miércoles, 3 de diciembre de 2008

Carlos Abascal: retrato de un político católico

¡Jóvenes!

Tomen clara conciencia de que son hijos de Dios, que están de
paso en la tierra y que lo que le da sentido a la vida es precisamente el
amor.

Asegúrense de que en cualquier decisión económica,
política, cultural o social, la persona esté en el centro para preservar y
promover su dignidad, pues ello forma parte del plan de salvación, pues cada
persona vale más que todo el universo creado y por eso fue pagada al precio de
la sangre de Cristo…

¡No tengamos miedo!

-Carlos María Abascal Carranza

Estas palabras, que fueron la despedida pública de Don Carlos Abascal, son una muestra del pensamiento claro de este gran hombre. En ellas vemos reflejado no sólo la profunda religiosidad de Abascal sino su perfecto entendimiento de la dignidad humana, así como su compromiso con la defensa de esta dignidad.

Podría dar un resumen de su biografía, señalando sus más importantes logros profesionales y políticos, pero eso no sería suficiente para tributar a un hombre que entregó su vida al servicio de los demás. Además, basta con abrir cualquier periódico del día de hoy para encontrar distintas reseñas de su vida. Yo, por el contrario, me quiero enfocar en la virtud que lo caracterizó y que todos aquellos cercanos a él han mencionado: su congruencia.

Está de sobra señalar que Carlos Abascal fue un católico hecho y derecho. Nunca ocultó su fe aunque ello le trajera críticas, señalamientos e incluso burlas (como bien señala Sergio Sarmiento en su columna de hoy). Siendo funcionario público, asistió a todas y cada una de las misas que se celebraban el día de Santo Tomás Moro, patrono de los políticos. Antes de cada reunión de trabajo rezaba una oración escrita por el Papa Clemente XI. Llevaba un retrato de la Virgen de Guadalupe a cada oficina en la que trabajaba. Sin duda alguna fue la religión uno de sus principales soportes no sólo durante sus años de trabajo sino incluso en los momentos de su enfermedad, la cual supo llevar con serenidad y entereza.

Como político supo conjuntar sus creencias religiosas con su trabajo. Su convicción de que es la Persona Humana la que debe estar en el centro de la política lo llevó a convertirse en un extraordinario político. Para él, la política “no debe perder, nunca, su sentido humano” como escribió hoy Germán Martínez. Siempre fue un hábil conciliador, abierto al diálogo. A pesar de que muchos lo consideraban un ultraderechista intransigente, dio sobradas muestras de estar dispuesto a sentarse a dialogar con quien fuera. El “extremista intolerante” demostró una y otra vez que era más tolerante que los que lo acusaban. Demostró ser más demócrata que muchos que se llaman demócratas y pudo dejar atrás (diga lo que diga Granados Chapa) la idea del integrismo católico, convirtiéndose en un auténtico defensor (en la práctica que es lo que más importa) del pluralismo.

No sólo en su entendimiento de la política demostró su congruencia. Incluso en la práctica de la misma demostró que ésta y la ética no están peleadas sino todo lo contrario. La política sin ética se convierte en una forma de opresión y de dominio. Los que trabajaron con él reconocen que era un hombre íntegro, que siempre realizó bien su trabajo. Además, era un hombre que levantaba la voz cuando veía algo con lo que no estaba de acuerdo. No tuvo miedo de “regañar” a Vicente Fox por ser incongruente al casarse con Martha Sahagún, cosa que ningún otro panista se atrevió a hacer. Siempre vivió con sencillez, sin ostentaciones ni entradas espectaculares como suelen hacerlo nuestros políticos. Se le podía ver con frecuencia en misa de 9 de la mañana en la Iglesia del Carmen (donde lo vi varias veces) con su familia o caminando por un centro comercial como cualquier ciudadano común y corriente, a pesar de que era el segundo hombre más poderoso del país.

Su vida es un testimonio de cómo debe ser un político humanista. Supo encarnar los principios del humanismo político y por ello debería de ser un ejemplo para todos los que nos llamamos humanistas. Su vida fue además el estereotipo perfecto del político católico. Cuando su Santidad Benedicto XVI habla de la importancia de que los laicos participen en la política, estoy seguro que tiene en mente hombres y mujeres que sean como Don Carlos Abascal. Seguro piensa en hombres y mujeres que sepan, a través del servicio público, ser testigos del Evangelio. Don Carlos demostró que se puede ser político y ser “sal de la tierra”, que se puede dar testimonio de Cristo en la vida pública. Por eso, si cuando yo muera se habla de mí como hoy se habla de Carlos Abascal, entonces sabré que fui un buen político y un buen católico.

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