El matrimonio es un bien y debe, por medio de la razón, ser defendido contra toda calumnia.
San Agustín
La primera parte de esta réplica trató sobre ciertos malentendidos que surgieron en torno a mi entrada que trata del Matrimonio y el Estado. Espero que estos malentendidos hayan sido corregidos. Sin embargo, el comentario que causó este debate contiene algo más que simples confusiones respecto a lo que escribí. Contiene una serie de acusaciones contra la Iglesia Católica, así como varias afirmaciones históricas que son erróneas. Éstas son las que deseo tratar en esta ocasión.
La primera falsa afirmación es que el matrimonio como Sacramento fue instituido por la Iglesia hasta el Concilio de Trento y que, anterior a él, los católicos podían casarse, divorciarse y volverse a casar porque el matrimonio no se consideraba un Sacramento que durara toda la vida y que fuera indisoluble. Bastaría con mostrar una instancia previa a este concilio en que la Iglesia proclamara la indisolubilidad y sacramentalidad del matrimonio para probar la falsedad de esta afirmación, pero ello no bastaría para demostrar que la Iglesia siempre ha enseñado esto. Ahora bien, los documentos emanados de este concilio nos muestran que simplemente estaban reafirmando algo que se venía creyendo desde el principio de la Cristiandad: “Dado que el matrimonio en la ley evangélica supera en gracia, a través de Cristo, a los antiguos matrimonios, nuestros Santos Padres, los concilios y la tradición de la Iglesia Universal, han, con razón, enseñado desde siempre que debe ser contado entre los Sacramentos de la Nueva Ley” (Sesión XXIV, 11 de noviembre de 1563). ¿Qué otras pruebas tenemos de que esta creencia es anterior al Concilio de Trento? Veamos la Bula de Unión con los Armenios, del Concilio de Florencia, octava sesión del 22 de noviembre de 1439 (más de cien años antes de Trento): “El séptimo es el sacramento del matrimonio, el cual es un signo de la unión de Cristo con su Iglesia conforme a las palabras del apóstol: este es un gran sacramento, pero yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia.” Esto no es prueba suficiente. Podemos ir otros doscientos años en el pasado y leer en la reconocida obra de Tomás de Aquino, la Summa contra Gentiles (escrita de 1261 a 1264): “El matrimonio, pues, siendo la unión de un hombre y una mujer, con la intención de procrear y criar a la prole en la adoración de Dios, es un Sacramento de la Iglesia” (Libro 4, capítulo LXXVIII). La indisolubilidad del sacramento también es tratado por el Doctor Angélico: “Luego entonces, el matrimonio, como Sacramento de la Iglesia, debe ser de un esposo con una esposa, y debe continuar sin separación: esto es lo que se entiende como fidelidad, conforme a la cual marido y mujer están unidos uno al otro.” Podemos ir aún más atrás en el tiempo, a los principios del Cristianismo y recordar las palabras de San Agustín, escritas en el año 401 D.C.: “Entre todos los pueblos y hombres, el bien que se obtiene del matrimonio consiste en la progenie y en la castidad de la fidelidad matrimonial, pero, en el caso del pueblo de Dios (los cristianos), consiste en la sacralidad del Sacramento, por razón de la cual está prohibido, aún después de una separación, casarse con otro mientras el primer compañero aún viva” (De bono conjugii, Del bien del matrimonio). Otros Padres de la Iglesia afirman la misma verdad, pero no es necesario enlistarlos aquí.
La segunda falsa cuestión que debe ser corregida es la de que “se impusieron medidas terribles” después de que el Concilio “impuso” su visión del matrimonio. Este tipo de medidas han existido desde tiempos anteriores al Cristianismo. En la antigua Roma, un hombre tenía el derecho de matar a su esposa si la descubría en adulterio. El emperador Augusto exilió tanto a su hija como a su nieta a una isla desierta a causa de sus adulterios. No se puede acusar a la Iglesia de esto. Sin embargo, estas medidas no se pueden tomar como enteramente irracionales o tiránicas, como mi lector supone. Necesitamos, para poder entenderlas, situarnos en el contexto y mentalidad de la época. Tanto adulterio como bigamia eran vistos (pues lo son) como ataques contra el orden social, esto es, contra el bien común. El Estado debía, conforme a su función, actuar en respuesta. Que el castigo fuera la muerte no debe sorprendernos pues ese era el castigo por muchos otros crímenes. No es como si nuestras sociedades modernas fueran mucho más civilizadas que la de aquella época. La cuestión de la Inquisición es una que, como señalé en una de las primeras entradas de este blog, está rodeada más por mito que por realidad. La Inquisición (al menos la española) raras veces ejecutaba a alguien. La mayoría de los acusados se arrepentía y participaba en una penitencia pública con lo que quedaba libre de toda culpa. Los revolucionarios franceses jamás mostraron este tipo de actitudes. Decir que “si no estas de acuerdo con la iglesia y su prohibición del divorcio te pueden hasta matar” es una ridiculez. Cuando la Iglesia tenía el poder de matar gente (y eso fue hace mucho tiempo), lo hacía con mucha más prudencia y misericordia que cualquier autoridad civil.
El tercer punto que debemos tomar como falso tiene que ver con los hijos ilegítimos siendo considerados “basura humana”. Como el mismo San Agustín afirma, al hablar de los hijos de un relación adúltera: “Pero, cualquiera que sea la fuente de la nazca un hombre, si no sigue los vicios de sus padres y adora a Dios como debe, será honrado y a salvo”. Él mismo tuvo un hijo ilegítimo, Adeodato, nacido de la concubina que tuvo previo a su conversión y quien no sufrió discriminación por ello. Si eso no es suficiente, podemos acudir directamente al fundador del Cristianismo, Jesucristo, quien afirma en el Evangelio que los hijos no cargan con la culpa de los pecados de sus padres, como los judíos de Su tiempo creían. Hay otros ejemplos bastante tangibles que prueban esta afirmación como falsa, como el de Don Juan de Austria, hijo ilegítimo del Emperador Carlos I de España y V de Alemania. Su medio hermano, Felipe II (uno de los reyes más “fanáticamente” católicos) lo nombró comandante de la Armada que salvó a Occidente de los turcos en Lepanto. También fue asignado en diversos puestos militares y políticos de gran importancia a lo largo del reinado de su medio hermano. Nadie le negó el derecho a un trabajo, aún cuando había nacido fuera del matrimonio. Cualquier ley o costumbre que negara ciertos derechos a los hijos ilegítimos deben ser estudiadas en su contexto social y cultural y no pueden ser atribuidas a enseñanzas de la Iglesia, la cual nunca ha tratado a los hijos ilegítimos como inferiores.
Por último, tenemos la cuestión de que la Iglesia privilegiaba el matrimonio entre personas católicas y que “tuvieran alma”, y que éste, entendido como un Sacramento, fue instrumento del racismo y del imperialismo colonial. Esto es algo que nunca había escuchado y que vaya que me hizo reír. Si el Imperio Español usaba el matrimonio para discriminar a los nativos, entonces ¿por qué la mayoría de la población latinoamericana es mestiza? ¿Por qué las hijas de Moctezuma fueron enviadas a España a casarse con nobles españoles? La segregación de la población nativa no se hizo para proteger la “pureza de sangre” de los europeos sino para proteger a los nativos de la corrupción de la sociedad europea de la época. Esa era la intención de los misioneros que intentaban mantener a los dos pueblos separados. Esto, claro está, era la intención de sólo un grupo (los frailes misioneros) y no era una política de la Iglesia o del Imperio. Debemos recordar que este no era el colonialismo económico de las naciones protestantes (como Inglaterra u Holanda) sino la evangelización por un país católico. La discusión acerca de si los indígenas tenían alma o no se arreglo muy tempranamente en el proceso de descubrimiento y conquista. La reina Isabel prohibió la esclavitud de los nativos y los declaró súbditos de la Corona, como cualquier otro ciudadano (aunque en ese entonces no existía el término) del Imperio Español. Esto claramente no es racismo.
En conclusión, el matrimonio como Sacramento es algo que la Iglesia católica ha sostenido desde el principio, apoyada en la Sagrada Escritura y en la Tradición y que los católicos siempre han creído que es indisoluble. El supuesto uso del matrimonio como un instrumento de discriminación contra ciertos grupos es falso. La Iglesia no quiere que el matrimonio vuelva a ser un Sacramento pues para la Iglesia nunca ha dejado de serlo. Quiere protegerlo pues es esencial para el bien común de la sociedad y para la protección de los más débiles: los niños. Esta labor nadie la realiza mejor que la familia y el Estado debe aceptar este hecho y protegerla.
Marriage, I say, is a good, and may be, by sound reason, defended against all calumnies.
St. Augustine
The first part of my reply dealt with the misunderstandings that my post on Marriage and the State generated. These misunderstandings have, I hope, been clarified. The comment that sparked this debate, however, contains more than just misconceptions of what I wrote. It contains a series of accusations against the Catholic Church, as well as several affirmations of a historical nature which are erroneous. These I will address in this occasion.
The first false affirmation is that marriage as a Sacrament was first instituted by the Church until the Council of Trent and that before that, Catholics could marry and re-marry because marriage was not considered life-long and indissoluble. It would suffice to show one instance prior to this Council in which the Church teaches the indissolubility and life-long commitment of marriage to prove this wrong, but that would not be enough to prove that the Church has always taught this. Now, the documents that emanated from this Council show us that they were simply re-affirming something that had been believed since the very beginning of Christianity: “Since therefore matrimony in the evangelical law surpasses in grace through Christ the ancient marriages, our holy Fathers, the councils, and the tradition of the universal Church, have with good reason always taught that it is to be numbered among the sacraments of the New Law” (Session XXIV, November 11th, 1563). What proof is there of this belief prior to the Council of Trent? Let us look at the Bull of Union with the Armenians, from the Council of Florence, session 8, of November 22nd, 1439 (more than a hundred years before Trent): “The seventh is the sacrament of matrimony, which is a sign of the union of Christ and the church according to the words of the apostle: This sacrament is a great one, but I speak in Christ and in the Church”. This is still not enough proof. We can go back yet another two hundred years and read in Thomas Aquinas' renown work, the Summa contra Gentiles (written from 1261-1264): “Matrimony then, as consisting in the union of male and female, intending to beget and educate offspring to the worship of God, is a Sacrament of the Church” (Book 4, chapter LXXVIII). The indissolubility of the Sacrament is also dealt with by the Angelic Doctor: “Matrimony therefore, as a Sacrament of the Church, must be of one husband with one wife, to continue without separation: this is meant by the faith (or troth), whereby husband and wife are bound to one another.” We can still go further into the beginnings of Christianity and recall the words of St. Augustine who writes in 401 A.D.: “Among all people and all men the good that is secured by marriage consists in the offspring and in the chastity of married fidelity; but, in the case of God's people [the Christians], it consists moreover in the holiness of the sacrament, by reason of which it is forbidden, even after a separation has taken place, to marry another as long as the first partner lives” (De bono conjugii, Of the Good of Marriage). Other Fathers of the Church attest to the same truth, but I believe there is no need to enlist them all here.
The second false claim which requires to be corrected is that “terrible measures were put into place” after the Council “imposed” its vision of marriage. This kind of measures had existed from pre-Christian times. In ancient Rome, a man had the right to kill his wife if she was caught in flagrant adultery. Emperor Augustus himself had both his daughter and grand-daughter exiled to a deserted island because of their adulteries. The Church cannot be blamed for this. However, these measures were not entirely irrational or tyrannical, as my reader supposes. We need to, in order to understand them, place ourselves in the context and in the mindset of the people of the time. Both adultery and bigamy were seen (because they are) as attacks against the social order, that is, against the common good. The State had to act, according to its function, in response to them. That the penalty was death should not surprise us, as that was the penalty for many other crimes. Our Modern societies are not much more civilized than they were. The issue of the Inquisition is, as I pointed out in one of my very first blog posts, more myth than truth. The Inquisition (at least the Spanish one) rarely executed anybody. Most would repent and carry out a public penance instead. The same laxity was not shown by the French revolutionaries. To say that “if you do not agree with the Church and its prohibition of divorce they can even kill you” is quite ridiculous. When the Church had the power to kill people (and that was a long time ago), it did it with much more prudence and mercy than any other civic authority.
The third point to be dismissed as false has to do with illegitimate children being considered “human scum”. As Saint Augustine himself affirms, when talking about the children of an adulterous relationship: “But from whatever source men be born, if they follow not the vices of their parents, and worship God aright, they shall be honest and safe”. He himself had a son, Adeodatus, born from the concubine that he had prior to his conversion and who was never discriminated against. If that is not enough proof, we can go to the founder of Christianity, Jesus Christ, who affirms that children do not carry the sins of their parents, as the Jews believed in His days. There are also other tangible examples of this affirmation not being true, like that of Don John of Austria, illegitimate son of Emperor Charles I of Spain (also known as Charles V of Germany). He was named, by his half-brother King Philip II (and one of the most “fanatically” Catholic of all Spanish kings), commander in chief of the Spanish Armada that saved the Christian West from the Turks in the battle of Lepanto. He was also assigned to other important military and political posts during his half-brother's reign. Nobody denied him the right to a job, even when he was born out of wedlock. Any laws or customs that denied certain rights to illegitimate children must be studied in their social and cultural context and cannot be attributed to Church teachings, which, as has been seen, have never treated illegitimate children as inferiors.
Lastly, we have the issue of the Church privileging marriage between Catholics and “people who had a soul”, and the use of marriage, understood as a Sacrament, as an instrument of racism and colonial imperialism. This is something I had never heard before and which I found quite amusing. If the Spanish empire used marriage to discriminate against the natives then why is the vast majority of Latin American population of a mixed background? Why were the daughters of Emperor Moctezuma sent to Spain to marry Spanish noblemen? The segregation of the native population was not done in order to protect European “purity of blood” but rather to protect the natives from the corruption of the European society of the time. That was the intention of the missionaries who tried to keep both peoples separate. This, of course, was only the intention of certain groups (the missionary friars) and was not a Church or an Imperial policy. We have to remember that this was not the economic colonialism of Protestant nations (like the British or the Dutch) but rather the evangelization of a Catholic country. The discussion about whether the natives had a soul or not was settled very early in the process of discovery and conquest of the newfound lands. Queen Isabella forbade the enslavement of natives and declared them to be subjects of the Crown, like any other citizen of the Spanish Empire. This is clearly not racism.
In conclusion, marriage as a Sacrament is something that Catholic tradition has held from the very beginning, supported by Scripture and Tradition, and Catholics have always believed it to be indissoluble. The use of marriage as an instrument of discrimination against certain groups is false. The Church today does not want marriage to be a Sacrament once more because for the Church it has never stopped being one. It wants to protect marriage because it is essential for the common good of society and for the protection of the weakest, the children. This job is done best by the family and the State should accept and protect that.