Espero que mi publicación anterior haya bastado para dejar en claro que la Iglesia Católica no odia ni discrimina a los homosexuales. Aún así, dejé abierta la pregunta sobre si lo que enseña la Iglesia es mejor que lo que la ideología homosexual (o ideología de género) defiende. En esta ocasión sostengo que sí lo es.
Contrario a lo que muchos creen, la posición de la Iglesia Católica respecto a la sexualidad humana no es opresiva sino liberadora; no demoniza a la sexualidad sino que la exalta; no la destruye sino que la da su sentido pleno. Sin embargo, este efecto liberador no lo podemos entender como la destrucción de límites o restricciones. Es liberador precisamente porque establece límites, porque pone las cosas en orden, porque da forma y moldea a la sexualidad en lo que debe de ser.
Al hacer esto, establece el principio, que nuestra experiencia diaria confirma, de que no existe la libertad absoluta. No existe porque existe una Verdad objetiva. Lo idea de una Verdad objetiva hace que el hombre posmoderno en general, y el defensor de la ideología de género en particular, retroceda asqueado, pero no por eso deja de ser real. Cuando hablo de Verdad objetiva, me refiero a todas aquellas realidades (por lo general externas a nosotros) que existen nos guste o no y que, se podría decir, imponen límites a nuestra libertad. Las leyes de la naturaleza son parte de esta Verdad objetiva, así como el hecho de que vivimos en sociedad y no podemos vivir completamente aislados de los demás. También lo es el hecho indiscutible de que fuimos creados (o evolucionamos, o aparecimos por casualidad, o lo que sea que más te agrade) de una cierta manera y que actuar en forma distinta a esa forma de ser es dañino para nosotros y para los demás. No es algo malo el que existan estas realidades externas ni lo es el que limiten nuestra libertad. Es precisamente porque existen por lo que la libertad es posible. Sin ellos, ni siquiera podríamos existir. Ahora bien, es obvio que, debido a nuestro libre albedrío, podemos decidir ir contra esas realidades objetivas pero eso siempre es un esfuerzo inútil. La realidad siempre tiene la última palabra.
¿Qué tiene que ver toda esta discusión sobre libertad y verdades objetivas con la homosexualidad? Para empezar, la ideología de género se funda en la utopía de que esta libertad absoluta existe. Eso debería de bastar para probar que la enseñanza Católica, que, por el contrario se basa en un realismo sano, es superior. La ideología de género cree en la existencia de la libertad absoluta pues sostiene que podemos “escoger” nuestro sexo. Para ellos no hay esa verdad objetiva que es el sexo de una persona. Algunos llegan al grado de sostener que, no se puede definir el sexo de una persona como masculino o femenino, sino como un espectro (sea lo que sea que eso significa). La enseñanza católica es muy clara en este respecto: hay una verdad objetiva acerca del sexo de una persona y esa verdad objetiva es su cuerpo. Nuestros cuerpos dicen qué somos y ningún tratamiento hormonal o cirugía plástica puede cambiar eso. No existe ninguna “mujer atrapada en el cuerpo de un hombre“, sólo existen hombres muy confundidos. Decirle a esa persona que puede “escoger“ ser mujer sólo le causará mayores problemas pues no está sustentado en la realidad.
Esto nos lleva al siguiente punto: el de la dignidad de la persona humana, y en particular, el de la dignidad del cuerpo humano. Si podemos decidir nuestro sexo, sin importar lo que nuestro cuerpo diga; y si podemos violentar al cuerpo alterándolo por medios artificiales para adaptarlo al sexo que escogimos, entonces no podemos sostener que el cuerpo tenga valor. En este caso, es la mente o el alma o el ego o como quieras llamarlo lo que vale en un ser humano. El cuerpo es un simple añadido a la persona, un anexo con el que podemos obrar como nos venga en gana. Esto no es lo que enseña la Iglesia porque esto no es conforme a la realidad. La Iglesia jamás ha enseñado que el cuerpo sea malo o no tenga valor, al contrario, siempre ha combatido a aquellos que han enseñado eso (los gnósticos, los maniqueos, los idealistas, etc.). Ha defendido que el cuerpo es la verdad objetiva sobre el sexo de una persona porque siempre ha defendido que el cuerpo es parte integral de la misma. El cuerpo revela a la persona. En términos tradicionales, somos "cuerpos espiritualizados" o "almas corporeizadas", es decir, somos unión de un cuerpo y un alma y es esa unión la que hace a un ser humano. Esta unión es tan profunda que llevó a Juan Pablo II a declarar en su Teología del Cuerpo que no es tanto que “tengamos“ un cuerpo sino que “somos“ un cuerpo. Lo que importa es que el cuerpo es un elemento esencial de la persona humana. Por tanto, cualquier violencia contra el cuerpo es violencia contra la persona. Ahora bien, si el cuerpo no merece un respeto absoluto, entonces no sólo puede ser sujeto de todo tipo de modificaciones artificiales, pero también se puede prestar a la objetificación. Esto es, el cuerpo puede (y, dada nuestra naturaleza caída, será) tratado como un simple objeto por los demás. Si una persona trata a su propio cuerpo como una cosa, ¿cómo podemos esperar que los demás no hagan lo mismo? Está de sobra decir que reducir a cualquier persona al nivel de objeto es contrario a su dignidad, aún cuando esa persona lo permita libremente. Respecto a la dignidad de la persona humana, las enseñanzas de la Iglesia Católica se muestran superiores a las de la ideología homosexual.
Hay otras razones además de las que he mencionado aquí que favorecen a la doctrina católica por encima de la ideología de género pero requeriría de mucho más espacio para cubrir siquiera algunas de ellas, por lo que considero que las aquí expuestas bastarán por ahora. Lo importante es repetir que la superioridad de la enseñanza católica sobre la ideología homosexual se debe a que está en conformidad con la realidad. Es decir, es mejor porque es verdadera.
Hopefully, my previous post will suffice to make clear that the Catholic Church does not hate nor discriminate homosexuals. The question remains, however, as to whether what the Church teaches is better than what homosexual (or gender) ideology does. In this post, I sustain that it is indeed better.
Contrary to popular belief, the stance of the Catholic Church with respect to human sexuality is not oppressive, but liberating; it does not demonize sexuality but it exalts it; it does not destroy it, but it gives it its full meaning. However, this liberating effect cannot be understood as a removal of limits or restrictions. It is liberating precisely because it sets boundaries, because it puts things in order, because it gives shape and forms sexuality into what it is supposed to be.
By doing this, it is establishing the principle, which everyday experience affirms, that there is no such thing as absolute freedom. Absolute freedom does not exist because objective Truth exists. Objective Truth is something that makes postmodern man in general, and gender ideologists in particular, cringe, but it is something that exists nevertheless. When I speak of objective Truth, I am talking of all those realities (most of them external to us) which exist whether we like it or not and which, we could say, “set limits on our freedom”. The laws of nature are part of this objective Truth, as is the fact that we live in society and cannot live completely isolated from others. So is the undeniable fact that we were created (or evolved, or randomly appeared, or whatever tickles your fancy) in a certain way, and that acting against that way of being is hurtful for us and for others. It is not a bad thing that these external realities exist and that they limit our freedom. It is because these limits exist that freedom is even possible. Without them existence itself would be impossible. Obviously, since we possess a free will, we can decide to act against those objective realities, but that is always a futile attempt. Reality always has the last word.
What does this whole discussion on freedom and objective truths have to do with homosexuality? To begin with, gender ideology rests on the utopia that absolute freedom exists. That in itself is enough to show that this ideology is inferior to Catholic teaching which, on the contrary, is rooted in a healthy realism. Gender ideology is built on the premise that we can “choose” our gender. A man can decide to “be” a woman or a woman can decide to “be” a man if he or she feels like doing so. For them, there is no such thing as the objective truth of a person’s gender. Some go as far as saying that gender is not a matter of being male or female but that rather it is a “spectrum”, whatever that means. Catholic teaching is very clear on this point: there is an objective truth with respect to a person’s gender and that objective truth is his or her body. Our bodies tell us what we are and no hormone treatments or plastic surgeries can change that. There is no such thing as a “woman trapped inside a man’s body”; there is only a very confused man. Telling him that he can “choose” to be a woman will only cause more harm because it is not rooted in reality.
This brings up another important point of discussion: that of the dignity of the human person and in particular, of the dignity of the human body. If we can decide our own gender, regardless of what our body tells us; and if we can do violence to the body by altering it through artificial means in order to adapt it to our chosen gender, then we cannot say that the body has much value. In that case, it is the mind or the soul or the ego or whatever you want to call it, what is of worth in a human being. The body is simply an addendum to the person, an attachment that can be disposed of at will. This is not the case in Catholic teaching because it is not the case in reality. Never has the Church held that the body is bad or worthless, and, as a matter of fact, it has always fought those heresies that have taught that (Gnosticism, Manichaeism, idealism, etc.). It has defended that the body is the “objective truth” about a person’s gender because it has always defended that the body is an integral part of the person. The body reveals the person. In traditional terms, we are spiritualized bodies or embodied souls, that is, we are a union of a body and a soul and it is the union that makes a human being. This union is so profound that it led John Paul II to declare in his Theology of the Body that it is not so much that we “have” a body but that we “are” a body. What matters is that the body is an essential element of a human person. Therefore, any violence against the body is a violence against the person. Now, if the body does not deserve the utmost respect, then it can be subject not only to all sorts of unnatural modifications, but it can also lend itself to objectification. That is, the body can be (and, given our fallen nature, will be) treated as a mere object by others. If a person treats his or her own body as an object, what impedes others from doing the same? But, as we have seen, the person is a body and, therefore, an objectification of the body is an objectification of the person! Needless to say, reducing a person to an object goes against that person’s dignity, even if she willingly allows it. With respect to human dignity, the teachings of the Catholic Church also prove themselves superior to those of gender ideology.
There are other reasons besides the ones mentioned here that favor Catholic doctrine over the beliefs of homosexual ideology but a review of even a few of them would take up much more space. I believe the ones I have presented should be enough for now. It is important to repeat that the superiority of Catholic teaching over gender ideology rests, above all, on it being in accordance with reality. That is, it is better because it is true.