Hoy en día se oyen multitud de voces que claman que la religión (específicamente la religión católica) no es más que una tradición o costumbre primitiva. Arguyen que esto es así porque la religión (o la Iglesia) insiste en imponer verdades de fe que son contrarias a la razón. Nos repiten una y otra vez que la única luz que debemos seguir los seres humanos es la luz de la razón y no la de la fe. Y concluyen que toda la tradición cristiana se ha edificado sobre la mentira (con fines de dominio) y sobre misterios casi mágicos.
No hay nada más alejado de la verdad. Desde sus inicios, la fe cristiana buscó constantemente conciliarse con la razón. Se buscaba constantemente usar argumentos racionales para explicar las verdades de fe (en la medida en que la razón podía abarcarlas) a aquellos que no la compartían. Esto se dio sobre todo con los griegos, pueblo conocido por su amor a la filosofía. El caso más claro y evidente de estos primeros años es San Pablo y su famoso discurso en el Areópago de Atenas. El caso de San Pablo es único entre los primeros misioneros cristianos. Era un judío educado en la tradición helénica, con una formación intelectual envidiable y comparable con la de los intelectuales griegos. Al convertirse, se dedicó a predicar el evangelio entre los no judíos, siempre haciendo uso de todas las herramientas que la filosofía había puesto a su disposición.
En estos primeros siglos, también surgieron otros grandes intelectuales cristianos. Era tal la formación filosófica de éstos, que en esa época se decía que la filosofía era “previa institución a la fe cristiana”, “preludio y auxilio del cristianismo” y “pedagoga del Evangelio”. Los llamados Padres de la Iglesia destacan entre los más grandes pensadores de la época. Éstos se caracterizaron por sus ardientes defensas de la fe ante las grandes herejías que surgieron en sus días (y que, irónicamente, son bastante parecidas a las actuales). Entre ellos destacan hombres tan reconocidos (incluso por no cristianos) como San Ambrosio de Milán, San Agustín, San Gregorio Magno y San Jerónimo. Fueron hombres que, más allá de las creencias religiosas, poseían una estatura intelectual que ya quisieran tantos filósofos anti-cristianos (y sí, me refiero especialmente a Nietsche, Marx, etc.).
Después vino la Edad Media. Aquella época que, según nos dicen ahora, se caracterizó por su atraso cultural, por ser una época de oscurantismo, donde la Iglesia ponía y disponía de todo, oprimiendo a la gente y restringiendo el desarrollo de la razón. Nuevamente, no hay nada más alejado de la verdad. Fue durante la Edad Media que gran parte de los idiomas actuales tomaron forma (recordemos que el poema del Mío Cid es de esta etapa histórica, el primer poema en lengua española), nacieron las primeras ciudades y con ellas las primeras universidades (en las cuales había mucha más tolerancia de la que existen en muchas de las actuales). En esta época fue cuando san Anselmo de Canterbury inició la filosofía escolástica con su famoso: “Fides Querens Intellectum” (la fe que busca a la razón). A él le debemos el argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios.
Es durante el siglo XII que se recupera en Europa el Aristotelismo. Con esa recuperación se inicia una revolución intelectual que cambiaría la faz de Occidente por siempre. Durante este siglo se sentarían las bases para el gran siglo XIII. El siglo XIII no sólo contó con grandes líderes religiosos (San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán), sino con extraordinarios líderes políticos (San Fernando Rey en Castilla y San Luis Rey en Francia). Pero, sobre todo, contó con el más grande filósofo (y quizá el único que realmente ha comprendido a Aristóteles): Santo Tomás de Aquino. Fue él quien logró unir finalmente, en forma sistematizada, la filosofía griega con la filosofía cristiana. Fue él quien dejó asentado, de una vez por todas, que fe y razón no estaban peleadas, y que no existe una “verdad de la razón” opuesta a la “verdad de la fe”. Esta tesis había sido sostenida por Averroes, el gran comentarista árabe de Aristóteles y Santo Tomás se encargó de descalificarla completamente. Entre sus grandes logros filosófico-teológicos están la demostración racional de la existencia de Dios (mediante sus famosas cinco vías) así como una descripción lógica de los principios esenciales del cristianismo. Todo esto lo logró sin recurrir a las verdades reveladas (la Sagrada Escritura, la tradición de la Iglesia, etc.) Sus razonamientos lógicos son impresionantes y comparables con los que utilizan hoy en día los matemáticos para demostrar sus teoremas. A pesar de todo, Santo Tomás siempre reconoció que existen verdades que están más allá de nuestra razón y son aquellas que hemos recibido por Revelación. Se refiere sobre todo a aquellas verdades acerca de la naturaleza misma de Dios. Esto no tiene nada de irracional, sino todo lo contrario. Incluso, Santo Tomás nos da una extraordinaria demostración de por qué es necesaria la Revelación (lean la Suma contra los Gentiles).
Podría seguir escribiendo páginas y páginas acerca de la grandiosidad de la filosofía tomista, pero no es mi meta en este momento (quizá algún día me atreva a hacerlo…). Existen bastantes libros al respecto. Recomiendo sobre todo la biografía de Santo Tomás escrita por G.K. Chesterton (otro grandioso intelectual católico).
Por ahora, debo seguir con este breve recuento del intelectualismo cristiano. Durante el Renacimiento hubo una decadencia de la filosofía escolástica, razón por la cual se le desacreditó después (sin razón alguna, sólo había que regresar a sus grandes exponentes para reconocer su grandeza) Esta época se recuerda principalmente por sus geniales logros artísticos y a avances en otras áreas del conocimiento. Terminando el Renacimiento surgieron los movimientos reformistas dentro de la Iglesia (recuerden a Lutero, Calvino…) los cuales eran completamente opuestos al uso de la razón (sólo basta leer las ideas de Lutero al respecto). Como respuesta, la Iglesia inició la Contrarreforma. En estos años nació la orden jesuita, que de ahí hasta mediados del siglo XX sería una de las órdenes religiosas más avanzadas en materia intelectual (con importantes científicos, filósofos, teólogos…). Destacados pensadores de esta época fueron Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, ambos frailes franciscanos. Tampoco podemos olvidar a los frailes misioneros que evangelizaron América. No sólo fueron geniales organizadores sociales (como Vasco de Quiroga) sino personajes interesados en aprender y asimilar las culturas prehispánicas que se encontraron.
Llegamos ahora al “siglo de las luces”. Ese siglo en que los “grandes filósofos” redescubrieron el poder de la razón y se dieron cuenta de que la humanidad había vivido en el “error de la fe”. A pesar del odio contra la religión cristiana, surgieron importantes filósofos creyentes como el padre del modernismo: René Descartes. No olvidemos que era católico, aunque su filosofía, errada por cierto, trajo grandes males después. Otro destacado pensador cristiano de estos años, que además era un extraordinario matemático y científico, fue Blaise Pascal.
Tanto esta época como el siglo XIX fueron tiempos difíciles para el pensamiento cristiano. Existía una abierta hostilidad hacia todo lo que tuviera “olor a religión” (muy parecido a nuestros días). Muchos de los prejuicios que existen hoy en día surgieron en aquellos años. Por esa razón, en 1879, el papa León XIII escribió la encíclica Aeterni Patris, en la cual llamaba a todos los católicos a retomar el estudio de la filosofía, especialmente la filosofía de Santo Tomás de Aquino (se las recomiendo, además, no es muy larga). Se podría decir que a partir de este momento, la filosofía tomista se convirtió en la filosofía “oficial” de la Iglesia. Este encíclica dio lugar a un resurgimiento del tomismo, sobre todo en Francia con filósofos como Jacques Maritain (otro de mis ídolos), Étienne Gilson o Emmanuel Mounier, los cuales estuvieron activos durante la primera mitad del siglo XX. Su pensamiento fue un aire renovador para el catolicismo, sobre todo en su vertiente político-social y habría de influir grandemente en el nacimiento de la Democracia-Cristiana. Me parece importante resaltar el hecho de que Maritain fue el principal redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (los cuales son aportación del cristianismo).
Hasta aquí llega mi breve recuento, el cual no pretendía ser exhaustivo (porque me reconozco ignorante en este tema tan vasto) sino una pequeña introducción a una historia fascinante en la búsqueda continua de la Verdad. Esta búsqueda no está siquiera cerca de concluir, sino que continuamente se renueva y toma nuevos bríos. En nuestros días hemos tenido a fabulosos pensadores, un ejemplo de ello fue el papa Juan Pablo II. Como muestra está su encíclica Fides et Ratio, de donde tomé el nombre de este breve escrito. En ella defiende (de mucha mejor forma que yo) esa unión complementaria que existe entre la fe y la razón. Y qué decir de nuestro actual papa Benedicto XVI, un destacado filósofo con una inteligencia fuera de lo común.
Concluyo recordándoles que no mencioné ni siquiera a la décima parte de todos los filósofos cristianos más importantes. Si desean acercarse un poco más a este tema de la historia del pensamiento cristiano, sé que la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) tiene una serie de libros referentes a la misma. Claro, siempre es mejor acercarse a las fuentes originales y beber directamente de su sabiduría.
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