"En su momento de mayor furia, Tomás de Aquino entiende, lo que muchos defensores de la ortodoxia no entienden. No tiene sentido decirle a un ateo que es ateo, o imputarle al negador de la inmortalidad la infamia de negarla, o imaginar que uno puede forzar a un oponente a admitir que está equivocado, probando que está mal según los principios de alguien más, pero no los suyos.
Siguiendo el gran ejemplo de Santo Tomás, el principio permanece, o siempre debió haber permanecido, de que no debemos discutir con un hombre, o debemos hacerlo en su terreno y no en el nuestro."
G.K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, el buey mudo.
Ahora bien: entre los Doctores escolásticos brilla grandemente Santo Tomás de Aquino, Príncipe y Maestro de todos, el cual, como advierte Cayetano, «por haber venerado en gran manera los antiguos Doctores sagrados, obtuvo de algún modo la inteligencia de todos» (25). Sus doctrinas, como miembros dispersos de un cuerpo, reunió y congregó en uno Tomás, dispuso con orden admirable, y de tal modo las aumentó con nuevos principios, que con razón y justicia es tenido por singular apoyo de la Iglesia católica; de dócil y penetrante ingenio, de memoria fácil y tenaz, de vida integérrima, amador únicamente de la verdad, riquísimo en la ciencia divina y humana, comparado al sol, animó al mundo con el calor de sus virtudes, y le iluminó con esplendor. No hay parte de la filosofía que no haya tratado aguda y a la vez sólidamente: trató de las leyes del raciocinio, de Dios y de las substancias incorpóreas, del hombre y de otras cosas sensibles, de los actos humanos y de sus principios, de tal modo, que no se echan de menos en él, ni la abundancia de cuestiones, ni la oportuna disposición de las partes, ni la firmeza de los principios o la robustez de los argumentos, ni la claridad y propiedad del lenguaje, ni cierta facilidad de explicar las cosas abstrusas.
Añádase a esto que el Doctor Angélico indagó las conclusiones filosóficas en las razones y principios de las cosas, los que se extienden muy latamente, y encierran como en su seno las semillas de casi infinitas verdades, que habían de abrirse con fruto abundantísimo por los maestros posteriores. Habiendo empleado este método de filosofía, consiguió haber vencido él solo los errores de los tiempos pasados, y haber suministrado armas invencibles, para refutar los errores que perpetuamente se han de renovar en los siglos futuros. Además, distinguiendo muy bien la razón de la fe, como es justo, y asociándolas, sin embargo amigablemente, conservó los derechos de una y otra, proveyó a su dignidad de tal suerte, que la razón elevada a la mayor altura en alas de Tomás, ya casi no puede levantarse a regiones más sublimes, ni la fe puede casi esperar de la razón más y más poderosos auxilios que los que hasta aquí ha conseguido por Tomás.
Por estas razones, hombres doctísimos en las edades pasadas, y dignísimos de alabanza por su saber teológico y filosófico, buscando con indecible afán los volúmenes inmortales de Tomás, se consagraron a su angélica sabiduría, no tanto para perfeccionarle en ella, cuanto para ser totalmente por ella sustentados. Es un hecho constante que casi todos los fundadores y legisladores de las órdenes religiosas mandaron a sus compañeros estudiar las doctrinas de Santo Tomás, y adherirse a ellas religiosamente, disponiendo que a nadie fuese lícito impunemente separarse, ni aun en lo más mínimo, de las huellas de tan gran Maestro. Y dejando a un lado la familia dominicana, que con derecho indisputable se gloria de este su sumo Doctor, están obligados a esta ley los Benedictinos, los Carmelitas, los Agustinos, los Jesuitas y otras muchas órdenes sagradas, como los estatutos de cada una nos lo manifiestan.
Y en este lugar, con indecible placer recuerda el alma aquellas celebérrimas Academias y escuelas que en otro tiempo florecieron en Europa, a saber: la parisiense, la salmanticense, la complutense, la duacense, la tolosana, la lovaniense, la patavina, la boloniana, la napolitana, la coimbricense y otras muchas. Nadie ignora que la fama de éstas creció en cierto modo con el tiempo, y que las sentencias que se les pedían cuando se agitaban gravísimas cuestiones, tenían mucha autoridad entre los sabios. Pues bien, es cosa fuera de duda que en aquellos grandes emporios del saber humano, como en su reino, dominó como príncipe Tomás, y que los ánimos de todos, tanto maestros como discípulos, descansaron con admirable concordia en el magisterio y autoridad del Doctor Angélico.
[...]
Últimamente, también estaba reservada al varón incomparable obtener la palma de conseguir obsequios, alabanzas, admiración de los mismos adversarios del nombre católico. Pues está averiguado que no faltaron jefes de las facciones heréticas que confesasen públicamente que, una vez quitada de en medio la doctrina de Tomás de Aquino, «podían fácilmente entrar en combate con todos los Doctores católicos, y vencerlos y derrotar la Iglesia» (35). Vana esperanza, ciertamente, pero testimonio no vano.
Aeterni Patris. Encíclica del Papa León XIII sobre la restauración de la filosofía cristiana.(1879)
Por esto y por mucho más, Santo Tomás de Aquino es el santo patrono de este blog.
"At the top of his fury, Thomas Aquinas understands, what so many defenders of orthodoxy will not understand. It is no good to tell an atheist that he is an atheist; or to charge a denier of immortality with the infamy of denying it; or to imagine that one can force an opponent to admit he is wrong, by proving that he is wrong on somebody else's principles, but not on his own.
After the great example of St. Thomas, the principle stands, or ought always to have stood established; that we must either not argue with a man at all, or we must argue on his grounds and not ours."
G.K. Chesterton, Saint Thomas Aquinas. The Dumb Ox.
Among the Scholastic Doctors, the chief and master of all towers Thomas Aquinas, who, as Cajetan observes, because "he most venerated the ancient doctors of the Church, in a certain way seems to have inherited the intellect of all."(34) The doctrines of those illustrious men, like the scattered members of a body, Thomas collected together and cemented, distributed in wonderful order, and so increased with important additions that he is rightly and deservedly esteemed the special bulwark and glory of the Catholic faith. With his spirit at once humble and swift, his memory ready and tenacious, his life spotless throughout, a lover of truth for its own sake, richly endowed with human and divine science, like the sun he heated the world with the warmth of his virtues and filled it with the splendor of his teaching. Philosophy has no part which he did not touch finely at once and thoroughly; on the laws of reasoning, on God and incorporeal substances, on man and other sensible things, on human actions and their principles, he reasoned in such a manner that in him there is wanting neither a full array of questions, nor an apt disposal of the various parts, nor the best method of proceeding, nor soundness of principles or strength of argument, nor clearness and elegance of style, nor a facility for explaining what is abstruse.
Moreover, the Angelic Doctor pushed his philosophic inquiry into the reasons and principles of things, which because they are most comprehensive and contain in their bosom, so to say, the seeds of almost infinite truths, were to be unfolded in good time by later masters and with a goodly yield. And as he also used this philosophic method in the refutation of error, he won this title to distinction for himself: that, single-handed, he victoriously combated the errors of former times, and supplied invincible arms to put those to rout which might in after-times spring up. Again, clearly distinguishing, as is fitting, reason from faith, while happily associating the one with the other, he both preserved the rights and had regard for the dignity of each; so much so, indeed, that reason, borne on the wings of Thomas to its human height, can scarcely rise higher, while faith could scarcely expect more or stronger aids from reason than those which she has already obtained through Thomas.
For these reasons most learned men, in former ages especially, of the highest repute in theology and philosophy, after mastering with infinite pains the immortal works of Thomas, gave themselves up not so much to be instructed in his angelic wisdom as to be nourished upon it. It is known that nearly all the founders and lawgivers of the religious orders commanded their members to study and religiously adhere to the teachings of St. Thomas, fearful least any of them should swerve even in the slightest degree from the footsteps of so great a man. To say nothing of the family of St. Dominic, which rightly claims this great teacher for its own glory, the statutes of the Benedictines, the Carmelites, the Augustinians, the Society of Jesus, and many others all testify that they are bound by this law.
And, here, how pleasantly one's thoughts fly back to those celebrated schools and universities which flourished of old in Europe - to Paris, Salamanca, Alcalá, to Douay, Toulouse, and Louvain, to Padua and Bologna, to Naples and Coimbra, and to many another! All know how the fame of these seats of learning grew with their years, and that their judgment, often asked in matters of grave moment, held great weight everywhere. And we know how in those great homes of human wisdom, as in his own kingdom, Thomas reigned supreme; and that the minds of all, of teachers as well as of taught, rested in wonderful harmony under the shield and authority of the Angelic Doctor.
[...]
A last triumph was reserved for this incomparable man-namely, to compel the homage, praise, and admiration of even the very enemies of the Catholic name. For it has come to light that there were not lacking among the leaders of heretical sects some who openly declared that, if the teaching of Thomas Aquinas were only taken away, they could easily battle with all Catholic teachers, gain the victory, and abolish the Church.(37) A vain hope, indeed, but no vain testimony.
Aeterni Patris. Encyclical of Pope Leo XIII on the Restoration of Christian Philosophy (1879)
For this and for much more, Saint Thomas Aquinas is the patron saint of this blog.
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