domingo, 9 de agosto de 2009

Reflexiones sobre el amor, parte 2

Una mirada rápida a la situación que prevalece en el mundo nos permite descubrir una grave crisis en las relaciones entre hombres y mujeres. A pesar de que en muchos países ha incrementado la “educación” sexual, que de educación no tiene nada, no han disminuido los índices de divorcio y matrimonios fracasados, no han desaparecido los embarazos “no deseados” ni se ha frenado el avance de las enfermedades de transmisión sexual. Nuestra sociedad, en lugar de detenerse y darse cuenta de que hay algo mal con la estrategia de “liberación” sexual que ha estado siguiendo, parece empeñarse en radicalizarla cada día más.

Por otro lado, las pocas voces que se han levantado en contra de esta estrategia son continuamente ridiculizadas. A tal grado ha llegado la insensatez de Occidente que se burla de aquellos que le advierten del peligro hacia el cual se dirige. Sin embargo, son estas voces las que tienen la razón.

Entre estas voces destacan las de los últimos pontífices, empezando por Pablo VI, defensor del valor procreativo del matrimonio, llegando hasta Benedicto XVI y su defensa de un entendimiento adecuado del amor humano, como una imagen del amor divino. El nombre de Juan Pablo II no lo había mencionado porque su trabajo al respecto fue de tal magnitud que tomará muchos años más llegar a apreciarlo en su totalidad. Sus catequesis respecto a la teología del cuerpo son tan distintas a lo que Occidente ha venido defendiendo que representan una auténtica revolución sexual.

Los medios de comunicación y las filosofías predominantes nos bombardean con la idea de un amor plenamente material, que se basa en la satisfacción de nuestros impulsos sexuales, sin control ni responsabilidad alguna, y por tanto, sin libertad. Es decir, nos quieren vender la paradoja de un amor egoísta, centrado en la satisfacción de mis necesidades, y no las del otro.

Juan Pablo II enseña lo contrario. Afirma que el amor se vive para el otro y para ello desarrolla una nueva interpretación bíblica que denomina la “hermenéutica del don” (donde hermenéutica significa interpretación de los textos sagrados). Un ejemplo de esta interpretación se ve en el siguiente pasaje: “el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (Gen, 2:24). En el centro mismo de este pasaje está la idea del don (entendido como regalo o entrega): el hombre renuncia a todo lo que tiene para entregarse (unirse) a la mujer. Esta entrega es de tal magnitud que “llegan a ser una sola carne”. Como éste, hay muchos pasajes más a los que hace referencia Juan Pablo II, pero la idea sigue siendo la misma: el amor requiere entrega y renuncia de uno mismo. Ahí radica la diferencia esencial entre el amor como lo entiende nuestra civilización actual y el amor como realmente es.

Adicionalmente a esta diferencia en el concepto de lo que es el amor, tenemos una diferencia en el entendimiento de lo que es el ser humano. Podríamos referirnos a ella como una diferencia antropológica. El materialismo predominante sostiene que el ser humano no es más que cuerpo y que todas sus funciones (intelectuales, afectivas, sexuales, etc.) se pueden explicar como reacciones químicas. Por tanto, el amor no es más que un derramamiento de sustancias en el cerebro, originado tras miles de años de evolución con la finalidad de preservar a la especie. Esta concepción desemboca fácilmente en una postura utilitaria en la cual las demás personas son vistas como objetos para la satisfacción personal. Este es precisamente el problema que vemos tan frecuentemente en el mundo contemporáneo y que hace que las relaciones entre hombres y mujeres sean tan conflictivas. En estas relaciones utilitaristas (yo te uso a ti), las principales víctimas son las mujeres, ya que poseen una sensibilidad especial ante el hecho de ser tratadas como un objeto. Por lo mismo, es cuestión de elemental justicia que cambie esta forma de pensamiento.

Por su parte, Juan Pablo II parte de una concepción metafísica del ser humano. El hombre es una unidad de cuerpo y alma. El alma le confiere una dignidad especial que no debe ser pisoteada por nadie. Por tanto, el ser humano debe ser siempre un fin en sí mismo y jamás un medio para satisfacer a otro individuo. Si a esto le añadimos que el ser humano posee razón y libertad, descubrimos que el amor se convierte no en un impulso sino en una decisión libre, que conlleva una responsabilidad. La entrega se vuelve voluntaria, y, por tanto, en un acto auténticamente humano.

La diferencia es radical: la perspectiva materialista reduce al ser humano a la animalidad mientras que la perspectiva metafísica eleva al otro a la categoría de “valor no suficientemente apreciado”. Esta diferencia podría cambiar totalmente nuestro mundo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola , me parece muy interesante esta perspectiva de la sexualidad. Teología del cuerpo es un libro de Juan Pablo II? o en que libro podría encontrar una explicación más detallada?
Muchas gracias

Alejandro dijo...

No es un libro como tal sino una serie de catequesis que impartió a lo largo de su pontificado, sobre todo durante las audiencias de los miércoles.

A partir de ellas se han escrito varios libros, desgraciadamente, creo que no están disponibles en español. El que reúne toda la serie de catequesis se llama "Man and Woman He Created Them: A Theology Of The Body". Es un libro bastante grande y muy denso tanto teológica como filosóficamente. Si lo que prefieres es una especie de introducción al tema, te recomiendo "Theology Of The Body For Beginners" de Christopher West. Explica de forma sencilla todas las enseñanzas de JPII al respecto y es muy bueno para entender las ideas generales. El autor es uno de los principales expertos en Teología del Cuerpo en Estados Unidos. Ambos libros están disponibles en Amazon.com y creo que por ahí es la forma más fácil de conseguirlos.

Anónimo dijo...

Muchas gracias!!! :D