En una de las pocas cosas en que México ocupa los primeros lugares mundiales es en corrupción. Nuestros gobernantes siempre se han caracterizado por ser corruptos y ladrones. En las últimas semanas, el Operativo Limpieza del Gobierno Federal ha sacado a la luz a diversos funcionarios de alto nivel que se dejaron corromper por el narcotráfico. Ante estas noticias, la sociedad en general se ha indignado (justamente) y uno que otro ha intentado capitalizar políticamente con ello.
La corrupción del gobierno es un problema gravísimo que no hemos podido erradicar. Sin embargo, la corrupción que existe en toda la sociedad me parece que es más grave porque sirve de alimento a la corrupción gubernamental. Lo más preocupante de la corrupción social es que muchísimas personas la practican sin querer admitirlo. No podremos acabar con la corrupción si no reconocemos que somos corruptos. Si no reconocemos nuestras fallas no podemos corregirlas.
Este tipo de corrupción la vivimos todos los días: desde las mordidas a los policías (aunque sean de 20 pesos), pasando por las tareas copiadas hasta los que alteran las balanzas de sus negocios o sus libros de contabilidad. La sociedad mexicana vive bajo el credo de que “el que no transa no avanza” y todo mundo lo ve como normal. Recuerdo que en la secundaria nos obligaban a asistir a cinco conciertos de música clásica y que existía un enorme negocio en torno a los boletos y libretos que debíamos entregar como muestra de que habíamos ido al concierto. Lo peor del caso era que los padres de familia eran los que incitaban a sus hijos a verse “listos”. En cambio, viviendo en Estados Unidos me encontré con que copiar una tarea se consideraba como cheating, es decir, como hacer trampa, y que existían castigos muy severos para quienes lo hacían. Esto es un ejemplo de una actitud social diametralmente opuesta a la nuestra.
Los ciudadanos no podemos exigir al gobierno que sea honesto si no empezamos por nosotros mismos. No podemos esperar que los policías sean honrados si lo primero que hacemos al ser detenidos es darles dinero para que nos dejen ir. No será fácil dejar de recibir ese dinero extra obtenido en negocios turbios o tener que esperar durante unas horas por la ineficacia de nuestra burocracia o reprobar un examen para el que no estudiamos, pero creo que son incomodidades que bien valen la pena. El bien común depende de que seamos capaces de sacrificar ciertos bienes individuales. Cuando en México aprendamos a respetar las reglas y las leyes y a actuar con honestidad, todo empezará a cambiar.
La corrupción forma un círculo vicioso en que el gobierno contamina a la sociedad y ésta contamina al gobierno (porque el gobierno está formado por integrantes de la sociedad). Como todo círculo vicioso, es necesario romperlo e iniciar un círculo virtuoso. Este rompimiento se debe dar tanto desde el gobierno como desde la sociedad. Debe ser un esfuerzo conjunto. Sin embargo, si nuestras autoridades no hacen nada por romperlo, somos los ciudadanos los que debemos hacerlo. No podemos sentarnos a esperar a que el gobierno solucione todo.
Para poder acabar con la corrupción, debemos empezar por casa, con nosotros mismos y con nuestros hijos para después poder salir a la calle y exigir lo mismo de los demás. Cuando la ciudadanía viva de forma recta y honesta, tendremos toda la autoridad moral para demandar lo mismo de nuestros dirigentes.
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