La Navidad, esa fiesta que muchos celebran más por costumbre que por creencia, es la única revolución en la historia de la humanidad que realmente merece ese nombre. A diferencia de todas las demás revoluciones que consisten básicamente en dejar todo como estaba, sólo cambiando las apariencias, la Navidad realmente cambió la historia de la humanidad aunque con ello dejó todo, en apariencia, igual que como estaba.
El misterio de la Encarnación es una revolución en todo el sentido de la palabra. Representó un cambio radical, un giro de 180 grados. El universo entero quedó invertido: el Creador convertido en creatura. Aunque el mundo siguió girando igual que el día anterior, aunque el orden social, político y económico no cambió, aunque la gente continuaba con su vida normal, una transformación profunda tuvo lugar. Una transformación que, sin cambios visibles, afectó nuestra misma constitución y elevó nuestra dignidad, empezando por nuestro cuerpo, como escribe Chesterton:
En verdad había una nueva razón para tratar a los sentidos y a las sensaciones del cuerpo y a las experiencias del hombre común con una reverencia que el gran Aristóteles hubiera mirado con extrañeza y que ningún hombre de la antigüedad hubiera podido entender. El Cuerpo ya no era lo que era cuando Platón y Porfirio y los demás antiguos místicos lo habían dejado por muerto. Había colgado del patíbulo. Se había levantado de la tumba. El alma ya no podía despreciar a los sentidos que habían sido órganos de algo más que un simple hombre. Platón podía despreciar la carne, pero Dios no la despreciaba. Los sentidos habían sido santificados verdaderamente, así como son bendecidos uno por uno en un bautizo católico.
“Ver es creer” ya no era un lugar común de un mero idiota, o individuo común como lo era en el mundo de Platón; estaba mezclado con condiciones reales para una creencia real. Esos espejos giratorios que envían mensajes al cerebro del hombre, esa luz que se quiebra contra el cerebro, éstas habían revelado a Dios mismo el camino de Betania o la luz de la alta roca de Jerusalén. Estos oídos que resuenan con sonidos comunes le habían reportado al conocimiento secreto de Dios el ruido de la multitud que agitaba las palmas y de la multitud que gritaba por la Crucifixión. (G.K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino: el buey mudo.)
Dios entró en el mundo y con ello compartió nuestra naturaleza hasta en las cosas más triviales y ordinarias. El Dios-niño experimentó desde el primer momento la gama completa de las sensaciones y sentimientos humanos. Al momento de nacer pudo ver la cara de asombro de sus padres, percibir el olor del pesebre y sentir la textura de la paja en la que lo recostaron.
Si el amor hace semejantes a los amantes, la Encarnación es una prueba más del amor infinito de Dios hacia nosotros. Es tan grande que rompió el orden del mundo, orden que Él mismo había establecido. El sólo pensar que esto es posible ya es una idea revolucionaria. El que sea realidad es algo que trasciende nuestra inteligencia y por eso lo llamamos un misterio. Un misterio que revolucionó al mundo.
Christmas, the festivity which many celebrate more out of custom than out of belief, is the only revolution in the history of mankind that truly deserves that name. Unlike all other revolutions, which basically consist in leaving everything exactly as it was before, only changing appearances, Christmas truly changed the human condition though it left everything, in appearance, as it was before.
The mystery of the Incarnation is a revolution in the whole meaning of the word. It represented a radical change, a 180 degree turn. The whole universe was inverted: the Creator became a creature. Even though Earth kept on rotating as it did before; though the social, political and economical order did not change; even when people kept on living as they usually did, a deep transformation took place. A transformation that, without any visible changes, affected our whole constitution and raised our dignity, beginning with our physical element, our bodies, just as Chesterton writes:
There really was a new reason for regarding the senses, and the sensations of the body, and the experiences of the common man, with a reverence at which great Aristotle would have stared, and no man in the ancient world could have begun to understand. The Body was no longer what it was when Plato and Porphyry and the old mystics had left it for dead. It had hung upon a gibbet. It had risen from a tomb. It was no longer possible for the soul to despise the senses, which had been the organs of something that was more than man. Plato might despise the flesh; but God had not despised it. The senses had truly become sanctified; as they are blessed one by one at a Catholic baptism.
“Seeing is believing” was no longer the platitude of a mere idiot, or common individual, as in Plato’s world; it was mixed up with real conditions of real belief. Those revolving mirrors that send messages to the brain of man, that light that breaks upon the brain, these had truly revealed to God himself the path to Bethany or the light on the high rock of Jerusalem. These ears that resound with common noises had reported also to the secret knowledge of God the noise of the crowd that strewed palms and the crowd that cried for Crucifixion. (G.K. Chesterton, Saint Thomas Aquinas, the dumb ox.)
God entered the world and with that he shared our nature even in the most ordinary things. The God-child experienced the whole spectrum of human sensations and feelings from the very moment of his birth in Bethlehem (actually, from the very moment of his conception). As soon as he was born he could see the astonished faces of his parents, he could smell the odor of the manger and feel the texture of the hay in which he was lying.
If love makes lovers become more alike, then the Incarnation was God’s proof of his infinite love for us. He broke the order He himself had established for the world. The very thought of this being possible is quite revolutionary. The fact that it is true is something unfathomable for us. That is why we call it a mystery. A mystery that revolutionized the world.
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