En el corto pero revelador libro Sin Raíces, (Without Roots: The West, Relativism, Christianity, Islam) se lleva a cabo un diálogo entre el filósofo y político ateo Marcello Pera y el entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Este diálogo pretende demostrar cómo, gracias al relativismo y al abandono de las ideas que le dieron origen, Europa (y en general Occidente) ha perdido sus raíces (de ahí el título) y, por tanto, no sabe hacia dónde va.
Pera menciona que uno de los rasgos esenciales y únicos de Occidente es su capacidad de autocrítica. Sin embargo, denuncia que esta autocrítica ha llegado al extremo de convertirse en un sentimiento de culpa. Así, los supuestos aspectos negativos de nuestra civilización han, en apariencia, superado a los grandes logros y aportaciones que hemos hecho a la humanidad. Por lo mismo, y a pesar de que para el relativismo todas las formas de pensamiento y todas las creencias valen lo mismo (en teoría), los valores occidentales son despreciados y vistos con desagrado. Como ejemplo de esto, afirma Ratzinger: “cualquiera que deshonre la fe de Israel, su imagen de Dios o sus grandes figuras está obligado a pagar una multa. Lo mismo sucede para cualquiera que deshonre al Corán y las convicciones del Islam. Pero cuando se trata de Jesucristo y de lo que es sagrado para los cristianos, en cambio, la libertad de expresión se vuelve el bien supremo.” Esto demuestra que ese sentimiento de culpa se ha convertido en un sentimiento de odio de Occidente hacia sí mismo, sentimiento por demás patológico.
En el caso particular de México, este sentimiento de auto-desprecio es muy patente entre los católicos. Nos han dicho tantas veces que la sumisión de nuestro pueblo se debe a la opresión de la Iglesia, que la corrupción y la ignorancia son producto de tantos años de complicidad entre las autoridades eclesiásticas y las civiles, que tanto derramamiento de sangre se ha debido al “fanatismo” de los católicos que ya hasta nos la creemos. Nos avergonzamos tanto de nuestro pasado (o más bien, de la imagen negativa que nos han pintado de nuestro pasado) que preferimos fingir que somos algo distinto.
Parece ser que el miedo a la opinión de la sociedad ha llegado a tener más peso que el mandato de Cristo de ser “sal de la tierra” y “fermento en la masa”. Este sentimiento de miedo nos ha llevado a una parálisis cultural y social que la ha hecho mucho daño a nuestro país. Ya hablaba de ello Carlos Castillo Peraza en su artículo Conservadores y Pieles Rojas (Vuelta, num. 92, julio de 1984) respecto a las élites católicas. Definía el complejo de pieles rojas como la actitud de que “en la reservación nos ponemos las plumas y los mocasines, danzamos e invocamos al Gran Espíritu. Luego, derrotados por la modernidad liberal, nos disfrazamos de blancos para vivir tranquilos, sin temor a la burla y al adjetivo”, es decir, en nuestras casas somos muy creyentes, pero en la calle dejamos de serlo. Somos católicos hasta donde termina nuestra casa y empieza la vía pública.
Gracias a esa cobardía que no ha sabido defender nuestras raíces, resulta que ahora es bien visto arreglar tu casa siguiendo las enseñanzas del Feng Shui, pero colocar un crucifijo o una imagen religiosa no por no parecer “intolerante”. Puedes leer los horóscopos y regir tu vida por los astros sin problema alguno, pero pedirle un “milagrito” a la Virgen de Guadalupe o a algún santo no es más que superstición. Practicar yoga es una excelente manera de relajarte y de “estar en armonía contigo mismo” (¿qué significa eso?), pero irte de retiro es algo propio de un fanático. Repetir mantras como un ejercicio de meditación es una muestra de que eres una persona en contacto con su lado espiritual, pero repetir Aves Marías al rezar el rosario sólo demuestra que eres un “mocho” que cree que la religión sólo son los rituales.
Marcello Pera sostiene que a Occidente le ha sido declarada la guerra. Lo mismo podemos decir respecto al Cristianismo y, en consecuencia, a nuestra cultura mexicana, tan profundamente cristiana. Desgraciadamente, parece que los occidentales (y muchos católicos) preferiremos morir como cobardes encerrados en nuestros propios temores. Huimos de la idea de combatir como nuestros antepasados lo hicieron en las Cruzadas. Ni nos pasa por la cabeza morir dando testimonio de la Verdad como lo hicieron los mártires cristianos en el Coliseo romano. Para nuestra generación, parece que la mejor opción es dejarse morir sin pena ni gloria, morir en la más absoluta mediocridad.
¿Qué podemos hacer para dejar atrás esa cobardía y luchar por el futuro de nuestra cultura y nuestra civilización? Siguiendo a Castillo Peraza, debemos superar el complejo de pieles rojas. Debemos pues, constituir “minorías creativas” (como señala Ratzinger) que salgan a transformar la cultura desde adentro. Minorías preparadas que no tengan miedo a debatir y a defender lo que consideran que es lo verdadero. Estas minorías se convertirán en los liderazgos sociales y culturales que se necesitan para ir transformando (a través de su ejemplo) la forma de pensar de la sociedad. Sólo a través de una verdadera lucha cultural podremos triunfar. El padre Cantalamessa dejó muy en claro que la pretensión de imponer el pensamiento cristiano a través de leyes está condenada al fracaso. En cambio, si se transforma a la sociedad en su misma estructura, las leyes que existen se irán transformando para adecuarse a esa nueva realidad social. Esto no es nuevo ya que así fue como el Cristianismo llegó a triunfar sobre el paganismo romano.
Al igual que con Occidente en general, México está perdiendo sus raíces. Cada vez tenemos una sociedad más consumista, más hedonista, más carente de valores trascendentes. Hemos abandonado todos aquellos valores y principios que nos hacían mexicanos, que nos daban una razón de ser. El “México siempre fiel” parece estar dejando de ser fiel. Los católicos estamos llamados a defender nuestra cultura y nuestras tradiciones. No podemos seguir siendo cobardes. El futuro de nuestra cultura mexicana, el futuro de nuestra civilización occidental, depende de nuestra respuesta.
Pera menciona que uno de los rasgos esenciales y únicos de Occidente es su capacidad de autocrítica. Sin embargo, denuncia que esta autocrítica ha llegado al extremo de convertirse en un sentimiento de culpa. Así, los supuestos aspectos negativos de nuestra civilización han, en apariencia, superado a los grandes logros y aportaciones que hemos hecho a la humanidad. Por lo mismo, y a pesar de que para el relativismo todas las formas de pensamiento y todas las creencias valen lo mismo (en teoría), los valores occidentales son despreciados y vistos con desagrado. Como ejemplo de esto, afirma Ratzinger: “cualquiera que deshonre la fe de Israel, su imagen de Dios o sus grandes figuras está obligado a pagar una multa. Lo mismo sucede para cualquiera que deshonre al Corán y las convicciones del Islam. Pero cuando se trata de Jesucristo y de lo que es sagrado para los cristianos, en cambio, la libertad de expresión se vuelve el bien supremo.” Esto demuestra que ese sentimiento de culpa se ha convertido en un sentimiento de odio de Occidente hacia sí mismo, sentimiento por demás patológico.
En el caso particular de México, este sentimiento de auto-desprecio es muy patente entre los católicos. Nos han dicho tantas veces que la sumisión de nuestro pueblo se debe a la opresión de la Iglesia, que la corrupción y la ignorancia son producto de tantos años de complicidad entre las autoridades eclesiásticas y las civiles, que tanto derramamiento de sangre se ha debido al “fanatismo” de los católicos que ya hasta nos la creemos. Nos avergonzamos tanto de nuestro pasado (o más bien, de la imagen negativa que nos han pintado de nuestro pasado) que preferimos fingir que somos algo distinto.
Parece ser que el miedo a la opinión de la sociedad ha llegado a tener más peso que el mandato de Cristo de ser “sal de la tierra” y “fermento en la masa”. Este sentimiento de miedo nos ha llevado a una parálisis cultural y social que la ha hecho mucho daño a nuestro país. Ya hablaba de ello Carlos Castillo Peraza en su artículo Conservadores y Pieles Rojas (Vuelta, num. 92, julio de 1984) respecto a las élites católicas. Definía el complejo de pieles rojas como la actitud de que “en la reservación nos ponemos las plumas y los mocasines, danzamos e invocamos al Gran Espíritu. Luego, derrotados por la modernidad liberal, nos disfrazamos de blancos para vivir tranquilos, sin temor a la burla y al adjetivo”, es decir, en nuestras casas somos muy creyentes, pero en la calle dejamos de serlo. Somos católicos hasta donde termina nuestra casa y empieza la vía pública.
Gracias a esa cobardía que no ha sabido defender nuestras raíces, resulta que ahora es bien visto arreglar tu casa siguiendo las enseñanzas del Feng Shui, pero colocar un crucifijo o una imagen religiosa no por no parecer “intolerante”. Puedes leer los horóscopos y regir tu vida por los astros sin problema alguno, pero pedirle un “milagrito” a la Virgen de Guadalupe o a algún santo no es más que superstición. Practicar yoga es una excelente manera de relajarte y de “estar en armonía contigo mismo” (¿qué significa eso?), pero irte de retiro es algo propio de un fanático. Repetir mantras como un ejercicio de meditación es una muestra de que eres una persona en contacto con su lado espiritual, pero repetir Aves Marías al rezar el rosario sólo demuestra que eres un “mocho” que cree que la religión sólo son los rituales.
Marcello Pera sostiene que a Occidente le ha sido declarada la guerra. Lo mismo podemos decir respecto al Cristianismo y, en consecuencia, a nuestra cultura mexicana, tan profundamente cristiana. Desgraciadamente, parece que los occidentales (y muchos católicos) preferiremos morir como cobardes encerrados en nuestros propios temores. Huimos de la idea de combatir como nuestros antepasados lo hicieron en las Cruzadas. Ni nos pasa por la cabeza morir dando testimonio de la Verdad como lo hicieron los mártires cristianos en el Coliseo romano. Para nuestra generación, parece que la mejor opción es dejarse morir sin pena ni gloria, morir en la más absoluta mediocridad.
¿Qué podemos hacer para dejar atrás esa cobardía y luchar por el futuro de nuestra cultura y nuestra civilización? Siguiendo a Castillo Peraza, debemos superar el complejo de pieles rojas. Debemos pues, constituir “minorías creativas” (como señala Ratzinger) que salgan a transformar la cultura desde adentro. Minorías preparadas que no tengan miedo a debatir y a defender lo que consideran que es lo verdadero. Estas minorías se convertirán en los liderazgos sociales y culturales que se necesitan para ir transformando (a través de su ejemplo) la forma de pensar de la sociedad. Sólo a través de una verdadera lucha cultural podremos triunfar. El padre Cantalamessa dejó muy en claro que la pretensión de imponer el pensamiento cristiano a través de leyes está condenada al fracaso. En cambio, si se transforma a la sociedad en su misma estructura, las leyes que existen se irán transformando para adecuarse a esa nueva realidad social. Esto no es nuevo ya que así fue como el Cristianismo llegó a triunfar sobre el paganismo romano.
Al igual que con Occidente en general, México está perdiendo sus raíces. Cada vez tenemos una sociedad más consumista, más hedonista, más carente de valores trascendentes. Hemos abandonado todos aquellos valores y principios que nos hacían mexicanos, que nos daban una razón de ser. El “México siempre fiel” parece estar dejando de ser fiel. Los católicos estamos llamados a defender nuestra cultura y nuestras tradiciones. No podemos seguir siendo cobardes. El futuro de nuestra cultura mexicana, el futuro de nuestra civilización occidental, depende de nuestra respuesta.
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