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viernes, 22 de enero de 2010

El relativismo y la familia / Relativism and the family

En repetidas ocasiones he escrito acerca del rol de la familia como el núcleo de la sociedad, así como de su importancia en la vida de los individuos. También he insistido en que el principal enemigo de la familia es el individualismo. Ahora bien, el individualismo hace uso del relativismo para minar todo aquello que se le oponga, empezando por la familia.

En mi entrada pasada, escribí acerca del relativismo cultural y de su nefasta influencia. Además, como refutación a la falacia del relativismo, propuse como medida de comparación entre las distintas culturas el respeto a la dignidad humana. De esta forma quedó demostrado que sí existen diferencias significativas entre las culturas y que, por tanto, es posible jerarquizarlas y declarar a unas mejores que otras. Pretendo hacer algo similar con los “modelos alternos” de familia.

Primero, sin embargo, es necesario aclarar algunas cuestiones respecto a lo que es la familia. La familia es una institución natural, es decir, no nace como parte de un pacto social o de alguna ley, sino que es inherente a la naturaleza humana. Lo que distingue a las familias humanas de las familias animales es que en las familias humanas, precisamente por ser humanas, la libertad juega un rol primordial. Sin esta libertad es imposible el amor, que es el principio creador y unificador de nuestras familias. Por amor, un hombre se casa con una mujer. Por amor, tiene hijos, por los cuales se sacrifica en su crianza y preparación para su ingreso a la vida comunitaria. Así, la familia colabora con la preservación de la especie no sólo dándole vida a nuevos individuos, sino también manteniendo la vida social, sin la cual ningún individuo puede subsistir.

Una vez hechas estas aclaraciones, podemos regresar al tema del relativismo y la familia. Aquí, como en todo aquello en que el relativismo está presente, encontramos una contradicción. Por un lado, el relativismo pretende crear toda una serie de “modelos alternativos” de familia, dando una impresión de diversidad, pero por el otro afirma que entre todos estos modelos no hay diferencias significativas. Al declarar a todos igualmente valiosos, en realidad está diciendo que no tienen ningún valor. Esto es falso. Suponiendo (por cuestiones argumentativas) que estos “modelos alternos” de familia se pudieran considerar como alternativas reales a la familia, podemos encontrar razones suficientes para sostener que el “modelo tradicional” (por llamarlo de alguna manera) es superior a los demás y que, por lo mismo, debería de ser protegido y fomentado por la sociedad en su conjunto.

Para poder evaluar estos modelos, usaré dos medidas distintas: el respeto a la dignidad humana y el grado de cumplimiento de las funciones de una familia. Me parece que estas dos medidas son razonables y válidas, pues cualquier persona sensata aceptaría que una institución que no cumpla con ellas no puede ser llamada familia (por más que nuestros legisladores así la definan).

Es evidente que sólo la familia formada por un hombre y una mujer es capaz de procreación (esto no lo digo yo, ni lo dice la Iglesia, así funciona la naturaleza). Si esta es una de las funciones básicas de la familia, entonces aquellas uniones que por su naturaleza misma son incapaces de ello ya llevan una seria desventaja. El uso de técnicas artificiales de procreación atentan abiertamente contra la dignidad humana por lo que no pueden ser consideradas como válidas en nuestro análisis.

En cuanto a la educación de la prole, es necesario antes dejar algo muy en claro. Las diferencias entre los sexos son una realidad. No importa qué tan masculina sea una mujer, no dejará por ello de ser mujer y, por lo mismo, jamás podrá experimentar lo que es ser hombre. Lo mismo ocurre en dirección contraria. La única forma en que hombres y mujeres pueden llegar a entenderse mutuamente es a través de una relación complementaria. Esto es un hecho, no depende de nosotros cambiarlo. Por ello, un niño necesita de un padre para desarrollarse como hombre y de una madre para aprender cómo son las mujeres (los hermanos y hermanas también son de gran ayuda, por cierto). De igual forma, una niña requiere de su madre para aprender a ser mujer y de su padre para aprender acerca de los hombres. Teniendo un padre y una madre es la mejor forma de lograr esto. Asimismo, es importante que tanto el padre como la madre estén presentes a lo largo del crecimiento y educación de los hijos, por la sencilla razón de que un padre (o madre) ausente es incapaz de enseñarle algo a sus hijos. Esta es parte de la justificación de que el matrimonio sea indisoluble y aquí, otra vez, la familia tradicional lleva la ventaja.

Por último queda por ver la cuestión de la dignidad humana. Es importante recordar que el respeto a la dignidad humana está por encima incluso que la misma libertad de los individuos. No hay ningún derecho que se pueda considerar como tal si atenta contra esta dignidad. En este sentido, la unión monógama e indisoluble es la que mejor cumple con este requisito. Monógama e indisoluble porque la dignidad de una mujer demanda que sea tratada como una persona y no como un objeto, tentación en la cual cae todo hombre que mantiene relaciones sexuales con distintas mujeres. La indisolubilidad del matrimonio es así una forma de protección pues esa “exclusividad” honra la dignidad tanto del hombre como de la mujer.

La familia tradicional, es decir, aquella basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer cuya unión es indisoluble es, sin duda alguna, la única que alcanza la calificación más alta de acuerdo a las medidas propuestas. Podrá tener sus defectos y podrá no ser perfecta, pero no cabe duda de que es la mejor opción que tenemos. Me parece ridículo que sólo porque la hemos ido destruyendo y ahora no funcione como debería, creamos que es conveniente fomentar otros “modelos” que sólo resultan más disfuncionales aún.



I have written quite often about the role that the family plays as the nucleus of society, as well as about its importance in the life of individuals. I have also insisted that the worse enemy of the family is Individualism. Individualism makes use of Relativism in order to undermine all that which opposes it, starting by the family.

In my last post, I wrote about Cultural Relativism and its terrible influence. As a refutation of this nefarious belief, I proposed that the respect of human dignity be used as a measure of comparison between different cultures. In that manner, it was proven that there are significant differences between cultures and that it is possible to establish a hierarchy and to declare some to be better than others. I seek to do the same with the “alternative models” of families.

First, however, it is necessary to clarify certain things about the family. The family is a natural institution, that is, it is not born of a social pact or of any law, but rather it is part of human nature. What distinguishes human families from animal “families” is that in human families, precisely because of their humanity, freedom plays a significant role. Without this freedom, love is impossible and love is the creative and unifying principle in our families. Out of love, a man marries a woman. Out of love, they have children and sacrifice many things in order to raise them and help them integrate into the communal life. In that way, the family collaborates with the preservation of our species, not only by giving life to new individuals, but also by maintaining the social life, without which no individual can survive.

Once this has been made clear, we can return to the subject at hand: the family and Relativism. Here, as in every place where Relativism is present, we can find a contradiction. On one hand, Relativism seeks to create a whole series of “alternative models” of families, giving an impression of diversity. On the other hand it sustains that there are no significant differences between these models. By declaring them all equally valuable, it is just saying that they are not worth anything at all. This is false. Even supposing (for the sake of the argument) that these models could be considered as true alternatives to a family, we can find enough reasons to prove that the so-called “traditional model” is superior to them and, for that reason, should be protected by society as a whole.

To evaluate these models, I propose two different units of measure: the respect of human dignity and the degree of fulfillment of the functions of a family. I believe that these are quite reasonable and valid measures, since any sane person would accept that an institution that does not satisfy these cannot be called a family (even if our legislators define it as so).

It is evident that only the family formed by a man and a woman is capable of procreation (this is not something that I say, or that the Church says, it is the way nature works). If procreation is one of the basic functions of the family, then those unions which are incapable of reproduction because of their very nature are in a serious disadvantage. The use of artificial techniques goes openly against human dignity so they will not be considered in this analysis.

Before talking about the upbringing of offspring, it is important to set something straight. The differences between genders are a reality. It does not matter how masculine a woman is, she will never stop being a woman, so she will never be able to experience what it is to be a man. The same occurs in the opposite direction. The only way in which men and women can understand each other is through a complementary relationship. This is a fact and it does not depend on us to change it. Therefore, a boy need a father in order to develop fully as a man and he needs a mother to learn about how women are (siblings are useful in this as well). In the same way, a girl needs a mother to become fully a woman and she needs a father to learn about the nature of men. Having both a father and a mother is the best way to achieve this. It is also important that both the father and the mother be present during the whole development of their children for the simple reason that an absent father (or mother) is incapable of teaching them anything at all. This is part of the justification in favor of the indissolubility of marriage. Here, once again, the traditional family has the lead.

The question of human dignity is now to be addressed. It is vital to remember that the respect of human dignity is above the freedom of individuals. There is no right that can be considered as such if it goes against human dignity. In this sense, the monogamous and indissoluble union is the one that best satisfies this requisite. This is so because the dignity of women demands that she be treated as a person and not as an object, temptation in which men can easily fall when they have sexual relationships with different women. The indissolubility of marriage then becomes a sort of protection because this exclusivity honors the dignity of both men and women.

The traditional family, that is, that one which is based on the indissoluble marriage of one man and one woman is, without a doubt, the one that scores the highest according to the proposed measures. It might have its defects and it surely is not perfect but it is definitely our best option. I think it is ridiculous that only because we have destroyed it and hence, it does not work as it should, we should believe that it is good to foster other “models” which are even more dysfunctional.

domingo, 10 de enero de 2010

La soledad del Hombre moderno / The loneliness of Modern Man

Muchos de nuestros expertos modernos han llegado a la conclusión irracional de que la familia “tradicional” está condenada a la desaparición porque es un obstáculo para la libertad individual. Algunos han llegado incluso a señalar que la familia es una creación artificial de la sociedad y que es una imposición del Cristianismo. Claro que rara vez presentan alguna prueba de lo que dicen. De lo que no se dan cuenta es de que, cuando la familia se rompe, también los individuos lo hacen. Un ejemplo de esto lo encontramos en los trágicos tiroteos que se han vuelto cada vez más comunes, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo desarrollado. Muchos de los analistas sociales atribuyen este comportamiento violento a algún desequilibrio psicológico pero dejan de lado el hecho de que estos desordenes son causas secundarias y no la causa primaria. La verdadera causa yace debajo, no escondida sino a la vista de todos, gritándole a una sociedad que no se preocupa por estas personas sino hasta que es demasiado tarde. La verdadera causa del colapso de estos individuos es una característica común entre todos ellos: que están desesperadamente solos.

Estos son, claro está, los casos más extremos de la locura que puede provocar la soledad. Sin embargo, en todas partes los individuos están padeciendo, en mayor o menor grado, de esta locura. Aún en nuestras inmensas y populosas ciudades, la gente vive encerrada en sus propios mundos, hechos a la medida, sin ninguna preocupación por los que los rodean. ¿Acaso no se define a la locura como el vivir en un mundo imaginario, desconectado de la realidad? No es bueno que el Hombre esté solo pues en la soledad pierde el juicio. Por esto existe la familia.

Esta locura alcanza proporciones épicas cuando el Estado y la sociedad entera deciden que, como la familia se está desintegrando, es mejor deshacerse de ella, en lugar de arreglarla. No sé qué tipo de lógica defectuosa los llevó a esta conclusión, pero parece ser la predominante en nuestros días. Esta tendencia perversa tiene, además, un grave defecto: es auto-destructiva. Una sociedad en la que las familias desaparecen o en la que son debilitadas es una sociedad condenada a su propia destrucción. Por tanto, la preservación de la familia es necesaria para el bien común y, por esa razón, debería de ser protegida por el Estado y por toda la sociedad.

Ahora bien, tenemos sociedades para ayudarnos los unos a los otros a sobrevivir. Puesto que este es el propósito de vivir en sociedad, podemos deducir que tenemos una obligación especial de proteger a los miembros más débiles de la misma. Todos podemos estar de acuerdo en que los miembros más débiles de la sociedad son los niños y los ancianos. La experiencia acumulada por milenios es que la mejor protección que pueden recibir estas personas se da dentro de una familia. Por ello, desde siempre, las viudas y los huérfanos han recibido (por lo menos en las sociedades más merecedoras del adjetivo de humanas) una atención especial pues no cuentan con la protección de una familia y se encuentran solos en el mundo. En nuestros días, en cambio, los niños crecen solos (educados por la televisión, como si no estuvieran lo suficientemente dementes) pues sus padres están ocupados en sus propios asuntos. Los ancianos, por lo general, son abandonados o enviados a asilos donde se les deja sufrir enfermedades y la muerte por sí solos. De esta manera, esta demencia social se perpetúa, mientras los adultos permanecen indiferentes ante ella, estando tan ocupados en tantas otras cosas.

Por otro lado, nos encontramos que, aunque las familias sean destruidas y la sociedad se derrumbe, no desaparece la necesidad que tenemos de vivir juntos, y, como consecuencia, es el Estado el que toma cargo de toda la vida social. No debemos olvidar que los Estados totalitarios siempre han visto a la desaparición de la familia como algo bueno. Los nazis, los soviéticos y todos los demás idólatras del Estado siempre han buscado formas de debilitar a la familia para poder así controlar a los individuos. Al arrebatarle sus hijos a los padres y eliminando a los ancianos, minaban el orden social para imponer sus creencias sobre todo el mundo. Nuestra moderna sociedad relativista no es tan diferente de aquellos totalitarios. La aparente cordura impuesta por una dictadura (aún una dictadura cultural, como lo es la dictadura del relativismo) parece una buena opción para aquél que ha perdido la razón. Yo todavía estoy lo suficientemente cuerdo para darme cuenta de que esto no es cierto.



Many of our Modern day experts have come to the irrational conclusion that the “traditional” family model is bound to disappear because it is not fitting for personal and individual freedom. Some go as far as saying that the family is an artificial creation of society and an imposition of Christianity. Of course, they rarely, if ever at all, present any proof of what they say (as most scientific dogmatists tend to do). What they do not realize is that because the family is breaking up, individuals are breaking down. There is a perfect example of this which is to be found in the tragic shootings that have become ever more common, not only in the United States, but around the developed world. Most social pundits attribute this violent behavior to psychological disorders but fail to notice that these are only secondary causes, not the true cause. The true cause lies beneath, not hidden but in the view of all, yelling out to a society that does not care about these people until it is too late. The real cause of these persons' breakdown is a common trait among all these killers: that they are desperately alone.

This is, of course, the most extreme case of the insanity which can be caused by solitude. However, everywhere individuals are victims in a lesser degree of this insanity. Even in our large and crowded cities, people live locked up in their own little custom-made worlds with an absolute disregard for those who surround them. And is not the definition of insanity to live in an imaginary world, disconnected from reality? It is not good for man to be alone for in loneliness he loses his sanity. That is why the family exists.

This insanity reaches epic proportions when the State and society at large decide that, since the family is broken, it is better to get rid of it instead of fixing it. What kind of defective logic led them to this conclusion, I do not know, but it seems to be predominant nowadays. This perverse tendency has an additional flaw which its supporters ignore: it is self-destructive. A society where families disappear or are weakened is a society condemned to it own destruction. Therefore, the preservation of the family is necessary for the common good and, for that reason, it should be protected by the State and by all society.

Now, the whole point of having a society is that we might help each other survive. Because this is the purpose of living in society, we can deduce that we have a special obligation to protect the weakest members. I am quite certain that we can all agree that the weakest members of society are the children and the elderly. It is proven by human experience over thousands upon thousands of years that the best protection they can receive is within a family. Hence, widows and orphans have always been treated (at least in truly humane societies) with special attention since they lack the protection of a family and are left alone in the world. In our days, children are growing lonely (and raised by television, as if they weren't quite insane already) since their parents are occupied in their own business. The elderly are usually abandoned or sent away to retirement homes where they are left to illness and death all by themselves. In this manner, the insanity perpetuates itself, while adults remain indifferent towards it, being busy as they are in their many occupations.

On the other hand, just because families are destroyed and society as a whole starts to crumble, the need to live together does not disappear, and, as a consequence, the State steps up and takes charge of all social life. We must never forget that totalitarian States have always seen the disappearance of the family as something good for them. The Nazis, the Soviets and all other State worshipers have always looked for ways to weaken the family so they can take control over individuals. By taking children away from their parents and by eliminating the elderly, they would undermine the social order so they could impose their beliefs over everybody. Our Modern relativist society is not that different from these totalitarians. The apparent sanity of order imposed by a dictatorship (even a cultural one, as is the dictatorship of relativism) seems like a good option when everyone has lost their mind. I am still sane enough to realize that this is not true.

martes, 5 de enero de 2010

Sexualidad y la familia / Sexuality and the family

He escrito un par de veces sobre la vocación del Hombre a la familia. En mi última entrada, mencioné brevemente que las enseñanzas de la Iglesia Católica respecto a la sexualidad y a las cuestiones sociales están relacionadas con esta vocación. Esto lo hice de forma superficial, sin adentrarme en los detalles. En esta ocasión, me gustaría profundizar en el aspecto sexual de esta vocación, particularmente a la luz de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI. Trataré los aspectos sociales de esta vocación en otro momento.

Para poder iniciar la discusión sobre la sexualidad y la familia, es necesario aclarar dos cosas: primero, que el amor debe ser entendido como un acto de auto-entrega; segundo, que el Hombre se vuelve plenamente Hombre (y plenamente feliz) cuando vive sus relaciones interpersonales de forma madura y amorosa, específicamente sus relaciones familiares. Esto es, el Hombre encuentra su plenitud en la familia. Esta es la definición de la vocación familiar del ser humano. Estas dos afirmaciones no requieren de justificación alguna pues son cuestión de sentido común.

Ahora bien, ¿cómo se relacionan estas dos ideas con las enseñanzas de Pablo VI respecto a la sexualidad humana? Pablo VI habla de los dos significados de la unión conyugal: el unitivo y el procreador. Ambos significados están estrechamente relacionados con la familia: el unitivo nos dice, como su nombre lo indica, que este acto une a un hombre y a una mujer y los mantiene unidos, con lo cual se forma una célula familiar. El significado procreador, por su parte, permite que esta célula familiar crezca. Usando una analogía arquitectónica, podríamos ver al significado unitivo como los cimientos y al significado procreador como el edificio que se construye sobre esos cimientos.

Los anticonceptivos atacan al significado procreador directamente pero también atacan al sentido unitivo de una forma más sutil. De hecho, minan la estructura familiar por completo y, con ello, la esencia misma del ser humano. ¿Cómo ocurre esto? Habíamos acordado que el amor es un acto de auto-entrega. El amor es más perfecto a medida en que el individuo se entrega más completamente. Al utilizar anticonceptivos, tanto el hombre como la mujer le están negando su propia fertilidad al otro lo cual hace que su amor sea menos perfecto, además de que bloquea por completo la posibilidad de entrega (y, por tanto, de amor) hacia su potencial prole. Una vez que el amor desaparece, las relaciones sexuales conducen, como señala claramente Pablo VI, a la objetificación del otro, objetificación a la cual son particularmente vulnerables las mujeres. Esta objetificación, que es lo opuesto al amor, trae consigo un distanciamiento entre el hombre y la mujer con lo que se destruye el significado unitivo del acto conyugal. Sin amor, no pueden haber familias y entonces, tanto hombres como mujeres son incapaces de alcanzar su plenitud.

Hay personas que argumentan que tener hijos obstaculiza su realización personal o que tener muchos hijos es irresponsable. La verdad es que esto sólo es una forma políticamente correcta de decir que son egoístas. Sin duda alguna, tener hijos requiere que se inviertan grandes cantidades de tiempo, dinero y esfuerzo para criarlos. Requiere que cambies tu estilo de vida por completo y que te tenas que entregar de una forma radical. ¡Esto no tiene nada de malo! ¡Eso es precisamente lo que se requiere cuando se ama a alguien! Y el amor es, como ya dije, la base de todas las familias. Sabiendo esto, podemos concluir que para que hombres y mujeres se puedan realizar plenamente, deben entregarse el uno al otro y a sus hijos. Si evitan tener hijos, ¿cómo podrán lograr eso?

La Iglesia no enseña que la sexualidad sea mala. Al contrario, cree que la sexualidad que ofrece el Mundo no es suficientemente buena. Cree que hombres y mujeres merecen algo mejor y más acorde con su naturaleza. El tipo de sexualidad que ofrece nuestra cultura está basado en una visión individualista del ser humano y está, por tanto, errado. Por eso es una sexualidad que fomenta los anticonceptivos. Ignora el hecho de que el Hombre está llamado a formar una familia. Las consecuencias de esta mentalidad son por demás evidentes: con la desintegración de las familias, se desintegran nuestras sociedades.

Muchos de los oponentes de las enseñanzas de la Iglesia acusan a los católicos de decir que estas enseñanzas son ciertas sólo porque la Iglesia así lo dice. Estas cosas no son ciertas porque la Iglesia lo diga; la Iglesia las defiende porque son ciertas. El que sostenga que las enseñanzas de la Iglesia sólo son imposiciones arbitrarias no es más que un ignorante. Si esa persona hiciera una investigación honesta sobre por qué la Iglesia enseña lo que enseña, las cosas serían diferentes. Sin embargo, la mayoría de estos individuos no se toma la molestia de hacerlo por pereza intelectual (y yo agregaría, por falta de capacidad intelectual). Aquellos que se hacen llamar libre-pensadores rara vez piensan. La Iglesia parece ser la única institución en el mundo que activamente defiende a la familia y por ello deberíamos de darle las gracias. La supervivencia de nuestra civilización depende de la supervivencia de las familias.



I have written about the vocation of Man to a family life in some of my recent posts. In my last post, I mentioned briefly that the Catholic Church's stance on sexuality and its social teaching are both related to this vocation. I did this in a rather superficial way, without getting into details. On this occasion, I would like to delve deeper into this vocation from the side of sexuality, particularly in the light of Paul VI's marvelous encyclical Humanae Vitae. I will deal with the social aspects of this vocation at some other moment.

In order to begin discussing the matter of sexuality and the family, we must first set two things straight: first, that love is to be understood as an act of self-giving; and second, that Man will be fully Man (and is truly happy) when he lives his relationships with others in a mature and loving way, specifically his family relationships. That is, Man finds his fulfillment in a family. This is the definition of the vocation of Man to family life. These two things need no justification other than common sense, so I will not try to explain them in greater detail.

Now, how do these two ideas relate to Paul VI's teachings on human sexuality? Paul VI talks about the two significances of the conjugal act: the unitive significance and the procreative significance. Both of these meanings are directly referring to a family: the unitive significance means, as its name clearly indicates, that this act unites a man and a woman and it also keeps them together forming what we could call a family cell. The procreative meaning, on the other hand, enables that family cell to grow. Using an architectonic analogy, we could see the unitive meaning as the foundations and the procreative meaning as the construction which is being built upont those foundations.

Contraceptives attack the procreative meaning directly but they also attack the unitive meaning in a more subtle way. They actually undermine the whole structure of the family and with it, the very essence of Man. How is this so? We agreed that love is an act of self-giving. The more completely a human being gives him or herself, the more perfect the love. When using contraceptives, both man and woman are denying their own fertility to the other, which makes their love less perfect and completely blocks the possibility of giving themselves to their potential offspring, which, in turn, totally destroys the possibility of love. Once love ceases to exist, sexual relationships lead to, as Paul VI clearly states, the objectification of the other, an objectification to which women are particularly vulnerable and which leads to a separation between the man and the woman and the destruction of the unitive significance of the conjugal act. This objectification is the opposite of love. With no love, there are no families and then both men and women are incapable of being fulfilled.

Some people argue that having children gets in the way of their personal fulfillment or that having many children is irresponsible. The truth is that this is just a politically correct way of saying that they are selfish. Does having a child require you to invest large amounts of time, money and effort into his upbringing? Yes it does. It requires you to change your whole lifestyle and to give yourself in a very radical way. There's nothing wrong with that! That is exactly what is required of anyone who loves somebody else! And love is, as I have already said, the basis of all families! So, after knowing this, we can conclude that in order for a man or a woman to be fulfilled, they must give themselves completely to one another and also to their children. But, if they avoid having children, how can they do that?

The Church does not teach that human sexuality is bad; it believes that the type of sexuality offered by the World is not good enough. It believes that men and women deserve something much better and more according to their own nature. The type of sexuality offered by our culture is based on an individualistic view of Man and is, therefore, wrong. That is why it is a pro-contraceptive type of sexuality. It ignores the fact that Man is called to a family life. The consequences of that mentality are more than evident in our days: as families disintegrate, so do our societies.

Most opponents of Church teachings accuse Catholics of saying that these teachings are true only because the Church says so. These things are not true because the Church says so; the Church upholds them because they are true. Whoever sustains that Church teachings are nothing but arbitrary impositions is not more than an ignorant. If that person did some honest research in order to understand why the Church teaches what it teaches, then things would be different. Most of these individuals do not bother to do that research because of mental laziness (and in many cases, because of mental inability). Those who call themselves free thinkers rarely do any thinking at all. The Church seems to be the only institution in the world that is actively defending the family and we should be thankful for that. The survival of our civilization depends on the survival of the family.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Una profecía sobre la familia / A prophecy about the family

Uno de los dones que todos los intelectuales creen poseer pero que sólo pocos en realidad tienen es el don de profecía. Este don no es, como comúnmente se cree, una especie de poder misterioso y sobrenatural que otorga la capacidad de predecir el futuro. Es simple y llanamente la capacidad de interpretar las condiciones actuales y, a partir de ellas, deducir las consecuencias a las que llevarán. Si son pocos los que poseen este don es porque son pocos los que pueden interpretar la realidad a la luz de la Verdad y no llevados por las ideas del momento.

El caso de los Papas, que, a través de sus encíclicas, cartas, exhortaciones apostólicas, discursos y demás escritos, hacen llegar al mundo la posición de la Iglesia Católica (que rara vez coincide con las ideas del momento) es un ejemplo perfecto de este don profético. La encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII (1891) sobre la cuestión social, sobre todo en lo relacionado con las relaciones obrero-patronales predijo situaciones que vivimos hoy, más de cien años después de su publicación. Otro ejemplo es el de la encíclica Humanae Vitae (1968), de Pablo VI, que trata acerca de la regulación de la natalidad y sus consecuencias. Esta encíclica, que fue tan duramente criticada en sus días y por la cual Pablo VI sufrió enormemente, describe, con una precisión impresionante, el ambiente de tensión y desorden que prevalece en nuestros días (y que igualmente predijo otro gran profeta, G.K. Chesterton, en varios de sus escritos).

Estos ejemplos no los escogí al azar. Rerum Novarum fue la primera encíclica social y contiene el primer esbozo de la Doctrina Social de la Iglesia. Humanae Vitae sirvió como base para que uno de los sucesores de Pablo VI, Juan Pablo II, elaborara su doctrina sobre sexualidad humana: la Teología del Cuerpo. Hay un punto en el que ambas doctrinas se juntan y para encontrarlo hay que recurrir a una frase igualmente profética que Juan Pablo II decía con frecuencia: “el futuro de la humanidad pasa por la familia”. Ambas doctrinas se unen en su comprensión del hombre como un ser llamado a la vida familiar. El punto de convergencia es la vocación familiar del hombre.

Una de las más importantes denuncias de León XIII contra el capitalismo y contra el socialismo es su tendencia a desintegrar a las familias. En el primer caso a través de un sistema económico injusto que obliga a ambos padres a trabajar, descuidando así a sus hijos; en el segundo a través de la supremacía del Estado que interviene, cuando no le corresponde, en los hogares. Pablo VI, por su parte, denuncia que los métodos anticonceptivos artificiales fomentan que las relaciones sexuales se den entre personas que no están interesadas en formar una familia, de forma que no sólo se les da un uso que no les corresponde, sino que interfieren con la realización plena de hombres y mujeres al impedirles responder a su llamado a formar una familia.

La guerra que ambos pontífices entablan es contra el Individualismo que prevalece en nuestra cultura desde los días de la Ilustración. Esa ideología es el principal obstáculo para que, tanto hombres como mujeres, puedan desarrollarse plenamente como individuos pues ignora un aspecto esencial de su ser: su vocación a la familia. En la ideología individualista, el egoísmo (que es lo contrario al amor requerido para formar una familia) ocupa un lugar central, aunque suele presentarse, para parecer más atractivo, bajo la máscara de la libertad.

El futuro de la humanidad depende de la familia porque no se puede comprender al hombre si no es dentro de un núcleo familiar. Todo aquello que atente contra la familia atenta directamente contra el ser humano. Las advertencias contenidas en estos documentos (y en muchos otros, ver Quadragesimo Anno, Centessimus Annus, Familiaris Consortio, Evangelium Vitae, Populorum Progressio, etc.) han demostrado estar fundadas en la realidad, por lo que quizá convenga ponerles un poco de atención y corregir el rumbo, ahorita que aún estamos a tiempo (¿aún lo estaremos?).



One of the gifts that most intellectuals think they possess though only few of them actually have is the gift of prophecy. This gift is not, as most believe, a sort of mysterious and supernatural power that enables one to predict the future. It is simply the capacity of interpreting current conditions in order to deduce their consequences. If only few possess this gift it is because only few are capable of interpreting reality in the light of Truth and not merely by the ideas of their time.

The case of the Popes who, through their encyclicals, letters, apostolic exhortations, speeches and other writings, give the position of the Catholic Church on many issues (which rarely coincides with the ideas of the time), is a perfect example of this prophetic gift. Pope Leo XIII’s encyclical Rerum Novarum (1891) which talks about social matters, specifically about worker-boss relations, predicted many problems that we have today, more than one hundred years after it was published. Another example is Pope Paul VI’s encyclical Humanae Vitae (1968) on artificial birth control and its consequences. This encyclical, which was very strongly criticized in those days and which caused Paul VI to suffer immensely, describes, with astonishing precision, the tense and disordered environment that prevails today (and that was also predicted in many writings by another great prophet, G.K. Chesterton).

I did not pick these examples at random. Rerum Novarum was the first social encyclical and it contains a first sketch of the Church’s Social Doctrine. Humanae Vitae served as a foundation for a successor of Paul VI, John Paul II, to build his doctrine on human sexuality: the Theology of the Body. There is a point in which both doctrines come together and, in order to find it, we must rely on another prophetic phrase used frequently by John Paul II: “The future of humanity passes through the family.” Both teachings unite in their understanding of Man as a being called to family life. They converge in the vocation of Man to live in a family.

One of Leo XIII’s most important criticisms against both Capitalism and Socialism was their tendency to disintegrate families. In the first case it was through an unjust economical system which forced men and women to work, leaving their children unattended; in the second case, it was through the supremacy of the State, with its excessive interventions in people’s homes. Paul VI, on the other hand, denounces that artificial contraceptives promote people to sustain sexual relationships even when they are not interested in starting a family, in such a way that they interfere with the full development of both men and women by impeding them to answer to their call to form a family.

Both Popes wage a war against the reigning Individualism of our culture. That ideology is probably the most important obstacle in the way of men and women becoming more fully human because it ignores an essential aspect of their very being: their vocation to a family. In Individualism, egoism (which is the opposite of the love required to form a family) is the supreme value, though it usually presents itself, to appear more attractive, disguised as freedom.

The future of mankind depends on the family because Man cannot be understood if it is not as part of a family. Anything that harms the family harms mankind. The warnings contained in these documents (and others, please see Quadragesimo Anno, Centessimus Annus, Familiaris Consortio, Evangelium Vitae, Populorum Progressio, etc.) have proven to be founded on reality. It might be a good idea to pay some attention to them and try to correct our course, and we better do it now while we still have time (do we?).

lunes, 21 de diciembre de 2009

Una nueva perspectiva sobre la familia / A new perspective on the family

Una de las pocas cosas en la que la mayoría de las personas están de acuerdo es en que el mundo moderno es un desastre. Nadie puede negar, sin que dudemos de su salud mental, que existen infinidad de problemas sociales graves sin resolver. Muchos creen que éstos pueden ser resueltos con “nuevas” políticas públicas, legalizando lo que ahora es ilegal o redefiniendo cosas que no deberían de ser redefinidas, sobre todo porque los encargados de hacerlo son los menos indicados para ello. La verdad es que estas políticas y leyes rara vez representan una solución de fondo pues apenas rascan la superficie del asunto.

Esto es así porque el problema es, como he insistido en repetidas ocasiones, un problema antropológico. ¿Qué es el Hombre? ¿Cómo debe vivir? Estas son las preguntas que debemos hacernos antes de sumergirnos en los aspectos técnicos de la redacción de leyes y de las políticas a seguir. La respuesta a estas preguntas debe estar enraizada en la realidad del Hombre y no en meras suposiciones teóricas acerca de cómo pensamos que sea. Ahora, el error de la Edad Moderna fue haber rechazado todo el conocimiento que se tenía acerca del Hombre por no ser, según nuestros grandes pensadores, resultado de una investigación científica y racional. Este conocimiento, que tenía su origen en siglos de experiencia de nuestra civilización y en el pensamiento de los más grandes filósofos, fue sustituido por un nuevo conocimiento que prometía ser mejor que el anterior pero que resultó ser nada más que una vana ilusión. De este falso conocimiento surgieron atrocidades como las que ahora son cimiento de nuestras sociedades.

Uno de estos cimientos es el Individualismo. Todo nuestro sistema social está construido sobre la idea de que el individuo es la unidad social básica. Como consecuencia, la sociedad nace como un pacto entre individuos (como en la teoría del Contrato Social de Rousseau, aunque, siendo francos, ¿quién puede tomarse a Rousseau en serio después de saber cómo vivió?) que se juntan para evitar su destrucción mutua. El pegamento que mantiene unida a la sociedad es el miedo a los demás hombres.

Sabemos, sin embargo, que nunca se ha encontrado a un hombre que viva solo, como un individuo aislado de cualquier contacto social. La idea del individuo como unidad básica es falsa. El Hombre siempre ha sido encontrado viviendo en comunidad: primero en la célula básica que llamamos familia y luego en sociedades más grandes, surgidas de la unión de grupos familiares que se unen no por miedo sino por la necesidad de otro para poder sobrevivir. El Individualismo tiene otro grave defecto: coloca a todos los individuos en un plano de absoluta igualdad, sin distinción entre los sexos. Así, la realidad de la familia, que, nos guste o no, existe, a pesar de que intentemos redefinirla o de crear leyes para abolirla, permanece como una espina en el pie del Individualismo, recordándonos que las diferencias entre hombres y mujeres son reales y que no es posible que vivamos solos. Por esto las sociedades individualistas (vaya paradoja) hacen todo por destruir a la familia. Ésta es evidencia de que el Individualismo es falso. Es, además, una evidencia basada en la realidad y no en la teoría.

Con un poco de sentido común (tan carente en estos tiempos) descubrimos lo que podemos llamar la “vocación familiar” del Hombre. Esta vocación es algo más que una versión humana del instinto de preservación de la especie. Es un llamado a vivir y a desarrollarse plenamente como seres humanos a través de la vida familiar. Esto significa que los hombres se vuelven plenamente hombres siendo hijos, hermanos y padres y que las mujeres se vuelven plenamente mujeres al ser hijas, hermanas y madres. También significa que la masculinidad se vive al máximo a través de la paternidad y la femineidad a través de la maternidad. Esta vocación tiene su raíz en la esencia misma del ser humano y tiene, por lo mismo, un papel preponderante en el mantenimiento de nuestra salud mental.

Muchos de los problemas modernos surgen al ignorar este llamado. La familia (y en consecuencia, el resto de la sociedad) se ven como obstáculos a la realización del individuo. Por ello, el Individualismo se ha puesto como meta “liberar” a la humanidad de las molestias que trae consigo el formar una familia. Ahí nacieron la revolución de los anticonceptivos, la desacralización y redefinición del matrimonio, el aborto y todos los demás ataques contra la familia. No se han dado cuenta que al destruir a las familias, los individuos se destruyen a sí mismos.



One thing on which most people can agree on is that the Modern world is a mess. No one can (in their right mind) deny that there are many unresolved and grave social problems. Many believe that all these issues can be solved through “new” policies, by legalizing things that are currently illegal or by redefining things which should not be redefined, especially because those in charge of doing that are the least capable of doing so. The truth is that these policies and laws are hardly ever a true solution since they barely scratch the surface of the whole matter.

That is so because the problem is, as I have insisted on many times, an anthropological problem. What is man? How is he supposed to live? These are the questions we must ask ourselves before we delve into the technicalities of policy and law making. The answer to these questions must be rooted in the reality of Man. We cannot answer them merely with theoretical suppositions on how we think Man is. Now, the error of Modernity was to reject all the knowledge about mankind that there was because it was not, according to Modern thinkers, the result of scientific or rational inquiry. This knowledge, which was mainly based on the experience of our whole civilization and on the thought of many philosophers over many centuries (and, therefore, on a true experience of what Man is), was replaced with a new one which promised to be better but turned out to be nothing but a vain illusion. From this false knowledge came such absurdities as the ones that are the very foundation of our contemporary societies.

One of these foundations is Individualism. Our whole social system is built on the idea that the individual is the most basic social unit. As a consequence, society is born as a pact between individuals (like in Rousseau’s Social Contract theory, though, to be honest, who can take Rousseau seriously after knowing how he lived?) who come together in order to avoid their mutual destruction. The glue that keeps society together is nothing but fear of other men.

We know, however, that no man has ever been found living on his own as an individual devoid of all social contact. The idea of the individual as the basic social cell is false. Man has always been found living in community: first in that basic cell which we call the family and then, in a larger society formed by the union of many families that come together not out of fear but out of the need of others in order to survive. Individualism also has another major flaw: it treats all individuals as absolutely equal, regardless of gender. And so, the reality of the family, which exists whether we like it or not, whether we try to redefine it or create laws to abolish it, remains as a thorn in the foot of Individualism, reminding us that there are real differences between men and women and that we cannot live alone. This is why our Modern individualistic societies do everything they can to destroy the family. It is evidence that proves Individualism wrong. And it is evidence that is based on fact and not only on theory.

Just using some common sense we discover what we can call the vocation of Man to a family life. This vocation is much more than a human version of the instinct for the preservation of the species. It is a call to live and become fully human through family life. It means that men become fully men by being sons, brothers and fathers and that women become fully women by being daughters, sisters and mothers. It means that masculinity is lived at its maximum in fatherhood and femininity in motherhood. This vocation is rooted in the very essence of Man and has, therefore, the upmost importance in maintaining our sanity.

Many of our modern problems stem from ignoring this call. The family (and Society as a whole) is now seen as an obstacle for the development of the individual. That is why Individualism has aimed at “freeing” mankind from the nuisances of having a family. That is where the contraceptive revolution, the desacralization and redefinition of marriage, abortion and all other forms of attacks upon family life had their origin. Little do they know that by destroying families, individuals are destroying themselves.

domingo, 18 de enero de 2009

Defendiendo a la familia

Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen.
G.K. Chesterton

Manteniendo el espíritu propuesto por el Padre Cantalamessa de no dedicar tiempo de más a refutar los errores ajenos, sino de enfocarlo a exponer la Verdad, concluyó el Congreso Teológico-Pastoral del VI Encuentro Mundial de las Familias. Fue con este espíritu que el Congreso se enfocó a explicar por qué el modelo de familia tradicional (tan atacado hoy en día) no sólo es una buena, sino la mejor opción para la sociedad.

En este sentido, la exposición de la Profra. María Sophia Aguirre dejó muy en claro que las familias unidas son lo mejor para los niños en todos los aspectos: psicológicos, espirituales, sociales, académicos e incluso económicos. Además, mostró con datos duros que las diferencias entre las familias unidas y las demás son bastante significativas, por lo que no queda duda alguna en sus afirmaciones a favor de la unidad familiar.

Esto tiene todo el sentido del mundo. Si los niños pueden desarrollarse en un ambiente de apoyo mutuo y de respeto, con disciplina cuando ésta es necesaria, con padres responsables que los educan, es claro y evidente que tienen una mayor probabilidad de vivir mejor. No significa que en otras situaciones sea imposible para los niños desarrollarse plenamente o que una familia unida signifique automáticamente que todos los hijos tendrán éxito en sus vidas. Sin embargo, una familia unida facilita las cosas.

Ahora bien, si el deber de un gobierno es gestionar el bien común y un elemento vital para lograr el bien común es la unidad de las familias (como se demostró en la exposición de la profesora), entonces es un deber del gobierno fomentar la unión familiar. Esta es la premisa en la que se ha basado la Iglesia para pedir el apoyo gubernamental al modelo de familia tradicional (que más que modelo tradicional es el único modelo).

¿Acaso esto deja “desprotegidas” a las “demás formas” de familias como ha dicho más de un periodista y más de un político de la izquierda? ¿Acaso la Iglesia está discriminando a esos “modelos alternos” de familia? Para nada. En primer lugar porque no existen “modelos alternos” de familia (cosa que discutiré en otra ocasión) y en segundo lugar porque lo único que se pide es que se apoye aquello que es más benéfico para la sociedad.

El Estado tiene el deber de ayudar, según el principio de subsidiariedad, a aquellas personas que se encuentran en alguna situación familiar adversa (tal como las madres solteras, las viudas o los huérfanos). La Iglesia nunca ha dicho que no se les debe ayudar. Al contrario, a lo largo de la historia, ésta se ha caracterizado por mantener orfanatorios, asilos y otras instituciones encargadas de velar por aquellos que han perdido a sus familias. La sociedad en general debe trabajar para que se presenten el menor número de casos como éstos.

Por otro lado, como ya señalé más arriba, el Estado debe proteger y motivar a que se mantenga la unidad de las familias, ya que esto es lo mejor para los propios ciudadanos y el Estado existe precisamente para velar por los ciudadanos. Por eso resulta ilógico que se aprueben leyes y políticas públicas que atentan contra la unión familiar. Un ejemplo de esto es la reciente aprobación de legislación en materia de divorcio, con lo cual este rompimiento se vuelve un mero trámite más. El divorcio no se debe incentivar o facilitar, ya que con eso se trivializa el matrimonio. El problema de fondo es que generalmente, estos matrimonios “triviales” dan lugar al nacimiento de hijos que después tienen que sufrir el rompimiento de sus padres. Es decir, lo más grave del divorcio (además de la experiencia dolorosa para la pareja) es que los hijos quedan en medio.

Ese es el punto principal al que quiero llegar. ¿A quiénes debemos darle prioridad en las políticas públicas familiares? ¿A los adultos o a los niños? Recordemos que el Estado debe proteger ante todo a los más débiles de la sociedad. Por ende, los legisladores deben tener en la mira precisamente a los más desprotegidos a la hora de elaborar leyes sobre las familias: a los niños. Deben ser protegidos porque son personas con la misma dignidad que los adultos. No son un bien al que tienen derecho los padres.

Esto nos lleva a otro punto polémico pero que debe ser tratado. El problema de las madres solteras y de las parejas homosexuales.

Toda mujer tiene derecho a la maternidad, pero al igual que cualquier otro derecho implica una obligación. Esta obligación consiste en vivir una maternidad responsable, en la que vele primero por el bien de su hijo. En la actualidad, muchas mujeres viven este derecho como si fuera igual al derecho a tener una mascota. Este derecho lo ejercen no pensando en el bien de su hijo sino en su derecho a desarrollarse como mujeres (sea lo que sea que eso significa…). Por lo mismo, se creen con el derecho a tener un hijo sin preocuparse porque su hijo tenga un padre. Esto no es así. Todo niño tiene derecho a una familia íntegra y el gobierno debe trabajar porque ello sea así. El caso en que una mujer queda embarazada y es abandonada por su pareja (caso que ocurre con frecuencia) es distinto. En estas situaciones, el gobierno y la sociedad en general debe estar ahí para apoyar a la madre y a su hijo. Sin embargo, las mujeres deben actuar con mucha prudencia (y los hombres deben ser hombres y actuar con responsabilidad) para evitar que esto suceda, ya que no es lo mejor para sus hijos.

El caso de las parejas homosexuales es algo parecida. Los defensores de los supuestos derechos de los homosexuales arguyen que éstos tienen el derecho a adoptar niños. Esto no lo hacen pensando en el bien de los niños (por más que lo digan) sino como un derecho que los coloque al mismo nivel que las parejas heterosexuales. Por tanto, ven a los hijos no como fines en sí mismos (como personas), sino como medios de “igualación” social. Para ellos sólo son un escalón más en su escalada social.

Podemos concluir pues, que la responsabilidad de los gobernantes ante las familias es la de fomentar su unión y su estructura “tradicional”. No porque lo diga la Iglesia o porque se quiera discriminar a las otras formas de organización, sino porque es lo mejor para los niños. Éstos, al ser los miembros más débiles de la sociedad, son los que deben de ser el centro y la prioridad de las políticas públicas familiares.

miércoles, 14 de enero de 2009

Revalorando el matrimonio

Hoy se inauguró el VI Encuentro Mundial de las Familias, convocado por su Santidad Benedicto XVI y organizado por el Consejo Pontificio para la Familia junto con el Episcopado Mexicano. La conferencia inaugural estuvo a cargo del predicador de la Casa Pontificia, el Padre Raniero Cantalamessa y se tituló “Las relaciones y los valores familiares según la Biblia”.

En la parte final de su conferencia, cuando se refería a lo que la Biblia nos puede dejar hoy, el Padre Cantalamessa explicó algunos de los errores más comunes que cometemos: “[…]pasar todo el tiempo rebatiendo las teorías contrarias, acabando por darles más importancia de la que merecen. Ya Pseudo-Dionisio el Areopagita observaba cómo la proposición de la propia verdad es siempre más eficaz que la confutación de los errores ajenos.”

Precisamente el día de hoy se evitó caer en este error. A lo largo de las conferencias, más que rechazar las propuestas modernas de redefinición del matrimonio y de la familia, se realizó una exposición clara y concisa de la Verdad acerca del ideal cristiano de familia. Tal fue la profundidad, y a la vez la sencillez, con que se habló del tema que no me queda la menor duda de su veracidad. Mi explicación de las enseñanzas del Encuentro seguirá la línea de pensamiento de Cantalamessa y haré un uso muy intensivo de sus palabras, ya que es mucho más elocuente que yo.

En una primera instancia, Cantalamessa sugiere que redescubramos, como sucedió en el Concilio Vaticano II, el sentido auténtico del matrimonio. Junto con los valores importantísimos de la procreación y educación de los hijos debe estar el mutuo amor y la ayuda entre cónyuges. Es sólo a través de la entrega mutua, es decir, del convertirse en un don para el otro, que los esposos pueden realizarse plenamente. Esta capacidad de “expresar amor”, como señala Juan Pablo II, está plasmada en el mismo cuerpo humano, en su misma sexualidad. Cantalamessa señala que Benedicto XVI ha ido todavía más allá con su encíclica Deus caritas est, al hacer evidente la estrecha relación entre el eros (en términos llanos, la atracción física o sexual) y matrimonio. Ahora bien, se acusa con frecuencia a la Iglesia de considerar al sexo como pecado. Esta imagen negativa sin duda alguna fue influenciada por algunos de los grandes pensadores cristianos, como San Agustín. Sin embargo, una lectura cuidadosa de los Evangelios (y principalmente de las palabras de Jesús) nos muestra una nueva perspectiva de la sexualidad humana. Una sexualidad completamente contracorriente de lo que la sociedad actual exige, pero la única sexualidad que se puede vivir a plenitud.

Esta nueva perspectiva sobre la sexualidad consiste en entenderla desde un punto de vista trinitario. Así, la unión conyugal trasciende el plano físico o natural para ser una imagen del amor que existe dentro de la misma Trinidad. Cantalamessa habla de que el amor entre Dios Padre y Dios Hijo, más que dar lugar a una persona en singular, da lugar a una persona en plural, a un “nosotros”: el Espíritu Santo. Así, el matrimonio cristiano se da entre un “yo” y un “tú” de los que surge un “nosotros”. En Dios este amor y esta entrega son tan perfectos que Tres personas se vuelven literalmente Un solo ser. En la pareja, el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y convertirse en “una sola carne”. De esta forma, se revela y se entiende por qué Dios creó al hombre varón y mujer. Creó los sexos para que el hombre pudiera “salir del propio aislamiento y egoísmo, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.

Ahora bien, cuando esta unión carnal no se da del modo adecuado (según los planes divinos), nos deja insatisfechos. Cantalamessa recurre a un dicho de los antiguos para explicar esto: "Post coitum animal triste: como cualquier otro animal, el hombre después de la unión carnal está triste”. Y, para dejarlo bien claro, recuerda las palabras del poeta pagano Lucrecio (palabras que seguro sonrojarán a más de uno): “Se estrechan ávidamente al cuerpo y mezclan la saliva boca a boca, y jadean, apretando los labios con los dientes; pero en vano; porque no pueden arrancar nada, ni penetrar y perderse en el otro cuerpo con todo el cuerpo”. ¿Qué nos dice la sociedad actual que hagamos para llenar este vacío? “En lugar de modificar la calidad del acto, se aumenta su cantidad, pasando de un partner a otro”, nos contesta Cantalamessa.

¿Cuál es, entonces, el fin real de la unión sexual? “[…] que, a través de este éxtasis y fusión de amor, el hombre y la mujer se elevaran al deseo y tuvieran una cierta pregustación del amor infinito; recordaran de dónde venían y a dónde se dirigían”. Para Cantalamessa (fuertemente influido por la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II), el acto sexual tiene un valor religioso. El matrimonio debe ser un sacramento no sólo recibido sino vivido.

Por ello plantea proponerle a parejas de futuros esposos cristianos la altísima meta de vivir el matrimonio de acuerdo con el plan original de Dios, de estar a la altura del proyecto divino de amor entre el hombre y la mujer.
Concluyo de la misma manera en que el Padre Cantalamessa concluyó, con las palabras del poeta Claudel:

Se trata de un diálogo entre la protagonista femenina del drama, que combate entre el miedo y el deseo de rendirse al amor, y su ángel custodio:

- Entonces, ¿está permitido este amor de las criaturas, una hacia otra? ¿Dios no tiene celos?
- ¿Cómo podría estar celoso de lo que ha hecho Él mismo?
- Pero el hombre, en brazos de la mujer, olvida a Dios...
- ¿Se le olvida estando con Él y siendo asociados al misterio de su creación?