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domingo, 15 de marzo de 2009

El éxito del Barroco

La corriente artística que más me gusta es, sin duda alguna, la barroca. El arte Barroco, en todas sus vertientes, me fascina como ninguna otra corriente artística lo hace. No sé si mi simpatía hacia el barroco se deba a su pasión, su dramatismo, su realismo y su perfección o simplemente se deba a que, siendo mexicano, soy barroco por naturaleza. Sin embargo, y más allá de cualquier afinidad que sienta hacia el arte Barroco, nuestros antepasados de aquellos siglos nos dejaron una lección valiosísima que hoy deberíamos de aprovechar acerca de cómo influenciar la cultura para hacerla tender hacia el bien.

Recordemos que el Barroco surgió en una época de profundos cambios en Europa. La Reforma Protestante estaba cobrando enorme fuerza, por lo que la Iglesia Católica reaccionó con el Concilio de Trento, donde inició la llamada Contrarreforma. Ahora bien, una de las tantas formas en las que los Padres conciliares decidieron influir sobre la cambiante sociedad europea fue a través del arte y la cultura. Así, la Iglesia Católica se convirtió en la principal promotora del arte Barroco. La muestra más clara de esta influencia la observamos en los territorios que pertenecieron al Imperio Español, donde se erigieron infinidad de templos, conventos y monasterios barrocos, repletos de esculturas y pinturas que cautivaban y, a la vez, educaban a los feligreses. Esta actitud artística del catolicismo contrastaba fuertemente con la actitud iconoclasta de los protestantes y fue determinante en la evangelización de millones de personas.

Los Padres conciliares comprendían que para poder influir realmente en la sociedad, era necesario influir en la cultura. La sola fuerza del Estado o de la Iglesia no bastaba para detener el avance del protestantismo. Por tanto, sabían que mantener leyes que obligaran a la gente a permanecer fiel no bastaría para lograrlo, sino que era necesario ir más allá y hacer que las ideas del Concilio formaran parte de la cultura. Lo mismo hicieron los frailes misioneros en las colonias españolas: usaron el arte y la cultura para evangelizar a los indígenas. Hicieron que el catolicismo entrara en la América española a través del arte.

Hoy, casi cinco siglos después, nos encontramos nuevamente en una cruenta batalla cultural. El relativismo, el secularismo y la cultura de la muerte (que al final del día convergen en lo mismo) están teniendo avances nunca antes vistos. El desprecio a la dignidad de la Persona, su sumisión al totalitarismo científico-utilitarista, la intolerancia en nombre de la tolerancia, el hedonismo y todas las demás tendencias que se hacen cada vez más fuertes, están desplazando a la cultura de la Vida, aquella que considera al ser humano como el centro y fin de toda cultura y civilización. ¿Qué podemos hacer para detener estas tendencias culturales que representan el suicidio de Occidente? Yo propongo que repitamos la experiencia histórica del Barroco.

Es necesario que la cultura de la vida recupere el lugar que siempre ha ocupado en nuestra civilización, la cual surgió de la fusión de la tradición humanista judeo-cristiana con la tradición greco-latina. Una forma de hacerlo es teniendo a los mejores artistas e intelectuales. Es urgente que surjan nuevos Cervantes, Murillos o Churrigueras. Sin nuevos Sigüenzas y Góngora, Sor Juanas o Vivaldis, poco podremos lograr en el terreno cultural. Aquellos grandes genios alcanzaron la perfección en todas sus obras. Esa misma perfección técnica que ahora tienen los defensores de la cultura de la muerte y que hace que sean tan atractivas sus obras. Basta con comparar las películas de uno y otro bando. Son casos muy raros en los que una película buena (en el sentido moral) sea realmente de calidad. Por otro lado, cada año nos inundan una gran cantidad de películas de extraordinaria calidad cinematográfica pero con pésimos mensajes morales. ¿Cómo podremos difundir la cultura de la vida si no somos capaces de hacerla permear en la cultura de la sociedad a través de obras artísticas bien hechas?

Cualquiera que entre a una catedral virreinal quedará asombrado de cómo nuestros antepasados la construyeron cuidando hasta el último detalle. Su dominio de la técnica arquitectónica era fuera de lo común. Lo mismo ocurría con las demás artes: Velázquez dominaba la pintura, Bernini la escultura y Vivaldi la música. Ahí radica la trascendencia que han tenido sus obras: en que son obras maestras. Cuando la cultura de la vida tenga el respaldo de artistas e intelectuales que creen con cada obra una obra maestra, entonces tendremos garantizado un éxito como el que tuvo la cultura barroca.

miércoles, 21 de enero de 2009

Cobardía

En el corto pero revelador libro Sin Raíces, (Without Roots: The West, Relativism, Christianity, Islam) se lleva a cabo un diálogo entre el filósofo y político ateo Marcello Pera y el entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Este diálogo pretende demostrar cómo, gracias al relativismo y al abandono de las ideas que le dieron origen, Europa (y en general Occidente) ha perdido sus raíces (de ahí el título) y, por tanto, no sabe hacia dónde va.

Pera menciona que uno de los rasgos esenciales y únicos de Occidente es su capacidad de autocrítica. Sin embargo, denuncia que esta autocrítica ha llegado al extremo de convertirse en un sentimiento de culpa. Así, los supuestos aspectos negativos de nuestra civilización han, en apariencia, superado a los grandes logros y aportaciones que hemos hecho a la humanidad. Por lo mismo, y a pesar de que para el relativismo todas las formas de pensamiento y todas las creencias valen lo mismo (en teoría), los valores occidentales son despreciados y vistos con desagrado. Como ejemplo de esto, afirma Ratzinger: “cualquiera que deshonre la fe de Israel, su imagen de Dios o sus grandes figuras está obligado a pagar una multa. Lo mismo sucede para cualquiera que deshonre al Corán y las convicciones del Islam. Pero cuando se trata de Jesucristo y de lo que es sagrado para los cristianos, en cambio, la libertad de expresión se vuelve el bien supremo.” Esto demuestra que ese sentimiento de culpa se ha convertido en un sentimiento de odio de Occidente hacia sí mismo, sentimiento por demás patológico.

En el caso particular de México, este sentimiento de auto-desprecio es muy patente entre los católicos. Nos han dicho tantas veces que la sumisión de nuestro pueblo se debe a la opresión de la Iglesia, que la corrupción y la ignorancia son producto de tantos años de complicidad entre las autoridades eclesiásticas y las civiles, que tanto derramamiento de sangre se ha debido al “fanatismo” de los católicos que ya hasta nos la creemos. Nos avergonzamos tanto de nuestro pasado (o más bien, de la imagen negativa que nos han pintado de nuestro pasado) que preferimos fingir que somos algo distinto.

Parece ser que el miedo a la opinión de la sociedad ha llegado a tener más peso que el mandato de Cristo de ser “sal de la tierra” y “fermento en la masa”. Este sentimiento de miedo nos ha llevado a una parálisis cultural y social que la ha hecho mucho daño a nuestro país. Ya hablaba de ello Carlos Castillo Peraza en su artículo Conservadores y Pieles Rojas (Vuelta, num. 92, julio de 1984) respecto a las élites católicas. Definía el complejo de pieles rojas como la actitud de que “en la reservación nos ponemos las plumas y los mocasines, danzamos e invocamos al Gran Espíritu. Luego, derrotados por la modernidad liberal, nos disfrazamos de blancos para vivir tranquilos, sin temor a la burla y al adjetivo”, es decir, en nuestras casas somos muy creyentes, pero en la calle dejamos de serlo. Somos católicos hasta donde termina nuestra casa y empieza la vía pública.

Gracias a esa cobardía que no ha sabido defender nuestras raíces, resulta que ahora es bien visto arreglar tu casa siguiendo las enseñanzas del Feng Shui, pero colocar un crucifijo o una imagen religiosa no por no parecer “intolerante”. Puedes leer los horóscopos y regir tu vida por los astros sin problema alguno, pero pedirle un “milagrito” a la Virgen de Guadalupe o a algún santo no es más que superstición. Practicar yoga es una excelente manera de relajarte y de “estar en armonía contigo mismo” (¿qué significa eso?), pero irte de retiro es algo propio de un fanático. Repetir mantras como un ejercicio de meditación es una muestra de que eres una persona en contacto con su lado espiritual, pero repetir Aves Marías al rezar el rosario sólo demuestra que eres un “mocho” que cree que la religión sólo son los rituales.

Marcello Pera sostiene que a Occidente le ha sido declarada la guerra. Lo mismo podemos decir respecto al Cristianismo y, en consecuencia, a nuestra cultura mexicana, tan profundamente cristiana. Desgraciadamente, parece que los occidentales (y muchos católicos) preferiremos morir como cobardes encerrados en nuestros propios temores. Huimos de la idea de combatir como nuestros antepasados lo hicieron en las Cruzadas. Ni nos pasa por la cabeza morir dando testimonio de la Verdad como lo hicieron los mártires cristianos en el Coliseo romano. Para nuestra generación, parece que la mejor opción es dejarse morir sin pena ni gloria, morir en la más absoluta mediocridad.

¿Qué podemos hacer para dejar atrás esa cobardía y luchar por el futuro de nuestra cultura y nuestra civilización? Siguiendo a Castillo Peraza, debemos superar el complejo de pieles rojas. Debemos pues, constituir “minorías creativas” (como señala Ratzinger) que salgan a transformar la cultura desde adentro. Minorías preparadas que no tengan miedo a debatir y a defender lo que consideran que es lo verdadero. Estas minorías se convertirán en los liderazgos sociales y culturales que se necesitan para ir transformando (a través de su ejemplo) la forma de pensar de la sociedad. Sólo a través de una verdadera lucha cultural podremos triunfar. El padre Cantalamessa dejó muy en claro que la pretensión de imponer el pensamiento cristiano a través de leyes está condenada al fracaso. En cambio, si se transforma a la sociedad en su misma estructura, las leyes que existen se irán transformando para adecuarse a esa nueva realidad social. Esto no es nuevo ya que así fue como el Cristianismo llegó a triunfar sobre el paganismo romano.

Al igual que con Occidente en general, México está perdiendo sus raíces. Cada vez tenemos una sociedad más consumista, más hedonista, más carente de valores trascendentes. Hemos abandonado todos aquellos valores y principios que nos hacían mexicanos, que nos daban una razón de ser. El “México siempre fiel” parece estar dejando de ser fiel. Los católicos estamos llamados a defender nuestra cultura y nuestras tradiciones. No podemos seguir siendo cobardes. El futuro de nuestra cultura mexicana, el futuro de nuestra civilización occidental, depende de nuestra respuesta.