viernes, 29 de mayo de 2009

La Verdad sobre Miguel Ángel

Aunque no soy conocedor del arte, desde siempre he sido un gran admirador de Miguel Ángel Buonarroti. Para mí, sus obras, tanto pictóricas, como escultóricas, representan lo más grandioso del arte universal. Haber visto algunas de esas obras en vivo fue una experiencia como pocas. Por ello encuentro muy molesto que en nuestros días, haya ciertos “estudiosos” que quieren ver en sus obras y en su vida cosas que no vienen ni al caso. Pretenden tomarlo como bandera de movimientos contemporáneos, tal como sucede con el movimiento homosexual que quiere adueñarse de este extraordinario artista.

Por esa razón, encontré el siguiente artículo de lo más interesante. Lo escribió Elizabeth Lev, profesora de arte cristiano de la Universidad de Duquesne, en su campus italiano. La traducción es mía, por lo que pido disculpas por cualquier error y por ello les dejo la liga para que puedan consultar el artículo original: http://www.zenit.org/article-26017?l=english

Claramente católico

Quizá hayas escuchado hablar de la llamada Prueba del Pato, ideada por el poeta J. Whitcomb Riley. Va así: si parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, entonces, muy probablemente sea un pato. Este sentido común, sin embargo, parece haberse perdido entre muchos de los modernos intérpretes de Miguel Ángel. De acuerdo con la más reciente “erudición”, las palabras, las obras y la piedad católicas de Miguel Ángel eran, en realidad, un camuflaje para una agenda protestante, cabalística y/o homosexual.

Claro que ninguna de estas teorías conspiratorias se sustenta en documentación verificable sombre las prácticas personales o devocionales de Miguel Ángel, sino que son extraídas de imaginaciones hiperactivas. Muchos de estos libros y artículos simplemente observan una pintura, escogen una teoría y hacen que los hechos encajen, descartando los demás. Esto se ha vuelto equivalente a un curso en historia del arte, pero, lo que realmente me molestó fue, de entre todas las cosas, el abstract de una disertación académica que defendía estas viejas teorías tipo Dan Brown.

El objeto de este tratado “académico” es “El Juicio Final” de Miguel Ángel, pintado en el altar de la Capilla Sixtina de 1534 a 1541 y discernida por el autor del artículo como una obra secretamente protestante. Para respaldar esta noción, el investigador toma elementos de diversos estudios gnósticos y de estudios de género, pero veamos tres elementos que indican que este fresco es precisamente lo que aparenta ser: una pintura católica extraordinaria.

1. El artista y su espacio

Aquellos que intentan ver a Miguel Ángel como adherente de alguna religión disidente subterránea, olvidan sus prácticas espirituales. Mientras que Miguel Ángel sólo puede ser tenuemente vinculado a cualquier tipo de secta protestante, es sabido que perteneció a la Tercera Orden Franciscana.

Durante los años en que pintaba el Juicio Final participó en la visita de las Siete Iglesias con el fin de obtener una indulgencia. La mejor evidencia de la devoción de Miguel Ángel hacia la Iglesia Católica fue su aceptación de completar la Basílica de San Pedro para, en sus propias palabras, “la gloria de Dios, el honor de San Pedro y la salvación de su propia alma”.

La Capilla Sixtina era el espacio en el que el Papa Pablo III, ocupado con la organización del Concilio de Trento, oraba con su corte, formada por los más brillantes teólogos de Europa. Estos teólogos y filósofos formaban la primera línea de respuesta a Lutero y, además, eran conocedores del arte. Pintar una obra subversiva en la capilla hubiera sido como pedir una cita con la Inquisición.

2. María, los Santos y la intercesión

La pintura de Miguel Ángel contiene 391 figuras, de las cuales, alrededor de la tercera parte están actuando como intercesores. Las enormes figuras de los santos, particularmente los mártires, rodean a Cristo en el cielo. El énfasis de Miguel Ángel en identificar a los mártires nos recuerda que la Iglesia Romana considera a éstos como parte de su tradición. En este periodo, los antiguos sitios de muerte y de entierro de los mártires fueron restaurados y decorados.

Miguel Ángel también pintó a hombres y mujeres no identificados que ayudan a los recién resucitados en su ascenso a los cielos. La idea de que gente en el cielo asista a otros es una noción esencialmente católica.

Sin embargo, María es la imagen fundamental de la obra. El Jesús de Miguel Ángel parece terriblemente distante, con su mano alzada y la cabeza volteada. En cambio, María, acurrucada al lado de Cristo, voltea hacia abajo, hacia las almas resucitadas. María está pintada junta a la herida del costado de Cristo. Esa herida, de la cual salió sangre y agua, dio origen a la Iglesia. María, como Eva saliendo de la costilla de Adán, representa a la Iglesia nacida del sacrificio de Cristo. A su vez, María (la Iglesia, la esposa de Cristo) es el camino hacia Jesús y su salvación. Como para resaltar la importancia de la devoción mariana, Miguel Ángel pintó, unos metros por debajo de María, a una pareja que es arrastrada hacia el cielo por su rosario.

3. Virtud heroica y cooperación

Miguel Ángel rompió con una antiquísima tradición de pintar a los santos en el cielo con largos vestidos color pastel y con grandes aureolas doradas al representar a sus mártires con enormes cuerpos desnudos. Tomado de la tradición clásica griega, el uso de la desnudez denota a un héroe, uno dotado de gran valentía y nobleza, celebrado por sus grandes hazañas y favorecido por los dioses. Para Miguel Ángel, inmerso en la cultura antigua, ¿qué mejor realización del héroe griego podía haber que el santo cristiano?

Los poderosos cuerpos pintados por Miguel Ángel transmiten la idea de grandes hazañas y sacrificios hechos por Cristo, por ello, estos santos son recompensados con cuerpos gloriosos después de la resurrección. Los hombres y mujeres que cooperan con la Gracia divina y viven vidas de “virtud heroica”, son los que merecen estos cuerpos gloriosos en el más allá. El tamaño, la grandeza y la desnudez de estas figuras sólo pueden representar una participación activa en el sacrificio redentor de Cristo.

Pintado en un espacio católico, por un artista católico, para una audiencia católica, “El Juicio Final” es por mucho, una pintura católica.



Lo que hace que estas interpretaciones espurias sean todavía más molestas es que, mientras Miguel Ángel pintaba su obra, en el norte de Europa estallaban rebeliones protestantes iconoclastas. En 1520, se habían destruido obras de arte en diversas ciudades de Alemania. El fervor iconoclasta no habría encontrado uso alguno para el arte de Miguel Ángel, pero hoy en día, algunos protestantes quieren reclamar a Miguel Ángel como propio.

Más aún, la prohibición de la fabricación de imágenes que representa el Primer Mandamiento evitó el surgimiento del arte figurativo judío durante el Renacimiento. ¿Por qué habría Miguel Ángel de gravitar hacia una religión cabalística que negara su misma razón de ser?

Enfrentémoslo: los católicos, con sus dos mil años de fascinación con el Verbo hecho carne, refinado con su defensa enérgica de las imágenes requerida por la Reforma, han hecho del arte una parte de su tradición espiritual. Pero aún más sorprendente que su atractivo estético, está su universalidad. Cualquiera puede verse reflejado en el arte de la Iglesia Católica. Así que al final del día, o, mejor dicho, al final de los días, estas falsas interpretaciones no son más que agua en la espalda de un pato.

martes, 26 de mayo de 2009

Un auténtico bailout

“Administrar no es solamente una cuestión de ingresos y salidas. Es a los HOMBRES a quienes se debe considerar ante todo y al establecimiento de una solidaridad auténtica.”
Giorgio La Pira

Estos días de incertidumbre económica, en que incluso las grandes automotrices norteamericanas (el orgullo de la industria manufacturera estadounidense) están al borde de la quiebra, son una muestra más de que el sistema económico predominante está mal de raíz. La discusión en torno al posible rescate de estas compañías por parte del gobierno ha estado repleta de una retórica a favor de los trabajadores y, sin embargo, a los que menos se les ha visto en las negociaciones ha sido a los trabajadores.

Los congresistas norteamericanos se han reunido con los grandes directivos tanto de General Motors como de Chrysler, éstos han dialogado y negociado con los grandes inversionistas y accionistas de las empresas y los trabajadores, que son los más desprotegidos, se quedan sin un verdadero poder de decisión. La única protección que les ha obtenido el sindicato es un porcentaje de las acciones para garantizar la atención médica de sus futuros pensionados. Los acreedores han recibido una oferta de intercambio de deuda por acciones pero al parecer éstos la van a rechazar (porque claramente les importa más su dinero que el trabajo de tantas personas), con lo que la compañía se tendrá que ir a la bancarrota. Las soluciones que se han propuesta hasta el momento son las mismas que se han usado en otros casos y las mismas que han terminado en fracaso. Recordemos que estas mismas compañías automotrices tuvieron que ser rescatadas hace unos años. La aparente reestructuración de las empresas, condición necesaria para recibir dinero de los impuestos, sólo representa un cambio en los altos mandos, no en el funcionamiento mismo de las mismas.

¿Por qué no buscar una solución distinta que beneficie realmente a los más necesitados: los trabajadores? Al final del día, son éstos los que salen más afectados por la bancarrota de una empresa ya que ellos sí viven de su trabajo, a diferencia de los accionistas y los directivos. Pensando en esto, recordé un par de casos de rescates gubernamentales que realmente beneficiaron a los trabajadores y que realmente salvaron a las empresas y que son ejemplos perfectos de cómo debe ser la intervención estatal.

Estos casos ocurrieron en la década de los cincuenta, durante la reconstrucción europea, en un país que sufrió en carne propia la destrucción de la guerra: Italia. En aquellos años, el alcalde de Florencia, Giorgio La Pira, demostró que la economía sí puede estar al servicio del hombre y que en tiempos de crisis, la solidaridad es el mejor camino. “La Pignone” era un complejo industrial compuesto por dos fábricas, que, debido a un descenso en la demanda iban a ser clausuradas por sus dueños. Para evitar problemas con los trabajadores, los dueños prefirieron abandonarla dejando a los alrededor de 2 mil obreros desamparados. En ese momento, intervino el gobierno de La Pira y, con el respaldo del gobierno nacional de De Gasperi y de múltiples organizaciones sociales y religiosas, logró financiar una auténtica reestructuración de la empresa que pasó a estar en manos de los trabajadores. El préstamo gubernamental sirvió para reactivar la producción de la empresa, ahora llamada “Nuova Pignone”. Este rescate fue tan efectivo, que la nueva fábrica pronto produjo más que la anterior y creció de tal forma que después fue adquirida por General Electric.

Otro caso similar ocurrió con la empresa Delle Cure que cerró sus puertas dejando a sus trabajadores desprotegidos ya que estaba atrasada en su pago del seguro social y no les pagó el último mes de trabajo. La Pira organizó no sólo a los trabajadores, sino a la sociedad en general y, por medio de colectas y préstamos gubernamentales, reorganizó a la empresa en una cooperativa que, al igual que La Pignone, pronto empezó a producir más de lo que producía antes con lo que los trabajadores pudieron pagar su deuda con el gobierno.

No entiendo por qué los gobiernos actuales no pueden implementar medidas como las que usó La Pira. Obama ha hablado mucho de cambio pero sus políticas son iguales que las de sus antecesores. No hay nada nuevo en la propuesta de rescate que presentó su gobierno. En cambio, una alternativa como la de La Pira ya ha demostrado ser efectiva y beneficiaría a quienes más lo necesitan. Quizá nuestras sociedades estén demasiado casadas con el capitalismo para poder pensar de otra manera, y quizá sea esa la razón de nuestra actual crisis. Los dogmas del libre mercado y de la iniciativa individual nos impiden idear nuevas formas de organización más justas y más benéficas para la sociedad en su conjunto. Bien decía Giorgio La Pira:

“Las raíces últimas de esta crisis, son raíces de pensamiento... Las crisis, antes que económicas y políticas, tienen raíces de ideas...”

jueves, 21 de mayo de 2009

Humanismo: un estilo de vida

En su blog, El Muro de los Siglos, mi buen amigo Mario Fernández toca un punto fundamental, pero que pocas veces recordamos, acerca del humanismo: que éste es un estilo de vida. No es sólo una ideología que esgrimamos para poder acceder al poder (aunque muchos lo hagan) ya que trasciende la política. No se trata únicamente de una serie de principios que buscamos llevar a la vida pública, sino que son una serie de principios que deben regir nuestras vidas en todos sus facetas.

En el centro mismo del Humanismo Trascendente está el respeto irrestricto a la dignidad de la Persona Humana (de ahí el nombre de humanismo). Esto implica que todo ser humano, sin importar su condición social, económica, su sexo o su religión, debe ser, siguiendo la máxima kantiana, un fin en sí mismo y nunca un medio. Como consecuencia lógica, se sigue que un humanista no debe pisotear la dignidad de otro ser humano en ninguna actividad de su vida, tanto pública como privada. Muchas veces creemos que para respetar la dignidad humana basta con no hacer el mal a los demás, o no hacer algo que los lastime o no hacer nada que ellos no permitan. Sin embargo, la dignidad humana exige mucho más que eso. Exige que busquemos el bien del otro. No basta con una actitud pasiva de no hacer el mal, sino que demanda una actitud activa de hacer el bien.

En esa confusión está, a mi parecer, la causa de que tantos “humanistas” caigan en acciones opuestas al humanismo. Un caso muy común con el que me he topado es el de la asistencia de personas identificadas con el humanismo a los famosos table dance. Este es un ejemplo perfecto para describir la diferencia entre el humanismo light de “no hacer el mal” y el humanismo auténtico de buscar el bien del otro.

Si partimos del supuesto de que para respetar la dignidad humana basta con no hacer daño o no hacer nada que no quiera la otra persona, entonces, efectivamente, acudir a estos lugares no sería, al menos en teoría, contrario al humanismo. Por lo general se argumenta que las mujeres que trabajan ahí lo hacen porque quieren y que, al final del día, no se les puede hacer nada que ellas no quieran. Sin embargo, como aclaré más arriba, esto no es suficiente para respetar la dignidad humana.

En primer lugar, estos lugares denigran al ser humano, particularmente a las mujeres que ahí “trabajan”, porque éstas son usadas como medios para satisfacer una necesidad. Es decir, los hombres que van ahí no ven en las bailarinas un fin en sí mismo, sino un medio para desahogar sus impulsos sexuales. Por tanto, están usando y, en consecuencia, denigrando a estas mujeres, lo cual atenta claramente contra el humanismo.

Además, es sabido que en estos lugares “laboran”, la mayor parte de las veces, mujeres que llegaron ahí a través de redes de trata de personas y que son explotadas por sus patrones para obtener dinero. En pocas palabras, se les usa para obtener tanto placer como dinero, lo cual, repito, va contra los principios humanistas. Esto sin mencionar que muchas veces llegan privadas de su libertad, en condiciones inhumanas y sin la posibilidad de regresar a sus hogares, lo cual no sólo va contra el humanismo sino contra cualquier sentido de humanidad.

Ahora bien, no sólo las mujeres son las denigradas en estos lugares, sino los mismos hombres que asisten a ellos. Los dueños de estos establecimientos están denigrando a sus clientes al fomentar que se dejen llevar por sus más bajos impulsos. Los están usando para ganar dinero.

Este es sólo un ejemplo de cómo el humanismo es mucho más demandante de lo que muchos creen. En términos iguales podemos hablar de la economía, de las relaciones personales, de la política, etc. y demostrar que, en todas ellas, el humanismo exige lo más noble y más elevado de los seres humanos para con sus semejantes.

Es terrible ver cómo el humanismo es malinterpretado por muchos porque entonces se convierte en un sinsentido que, por lo mismo de parecer un absurdo, deja de ser atractivo para tantas personas. Es terrible porque el único camino para que el ser humano se desarrolle plenamente, se convierte entonces en un camino que no lleva a nada y que, por tanto, no vale la pena recorrer.

martes, 5 de mayo de 2009

Lecciones epidemiológicas

La pandemia de influenza que asola al mundo entero parece una extraña maestra de economía y, sin embargo, la observación de la actitud de la gente ante este fenómeno basta para cuestionarnos sobre los fundamentos mismos del capitalismo. Los teóricos de este sistema económico sostienen que el egoísmo es el principal generador de riqueza, es decir, que cuando un individuo busca su bien personal, genera riquezas que se derraman sobre el resto de la población, distribuyéndose así entre todos los individuos (la famosa “mano invisible”).

No tengo los conocimientos económicos necesarios para plantear una demostración cuantitativa que ponga en duda al capitalismo, ni pretendo negar que el egoísmo sea un motor bastante poderoso para generar riquezas. Lo que busco es cuestionar si ese motor es el más eficiente para ello o si sea el más conveniente. Para ello, haré uso de un recurso al que los ingenieros (y Tomás de Aquino) recurrimos con mucha frecuencia: la analogía.

En mi analogía, veremos si el principio del egoísmo (que es el que rige en la sociedad actual) ha servido para disminuir el impacto de la epidemia de influenza, si no ha afectado o si la ha empeorado. Yo sostengo que, afortunadamente, y dada las características del virus de la influenza porcina, no ha afectado demasiado. Sin embargo, creo que en el caso de un virus más contagioso podría haber empeorado la situación.

Cuando estalla una epidemia, lo que se debe buscar es contener, en la medida de lo posible, al virus dentro de una región para evitar que se convierta en un problema mayor. Las indicaciones del presidente Calderón de que la gente se quedara en casa iban en este sentido. Lo que sucedió fue que muchas personas, por miedo a contagiarse y, pensando en sí mismas primero, decidieron huir de la ciudad. El peligro radica en que con una persona que estuviera incubando el virus (y, por tanto, no supiera que lo portaba) y lo llevara a otra ciudad, se hubiera iniciado otro brote, haciendo más difícil el control de la epidemia. Así, el egoísmo, en vez de mejorar el problema, lo habría empeorado.

Otro ejemplo se dio con las compras de pánico en que incurrieron miles de capitalinos durante esta crisis. A pesar de los anuncios del gobierno de que no se iban a cerrar los supermercados, miles de personas se creyeron más inteligentes que las demás y, pensando en sí antes que en el bien del conjunto, decidieron ir a comprar todos los víveres que pudieran. Al final del día, estas personas no resultaron ser más inteligentes que las demás (de hecho, fueron bastante tontas) ya que lo mismo pensaron muchos otros y terminaron saturando los supermercados. Contrario a lo que pedía el gobierno de evitar tumultos y lugares con muchas personas, estos individuos terminaron creando aglomeraciones humanas en los supermercados. Lo mismo ocurrió en los hospitales donde miles de personas se congregaron para que los atendieran a pesar de no tener los síntomas. ¿Qué habría sucedido con un virus mucho más contagioso? Muchas de estas personas se habrían contagiado por buscar su propio provecho, empeorando la epidemia.

Creo que estos dos ejemplos son una muestra suficiente para demostrar que el egoísmo, en lugar de ayudar pudo haber provocado mayores males de los que se padecieron. La conclusión a la que llego es la misma a la que llegué en otra ocasión: si esto no funciona con una epidemia, ¿por qué habría de funcionar con la economía?