Hoy se inauguró el VI Encuentro Mundial de las Familias, convocado por su Santidad Benedicto XVI y organizado por el Consejo Pontificio para la Familia junto con el Episcopado Mexicano. La conferencia inaugural estuvo a cargo del predicador de la Casa Pontificia, el Padre Raniero Cantalamessa y se tituló “Las relaciones y los valores familiares según la Biblia”.
En la parte final de su conferencia, cuando se refería a lo que la Biblia nos puede dejar hoy, el Padre Cantalamessa explicó algunos de los errores más comunes que cometemos: “[…]pasar todo el tiempo rebatiendo las teorías contrarias, acabando por darles más importancia de la que merecen. Ya Pseudo-Dionisio el Areopagita observaba cómo la proposición de la propia verdad es siempre más eficaz que la confutación de los errores ajenos.”
Precisamente el día de hoy se evitó caer en este error. A lo largo de las conferencias, más que rechazar las propuestas modernas de redefinición del matrimonio y de la familia, se realizó una exposición clara y concisa de la Verdad acerca del ideal cristiano de familia. Tal fue la profundidad, y a la vez la sencillez, con que se habló del tema que no me queda la menor duda de su veracidad. Mi explicación de las enseñanzas del Encuentro seguirá la línea de pensamiento de Cantalamessa y haré un uso muy intensivo de sus palabras, ya que es mucho más elocuente que yo.
En una primera instancia, Cantalamessa sugiere que redescubramos, como sucedió en el Concilio Vaticano II, el sentido auténtico del matrimonio. Junto con los valores importantísimos de la procreación y educación de los hijos debe estar el mutuo amor y la ayuda entre cónyuges. Es sólo a través de la entrega mutua, es decir, del convertirse en un don para el otro, que los esposos pueden realizarse plenamente. Esta capacidad de “expresar amor”, como señala Juan Pablo II, está plasmada en el mismo cuerpo humano, en su misma sexualidad. Cantalamessa señala que Benedicto XVI ha ido todavía más allá con su encíclica Deus caritas est, al hacer evidente la estrecha relación entre el eros (en términos llanos, la atracción física o sexual) y matrimonio. Ahora bien, se acusa con frecuencia a la Iglesia de considerar al sexo como pecado. Esta imagen negativa sin duda alguna fue influenciada por algunos de los grandes pensadores cristianos, como San Agustín. Sin embargo, una lectura cuidadosa de los Evangelios (y principalmente de las palabras de Jesús) nos muestra una nueva perspectiva de la sexualidad humana. Una sexualidad completamente contracorriente de lo que la sociedad actual exige, pero la única sexualidad que se puede vivir a plenitud.
Esta nueva perspectiva sobre la sexualidad consiste en entenderla desde un punto de vista trinitario. Así, la unión conyugal trasciende el plano físico o natural para ser una imagen del amor que existe dentro de la misma Trinidad. Cantalamessa habla de que el amor entre Dios Padre y Dios Hijo, más que dar lugar a una persona en singular, da lugar a una persona en plural, a un “nosotros”: el Espíritu Santo. Así, el matrimonio cristiano se da entre un “yo” y un “tú” de los que surge un “nosotros”. En Dios este amor y esta entrega son tan perfectos que Tres personas se vuelven literalmente Un solo ser. En la pareja, el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y convertirse en “una sola carne”. De esta forma, se revela y se entiende por qué Dios creó al hombre varón y mujer. Creó los sexos para que el hombre pudiera “salir del propio aislamiento y egoísmo, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.
Ahora bien, cuando esta unión carnal no se da del modo adecuado (según los planes divinos), nos deja insatisfechos. Cantalamessa recurre a un dicho de los antiguos para explicar esto: "Post coitum animal triste: como cualquier otro animal, el hombre después de la unión carnal está triste”. Y, para dejarlo bien claro, recuerda las palabras del poeta pagano Lucrecio (palabras que seguro sonrojarán a más de uno): “Se estrechan ávidamente al cuerpo y mezclan la saliva boca a boca, y jadean, apretando los labios con los dientes; pero en vano; porque no pueden arrancar nada, ni penetrar y perderse en el otro cuerpo con todo el cuerpo”. ¿Qué nos dice la sociedad actual que hagamos para llenar este vacío? “En lugar de modificar la calidad del acto, se aumenta su cantidad, pasando de un partner a otro”, nos contesta Cantalamessa.
¿Cuál es, entonces, el fin real de la unión sexual? “[…] que, a través de este éxtasis y fusión de amor, el hombre y la mujer se elevaran al deseo y tuvieran una cierta pregustación del amor infinito; recordaran de dónde venían y a dónde se dirigían”. Para Cantalamessa (fuertemente influido por la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II), el acto sexual tiene un valor religioso. El matrimonio debe ser un sacramento no sólo recibido sino vivido.
Por ello plantea proponerle a parejas de futuros esposos cristianos la altísima meta de vivir el matrimonio de acuerdo con el plan original de Dios, de estar a la altura del proyecto divino de amor entre el hombre y la mujer.
En la parte final de su conferencia, cuando se refería a lo que la Biblia nos puede dejar hoy, el Padre Cantalamessa explicó algunos de los errores más comunes que cometemos: “[…]pasar todo el tiempo rebatiendo las teorías contrarias, acabando por darles más importancia de la que merecen. Ya Pseudo-Dionisio el Areopagita observaba cómo la proposición de la propia verdad es siempre más eficaz que la confutación de los errores ajenos.”
Precisamente el día de hoy se evitó caer en este error. A lo largo de las conferencias, más que rechazar las propuestas modernas de redefinición del matrimonio y de la familia, se realizó una exposición clara y concisa de la Verdad acerca del ideal cristiano de familia. Tal fue la profundidad, y a la vez la sencillez, con que se habló del tema que no me queda la menor duda de su veracidad. Mi explicación de las enseñanzas del Encuentro seguirá la línea de pensamiento de Cantalamessa y haré un uso muy intensivo de sus palabras, ya que es mucho más elocuente que yo.
En una primera instancia, Cantalamessa sugiere que redescubramos, como sucedió en el Concilio Vaticano II, el sentido auténtico del matrimonio. Junto con los valores importantísimos de la procreación y educación de los hijos debe estar el mutuo amor y la ayuda entre cónyuges. Es sólo a través de la entrega mutua, es decir, del convertirse en un don para el otro, que los esposos pueden realizarse plenamente. Esta capacidad de “expresar amor”, como señala Juan Pablo II, está plasmada en el mismo cuerpo humano, en su misma sexualidad. Cantalamessa señala que Benedicto XVI ha ido todavía más allá con su encíclica Deus caritas est, al hacer evidente la estrecha relación entre el eros (en términos llanos, la atracción física o sexual) y matrimonio. Ahora bien, se acusa con frecuencia a la Iglesia de considerar al sexo como pecado. Esta imagen negativa sin duda alguna fue influenciada por algunos de los grandes pensadores cristianos, como San Agustín. Sin embargo, una lectura cuidadosa de los Evangelios (y principalmente de las palabras de Jesús) nos muestra una nueva perspectiva de la sexualidad humana. Una sexualidad completamente contracorriente de lo que la sociedad actual exige, pero la única sexualidad que se puede vivir a plenitud.
Esta nueva perspectiva sobre la sexualidad consiste en entenderla desde un punto de vista trinitario. Así, la unión conyugal trasciende el plano físico o natural para ser una imagen del amor que existe dentro de la misma Trinidad. Cantalamessa habla de que el amor entre Dios Padre y Dios Hijo, más que dar lugar a una persona en singular, da lugar a una persona en plural, a un “nosotros”: el Espíritu Santo. Así, el matrimonio cristiano se da entre un “yo” y un “tú” de los que surge un “nosotros”. En Dios este amor y esta entrega son tan perfectos que Tres personas se vuelven literalmente Un solo ser. En la pareja, el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y convertirse en “una sola carne”. De esta forma, se revela y se entiende por qué Dios creó al hombre varón y mujer. Creó los sexos para que el hombre pudiera “salir del propio aislamiento y egoísmo, abrirse al otro y, a través del éxtasis temporal de la unión carnal, elevarse al deseo del amor y de la alegría sin fin”.
Ahora bien, cuando esta unión carnal no se da del modo adecuado (según los planes divinos), nos deja insatisfechos. Cantalamessa recurre a un dicho de los antiguos para explicar esto: "Post coitum animal triste: como cualquier otro animal, el hombre después de la unión carnal está triste”. Y, para dejarlo bien claro, recuerda las palabras del poeta pagano Lucrecio (palabras que seguro sonrojarán a más de uno): “Se estrechan ávidamente al cuerpo y mezclan la saliva boca a boca, y jadean, apretando los labios con los dientes; pero en vano; porque no pueden arrancar nada, ni penetrar y perderse en el otro cuerpo con todo el cuerpo”. ¿Qué nos dice la sociedad actual que hagamos para llenar este vacío? “En lugar de modificar la calidad del acto, se aumenta su cantidad, pasando de un partner a otro”, nos contesta Cantalamessa.
¿Cuál es, entonces, el fin real de la unión sexual? “[…] que, a través de este éxtasis y fusión de amor, el hombre y la mujer se elevaran al deseo y tuvieran una cierta pregustación del amor infinito; recordaran de dónde venían y a dónde se dirigían”. Para Cantalamessa (fuertemente influido por la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II), el acto sexual tiene un valor religioso. El matrimonio debe ser un sacramento no sólo recibido sino vivido.
Por ello plantea proponerle a parejas de futuros esposos cristianos la altísima meta de vivir el matrimonio de acuerdo con el plan original de Dios, de estar a la altura del proyecto divino de amor entre el hombre y la mujer.
Concluyo de la misma manera en que el Padre Cantalamessa concluyó, con las palabras del poeta Claudel:
Se trata de un diálogo entre la protagonista femenina del drama, que combate entre el miedo y el deseo de rendirse al amor, y su ángel custodio:
- Entonces, ¿está permitido este amor de las criaturas, una hacia otra? ¿Dios no tiene celos?
- ¿Cómo podría estar celoso de lo que ha hecho Él mismo?
- Pero el hombre, en brazos de la mujer, olvida a Dios...
- ¿Se le olvida estando con Él y siendo asociados al misterio de su creación?
1 comentario:
Que magnifico otra vez!
De todos modos, no entiendo el dialogo final. Quizas haya ironia o algo que sea dificil para entender cuando se traduce las palabras a ingles? Por favor, ayudame, Alej...El pregunta final del angel, que significa?
Publicar un comentario