Hay ladrones a los que no se castiga, pero que roban lo más preciado: el tiempo.
Napoleón I
Así se tituló una conferencia que impartió Don Carlos Castillo Peraza a la COPARMEX y que después apareció publicada en la revista Proceso (9 de marzo de 2000). Comparto unas reflexiones acerca de ese extraordinario escrito después de haber pasado más de dos horas en mi coche, atorado en un tráfico fuera de lo normal.
La premisa básica de la que parten todos los razonamientos de esta conferencia es la siguiente: el tiempo es el único bien no renovable que tenemos. Absolutamente no renovable. No se puede recuperar de ninguna manera. Por ende, quitarle su tiempo a una persona es causarle un grave daño. Ahora bien, si nos ponemos a pensar acerca de las razones principales por las cuales perdemos el tiempo, nos topamos con que muchas son a causa de la ineficiencia de nuestro gobierno: el tráfico, los trámites y la burocracia, la inseguridad y un larguísimo etcétera.
Por esto, dice Castillo Peraza: “me ocurre en consecuencia pensar que sería posible medir la bondad de un gobierno en términos del tiempo que hace perder, por negligencia o por ineficiencia, por estupidez o por malevolencia o por cualquier otra razón, a sus gobernados”. Al tomar en cuenta esto, nos damos cuenta de lo terriblemente malos que han sido nuestros gobernantes. ¿Cómo es posible que la gente tenga que tardar entre 3 y 4 horas para cubrir trayectos que deberían de durar la mitad de ese tiempo? ¿Cómo es posible que para levantar una denuncia ante el ministerio público tengas que estar horas esperando a que te atiendan (y todo para que nunca atrapen a los responsables)? ¿Cómo es posible que los ciudadanos tengamos que perder nuestro tiempo a causa de bloqueos y marchas?
En este sentido, la sabiduría popular refuerza la idea al manifestar que “el tiempo es dinero”. Si el gobierno nos roba tantas horas por su incompetencia, en términos monetarios nos está robando otro tanto. En palabras de Castillo Peraza: “una autoridad incapaz de ordenar el tránsito y de proporcionar a los súbditos servicios públicos eficaces, puntuales y rápidos de transporte, acaba despojando a miles y tal vez millones de seres humanos, de miles y tal vez millones de horas, lo que podría equivaler a robarles miles y tal vez millones de pesos”. Estos sin tomar en cuenta las fallas en otros servicios como el drenaje (las inundaciones tan frecuentes en esta ciudad representan miles de horas perdidas) o el suministro de electricidad (más en estos tiempos en que todo lo hacemos en computadoras). Y, peor aún, cuando la autoridad es corrupta y nos pide mordida “nos está vendiendo lo que no es suyo: nuestro tiempo”. Más aún “le pone precio a lo irrecuperable y por tanto invaluable, lo que es una injusticia desmesurada”.
La conclusión de Castillo Peraza es clara: tomando el tiempo como el único bien absolutamente no renovable, el mejor gobierno sería aquél que “fuese capaz de organizar y ordenar la vida en común de manera que cada uno de nosotros pierda el menor tiempo posible o, puesto en positivo, de modo que cada uno de nosotros pueda disponer de más tiempo para sí, para sus actividades productivas, educativas, familiares, culturales, de esparcimiento, de descanso y espirituales”.
¿Cómo evaluaríamos a nuestras autoridades actuales si tomáramos en cuenta esta proposición de Don Carlos? “Dime cuánto tiempo me obligas a perder para siempre y te diré cuán mal gobernante eres.” El gobierno del Distrito Federal se ha caracterizado por apoyar y permitir marchas, bloqueos, plantones (¡nunca olvidemos el plantón en Reforma!), inseguridad, corrupción, baches, tráfico… En fin, es un gobierno que se ha dedicado a robarnos de lo más preciado que tenemos: nuestro tiempo. Qué diferente habría sido todo si, allá en 1997 hubiéramos elegido a Carlos Castillo Peraza como Jefe de Gobierno del Distrito Federal…
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