domingo, 7 de diciembre de 2008

El imperialismo de las tradiciones

El otro día tuve la oportunidad de ir al Centro Histórico de la Ciudad de México. Visitar el Zócalo es una maravilla. Estando ahí entiendes por qué se decía que nuestra ciudad era la “Ciudad de los Palacios”. Ese día se encontraba ya instalada la famosa pista de hielo (la más grande del mundo según nos presume el gobierno del Distrito Federal) y un tobogán de nieve natural. Por ahí se veían algunos iglúes y cabañas tipo alpino.

Más allá de que me parezca inadecuado que se realicen este tipo de eventos en la plancha del Zócalo (que es magnífico y no requiere de estas cosas para serlo), me resultó un poco fuera de lugar el tipo de montaje que se colocó ahí. Parecía montado por una reconocida tienda departamental que lleva años construyendo una “aldea navideña” afuera de su tienda de Insurgentes. Es más, parece que contrataron a otra conocida compañía transnacional de refrescos (la misma que inventó a Santa Clós) para que les diseñara todo el show.

Lo que más me llama la atención de toda esta situación es que fue montado por un gobierno de izquierda, que se dice defensor a ultranza de la soberanía nacional. Esos mismos que se erigen en protectores de los pueblos indígenas y de sus “usos y costumbres” y que rechazan cualquier intervención del “Imperio” (nombre con el que denotan a cualquier potencia capitalista extranjera, especialmente Estados Unidos) que pueda “manchar” nuestra cultura. ¿Por qué me parece contradictorio? Porque en todos los años que he vivido en México jamás he visto nieve (excepto en las montañas, donde no vive nadie…), ni me he topado con iglúes ni aldeas alpinas. Como mexicano, la idea de Navidad no tiene nada que ver con la nieve. La canción de “Blanca Navidad” no aplica en México. Lo que yo he visto en época navideña son las flores de Nochebuena, las posadas, las piñatas y los nacimientos. Sin embargo, nada de esto se puede observar en el montaje del Zócalo capitalino. No me tocó cuando estuve ahí, pero no me sorprendería que como música de fondo estuvieran tocando Jingle Bells en lugar de algún villancico mexicano.

Ahora bien, mi crítica no se limita al GDF (que además se está gastando una millonada en plena crisis económica) sino a la misma sociedad mexicana. Como sociedad hemos dejado que nuestras costumbres y tradiciones le cedieran el paso a estas boberías que las compañías extranjeras han traído como estrategia de mercadotecnia. Ahora resulta que a los niños les trae regalos Santa Clós en lugar del niño Dios o los Reyes Magos. Ahora se saben mejor la historia de Rodolfo el reno (que es una soberana estupidez) en lugar del significado de las piñatas. Mejor cantan infinidad de canciones navideñas que en realidad no tienen nada que ver con la Navidad que los tradicionales villancicos que han formado parte de nuestra cultura desde hace siglos. Ahora ves en todas las casas enormes figuras de Santa Clós o de hombres de nieve (¿qué diablos tiene que hacer un hombre de nieve en México?) en lugar de nacimientos. Ahora mejor vemos las tonterías de películas navideñas que nos mandan los vecinos del norte en lugar de ir a ver una pastorela.

El problema de fondo es que estamos cambiando tradiciones no sólo antiquísimas, sino llenas de significado por superficialidades. El hecho de que fuera el Niño Dios o los Reyes Magos los que les traen los regalos a los niños tiene una razón de ser. Santa Clós, en cambio, fue inventado por una compañía de refrescos (el traje rojo y blanco no es coincidencia) para vender más refrescos. Y, tristemente, hemos optado por elegir al gordo de rojo por encima del Niño Dios que es a quien deberíamos celebrar en la Navidad… Es algo muy semejante a lo que sucede con el Halloween. Hemos preferido celebrar una festividad que sólo sirve como excusa para que nos vendan porquería y media. En cambio, una fiesta milenaria y realmente mexicana como lo es el Día de Muertos, poco a poco se va dejando en el olvido…

Regresando a la Navidad (ya que estamos en plena época navideña) hay otro punto respecto al cual quisiera comentar algo y que está igualmente relacionado con este fenómeno de importación de “tradiciones” extranjeras. Como dije anteriormente, nuestras costumbres navideñas estaban llenas de significado, a diferencia de las que ahora están predominando. Por ejemplo, las piñatas tienen un significado muy claro: los picos representan los siete pecados capitales, y el romperla representa la lucha por vencerlos. Como recompensa, recibimos dulces que representan los dones que se obtienen de una vida virtuosa. Lo mismo sucede con las pastorelas que son obras de teatro en las que se representa el verdadero significado de la Navidad: el nacimiento de Jesús. En cambio, las películas gringas siempre se refieren al “verdadero significado de la Navidad”, pero en ellas se nos dice que éste es compartir y celebrar en familia, lo cual es falso. La Navidad es la celebración del nacimiento de Cristo y punto.

La consecuencia de esta invasión de tradiciones sin significado es que la fiesta que se celebra pierde su auténtico valor. Es decir, se trivializa. Nadie se molesta de que los niños celebren Halloween porque es una fiesta vacía que no representa nada. En cambio, la Navidad sí representa algo de enorme importancia. Por eso me preocupa que se trivialice. Porque entonces se intenta remover cualquier referencia a algo que sea más que el consumismo. Y así llegamos a extremos como en Estados Unidos donde en televisión ya no se dice Merry Christmas (Feliz Navidad) sino Happy Holidays (Felices Fiestas). En este extremo se pretende quitarle a la Navidad toda referencia al cristianismo, lo cual es quitarle todo significado…

Y así, a nuestra Navidad invitamos a Rodolfo el Reno, Santa Clós y Frosty, pero dejamos fuera a Jesucristo…

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