffered, even from many Catholics. And, most importantly, they have proven to be right. In order to understand them, one must first understand the most significant document on the matter: Pope Paul VI’s encyclical Humanae Vitae: On the artificial regulation of birth.
As a preamble to his discussion on artificial contraception, Paul VI talks about the many changes that have taken place in our civilization. He classifies these changes in three main categories: changes of a social and economical nature; changes of a philosophical or ideological nature; and changes of the technological order. To someone who does not know the teachings of the Church on sexuality, all this seems unrelated to the subject at hand. This happens because most people take the Church's stress on the procreative aspect of sex as if it were the complete teaching on sexuality. People really think that the Church teaches that the only purpose of sex is to have children. They believe the Church is very narrow on the subject, when it is actually very broad. It is the defenders of contraceptives who are narrow minded because they reduce sexuality to a biological process. For Paul VI, sexuality is something more than mere biology or even more than a simple personal choice. It is something that involves the entire human person, as a spiritual, physical and social being. Hence, the subject of sexuality and procreation cannot be compartmentalized, it must be seen as a whole.
The narrow mindedness of the proponents of contraception becomes more evident when we place sexuality in its proper place with respect to love, marriage and the family. As Archbishop Fulton Sheen wrote: “love includes sex, but sex does not include love” (Fulton J. Sheen, Three to get Married). That is, sex is only one aspect of human love and it is not the most important one. To minds indoctrinated in Freudianism, this seems outrageous. And yet, it is true. For that reason, Paul VI considers it appropriate to clarify the meaning of marriage and the conjugal act. These meanings have been corrupted and altered and no rational discussion on contraceptives can take place if they are not made clear and understandable to all. Confusion and ambiguity are characteristic of a weak reason while accurate definitions are needed to think correctly.
The essence of married love is the gift of self. This brings with it many implications. First of all, it is a love fully human, between two persons who possess not only a body, but also a soul. It is not simply a physical or biological thing, it is also spiritual. It does not depend on emotions or instincts (however important and influential they may be) but on the will. This makes sense since a gift must be given freely; otherwise it is not a gift. Therefore, married love is made to survive the difficulties of married life and to help husband and wife grow as “one flesh”. The second characteristic we can deduce is that this love must be total. A gift must be given away completely; you cannot give away parts of the gift nor can you take it back once you have given it away. Hence, husband and wife ought to share everything (including their fecundity!). Very related to this second characteristic we have the third one: fidelity. A person can give himself completely (physically and spiritually) to one person only. That is a limit imposed by our material nature, by our body itself. Lastly, it is a love that is fecund. A natural consequence of married love is the bearing of children. That is the way in which it has been since Man first roamed this Earth.
For Paul VI, sex is something inseparable from married love. In consequence, the nature of sex and its properties are determined by married love. These must also be studied and correctly understood. That I shall do next time.
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