jueves, 22 de octubre de 2009

“Id por todo el mundo...” / “Go into the whole world...”

Al principio parece una locura. Tus amigos no entienden que cambies el Spring Break por una semana en un pueblo perdido en las montañas. No comprenden cómo puedes preferir el oscuro color de piel de los nahuas por encima de la bronceada piel de las rubias vacacionistas. Todavía, pocas horas antes de partir, dudas en ir: la comodidad de tu hogar se ve más atrayente, la posibilidad de unos días de descanso suena mejor que una semana entera de trabajo arduo.

Te decides. No volteas atrás. Te presentan a tu equipo y, para añadirle incomodidad a la situación, descubres que no conoces a ninguna de las personas con las que pasarás toda la semana. Luego te ponen a cargar todas las cosas que deben subirse a los camiones: garrafones de agua, costales de ropa y despensas, mochilas, maletas (incluyendo la de la niña que trae todo su guardarropa porque cree que va a vacacionar en Nueva York o París y que pesa toneladas). La incomodidad aumenta con un largo viaje que toma más horas de las que debería. Vas dormitando, las curvas de la carretera te marean y por más que te mueves no encuentras una posición adecuada para conciliar el sueño. Llegas en la madrugada y nuevamente hay que cargar cosas y repartirlas a cada equipo. El hambre y el frío se hacen presentes. Sigue una larga espera, el sol sale y no sólo calienta sino que empieza a quemar.

Escuchas Misa de pie y afuera del templo por la multitud. Ésta parece nunca terminar porque el Padre se extiende en la homilía, aprovechando que hay tanta gente. Cuando al fin termina, nuevamente hay que esperar para encontrar transporte a la comunidad que te toca. No es fácil de encontrar y menos si cuesta tanto recordar y pronunciar el nombre: Coatzácoatl, Chipoco, Chalingo, Chichatla... A cargar otra vez, subir todo a la camioneta de redilas que te llevará y la cual no es conducida con mucha prudencia. Temes por tu vida al ver que al lado de la carretera hay un abismo y al sentir la velocidad a la que toman las curvas. Sólo te queda confiar en que Aquél que te mandó te está cuidando.

Llegas exhausto a tu comunidad y todavía queda mucho por hacer: bajar las cosas (¡seguir cargando!) y preparar el lugar en el que te quedarás. Matar toda clase de insectos y trapear y barrer el piso en el que vas a dormir. Encontrar el “baño” (que, si eres afortunado será una letrina), el cual visitarás muchas veces cuando caigas enfermo a la mitad de la semana. Eso es sólo el primer día de una semana que consistirá en largas caminatas bajo el sol, mucho calor y cansancio, mucha frustración al intentar enseñarle a una turba de niños a rezar, pocas horas de descanso, cero baños, enfermada, piquetes de mosquito, sed...

Sin embargo, todo eso se te olvida cuando ves la sonrisa sin dientes de una anciana o la sonrisa, igual sin dientes, de un niño. Se te olvida cuando ves el atardecer en medio de las montañas o cuando despiertas y ves las nubes subiendo por la ladera de la montaña. Cuando intentas caminar con cuatro niños colgados de ti o cuando ves el brillo en sus ojos al descubrir la caja de dulces que traes.


Todo lo olvidas cuando la viejita que vive sola y a la que nadie visita llora cuando tocas a su puerta y pasas un rato con ella. Toda incomodidad se borra cuando el anciano postrado por la enfermedad aprieta tu mano y te agradece por estar ahí con él. Toda molestia desaparece cuando una “abuelita” te abraza una y otra vez por lo feliz que está de que visites su pueblito.

Todo vale la pena por las horas que pasas solo en la capilla durante Adoración nocturna y cuando comprendes que Dios realmente habla en el silencio. Vale la pena por la cálida luz de la capilla que te recibe después de una caminata de miedo a media noche, en medio de la oscuridad y de todo tipo de ruidos desconocidos.

Incluso los momentos más triviales te hacen olvidar las incomodidades. Como cuando aprendes que montar un burro no es tan fácil como parece o que tronar cohetes en la montaña asusta a todos los animales y seguro despierta a todos los pueblos vecinos. O que intentar matar un alacrán gigante con fuego no es la mejor idea. O cuando arrancas carcajadas de la gente al intentar pronunciar algo en náhuatl. Cuando pruebas manjares que no se preparan en los mejores restaurantes sino en las más humildes chozas de la sierra o cuando compruebas que el mejor café del mundo no es el que venden en Starbucks.


¿Cómo puedes quejarte de lo que has “sufrido” cuando te encuentras con la generosidad de gente que tiene poco y aún ese poco te lo da? ¿Cómo no vas a olvidar las molestias por las que has pasado cuando toda casa que visitas tiene algo que darte: ya sea un café (aunque haga un calor infernal), una naranja o un vaso de agua? O, cuando la semana está a punto de terminar, la gente te corona con flores y te regala refrescos porque son las cosas más lujosas que pueden darte...

Absolutamente todo lo olvidas. Bueno, quizá no lo olvides, pero al menos ya no te importa. ¿Qué importa el cansancio y el calor cuando te das cuenta de que Él sintió lo mismo cuando predicaba por el desierto de Galilea? ¿Qué importa tu orgullo intelectual cuando aprendes que las palabras de un campesino sin educación pueden ser más sabias que las de tus profesores universitarios, aunque sean doctorados de MIT, Harvard o Yale? ¿Qué importa tu orgullo espiritual cuando ves en los más humildes una fe sencilla pero capaz de mover montañas? ¿Qué importa lo que la sociedad contemporánea dicte como norma si ahí descubres que la felicidad no está en tener dinero, poder o éxito y que toda vida humana vale la pena ser vivida, sin importar las condiciones de pobreza en que se dé?

Cuando todo termina y regresas a tu vida normal, entiendes que cuando te entregas completamente a los demás es cuando más recibes y así, la Oracion Simple de San Francisco de Asís cobra un nuevo significado:

Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es:
Dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna.


At first it seems like madness. Your friends don't understand how you can change your Spring Break for a week in a small village out in the mountains. They are incapable of knowing why you would prefer the dark skin of the nahuas [one of the indigenous tribes that live in central Mexico] over the tanned skin of blond springbreakers. Even a couple of hours before leaving you doubt: the comfort of your home seems more attractive, the possibility of resting for a couple of days seems better than a week of hard work.

You make your mind and you don't look back. You meet your team and, to add awkwardness to the situation, you discover that you don't know anyone of those with whom you'll spend the following week. Then they make you carry all the stuff that has to be put into the buses: bottles and bottles of water, sacks filled with clothes and groceries, backpacks and suitcases (including the one from the girl who thinks it'll be like vacationing in New York or Paris and brings her whole wardrobe, making it weigh a ton). The lack of comfort rises with a trip that lasts several more hours than it should. You can't sleep, the turns of the highway make you dizzy and no matter how much you move you can't find a comfortable position. You arrive before sunrise and then you have to carry things again. You feel tired, hungry and cold. Then you have to wait, the sun comes out and starts burning.

You listen to Mass standing outside the temple because of the huge crowd. It seems to never end because the priest goes on and on with his homily. When it's over you have to find some transportation that will take you to your assigned community. It's not easy to find, especially if you can't remember, or even pronounce correctly, its name: Coatzacoatl, Chipoco, Chalingo, Chichatla... You have to carry things again and load them on the back of the truck that will take you and which is driven recklessly. You fear for your life as you see the abyss next to the road and as you feel the speed at which the driver takes the curves. All you can do is trust that Him who sent you is also watching over you...

You arrive exhausted and yet you still have so much to do: get the stuff out of the truck (continue carrying things around!) and prepare the place where you will stay. You have to kill all sorts of insects, mop and sweep the floor on which you will be sleeping. You then have to find the “restroom” (which, if you are lucky enough, will be a latrine). This is just the first day of a week that will mainly consist of long walks under the burning sun, hot weather, fatigue, a lot of frustration teaching a mob of kids to pray, few resting hours, zero showers, getting sick, getting bit by mosquitoes, being thirsty...

And yet, all that is forgotten when you see the toothless smile of an old lady or the equally toothless smile of a child. You forget all that when you see the sunset out in the mountains or when you wake up and see the clouds coming up the mountainside. When you try to walk with many children hanging from your back and legs or when you see their eyes shine with excitement at the discovery of the candy you have for them.


You forget everything when the old lady who lives all by herself cries when you visit her. All lack of comfort dissipates when the old sick man lying in his bed holds your hand and thanks you for being there with him. All nuisance disappears when an “abuelita” [term which in Spanish means grandmother but that is used by the nahuas to refer to an old woman] hugs you repeatedly because she's so happy that you're visiting her village.

All this discomfort becomes unimportant because of the hours that you spend by yourself in the chapel during all-night Adoration when you comprehend that God does speak in silence. All discomfort vanishes when the warm light of the chapel greets you after a frightful walk in the midst of darkness and all sort of unknown noises in the middle of the night.

Even the most trivial moments make you forget the troubles that you went through. Like when you learn that riding a donkey is not as easy as it seems or that using firecrackers in such places scares all the animals and probably wakes up all the surrounding villages. Or that trying to kill a huge scorpion with fire is not a really good idea. Or when you make people laugh by trying to learn words in nahuatl and you are unable to pronounce them correctly. Or even when you try such amazing meals that are not prepared in the finest restaurants but in the most humble huts of the mountains, or when you discover that the best coffee in the world is not the one they sell in Starbucks...

How can you complain about what you've “suffered” when you are met with the generosity of people who have few things and yet they give away even the few things they have? How can you not forget your discomfort when each house you visit has something to give you: whether it's a hot coffee (even when it's really hot outside), an orange or just a glass of water? Or when the week is about to end and people crown you with flowers and give you soft drinks because they're the finest things they can give you.

You forget absolutely everything. Well, maybe you don't really forget it, but at least you don't care anymore. What does being tired and sun burnt matter when you realize that He felt the same way when he was preaching in the desert of Galilee? What does your own intellectual pride matter when you learn that the words of a farmer who never went to school can be wiser than the ones from your college professors, even when they have PhDs from Harvard, MIT or Yale? Why would you even dare to be spiritually proud when you see that these humble people have a simple faith which is truly capable of moving mountains? Who cares about what contemporary society has to say when you discover that happiness is not to be found in money, power or success and that all human life is worth living, no matter in which conditions of poverty it takes place?

When all this is over and you go back to your normal life, you understand that when you give yourself completely is when you receive the most and then, St. Francis' simple prayer acquires a new meaning:

Lord, grant that I may seek rather
to Comfort than to be comforted,
to Understand rather than to be understood,
to Love than to be loved.
For it is by Giving that one receives,
by Forgiving that one is forgiven,
and by Dying that one awakens to Eternal Life.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, me hiciste recordar tiempos increibles y recobrar fuerzas para ir un año más!!!

CeeCee dijo...

HOW BEAUTIFUL!!!!