Recuerdo muy claramente que cuando el Cardenal Joseph Ratzinger fue elegido Papa, los medios mundiales se alarmaron. Incluso compañeros míos comentaban lo mal que se habían visto los Cardenales al elegirlo como Sumo Pontífice. Todo mundo decía que representaba un regreso a la Edad Media y que los avances que Juan Pablo II había logrado (y que obviamente le criticaron en su momento…) serían echados para atrás. Muchos se espantaban de que aquél que había sido el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (o sea, la Inquisición moderna) pudiera dirigir a la Iglesia.
Hoy, unos años después de su elección, ha mostrado lo equivocados que estaban todos. El “terrible” inquisidor ha mostrado más disposición al diálogo que muchos. Ha dialogado con musulmanes, protestantes, judíos, ortodoxos, ateos, etc. Así lo ha hecho porque, a diferencia de la gran mayoría de las personas, Benedicto XVI ha entendido lo que realmente es el diálogo. Para poder dialogar es necesario conocer lo que eres, lo que crees y lo que defiendes. No puedes dialogar si no sabes en dónde estás parado. Si no sabes qué defender o por qué defenderlo, no tiene caso dialogar porque no puedes encontrar ese terreno en común que existe con tu interlocutor. Si no sabes qué defender y por qué defenderlo, no tienes argumentos para cuestionar o apoyar lo que dice el otro. No tienes nada respecto a lo cual dialogar.
En ese sentido, Ratzinger ha sido extraordinario para el diálogo porque tiene muy claro quién es y qué es lo que cree. Porque sabe el por qué cree en lo que cree. Así, ha sabido detectar aquellas cosas que tiene, que tenemos, los católicos en común con los demás. Gracias a eso, ha sabido defender a ultranza las Verdades que poseemos y que son no negociables. El diálogo no es estar de acuerdo en todo, sino la capacidad de sentarnos a hablar de nuestras diferencias y de lo que nos une.
En ese sentido, captó muchísimo mi atención una nota que leí el otro día en el servicio de noticias Zenit: Marcello Pera, filósofo italiano, ateo y liberal (como él mismo se describe), presentó su libro Perché Dobbiamo Dirci Cristiani (Por qué debemos llamarnos Cristianos). El principal argumento de este libro es que Europa no se puede defender, ni puede dialogar ni puede enseñar a otros si no tiene claro qué es ni en qué cree. Es decir, Occidente no puede exigir el diálogo a otras culturas (específicamente a los musulmanes) si no tiene clara su identidad. En este punto coincide plenamente con Ratzinger al afirmar que Europa debe aceptar y reconocer sus raíces cristianas.
Esta no es la primera vez que Pera habla de esta situación. Hace un par de años escribió un libro junto con el entonces Cardenal Ratzinger titulado “Sin Raíces” donde se analizaban los problemas de Europa. Es evidente que este problema ha sido central para Pera y que ha encontrado en Benedicto XVI a su mejor interlocutor. La disposición al diálogo de ambos hombres es clara, a pesar de las enormes diferencias que existen entre ambos: uno, ateo, el otro, dirigente máximo de la Iglesia Católica.
Esta disposición al diálogo queda demostrada en la reseña que hace Pera de su encuentro con el Papa, el cual en lugar de preguntarle si creía o no en Dios, le preguntó: “¿Cómo alguien como tú, ateo, liberal, europeo occidental, justifica los principios y valores que considera básicos al punto de enorgullecerse de ellos? ¿Cómo estás preparado para justificarlos y compararte con otros?” A continuación le preguntó: “¿En qué terreno podemos tú, ateo, y yo, creyente, encontrarnos para defender estos principios y valores sin los cuales sabemos que nuestra civilización no existiría?”
Eso es auténtico diálogo.
Hoy, unos años después de su elección, ha mostrado lo equivocados que estaban todos. El “terrible” inquisidor ha mostrado más disposición al diálogo que muchos. Ha dialogado con musulmanes, protestantes, judíos, ortodoxos, ateos, etc. Así lo ha hecho porque, a diferencia de la gran mayoría de las personas, Benedicto XVI ha entendido lo que realmente es el diálogo. Para poder dialogar es necesario conocer lo que eres, lo que crees y lo que defiendes. No puedes dialogar si no sabes en dónde estás parado. Si no sabes qué defender o por qué defenderlo, no tiene caso dialogar porque no puedes encontrar ese terreno en común que existe con tu interlocutor. Si no sabes qué defender y por qué defenderlo, no tienes argumentos para cuestionar o apoyar lo que dice el otro. No tienes nada respecto a lo cual dialogar.
En ese sentido, Ratzinger ha sido extraordinario para el diálogo porque tiene muy claro quién es y qué es lo que cree. Porque sabe el por qué cree en lo que cree. Así, ha sabido detectar aquellas cosas que tiene, que tenemos, los católicos en común con los demás. Gracias a eso, ha sabido defender a ultranza las Verdades que poseemos y que son no negociables. El diálogo no es estar de acuerdo en todo, sino la capacidad de sentarnos a hablar de nuestras diferencias y de lo que nos une.
En ese sentido, captó muchísimo mi atención una nota que leí el otro día en el servicio de noticias Zenit: Marcello Pera, filósofo italiano, ateo y liberal (como él mismo se describe), presentó su libro Perché Dobbiamo Dirci Cristiani (Por qué debemos llamarnos Cristianos). El principal argumento de este libro es que Europa no se puede defender, ni puede dialogar ni puede enseñar a otros si no tiene claro qué es ni en qué cree. Es decir, Occidente no puede exigir el diálogo a otras culturas (específicamente a los musulmanes) si no tiene clara su identidad. En este punto coincide plenamente con Ratzinger al afirmar que Europa debe aceptar y reconocer sus raíces cristianas.
Esta no es la primera vez que Pera habla de esta situación. Hace un par de años escribió un libro junto con el entonces Cardenal Ratzinger titulado “Sin Raíces” donde se analizaban los problemas de Europa. Es evidente que este problema ha sido central para Pera y que ha encontrado en Benedicto XVI a su mejor interlocutor. La disposición al diálogo de ambos hombres es clara, a pesar de las enormes diferencias que existen entre ambos: uno, ateo, el otro, dirigente máximo de la Iglesia Católica.
Esta disposición al diálogo queda demostrada en la reseña que hace Pera de su encuentro con el Papa, el cual en lugar de preguntarle si creía o no en Dios, le preguntó: “¿Cómo alguien como tú, ateo, liberal, europeo occidental, justifica los principios y valores que considera básicos al punto de enorgullecerse de ellos? ¿Cómo estás preparado para justificarlos y compararte con otros?” A continuación le preguntó: “¿En qué terreno podemos tú, ateo, y yo, creyente, encontrarnos para defender estos principios y valores sin los cuales sabemos que nuestra civilización no existiría?”
Eso es auténtico diálogo.
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