El problema con la discusión sobre los llamados “matrimonios” entre personas del mismo sexo es que ha perdido toda racionalidad y se ha convertido simplemente en propaganda ideológica. Esto queda demostrado con la práctica común de llamar a quien se oponga a estas uniones homófobo. Esto es una falacia. El hecho de que personas que odian a los homosexuales consideren la homosexualidad inmoral y estén en contra de que el Estado redefina el matrimonio no quiere decir que los que apoyan estas posiciones odien a los homosexuales. La lógica sólo funciona en una dirección, no en las dos. Con sólo saber lógica elemental puede uno entender esto.
Es importante reconocer esta falacia pues es precisamente este tipo de juicio errado el que mucha gente emite acerca de la Iglesia Católica debido a su apoyo constante hacia el matrimonio tradicional. Me queda claro que muy pocas de estas personas entienden (o conocen siquiera) por qué la Iglesia enseña lo que enseña respecto al matrimonio y saben aún menos acerca de lo que enseña sobre la homosexualidad. Para ellos, la Iglesia odia y discrimina a los homosexuales. No hay nada más alejado de la realidad. Podemos resumir la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad en pocas palabras: los actos homosexuales están mal pero debemos amar y ayudar a aquellos que tienen tendencias homosexuales. Más aún, la posición defendida por la Iglesia Católica es más respetuosa, por mucho, de la dignidad de las personas que la que defiende la ideología homosexual pero de ello escribiré en otra ocasión. Por ahora, entremos en más detalles.
La primera pregunta que debemos contestar es: ¿los homosexuales nacen así? Si ese es el caso, ¿es eso suficiente para justificar un comportamiento homosexual? Este es uno de los argumentos básicos de la ideología homosexual. Ellos sostienen que los homosexuales no escogieron ser homosexuales y que, por ello, debería de permitírseles vivir de acuerdo con esa tendencia con la que nacieron. La Iglesia está de acuerdo con ellos en una cosa. Está de acuerdo en decir que muchos hombres y mujeres no escogieron tener una tendencia homosexual (Catecismo de la Iglesia Católica, CIC, 2358). No sostiene, sin embargo, que todos los homosexuales hayan nacido con esa inclinación. En Persona Humana: Declaración acerca de ciertas Cuestiones de Ética Sexual, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1975, se hace una clara distinción entre aquellos que son homosexuales de nacimiento y los que lo son por factores externos tales como malos ejemplos, preferencia personal, falsa educación, entre otros. ¿Esto significa que la Iglesia permite discriminar a los homosexuales que no tienen la tendencia de nacimiento? No, simplemente significa que debemos ser conscientes de que hay muchos factores que dan lugar a este tipo de tendencias en ciertas personas. Significa que la homosexualidad no sólo surge por causa genética sino que también puede originarse por causas sociales, psicológicas, educativas o incluso voluntarias. Sean las que sean las razones por las que una persona tenga una inclinación homosexual, la Iglesia reconoce que “un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas” y luego procede a indicar que “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (CIC, 2358). Sin embargo, aceptar a alguien con respeto, compasión y delicadeza no implica que se acepte o fomente su comportamiento. Amar a alguien no significa tolerar todo lo que hagan o evitar decirle que está haciendo algo mal, especialmente si lo que hace mal es de una grave naturaleza moral. En este sentido, sólo la Iglesia Católica ha mostrado verdadero amor hacia la gente homosexual.
Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿tener una tendencia homosexual es pecado? La respuesta corta es no. Uno debe, sin embargo, tener cuidado con esta respuesta. La inclinación homosexual no es pecaminosa por sí misma pero sí es una inclinación desordenada y puede fácilmente conducir a prácticas pecaminosas y seriamente desordenadas. Como claramente establece la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica Sobre la Atención Pastoral a las Personas Homosexuales: “Quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable.” Ahora bien, para aquellos que no han pensado profundamente sobre este tema, esto podrá parecer una contradicción. ¿La homosexualidad es inmoral o no? Para responder esta pregunta, necesitamos introducir otra distinción, esta vez entre “condición o tendencia homosexual y actos homosexuales.” Esto es, no es lo mismo “ser” homosexual que tomar parte en actos homosexuales. Lo que es verdaderamente pecaminoso es el acto homosexual. Esto podrá parecer injusto hacia las personas homosexuales pero un conocimiento más profundo de la moralidad sexual católica nos lleva a concluir que nada se pide de los homosexuales que no se pida de los heterosexuales. El catecismo establece: “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad” (CIC, 2359). Nota que el lenguaje es idéntico a: “Todo bautizado es llamado a la castidad” (CIC, 2348). La Iglesia exige lo mismo a homosexuales como a heterosexuales. No hay discriminación.
Pero, ¿qué tal el lenguaje con el que la Iglesia se refiere a los actos homosexuales? “Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (CIC, 2357). ¡Qué mejor prueba de que la Iglesia discrimina a los homosexuales! Resulta que las mismas palabras se usan para describir otras ofensas contra la castidad: el placer sexual es llamado “moralmente desordenado” cuando se busca por sí mismo; la masturbación es “un acto intrínseca y gravemente desordenado”; la fornicación es “gravemente contraria a la dignidad de las personas”; la pornografía es “una ofensa grave” y la prostitución constituye “una lacra social” (CIC, 2351-2355). Una vez más, tanto homosexuales como heterosexuales son medidos con la misma vara.
De acuerdo con la enseñanza de la Iglesia, la sexualidad es un medio de manifestación del don de uno mismo. Para poder expresar ese don, el acto sexual requiere de una doble significación: es unitivo y procreativo a la vez. El aspecto unitivo requiere de la complementariedad de los sexos y de la fidelidad hasta la muerte en el matrimonio; el aspecto procreativo exige una apertura a la posibilidad de generar una vida nueva. Un acto sexual que no cumpla con estos dos aspectos es moralmente malo, aún cuando tenga lugar entre un hombre y una mujer. No puedes separar a uno del otro, como enseñó Pablo VI en Humanae Vitae. Dado que el acto homosexual carece de ambos aspectos, es contrario a la naturaleza del acto sexual y, por lo tanto, inmoral. La Iglesia no odia a los homosexuales, como tampoco odia a los adúlteros. Llama tanto a homosexuales como heterosexuales a un estándar de vida más alto. Reconoce que la cruz que deben cargar las personas homosexuales es una cruz difícil, así como la cruz de una vida casta que deben cargar los heterosexuales es difícil. Es una bobería suponer que es más difícil vivir la castidad para un hombre que se siente atraído a los hombres que para uno que siente atracción hacia las mujeres. Es igualmente difícil. La Iglesia nos enseña que ambos, homosexuales y heterosexuales “mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (CIC, 2359).
The problem with the discussion over so-called “same-sex marriages” is that it has lost all rational grounds and has become simply an issue of ideological propaganda. This is proven by the ever more common practice of calling anyone who opposes these unions a homophobe. This is a fallacy. The fact that people who hate homosexuals consider homosexuality immoral and are against the State redefining marriage does not mean that all who support these positions hate homosexuals. The logic only works in one direction, not both. One needs only to know some elementary logic to understand this.
This is important to know because this is precisely the kind of flawed judgment that many people pass on the Catholic Church due to its unwavering support of traditional marriage. Of course, very few of these people understand (or even know) why the Church teaches what it teaches concerning marriage and they know even less of what it teaches about homosexuality. In their view, the Church hates and discriminates homosexuals. Nothing is further from the truth. We can sum up the Catholic teaching on homosexuality in a few words: homosexual acts are wrong but we must love and support those who have homosexual tendencies. Furthermore, the position held by the Catholic Church is by far more respecting of the dignity of the human person than the one defended by the homosexual ideology. Let us go into some more detail.
The first question we must answer is: are homosexuals born that way? If so, is that enough to justify homosexual behavior? This is one of the basic arguments used by the homosexual ideology. They maintain that homosexuals did not choose to be homosexual and that, because of that, they should be allowed to live according to that tendency with which they were born. The Church agrees with them in one point. It agrees in saying that many men and women did not choose their homosexual tendency (Catechism of the Catholic Church, 2358). It does not, however, say that all homosexuals are born with it. In Persona Humana: A Declaration on Certain Questions Concerning Sexual Ethics, published by the Congregation for the Doctrine of the Faith in 1975, a distinction is made between those who are homosexual because they are born that way, and those who become homosexual by external factors, such as bad examples, personal preference, false education or others. Does this mean that the Church allows the discrimination of homosexuals who do not have this tendency from birth? No, it just means that we have to be aware that there are many factors that can give rise to this tendency in a person. It means that not all homosexuality stems from genetics but it can also originate from social, psychological, educational and even voluntary elements. Whatever the reasons for someone having a homosexual inclination, the Church recognizes that “the number of men and women who have deep-seated homosexual tendencies is not negligible” and then goes on to order that “they must be accepted with respect, compassion, and sensitivity. Every sign of unjust discrimination in their regard should be avoided” (CCC, 2358). However, acceptance with respect, compassion and sensitivity of a person does not imply that their behavior should be accepted or encouraged. Loving someone does not mean you tolerate everything they do or that you do not tell them when they are doing something wrong. In fact, it requires true love to stand up and call someone out for something that they are doing wrong, especially if that wrongdoing is of a grave moral nature. In this sense, only the Catholic Church has shown true love towards homosexual people.
This leads us to the second question: is having a homosexual tendency sinful? The short answer is no. One must be careful with this answer though. The fact that someone has a homosexual inclination is not a sin in itself but it is a disordered inclination and it can easily lead to sinful and gravely disordered practices. As the Letter to the Bishops of the Catholic Church on the Pastoral Care of Homosexual Persons clearly states: “special concern and pastoral attention should be directed toward those who have this condition, lest they be led to believe that the living out of this orientation in homosexual activity is a morally acceptable option. It is not.” Now, to those who have not thought out through this whole matter, this might seem a contradiction. Is homosexuality immoral or not? Here, we must introduce another distinction, that between “the homosexual condition or tendency and individual homosexual actions.” That is, it is not the same to “be” homosexual than to take part in homosexual acts. What is truly sinful is the homosexual act. This might seem unjust against these people but a deeper knowledge of Catholic sexual morality will lead us to conclude that nothing is demanded of them that is not demanded of everybody else. The Catechism states: “Homosexual persons are called to chastity.” (CCC, 2359) Notice that the wording is the same than: “All the baptized are called to chastity.” (CCC, 2348). The same demands are placed by the Church on both homosexual and heterosexual persons. There is no discrimination.
What about the language with which the Church speaks of homosexual acts? “Homosexual acts are intrinsically disordered” (CCC, 2357). That must certainly prove that the Church truly discriminates homosexuals! And yet, the same words are used to describe other sins against chastity: sexual pleasure is called “morally disordered” when it is sought for itself, masturbation is an “intrinsically and gravely disordered action”, fornication is “gravely contrary to the dignity of persons”, pornography is a “grave offense” and prostitution is a “social scourge” (CCC, 2351-2355). Once more, both homosexuals and heterosexuals are measured by the same standard.
According to Church teaching, sexuality is a means of expressing the gift of self. In order to express this gift of self, the sexual act has a double significance: it is both unitive and procreative. The unitive aspect requires complementarity and life-long faithfulness in marriage; the procreative aspect requires openness to new life. Any sexual act that does not meet both of these aspects is morally wrong, even if it takes place between a man and a woman. You cannot separate one from the other, as Pope Paul VI taught in Humanae Vitae. Since homosexual acts lack both of these aspects, they are contrary to the nature of the sexual act and hence, immoral. The Church does not hate homosexuals, just like it does not hate adulterers. It calls both homosexuals and heterosexuals to live up to a higher standard. It recognizes that theirs is a hard cross to bear, just like living chastely is a hard cross to bear for heterosexuals. It is silly to assume that it is harder for a man to live chastely if he is attracted to men than if he is attracted to women. The difficulty is equal for both. The Church teaches us that homosexuals and heterosexuals alike “by the virtues of self-mastery that teach them inner freedom, at times by the support of disinterested friendship, by prayer and sacramental grace, can and should gradually and resolutely approach Christian perfection.” (CCC, 2359)
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