Pentecostés es la fiesta por excelencia de la Universalidad de la Iglesia Católica. Pentecostés es la fiesta que se celebra cincuenta días después de la Pascua de Resurrección. En ella se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y con ello el inicio de su labor evangelizadora. Es el “cumpleaños” de la Iglesia. Digo que es la fiesta de la universalidad de la Iglesia porque, según se narra en la primera lectura de hoy (Hechos de los Apóstoles 2: 1-11) los apóstoles salieron de su encierro hablando de las maravillas de Dios en una multitud de idiomas.
Este pasaje de los Hechos de los Apóstoles se relaciona directamente con una de las primeras historias de la Biblia: la de la torre de Babel. Como se lee en el capítulo 11 del libro del Génesis, en su soberbia, los hombres se reúnen para edificar una torre que se alce hasta el cielo. Dios decide confundir sus lenguas de forma que ya no puedan entenderse unos a otros, con lo que se dispersan por el mundo. En Pentecostés, el efecto de Babel queda anulado. Sin embargo, esta anulación no se da como un regreso al estado original. En el plan divino no estaba revertir la cacofonía creada en Babel con la monótona melodía de una lengua única, sino con la polifonía de todas las lenguas de los hombres.
Esto puede parecer trivial pues rara vez pensamos en lo que el lenguaje realmente es. La educación utilitaria que hemos recibido nos ha llevado a creer que el lenguaje es únicamente una herramienta de comunicación. Como ahora todo está al servicio del dinero y de la economía, uno aprende otros idiomas para tener una “ventaja competitiva” sobre aquellos que nada más hablan uno. Al empobrecer el significado de un idioma, empobrecemos nuestra experiencia de aprenderlo. Así, las clases de idiomas que se imparten en la mayoría de las instituciones modernas están enfocadas en aprender a usar ese idioma, pero rara vez se enfocan en el idioma mismo o en los esquemas mentales que hay detrás de él.
En esto, como en casi todo, el mundo contemporáneo está equivocado. El lenguaje es más que una herramienta para comunicarte con otros. La unión entre lenguaje y pensamiento es tan fuerte que el idioma que uno habla determina en gran medida la forma en que uno piensa. Las palabras que uno usa para referirse a las cosas reflejan el concepto que tenemos de ellas. Por eso la insistencia de ciertos grupos en cambiar los términos con los que nos referimos a ciertas cosas, o a inducir ambigüedad (a través de la “redefinición”) en las palabras comúnes. Nuestras estructuras mentales están directamente relacionadas con nuestro idioma. Aquí es donde radica la dificultad de aprender una lengua foránea. Uno debe cambiar completamente su forma de pensar. No se trata simplemente de memorizar el vocabulario o de aprender una multitud de frases. Se trata de adentrarse y apropiarse de los procesos mentales de los que hablan ese idioma de forma nativa. Este vínculo lenguaje-pensamiento es tan intenso que en muchas ocasiones se llega a presentar como un obstáculo físico que le impide a uno emitir los sonidos necesarios para pronunciar ciertas palabras. Como el idioma está tan vinculado con la forma de pensar de la gente, éste llega a ser una ventana por la cual uno puede ver el interior del que lo habla. Por ello Cristo afirmó que lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella (Mt. 15:11).
¿Qué tiene que ver esto con Pentecostés y con la Universalidad de la Iglesia? Todo. Los apóstoles salen proclamando la gloria de Dios en los distintos idiomas que hablaban todos los que se encontraban en Jerusalén (partos, medos y elamitas, etc.). De esa forma, el mensaje que están comunicando puede permear hasta los más profundos rincones de las mentes de los que los escuchan. El mensaje salvífico penetra las estructuras mentales y le habla directa y personalmente a cada uno de los presentes. Este mensaje se vuelve así, un mensaje universal. El éxito de los trabajos misioneros de la Iglesia se debe en gran medida a este don de lenguas.
En forma semejante a aquél primer Pentecostés, mil quinientos años después, los frailes misioneros que evangelizaron América enfocaron sus primeros esfuerzos en aprender los idiomas de los nativos y en traducir los Evangelios y los catecismos a las lenguas aborígenes. Algo similar harían después los Padres Conciliares reunidos en el Concilio Vaticano II al pedir que la liturgia se tradujera y se celebrara en las lenguas vernáculas. El don de lenguas sigue presente, aunque en forma distinta.
Una de las cosas que más disfruto es ir a una Misa en otro idioma. Esta universalidad que nació en Pentecostés se vuelve algo tangible. Aún cuando los sonidos que pronuncia el sacerdote me son incomprensibles y, en muchas ocasiones, imposibles de replicar, sé qué es lo que está diciendo. Puesto que aprendí lo que se dice en mi propio idioma y estas palabras se han vuelto una parte de mí, ahora el sacrificio de la Misa es capaz de trascender el lenguaje. Al trascender el lenguaje no quiero decir que éste deja de importar. La liturgia se enriquece con la “personalidad” inherente al idioma en que se celebra, cada lenguaje le da un estilo distinto. Cada cultura, cada nación, cada etnia trae así una parte de sí misma y la pone ante el altar. Dios reúne a los hombres que se dispersaron por el mundo y cada uno trae consigo sus dones y sus riquezas para compartirlos con el resto de la Iglesia. Así, todas las lenguas, cada una con su tono y melodía distintas, se unen para formar la armonía del canto de los hombres que glorifican a Dios.
Pentecost is, par excellence, the feast of the universality of the Catholic Church. Pentecost is the feast that is celebrated fifty days after Easter. In it we commemorate the coming of the Holy Spirit upon the Apostles and the beginning of their evangelizing labors. It is the “birthday” of the Church. I say it is the feast of the universality of the Church because, as is told in today's first reading (Acts 2: 1-11), the Apostles came out of their hiding place speaking the wonders of God in a multitude of languages.
This passage from Acts is directly related to one of the first stories found in the Bible: that of the tower of Babel. It can be found in Genesis chapter 11, where one reads that, in their pride, men came together to build a tower that would climb all the way up to heaven. God confuses their languages so they can no longer understand each other and they are dispersed throughout the world. In Pentecost, the effect of Babel is annulled. However, this annulment does not present itself as a return to the original state. The Divine plan was not to revert the cacophony of Babel with the monotonous melody of a single language but to do it with the polyphony of all the tongues of Men.
This might seem trivial since we rarely think about what language really is. The utilitarian education we have received has led us to believe that language is only a tool for communicating with others. Since now everything must serve money and the Economy, one learns another language to have a “competitive advantage” over those who only speak one. By impoverishing the meaning of language, we also impoverish our learning experience of it. That is why modern language classes focus on learning how to use the language but not on the language itself nor on the mental schemes behind it.
In this, as in almost everything, the Modern world is wrong. Language is much more than a simple tool for communicating. The union between language and thought is so strong that the language one speaks determines to a great extent the way in which one thinks. The words we use to refer to things reflect the concept we have of them. That is why certain groups insist so much on changing the terms we use to address certain things or on inducing ambiguity (through “redefinition”) into our everyday words. Our mental structures are directly related with our language. This is where the difficulty of learning a foreign language lies. One must completely change one's way of thinking. It is not as simple as learning a vocabulary or memorizing many different phrases. It is about penetrating and embracing the mental processes that the native speakers have. This link between thought and language is so intense, that in many occasions it presents itself as a physical obstacle that impedes one from emitting the sounds necessary to pronounce certain words. Since language is so linked to the way people think, it becomes a “window” through which one can see the inside of those who speak it. That is why Christ said that what defiles man is not what comes into his mouth, but what comes out of it (Mt. 15:11).
What does this have to do with Pentecost and the universality of the Church? It has everything to do with it. The Apostles emerge proclaiming the glory of God in the languages of all those present in Jerusalem (Parthians, Medes, and Elamites, etc.). In that manner, the message that they are communicating can permeate into the deepest corners of their listener's minds. The salvific message penetrates the mental structures and speaks directly and personally to all those present. Hence, this message becomes universal. The success of the Church's missionary works has always depended heavily on this Gift of Tongues.
In a way similar to that first Pentecost, fifteen hundred years later, the missionaries that evangelized the New World focused their first efforts to learning the native tongues and in translating the Gospels and the cathecisms to the aboriginal languages. Something like it would be done by the Council Fathers gathered in the Second Vatican Council when they asked that the liturgy be translated and celebrated in the vernacular tongues. The Gift of Tongues is still present though in a different way.
One of the things I enjoy the most is attending a Mass in a foreign language. The universality that was born in Pentecost becomes something tangible. Even when the sounds that the priest produces are incomprehensible (and many times irreproducible) to me, I know what it is he is saying. Since I learned what is said in my own language, those words have become a part of me. The sacrifice of the Mass then becomes capable of transcending language. By this I do not mean that it no longer matters. The liturgy is enriched by the “personality” inherent to the language in which it is being celebrated, each one gives it a unique style. Every culture, every nation, every ethnic group brings a part of itself and places it before the altar. God reunites the men that were dispersed throughout the world and each one brings with him his own riches and gifts to share. That way, all languages, each one with its own tone and melody, unite to form the harmony of the song of all men that glorify God.
Pentecostés, El Greco / Pentecost, El Greco
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